Material de Lectura

Nota introductoria

 

Todo gran cuentista se ve en la necesidad de crear su propio tipo de cuento de acuerdo con su sensibilidad, con sus exigencias literarias y con su visión del mundo. Para ello el autor requiere de un complejo proceso en su escritura a través del cual irá depurando su temática y su voz. Quienes hemos tenido la oportunidad de seguir la obra cuentística de Ramírez Heredia podemos apreciar la evolución clara y sostenida que le ha permitido llegar al punto de madurez que ahora ostenta y que le valiera el Premio Internacional Juan Rulfo 1984.

Son muy pocos los escritores en nuestro medio que se pueden identificar exclusivamente a través de sus textos. Ramírez Heredia es uno de ellos. Él ha logrado modular una voz y un universo narrativo que nos remiten de inmediato al origen de su factura. Y es que en la creación de sus cuentos, nerviosos, chispeantes, vertiginosos, Ramírez Heredia tuvo que romper con las ataduras que lo constreñían para darle rienda suelta a su impulso narrativo. Tuvo también que irse aproximando a los diversos temas afines a su temperamento para configurar las constantes de su literatura.

Como cuentista Ramírez Heredia muestra diversas vetas en su evolución. Una de ellas corresponde a lo que yo me atrevería a calificar como su vena romántica. No se trata, por supuesto, de historias sentimentalonas o almibaradas. El espíritu romántico de Ramírez Heredia se manifiesta en principio a través del canto y la celebración de su tierra (Tamaulipas), así como de la exaltación del agua, del sol y del mar como metáforas del goce vital y de la libertad. Se manifiesta también en la veneración que muestra hacia los hombres viejos que han sabido alcanzar su destino con dignidad, sapiencia e imaginación. Existe en sus cuentos una enorme simpatía por aquellos viejos —cancioneros, marinos, poetas— que han logrado sobrellevar sus vidas con arte y con valor. En este tipo de relato Ramírez Heredia se revela como un escritor panteísta, en plena comunión con los elementos de la naturaleza y con el individuo humano. El viejo y el mar —título de la novela de ese otro viejo a quien mucho debe Ramírez Heredia— sintetiza esa fase de su búsqueda. En cuanto a su estilo, esos cuentos se ciñen aún a los recursos más tradicionales de la narrativa; no obstante, es posible notar ya el vigor y el ritmo narrativo que será tan importante en su futura evolución.

Con el tiempo Ramírez Heredia cambia sus escenarios y empieza a observar el mundo con cierto desencanto. Muda su visión idílica del mar por la sórdida y muchas veces brutal del conglomerado urbano, que lo mismo puede ser Tampico-Madero que la Ciudad de México. Y aquí el cuentista da con uno de sus filones más valiosos, pues si algo caracteriza la obra de Ramírez Heredia es su inclinación a explorar las entretelas de los diversos grupos de desclasados en los bajos mundos de las ciudades: politiquillos menores, mujeres en desgracia, burócratas, oficinistas, boxeadores, gente de cantina, cirqueros, artistillas y subocupados. A lo largo de estos cuentos observamos cómo sus personajes se derrumban o se corrompen en su anhelo de salvarse buscando la fama, la riqueza o el amor.

Otro tema que raras veces se halla ausente de sus relatos es precisamente el del amor sexual, que Ramírez Heredia trata como un medio que sirve a sus personajes para ejercer el poder y mostrar así lo mejor y lo peor de sí mismos.

En la medida en que Ramírez Heredia se acerca a los temas más afines a su sensibilidad, su voz narrativa cambia paulatinamente y avanza con tiento hasta lograr el ritmo acelerado y musical de relatos como “El rayo Macoy”, “Paloma negra” o “Sombras”. Es en estos últimos cuentos en los que Ramírez Heredia se revelará como el auténtico creador que es. A través de su fino oído manejará sus anécdotas con picardía, con sentido del humor, y con ingenio; para ello se servirá de los giros coloquiales, de los albures y del habla de la gente del pueblo. Por lo mismo habrá también violencia, patetismo, vulgaridad, como las hay en la vida cotidiana. Pero sobre todo ello resaltará su manera de contar sus cuentos mediante su recurso del “monólogo silencioso” o “monólogo narrativizado”, como también se le podría llamar. Este recurso consiste en contar las historias a través de un narrador que, en tono conversacional —ya sea para sí mismo o para un supuesto interlocutor—, mezcla diversas voces, tiempos y espacios para revivir el suceso en cuestión sin parar mientes en explicaciones editoriales o acotaciones tipográficas. Como resultado se obtiene un relato rápido, rítmico y yuxtapuesto capaz de reflejar las estructuras complejas de la vida y las interrelaciones emotivas de los personajes. Todo ello cuidándose de no perder el control sobre el lector. Ramírez Heredia ha logrado así la enorme proeza de aligerar un género que parecía haber dado todo en cuanto a velocidad narrativa.

Los cuentos elegidos para esta colección buscan mostrar las características antes aludidas; “Días de duna” refleja la vena romántica y fantasiosa del autor, su visión de los viejos y del mar; “La media vuelta” nos narra la historia de un hombre “de apenas voz” que busca recuperar a su querida a través de “la palabra hecha eco”, es decir, del amor, de la desesperación y de la presencia de ánimo; “Albur de amor” pertenece a lo último y más depurado de la producción cuentística del escritor y donde mejor se muestran los alcances del “monólogo silencioso” y su efectividad en el tratamiento de temas urbanos. El lector se halla pues ante tres textos de uno de los más originales, innovadores y talentosos narradores de nuestra época.

 

 

 

Hernán Lara Zavala