Material de Lectura

Nota introductoria
 


Extraño en términos estilísticos a la generación que le toca vivir, Humberto Guzmán (Ciudad de México, 1948) elabora desde sus primeros textos un discurso que se caracteriza por la experimentación formal, ajeno a la llamada literatura “de la onda”, movimiento que se encontraba en auge cuando aparecen sus libros de cuentos Los malos sueños (1968), Contingencia forzada (1971) y la novela El sótano blanco (1972). Estilo de carácter formal que sigue cultivando hasta la fecha.

La escritura de Guzmán se caracteriza por el discurso antilineal que, en términos de nuestras letras, encuentra antecedentes en Salvador Elizondo, Sergio Pitol, Juan Vicente Melo, Juan García Ponce y José Emilio Pacheco. Más que interesarse en anécdotas, se aboca a hacer emerger la parte oculta de lo humano. Su discurso se enraíza en lo onírico, lo misterioso y en un fino erotismo que por sí mismos construyen atmósferas puras y tajantes. No sobra palabra alguna en sus relatos, lo que nace es la literatura y el lector es el testigo.

La narrativa de Guzmán apenas alude a las emociones de sus personajes y en nada —como sucede en otro tipo de literatura— intenta despertar sentimentalismos. No es infrecuente encontrarse con relatos (como “Textos inservibles”, incluido en este cuaderno), en los que se carece de secuencias lógicas y que permiten el desvanecimiento literal de los personajes a fin de que aflore en su magnificencia el lenguaje, protagonista de muchos de los textos de Humberto Guzmán, al parecer fieles a la premisa de que la razón no explica el misterio, pero explica que no se explique.

Los relatos aquí reunidos fueron escritos entre 1971 y 1985 y provienen de diferentes libros, salvo “Lo luminoso de los ojos”, que se publicó por primera vez en el número navideño de 1994 de la revista Los universitarios. A pesar de la diferencia de fechas de publicación, todos los relatos que aquí se muestran poseen los rasgos estilísticos de Guzmán y sus preocupaciones esenciales: experimento, erotismo, pesadilla, misterio y caos sólo rescatable a través del sentido que le brinda el propio lenguaje que, a su vez, está en peligro de desmoronarse. Premisa esta última, paradojal, pero que encuentra ecos en las vanguardias pictóricas del principio y mediados de siglo y en la literatura de Beckett, Arrabal y los escritores insertos en la llamada corriente del absurdo como Adamov, Ionesco, Pinter y Vian. Arte, literatura o dramaturgia, al fin, que inevitablemente cuestionan su propia existencia; amenazas contra la propia amenaza desintegradora.

Voluptuosidad, sueño, desasosiego, muerte y sus interrelaciones son temas recurrentes en los relatos de Guzmán que recuerdan los ambientes de la poesía de Villaurrutia: “Hallar en el espejo la estatua asesinada,/ sacarla de la sangre de su sombra,/ vestirla en un cerrar de ojos,/ acariciarla como a una hermana imprevista/ y jugar con las fichas de sus dedos...”; y que confirman el planteamiento de Aristóteles de que “los hombres que se distinguen en la filosofía, en la vida pública, en la poesía y en las artes son melancólicos, al grado de que algunos entre ellos sufren el morbo que viene de la bilis negra”. No en vano uno de los libros más importantes de Humberto Guzmán lleva por título Seductora melancolía.

Esta muestra recoge siete textos de diversos libros y diferentes etapas de la narrativa de Humberto Guzmán. De esta suerte, “Apuntes de una modelo” es un relato no tradicional escrito a partir de lo que su autor llama “siete apuntes”. Los personajes son imágenes de una revista que se relacionan —como en Morirás lejos de Pacheco—, en el plano imaginario de quien los observa; el devenir histórico se desmorona sin violencia, en esa especie de paraíso del que gozan “los muertos igual que los que no han nacido todavía”, asunto que recuerda los versos del poema “El buitre” de Beckett que se refiere a quienes “yacen en el vientre/ pronto tendrán que levantarse a la vida y transformarse/ escarnecidos por un tejido celular que servirá/ cuando la tierra, el hombre y el cielo/ se hayan transformado en carroña”.

“Pradera de amapolas lilas” y “Lo luminoso de los ojos” se centran en el misterio que envuelve la muerte como el fruto su semilla. No se trata de una agonía ni de un fin de corte realista. Parece tratarse de una transustanciación, un extraño tránsito a otro estado, cuya importancia no radica en el hecho de contar, sino en el desarrollo y la creación de atmósferas que alteran una rara crueldad con un toque poético.

“La sabiduría del alba” anuncia desde su primera frase el contenido del relato: un levantarse al día siguiente del postrer insomnio. Un texto así niega desde su inicio la idea tradicional del cuento: no se trata de anécdota. El autor incide en pocas líneas en la compleja relación entre el mórbido desdoblamiento de la melancolía y el erotismo como último y magistral orgasmo.

En “El enigma de la imagen” Guzmán aborda la fantasmagoría de la memoria; el mundo del recuerdo no es lineal, tampoco unidimensional, situación que permite la “confusión” de la remembranza en favor de la construcción de un texto multipolar que estalla a partir de una tarjeta postal y provoca el flujo de imágenes sin otra referencia más que el deseo.

Con un excelente manejo de la intertextualidad, Guzmán construye “Textos inservibles”. Nuevamente la anécdota cede lugar a una atmósfera enrarecida: transformación de la humanidad en una especie inferior.

Finalmente se presenta un fragmento de “Consigna idiota” que por sí mismo es un ejemplo de texto redondo y perfecto; prosa poética que lleva a su máxima expresión el lazo entre melancolía, vacío existencial y sensualidad.

Prosa, en fin, que ha superado la tragedia y anticipa la muerte de lo conocido y la esperanza en una incierta metamorfosis. Prosa ya del siglo XXI en paz con la culpa y las vanguardias.
 
 
Jennie Ostrosky