Material de Lectura

Petición laboral

 

Señor Director:

El martes pasado fui llamado al Departamento de Personal, donde el licenciado Del Río tuvo a bien explicarme la causa de los descuentos con que he recibido los sobres de mi paga en las dos quincenas anteriores. Tuvo además la gentileza de comunicarme que, en caso de reincidir en los retrasos, descuidos y ausencias en que he incurrido durante las últimas semanas, se verá obligado a proceder con mayor energía y que, si llegase a hacer falta, tendrá la penosa necesidad de pasar de las advertencias, multas y suspensiones, sin más, a un despido definitivo.

Naturalmente comprendo que en esta empresa a su digno cargo es preciso mantener la disciplina, el orden, la armonía, los horarios fijos y todo lo demás. En mi defensa quiero decir solamente que estoy enamorado.

Espero que al leer esto no cometa usted la estupidez de reírse y menos aún la vulgaridad de enfurecerse. Seguramente usted ha probado más de una vez los dulces dardos de la pasión amorosa y sabrá mejor que yo que el enamorado no duerme ni come ni puede concentrarse. Que camina por la calle enloquecido por alucinaciones que lo asaltan a cada paso: “Es ella, es ella”, se va diciendo cada cuadra y media, e intenta de pronto cruzar de una acera a otra, con indudable riesgo de su vida, o subir a un camión —por supuesto, con un riesgo mucho mayor—, o entrar a un edificio o alcanzar un automóvil en marcha... solamente para descubrir que está equivocado, que de nuevo ha creído verla en otra mujer, en una mancha de sol, en un reflejo sobre una ventana, en el mero paso de una sombra. Y, naturalmente, el enamorado seguirá todas esas pistas falsas que le muestre su ansiedad sin preocuparse de horarios, climas, tiempos ni distancias.

¿Quién no sabe del enamorado que languidece mañanas enteras al lado del teléfono, en espera de una llamada que nunca llegará? ¿Del que ronda la casa de la amada con la ilusión de verla salir o llegar a asomarse por la ventana? ¿Del que pasa la tarde apostado en una entrada del metro porque algún día la vio pasar por allí? ¿Del que puede acompañarla de un lado a otro de la ciudad, de una a otra ciudad, de uno a otro país sin más esperanza que alcanzar su sonrisa? ¿Del que permanece absorto días enteros, con la mirada perdida en el recuerdo o en la ilusión, acodado en el escritorio donde el trabajo se acumula? ¿Del que comienza a hablar y en el camino olvida lo que quería decir porque ella ha cruzado por su pensamiento?

Señor Director: ¿Cómo puede esperarse un rendimiento aceptable de quien está enamorado? ¿En qué cabeza cabe que sea posible exigirle esfuerzos y resultados?

Solicito de su alta intervención no solamente que se me reintegren los días de sueldo que se me han quitado, sino que se estudie la posibilidad de considerar el enamoramiento como una causa justificada de incapacidad para trabajar. (Estar enamorado es mucho más grave que la influenza, la salmonelosis o el sarampión.) No está de más decir que si usted llevara esta iniciativa ante las autoridades laborales y consiguiera que las instituciones de seguridad social la tomaran en cuenta, la humanidad entera estaría obligada a manifestarle su imperecedera gratitud.