Material de Lectura

 

Nota introductoria

 

Me piden un prólogo para una reunión de cuentos de Jorge F. Hernández, lo cual me obliga a preguntarme qué, en principio, es un cuento, y esto me causa una mise en abîme, es decir me pone ante un abismo del que veo dónde se abre pero no hasta dónde tiene el fondo, si es que lo tiene, y ya sospecho que la pregunta deberá pasar por otras preguntas sucesivas, reciclables y también sin fondo, digamos: ¿qué es la vida?, ¿cuál es la relación de la vida con el cuento?, ¿cuál la relación de un cuento de Jorge F. Hernández con el género del cuento y, de paso, con la vida?, ¿y cuál la relación de un cuento del susodicho J.F.H con el lector que soy?, y, a propósito: ¿qué clase de lector soy?, o mejor dicho: ¿quién soy y cuál es mi relación con la literatura… y con la vida?

Así, sin darme cuenta, me habría deslizado al vértigo, como suele ocurrir cada vez que tratamos de recorrer una cinta de Moëbius, esa demoníaca invención que es una sola superficie retorcida en sí misma para cerrarse con los extremos unidos, pero da dos vuelta, de modo que la superficie es a la vez dos y sólo una, y, como el 8 horizontal (∞), significa el Infinito.

¿Qué hacer? Recuerdo aquello que dijo cierto sabio inolvidable (aunque por el momento no recuerdo quién) al que preguntaron acerca de algo, y respondió: “Si me lo preguntan, no lo sé; si no me lo preguntan, lo sé.”

¿Mejor será comenzar, por ejemplo, con Jorge F. Hernández tel qu’en lui même?

Va en tentativa y como un relato without fiction:

En algún día de los últimos años ochenta, un joven de imponente y casi imperativa corpulencia entre balzaciana y chestertoniana y de tan marcada dicción madrileña que no pude menos de sospechar que era un madrileño voluntario, no de origen (y luego sabría que era mexicano y, el colmo, era deefeño), entró en la oficina —de pronto aún más achicada por su sola presencia— de la redacción del semanario cultural que yo dirigía, y con el aplomo de Colón al poner vertical un huevo sobre la mesa, puso horizontal sobre mi escritorio “El huevo de Colón”, un texto de unas veinte cuartillas del que dijo que era un cuento aunque se subtitulaba “Crónica de un viaje trasatlántico” (qué cosa más rara, porque los cuentos no suelen llevar subtítulo). El cuento/crónica era bueno, o buena, y lo publiqué. Luego, tras haber yo leído otros cuentos ¿u otras crónicas? de Jorge F. Hernández (a ver, trate usted de decirlo en voz alta sin traducirlo a “Jorge Fernández”) he llegado a la conclusión de que lo que más tilt (o tilín, dicho sea al modo de los Madriles) le hace, es escribir textos mestizos, o intergenéricos, es decir textos entre cuento y crónica, o entre ensayo y cuento, y aun de ese ente polimorfo que está entre crónica, ensayo, relato y pianola con vista al mar.

Esa condición mestiza de la escritura de JFH se manifiesta en sus dos novelas y/o crónicas y/o ensayos que ha publicado hasta ahora en plan de novelista: La emperatriz de Lavapiés, de 1999, y Réquiem para un ángel, de 2009. Si Stendhal, rimando con un tal Saint-Real, decía que la novela es un espejo paseado a lo largo de un camino, de las dos novelas de JFH diré que una es un espejo paseado a lo largo, lo ancho e incluso lo profundo (dimensión que suele ser difícilmente paseable) de la ciudad de Madrid, o Los Madriles, y la segunda refleja, en calidoscopio, a la Ciudad de México, o Esmógico City. En ellas JFH vaga, divaga, extravaga con una golosa escritura divagatoria, tentada de incurrir en el poema en prosa y frecuentemente caída en tal tentación, o, mejor dicho: elevada a ella, mediante el proceso narrativo de la cinta de Moëbius, que permite contar algo y a la vez lo sospechable y los quizás de ese algo. Se diría que en la primera novela el autor se dejó conducir por el greguerístico Ramón Gómez de la Serna, cuya mirada ramonea por la realidad periférica, y que en la segunda novela (que revisita, medio siglo y mucho esmog después, La Región más Transparente, de Carlos Fuentes) tuvo por guía, en algunos de sus pasos, a John Dos Passos, el novelista/cronista de narratividad calidoscópica. Pero…

Pero en este cuadernillo de la colección universitaria “Material de Lectura” (vaya material tan espiritual) tenemos, no las novelas de JFH, sino unos cuantos cuentos de JFH, en los que hay mucho de la destreza, la tejemanejería, el gozoso flujo narrativo del autor de marras (perdón, nunca he sabido qué quiere decir “de marras”, expresión odiosa que no sé cómo pudo pasar a mis dedos y de éstos al teclado), pero ahora todo ello más adelgazado, más sintético o sinóptico, más puramente narrativo, como exige el género. Y como no se trata de apagar los cuentos mediante un análisis que aboliría el suspense, permítaseme decir tan sólo, pero nada menos, que son cuentos excelentes, que, quizás, uno habla de eso que se diluye en los espejos, otro de una noche de ronda, otro de un farol en la noche y otro va de regalo, o sea en un tentador paquete que no se vale abrirlo antes de decir gracias.

Y, como conclusión (por ahora), a ver, diga usted Jorge F. Hernández sin traducirlo a “Jorge Fernández”.

  

José de la Colina