Material de Lectura

Bago

 

“Buen día, Bago.”

Ismene formula este augurio todas las mañanas al despertarse, y todas las noches dice: “Buenas noches, Bago”, cuando ya se dispone a dormir. De no hacerlo así, le parecería empezar y terminar mal la jornada; es más, le parecería no poder iniciarla ni terminarla. Como si en otros tiempos no hubiese dicho “buen día” y “buenas noches” a sus padres. Luego solamente a la madre, cuando el padre murió. Luego solamente a Bug, cuando murió también la madre. Y ahora únicamente a Bago, pues también murió Bug, el que tenía tantos pelos sobre los ojos y una mirada humana. A Ismene se le olvida a veces desearle un “buen día” o “buenas noches” a su marido, sin preocuparse de empezar y terminar mal la jornada. Pero Rutiliano está poco en casa, casi siempre anda de viaje...

Una mañana, Rutiliano abrió la puerta y preguntó:

—¿Con quién estabas hablando?

—Tal vez hablaba dormida —respondió Ismene, sin ninguna dificultad.

Ni siquiera tuvo la impresión de mentir. La mejor parte de su vida es una especie de sueño que se prolonga aun en la vigilia, y sus diálogos secretos con Bago forman parte de ese sueño. Ismene no había mentido al responder que hablaba dormida al desearle un buen día a Bago.

—Buen día, Bago.

Ismene está sentada en la cama, con la cabeza ladeada, las manos juntas, que conservan aún la calidez de la noche, sonriéndole a Bago, como a un padre robusto y protector, como escuchando. La alcoba huele a sueños soñados, a flores marchitas. Este olor es la única huella que dejan los sueños al desvanecerse, y si la alcoba huele mal en la mañana, quiere decir que hemos tenido malos sueños. En la cortina de la ventana brillan, como peldaños de una escalera de oro, las rayas de la luz matutina que se filtra a través de las varillas de la persiana. Los muebles son densas sombras que emergen de la palidez de los muros. En una silla albea la blanquería de Ismene. En el techo tremola una guirnalda de luz cuyo origen se ignora, un halo en el que tal vez se asomará la cabeza de un ángel. Pero Billi no es un ángel.

¿Qué quiere escuchar Ismene? ¿Qué es lo que escucha? ¿Qué ha escuchado?

(Ismene salta de la cama y corre descalza hacia la ventana, para abrirla.)

Nada se ha oído en la alcoba, sin embargo, Ismene algo escuchó y está contenta. Esta mañana ha esperado, con mayor impaciencia de la acostumbrada, esa voz, y está muy contenta de haberla escuchado. Hoy regresa Billi de su largo viaje. Hoy, más que nunca, Ismene siente la necesidad de la presencia de Bago, de su protección.
Ahora la alcoba está iluminada, se disipa el olor de los sueños mustios. Ismene se demora en la ventana. En el fondo del valle flotan todavía algunos vapores. Está contenta. Su cuerpo rojea tras el velo del camisón, se oscurece en la comisura de los muslos y de la pelvis en una sombra triangular, semejante al ojo de un dios tenebroso. ¿Pero quién sino Bago puede ver el cuerpo esbelto de Ismene bajo el velo del camisón, parecido a un gran pez rosado junto a la superficie del agua? Ismene no se avergüenza si la ve Bago... Su sensación es otra. Pero es otro tipo de vergüenza. Es el temor de hacerle alguna cosa a Bago, cosa que él no necesita hacer. Antes de abrir los batientes de Bago., Ismene titubea un poco, como cuando era niña y estaba a punto de desabrochar el saco de su padre, para sacar el reloj (pie llevaba en el chaleco y ponerse a oír sonar las horas de los cuartos.

Papá, mamá, Bug, Bago, Billi. ¡En nada se parece el nombre de Rutiliano a esos nombres que parecen haber sido formados a propósito para los labios de un niño, de un balbuciente, de una débil criatura! ¡Cuán extraño es el nombre de Rutiliano!

Son otros los momentos ¡en que siente vergüenza.

