Material de Lectura

 

Nota introductoria


El grupo del Ateneo de la Juventud, en el que destacan Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Julio Torri, Martín Luis Guzmán, el dominicano Pedro Henríquez Ureña y otros, cuenta entre sus rasgos fundamentales el afán por el deslinde, ese gusto por el conocimiento claro y distinto de las cosas. A ellos les horrorizaba ver cómo México bogaba a la deriva impelido por los vientos procedentes de otras latitudes. Además, se encontraban viviendo en medio de un régimen que no hacía el esfuerzo necesario para ganarse a la rosa de los vientos. En consecuencia se integraron o se adaptaron o restringieron su participación al terreno de las ideas y de la creación artística, al oír aquel clamor venido de abajo que estalló en 1910.

Si el proyecto de Revolución encarnado en Pancho Villa y Emiliano Zapata corresponde en cierto modo a la producción literaria de don Mariano Azuela, y el que representa Álvaro Obregón mantiene singulares paralelismos sociológicos con la obra de autores como Agustín Yáñez, el punto de vista esgrimido por Francisco I. Madero y Venustiano Carranza encuentra su consonancia en los libros de José Vasconcelos y Martín Luis Guzmán.

Ambos abanderaban la posición liberal descendiente de la Reforma, transformada por los nuevos impactos históricos. Creían que nuestros problemas debían empezar a solucionarse reflexionando en nuestro desarrollo real. Por eso cuando tienen el poder en sus manos, los vemos cubriendo con libros el mapa nacional.

Al igual que Alfonso Reyes, don Martín era hijo de un militar ligado al viejo régimen, pero mientras Guzmán logra separar las preferencias políticas de los afectos familiares, Reyes se sumerge en una nostalgia que se agudiza con el tiempo.

Guzmán no fue sólo un hombre de su época, sino también de su espacio. Siempre abandonó los territorios que le fueron hostiles, poco antes de que sobreviniera la catástrofe, estuvieran ocupados o no por villistas, delahuertistas, etcétera.

No es gratuito que en un trazo autobiográfico declare lo siguiente:

Sabréis… si en verdad soy, como por allí se dice, un hombre en pleito con los valores y prestigios más respetables para toda una parte de la humanidad; un personaje extraño, extravagante, absurdo... Aunque también puede suceder que, lejos de inmensurabilidades tamañas, y muy natural y contenidamente, resulte yo ser un hijo de mi hora y de mi país, o, acaso, de aquello que mi país y mi hora tienen de más inquietante, por más vivo y fecundo.

A diferencia de Ramón López Velarde, Martín Luis Guzmán no hizo del oficio de escritor el blanco primordial de su existencia. El desdén con el que algunas veces miró la creación literaria, si bien nunca fue tan intenso como para que abandonara por completo la pluma, no deja de evocarnos a ese dramaturgo real o ficticio que todos llamamos William Shakespeare, porque como él, don Martín era un hacedor de personajes; un nombre para barajarlo eternamente, como él mismo dijo en 1940; un hombre que ha pervivido en el general Ignacio Aguirre, en el joven Axkaná González, en las esencias que nos ha entregado de Porfirio Díaz, Francisco I. Madero, Pancho Villa, Rodolfo Fierro, David Berlanga, Álvaro Obregón.

Ese método del retrato que extracta el espíritu de una época, y no su parafernalia, fue perfectamente detectado por Emmanuel Carballo, que luego lo usó generosamente en sus Protagonistas de la literatura mexicana. Veamos cómo Emmanuel capta y revela a Martín Luis:

…la Preparatoria fijó las bases de su estilo: el culto por la palabra precisa, el apego al raciocinio sistemático, el placer de mezclar las voces cual si fuesen dóciles guarismos, la intención geométrica de agrupar los incidentes de la anécdota como si fueran caras que concurren a dar forma a un cuerpo.

Entre los miembros del Ateneo, Martín Luis Guzmán fue quien se sumó más íntimamente a la Revolución de 1910.

Un movimiento social de esa naturaleza no podía encontrar su voz literaria en los estilos subjetivos cultivados por quienes aspiraban a seguir arrancándole notas al modernismo, o por aquellos que oteaban ya la eclosión de los vanguardismos. Hacía falta una obra dotada de una poética capaz de recobrar ese nexo aparentemente invisible entre el realismo y el clasicismo. Esa obra transparente y geométrica, aferrada a la línea y distanciada de la sombra y los planos verticales, la escribió Martín Luis Guzmán.


