Material de Lectura

Papeles

 

Señor Director:

Me permito distraer su fina atención para denunciar, con angustia, ciertas anomalías que vienen afectando no sólo mi desempeño laboral, sino mi vida familiar, desde hace varias semanas. Como usted sabe —o me imagino que sabe, o que puede saber, si lo desea—, hace catorce años que trabajo en la Institución. No soy un recién llegado. Hace nueve que laboro en la misma sección, en el mismo cubículo, en el mismo escritorio. Conozco muy bien mis obligaciones. Soy cumplido. Soy puntual. No me gusta perder el tiempo. Sólo por no parecer presuntuoso no agrego que soy eficiente. Pero, finalmente, uno puede darse cuenta del trabajo de uno y de los demás.

Hasta hace poco tiempo, mi mayor orgullo era dejar limpio el escritorio. Todos los días. Ningún pendiente. Ni el más triste oficio, ni la más exigua remisión, ni la más anodina copia de archivo tenían que esperar al día siguiente. Todo lo atendía, todo lo veía, todo lo despachaba. Cada día me enfrentaba a una buena pila de papeles, y para media mañana había terminado con ellos. Me marchaba a casa iluminado y contento.

Luego sucedió aquello. Lo recuerdo tan claramente como si fuera hoy. Había casi concluido con mis tareas cuando dejé mi escritorio para cumplir, brevemente, con necesidades a las que nos sujeta nuestra naturaleza animal. Al regresar, encontré en mi lugar una nueva, nutrida, enorme pila de documentos sin revisar. Por primera vez en la vida llegó la hora de salida sin que yo hubiese terminado mis labores. ¿Debo decirle que esa noche no dormí? ¿Que, contra mi costumbre, mi comportamiento fue esa tarde inútil y absurdamente irascible? ¿Que mi mujer y mis niños me veían temerosos y azorados, sin comprender lo que sucedía? Y eso que nadie sospechaba lo que estaba por venir.

A partir de entonces tal ha sido el sabor y el dolor de mi vida. Apenas salgo de mi oficina, no importa para qué, cuánto tiempo, a dónde vaya, al volver encuentro mi escritorio lleno de papeles. Me he entrevistado con mi jefe inmediato, con el de sección, con el de piso, con el de personal. Todo ha sido en vano. Me he quedado a trabajar en las noches, los sábados, los días de fiesta... he olvidado lo que son las vacaciones. Da igual. No logro ponerme al corriente. Apenas salgo, aparecen más papeles. No sé quién los trae. No sé de dónde vienen. He llegado a pensar que ellos mismos se multiplican. Tiemblo ahora, al tiempo que escribo, porque sé que, mientras lleve esta carta a su destino, en busca de auxilio, los papeles que cubren mi escritorio crecerán.