Cuando Rutiliano busca a Ismene por la noche. Entonces Ismene va por el gran biombo y lo despliega entre la cama y Bago, para ocultar el lecho. Rutiliano no acaba de entender esta maniobra, y pide explicaciones. Ismene le dice que tiene miedo del aire. ¿Del aire? Sí, del aire que se cuela por debajo de la puerta. Y para resguardarse mejor, Ismene coloca sobre el biombo la colcha, que de noche está doblada sobre una silla. Rutiliano mira estas operaciones con mirada incomprensiva. ¿Pero qué entiende Rutiliano? ¿Qué entiende ella? Rutiliano es serio y distante. Nunca ríe y siempre anda atareado con misteriosos asuntos que requieren frecuentes viajes. A pesar del misterio que envuelve tales asuntos, Ismene no siente curiosidad por conocerlos. Tampoco él despierta su curiosidad. Rutiliano forma parte de los más remotos recuerdos infantiles de Ismene. Él formaba parte de la casa como cualquier diván de la sala, como el cristalero forma parte del comedor. Por Navidad y Día de Reyes, Rutiliano llegaba cargado, de cajas, de las cuales sacaba meticulosamente los regalos. Entonces Ismene lo besaba en la frente y le decía: “Gracias, tío Rutiliano”. Tío era un título honorífico, y, para Ismene, sinónimo de viejo. No le gustaba besar la frente del tío Rutiliano, y mucho menos que él la besara. Sin embargo, al morir la madre, Ismene no tuvo otra alternativa que casarse con el tío Rutiliano. ¿A quién le convenía ese matrimonio? No al tío, por cierto. Al menos eso decía él, agregando que ya no esperaba nada de la vida. A Ismene, en cambio, el matrimonio le habría asegurado bienestar y protección. “Uno se casa sólo por placer.” Así le dijo una vez el tío Rutiliano, que hablaba muy ocasionalmente y las poquísimas veces que hablaba decía verdades irrefutables. “¡Qué bueno que hable tan poco!”, le dijo Billi a Ismene, bajando la cabeza. El vestido de seda, el velo blanco, los regalos, los invitados y el banquete hubieran podido hacer del día de la boda un día dichoso, pero ese mismo día Billi partió para enrolarse en la Marina. “¡Qué feliz estaría tu pobre mamá, qué feliz estaría tu pobre papá!”, le dijo el tío Rutiliano, que ese día anduvo más silencioso que de costumbre.

Estando a la mesa, delante de los treinta cautelosos invitados, Ismene llamó a su marido “tío Rutiliano”, a quien de inmediato se le atragantó el helado. Pocos días después, a fin de que Ismene no recayera en tal error, Rutiliano cambió de nombre y se hizo llamar Ruti.* Sin embargo, no era cierto que Ruti tuviese siempre la razón. Ismene no halló en su marido la seguridad ni la protección que le brindaran sus padres, razón por la cual se había casado con él. En cambio, las reencontró en Bug, que tenía tantos pelos sobre los ojos y la mirada humana; y cuando murió Bug, las halló en Bago. Y era imposible que Bago muriera. Un día dijo Ruti que era menester renovar el mobiliario de la recámara, tener muebles más claros, más frescos, más a tono con la alcoba de una esposa joven. Ismene defendió sus muebles con un encarnizamiento que asustó a Ruti. Éste no salía de su asombro al ver semejante apego a unos muebles de tan escaso valor, pero, en el fondo, le gustó la idea de no hacer más gastos. Ismene se la pasaba todo el día en la recámara, junto a Bago, sobre todo cuando su marido no estaba en casa. El “viejo” armario la había visto nacer, había guardado su ropa de niña, luego la de señorita, y ahora guardaba sus vestidos de mujer. Está sentada junto al batiente entreabierto, como escuchando las palpitaciones de ese corazón tenebroso pero profundamente bueno. Le tiene confianza. Le dice lo que a otros, sobre todo a Ruti, no les podría decir jamás. Le habla del regreso de Billi.

Ruti se asoma a la puerta y le dice con tono lúgubre que se va en el coche, que no volverá sino hasta el día siguiente. Ismene lo besa en la frente, como cuando Ruti era todavía "el tío Rutiliano" y le llevaba regalos de Navidad.

