Material de Lectura

 

Nota introductoria


En defensa de las sombras


Tal es el título del sugerente ensayo del escritor japonés Junichiro Tanizaki que le viene como anillo al dedo a la obra narrativa de Ana Clavel, quien ha buscado su lugar en nuestro medio literario de manera independiente y original pues eligió adentrarse en los territorios de la literatura erótica, desde una visión estrictamente femenina y personal, que no se había dado en términos narrativos en nuestro país.

Si Juan García Ponce se propuso recrear en sus cuentos y novelas las motivaciones lascivas y perversas que, a veces consciente, a veces inconsciente, impulsan al ser humano —como lo hicieran antes D.H. Lawrence, Henry Miller, George Bataille o el mismo Tanizaki—, Ana Clavel asumió una consigna semejante y muy valiente, siguiendo los pasos de Anaïs Nin, Pauline Réage, Simone de Beauvoir y, más recientemente, Alina Reyes. Aproximarse al erotismo desde lo que ella defi ne como “el arte de la sombra”.

Sombra: hermosa palabra que evoca infinidad de posibilidades poéticas y simbólicas. “Amor a las sombras” le llaman a la enfermiza atracción que algunos hombres padecen hacia una mujer que aman compulsivamente pero a la que sólo pueden cortejar a la distancia y de manera anónima, principalmente, a través de cartas y misivas. “Detente sombra de mi bien esquivo”, le dice Sor Juana al amante que va a abandonarla pero que ella conservará gracias al poder de su imaginación. “A la sombra de las muchachas en flor” tituló Proust a la novela cuando Marcel cae en el oscurísimo y angustiante romance con Albertine. “La línea de sombra” le dice Joseph Conrad a la edad en que un hombre deja de ser joven. “Sólo quiero un rincón a la sombra de tu dicha” pide Omar Kayam a su amigo el gran visir en el ensayo de Borges sobre Edward Fitzgerald. “Sombras suele vestir” es parte de un soneto de Góngora del que se sirve José Bianco para incorporar una historia de fantasmas. Tanizaki le atribuye a las sombras el gusto de los japoneses para buscar belleza en la oscuridad. El lado sombrío de la vida tiene que ver con lo secreto, lo prohibido, lo erótico, lo extraño y lo subversivo. Sombra es el reflejo plano y negro de un objeto. Sombra equivale a una doble oscuridad. Los seres sin alma jamás proyectan sombra.

En el texto que abre el presente volumen Ana Clavel busca establecer su “poética”. Soledad, la protagonista, le plantea a su sombra, en términos narrativos, la siguiente pregunta: “¿Cuántos no han tenido que boquear desesperados en las grutas del sexo? ¿A quién le resulta fácil esa angustia de lo propio desconocido? ¿Quién no es juguete del deseo de los otros —y sobre todo, quién no goza siéndolo?”

Para Clavel la poética de las sombras está estrechamente vinculada con el deseo. Sombra y deseo se identifican una con otro pues, como comenta Tanizaki, “La oscuridad no nos molesta, nos resignamos a ello como algo inevitable”, lo cual, traducido a la narrativa de Ana Clavel, sería tanto como decir que la oscuridad (lo prohibido) y el placer (el deseo) no son incompatibles sino más bien complementarios. Y, como en Juan García Ponce, Ana Clavel asume que “hay que dejar que los deseos de tus sombras te invadan” pues para ella es a partir de “la sumisión del objeto como se logra la subversión perfecta: la cristalización de la conciencia y la voluntad de convertirse en imagen y no en cuerpo real, de ser sombra, aura, nube, huella, sueño…”

Por todo lo anterior los textos aquí reunidos forman una amplia gama narrativa de diferentes acercamientos o ensayos en torno a la obsesión que Ana Clavel muestra por las sombras, los deseos, el erotismo, lo prohibido y lo subversivo, a través del arte de la fotografía, el dibujo, la pintura y la literatura. Acaso el texto más provocador en estos términos sea el titulado “El periodo de tiniebla”, en el que la autora se sirve de la metáfora de la vida como una enorme “cámara oscura”. Giotto de Winterthur ciega su cabaña para establecer un mundo de sombras desde cuya oscuridad interior dibuje los hermosos cuerpos desnudos de las mellizas Clara y Elise, capturadas gracias a las artísticas manos del dibujante, quien plasma sus imágenes como acto propiciatorio a la posesión de sus cuerpos.

Luz, oscuridad, realidad, deseo, sueño, alquimia, magia, muñecas y simulacros corporales en torno a lo femenino, a su deleite, a las restricciones, prohibiciones, éxtasis y furores. Esos son algunos de los elementos que el lector encontrará en esta interesante muestra de lo que Tanizaki defi nió simplemente como los “sueños vacuos de un novelista”.

 

  Hernán Lara Zavala