Las Obras Completas de Martín Luis Guzmán, dadas a la luz en 1961 por la Compañía General de Ediciones, y reeditadas por el Fondo de Cultura Económica en 1985, proporcionan cinco novelas: El águila y la serpiente; La sombra del Caudillo; Javier Mina, héroe de España y de México; Islas Marías y las Memorias de Pancho Villa; seis libros con textos que oscilan entre el relato y la novela corta: Filadelfia, paraíso de conspiradores; Axkaná González en las elecciones; Piratas y corsarios; Maestros rurales; Febrero de 1913 y Muertes históricas; siete libros que consignan artículos, ensayos, crónicas, reseñas, discursos, oraciones fúnebres, etcétera, y que son: La querella de México; A orillas del Hudson; Otras páginas; Academia; Necesidad de cumplir las leyes de Reforma; Pábulo para la historia (Primera serie) y Crónicas de mi destierro. De haber sido menos descollante la vida pública de don Martín durante sus últimos años quizás el orden definitivo de su producción hubiera sido éste y no el que lleva en sus Obras Completas, el cual parece combinar criterios cronológicos, estimativos y comerciales. Quizás don Martín incluso hubiese modificado la organización de sus volúmenes de varia para armonizarlos piramidalmente como delicados frutos, con tal que nos diesen una idea más sustancial de su espíritu, potente al igual que un punto de fuga.

Al explorar las incursiones de este ateneísta en la narrativa breve a través de sus apariciones en las antologías de narrativa, nos percatamos de que en ellas únicamente figuran cinco episodios de la novela El águila y la serpiente y un texto raro, precursor de la ficción científica, que lleva por título “Cómo acabó la guerra en 1917”, y que aún no ha sido integrado a las Obras Completas. Puede hallársele en la antología El cuento mexicano del siglo XX (1964), de Emmanuel Carballo. No obstante, a Guzmán se le señala como a uno de los autores imprescindibles dentro del género, en lugar de exponer sinceramente que se le escoge debido a la dificultad de sustraerse a la fuerza de pasajes novelísticos como “La fiesta de las balas”, “Una noche de Culiacán”, “Pancho Villa en la cruz” y “La muerte de David Berlanga”. “Un préstamo forzoso” completa el número de episodios mencionados, pero resulta un tanto trunco porque su anécdota no cierra sino con el texto que lo sucede: “El nudo de ahorcar”. Estos recortes han sido posibles gracias a que El águila y la serpiente está construida con la estructura propia de la novela de aventuras, la cual permite prolongar de manera indefinida un relato, facilita las modificaciones y es la más cómoda cuando la obra se publica por entregas.

Otros de los caminos que pudieron haber tomado los antologadores y que jamás hollaron fue el de revisar las novelas cortas. Únicamente “Tránsito sereno de Porfirio Díaz” ha sido espigado por Carlos Monsivais para la antología de crónica intitulada A ustedes les consta. Sin embargo, por lo menos Axkaná González en las elecciones y Maestros rurales también son dignos de ser considerados al realizar las analectas de nuestra narrativa.

Dentro de los libros de varia, hay narraciones breves que coquetean con el cuento: “Poema de invierno”, “Indígena, rubio (recuerdo simbólico)”, “Mi amiga la credulidad” y “El coleccionador de ataúdes”, pertenecientes al volumen llamado A orillas del Hudson; “Claridad y tinieblas”, que viene en Otras páginas, y que se vale, con alguna dosis de lirismo, de la misma anécdota que desarrollan “Un préstamo forzoso” y “El nudo de ahorcar”; “¡Quince millones de pesetas!”, “Vida y muerte de torero”, “Valle-Inclán ante el juez” y “El proceso de Charles Maurras”, recogidos en Crónicas de mi destierro.

Diseminados en periódicos y revistas de Europa, Estados Unidos y México, hay todavía algunos relatos que don Martín pensaba, tal vez, incluir en el tomo tercero de sus Obras Completas, que proyectó y empezó a compilar, pero al cual nunca dio término; algunos de ellos confirman sus dotes narrativas, pero no lo convierten en el cuentista perpetrado por los antologadores.

Este cuaderno, además de “La fiesta de las balas” y “Tránsito sereno de Porfirio Díaz”, ya incluidos en otras antologías, propone al lector los textos “Poema de invierno” y “Mi amiga la credulidad”.


FRANCISCO GUZMÁN BURGOS