Ismene y Billi están frente a frente, como si no tuvieran nada que decirse. ¿Acaso Billi se siente embarazado por hallarse en la alcoba de Ismene? Ella quiere sentirse cerca de Bago, sobre todo ahora que está Billi en su alcoba.

Fragor en aumento de un coche que se acerca. Crujir de grava bajo las ruedas y ruido del freno de mano frente a la puerta de la casa.

La voz alarmada de la Ancilla en el corredor:

—¡Ya regresó el señor! ¡Ya regresó el señor!

Billi se para de inmediato. Está palidísimo. Mira a su alrededor. ¿Por qué es alarmante la voz de Ancilla? ¿Qué peligro representa el regreso del “señor”?

Un grito. Grito profundo. Más potente de cuanto la más potente voz humana puede dar, pero muy “interno”. Grito “encarnado” y circunscrito en un radio estrechísimo. Grito para uso local. Grito “doméstico”. Grito “cubicular”. Grito “para unos cuantos íntimos”.

Al estallar el grito, las puertas del armario se abren de par en par. Billi da un salto y se mete en el armario, que cierra enseguida sus batientes. ¿Billi ha saltado voluntariamente dentro del armario, o bien ha sido aspirado por el armario? En el mismo momento en que los batientes se abrían, los vestidos de Ismene volaron hacia fuera del armario, dispersándose por toda la recámara, como ropa lavada y tendida en el campo.

Ruti se asoma a la puerta, más lúgubre que nunca:

—¡Qué gente tan desconsiderada! —dice Ruti—. ¡Me hacen recorrer ciento cincuenta kilómetros en coche y no...! ¿Pero qué desorden es éste? ¿Por qué tus vestidos están sobre los muebles, en el piso? ¡Con lo que ahora cuesta un vestido!

Ismene ve sus vestidos desparramados en todo el cuarto. ¿Pero son realmente sus vestidos? Ahora todos son de color blanco. Mira su vestido de noche sobre el respaldo de la poltrona, semejante a un náufrago aferrado al escollo. La forma es la misma, pero ya no es de color rojo, sino blanco. Mientras Ismene mira estupefacta su vestido queriendo reconocerlo, éste comienza a enrojecer poco a poco, hasta recuperar el color que el miedo había hecho desaparecer.

Ismene, en cambio, no recupera aún su color: teme que Ruti abra el armario para guardar él mismo, tan meticuloso, los vestidos desparramados.

Ruti le dice:

—El orden es la primera de las cualidades en un ama de casa. No lo olvides.

Y se va.

Ahora también Ismene recobra su color, en medio de toda su ropa dispersa, y las prendas recuperan sus colores: el rojo, el celeste, el verde, el anaranjado, el violeta.

Al volverle el color a la cara, se dirige hacia el armario y lo abre. Pero el armario está vacío.

Desde ese día Ismene no quiso apartarse del armario. No volvió a probar alimento, y las pocas horas que pudo dormir, las durmió sentada en la poltrona, junto a los batientes entreabiertos de Bago.

Vivió quince días más. Guando le quitaron el cobertor que tenía sobre las piernas, hallaron una nota posada en sus rodillas. Estaba escrita con caligrafía infantil. “Deseo que me encierren también dentro del cuerpo oscuro y bueno de Bago. Que nadie saque de ahí mis vestidos: son mis amigos.” En la parte inferior de la nota había una aclaración: “Bago es el nombre del armario de mi recámara”.

Rutiliano odiaba la extravagancia en todas sus formas, pero en vista de que la costumbre ha dispuesto que la voluntad de los muertos sea respetada, incluso las absurdas, Rutiliano ordenó que se cumpliera tal y como estaba escrito en la nota.

Ismene fue colocada en el armario, y éste en la fosa, una fosa demasiado ancha para un cuerpo tan pequeño. Como un padre que acoge a una hijita en su pecho.

 

 
 

* Juego de palabras. Rutti con doble t, es el plural de rutto: eructo.