Material de Lectura

Nota introductoria


Giovanni Verga nació el 2 de septiembre de 1840, en Catania, Sicilia. En ese mismo año nacen también Daudet y Zolá. La familia —acomodada, de origen noble y con tendencias liberales— era propietaria de casas y terrenos de labranza en Catania y en Vizzini, lugares en los cuales Verga vivió hasta 1865. A los diecisiete años de edad escribe su primera novela, Amore e patria, bajo la guía y estímulo de su profesor Antonio Abate, literato y patriota. En 1858 se inscribe en la Facultad de Leyes de la Universidad de Catania, misma que abandonaría el año siguiente para dedicarse al periodismo. En 1861 funda, con Nicolò Niceforo, el semanario político Roma degli italiani, de tendencias unitarias y antirregionalistas. A esa época pertenecen I carbonari della montagna y Sulle lagune. Dos novelas con temas patrióticos bien acogidos por la crítica.

En 1865 se establece en Florencia, animado por el éxito obtenido con Sulle lagune, publicada el año anterior por el periódico florentino Nuova Europa. Frecuenta los salones literarios de la capital toscana, donde conoce a los escritores Giovanni Patri, Aleardo Aleardi, Arnaldo Fusinato, al anarquista Mijail Bakunin y a Francesco Dall’ Ongaro. Entra en contacto con Luigi Capuana, con el cual pronto estrecha una amistad que durará toda una vida. Durante los siete años de estadía florentina escribe y publica Una peccatrice (1866) y Storia di una capinera, dos novelas “mundanas” y artificiosas.

En 1872 Verga cambia su residencia a Milán, que es ahora el centro artístico y literario de Italia. El éxito reciente de Storia di una capinera, tanto el público como la crítica, le abre las puertas del salón de la condesa Maffei, donde acuden regularmente los artistas y críticos más destacados. Allí conoce y entabla amistad con Arrigo Boito, Girolamo Rovetta, Federico de Roberto, Giuseppe Giacosa y con el periodista Eugenio Torelli-Vioillier, fundador del periódico Il corriere della sera. En la capital lombarda halla todo tipo de estímulos para dedicarse enteramente a la creación literaria, influido claramente por la novela psicológica francesa. Publica Eva, Tigre Real y Nedda en 1874; Eros, en 1875 y Primavera e altri racconti, en 1876. Al aparecer Nedda, Luigi Capuana —narrador y teórico del verismo, la versión italiana del naturalismo francés: señaló en una recensión que Verga había encontrado un “nuevo filón en la mina casi intacta de la narrativa italiana”. Efectivamente, ese “boceto siciliano” indica un giro de noventa grados en la obra de Verga, que le da la espalda a la temática y al tono del romanticismo decadente para adherirse al movimiento verista.

“El verismo, versión italiana del naturalismo, se aparta notablemente de las teorías de Zolá, y parece estar más directamente ligado al realismo manzoniano y a las lecciones de (Francesco) De Sanctis. El ambiente era distinto: mientras los franceses describían generalmente el mundo del proletariado parisino, los italianos —de Verga a Capuana, de la Serao a Di Giacomo, de Pascarella a D’annunzio, cada quien con resultados diversos, naturalmente— volvieron la mirada a la realidad regional, que era, incluso desde un punto de vista político-social, la más importante en aquel momento. Así, la fría objetividad se vio substituida por la “investigación” de la tierra natal, y el nostálgico embeleso de la infancia y el mundo primitivo ocupó el puesto del rigor científico.”

La gran etapa genial de Giovanni Verga llega cuando éste se vuelve a su tierra natal, a los “corazones sencillos”, a la civilización patriarcal de la Sicilia eterna, habitada por hombres con necesidades elementales, adoradores del hogar y del culto a los muertos. Sus personajes son ahora pescadores humildes, campesinos miserables y pastores, los verdaderos protagonistas de la inmutabilidad de la vida humana, inmersos en un mundo que se hallaba a un solo paso de la animalidad, de la absoluta esencialidad.

A esta época pertenecen Vita dei campi (1880); I Malavoglia (1881); Novelle rusticane y Per le vie, dos series de cuentos publicados en periódicos y revistas reunidos en volumen en 1883, así como también Mastro-don Gesualdo, que publicó en 1888. Exceptuando Per le vie, estas obras están consideradas como el más alto logro del verismo y de la narrativa verguiana, la cual halló en D.H Lawrence a su más apasionado traductor y divulgador en lengua inglesa. Éste aseguraba: “(Verga) Es el más grande novelista italiano después de Manzoni. Sin embargo, nadie le hace caso (...) Verga es un gran maestro del cuento. El libro Novelle rusticane y el volumen titulado Cavalleria rusticana (Vita dei Campi) contiene algunos de los mejores cuentos escritos en todo el mundo. En ellos hay unos tan breves y convincentes como los de Chejov. No obstante, nadie los lee. Son ‘demasiado deprimentes’, dicen. No deprimen ni la mitad de cuanto deprime Chejov. No entiendo el gusto del público.” Además de Mastro-don Gesualdo, Lawrence tradujo también, para una editorial norteamericana, Vita dei campi y Novelle rusticane.

Giovanni Verga deja Milán y va a establecerse definitivamente en Catania (1894), donde residiría hasta su muerte (1922), salvo algunas breves estadías en Milán y Roma. Un año antes el tribunal milanés había fallado a su favor, reconociéndolo como coautor de la ópera Cavalleria rusticana, ganando con ello el juicio entablado contra Mascagni y, de paso 143,000 liras. En Catania se llevó un encuentro entre Verga, Zolá y Capuana. Escribe cada vez menos. Regresando a su ciudad natal publica Don Candeloro e Ci, un libro de cuentos. En 1911 trabaja en la novela La Duchessa de Leyra, que debía continuar con el Ciclo dei vinti, de la que sólo escribió un capítulo que apareció póstumo en 1922. Dicho ciclo se había iniciado con I Malavoglia y Mastro-don Gesualdo. El último periodo creativo, tanto en la narrativa como en los dramas, carece ya del vigor genial de su época verista, inclinándose ahora hacia “la dorada mediocridad”, según la frase de Giacomo Debenedetti. No obstante, se le reconoce como el clásico en vida, maestro indiscutible al lado de Alessandro Manzoni. Con el advenimiento del crepuscularismo y el decadentismo la obra verista de Verga se eclipsa, para reaparecer con enorme fuerza inspiradora del movimiento neorrealista de la posguerra. Se reconoce su influjo en la obra temprana de D’Annunzio, en Pirendello, Grazia Deledda, Cesare Pavase y Pier Paolo Pasolini, entre otros. En 1948 Luchino Visconti filma La terra trema, película basada en I Malavoglia.

Giovanni Verga se resistió siempre a teorizar acerca de su obra. Que se sepa sólo una vez lo hizo, y podemos hallar ese testimonio en la extensa dedicatoria del cuento “L’amante de Gramigna”, dirigida a Salvatore Farina. Se transcribe íntegra en razón de su importancia:

Querido Farina: éste no es un cuento sino un simple borrador. Por lo menos tiene el mérito de ser breve y, tratándose de algo histórico —un documento humano como se dice ahora— interesante también para ti y para todos los que estudian el gran libro del corazón. Te lo cuento tal y como lo escuché en las veredas, más o menos con las mismas palabras sencillas y pintorescas de la narración popular, ya que tú preferirás hallarte cara a cara con el hecho escueto y desnudo en lugar de tener que buscarlo entre líneas, a través de la lente del autor. El simple hecho humano siempre hace pensar; siempre dará la eficacia de haber ocurrido, de las verdaderas lágrimas, de las fiebres y sensaciones que han pasado por la carne: el misterioso proceso por el cual se anudan, se entrelazan, maduran y se despliegan las pasiones en su camino subterráneo, en su ir y venir que a menudo aparece contradictorio, por mucho tiempo aún seguirá constituyendo la poderosa atracción de ese fenómeno psicológico que forma el argumento de una narración y que el análisis moderno procura ver ahora con escrúpulo científico. Hoy te cuento solamente el punto de partida y el final, que a ti te bastará, como algún día bastarán a todos.

Nosotros continuamos el proceso artístico al cual debemos tantos momentos gloriosos, pero con un método distinto, más minucioso e íntimo. Sacrificamos de buen grado el efecto de la catástrofe en nombre del desarrollo lógico, necesario, de las pasiones y los hechos, para hacer de ella algo menos imprevisto y dramático quizá, pero no menos fatal. Somos más modestos, si es que no más humildes. La demostración de este oscuro vínculo entre causa y efecto no será ciertamente menos útil para el arte del porvenir. ¿Se llegará algún día a un perfeccionamiento tal en el estudio de las pasiones que resulte inútil proseguir con el estudio del hombre interior? La ciencia del corazón humano, que será el fruto del nuevo arte, ¿desarrollará de tal modo todas las virtudes de la imaginación para que las novelas del porvenir traten únicamente de hechos diversos?

Cuando en la novela la afinidad y la cohesión de todas sus partes sea tan completa, que el proceso de la creación permanezca como un misterio, como el despliegue de las pasiones humanas; cuando la armonía de su forma sea tan perfecta, la sinceridad de su realidad tan evidente, su modo y su razón de ser tan necesarios, que la mano del artista quede absolutamente invisible, sólo entonces poseerá la impronta del acontecimiento real; la obra de arte aparecerá como algo que se ha hecho a sí mismo, que maduró y brotó espontáneamente como un hecho natural, sin guardar ningún punto de contacto con su autor, sin mancha alguna del pecado original.

 

Guillermo Fernández