Material de Lectura

Después del bombardeo

 

Después del bombardeo la ciudad es otra.

Millares de pequeños detalles se trastocan y algunas escenografías parecen haber sido movidas de forma un poco anárquica; lo que situábamos a la izquierda está ya a la derecha, y lo que estaba en alto se ha caído.

Aparte de este cambio esencial en los elementos que teníamos tan fijados en la mente y eran como lo cotidiano y casi no visto, otras cosas cambian o se evaden.

Se producen también fenómenos curiosos que van a ser explicados de mil formas distintas a lo largo de los días siguientes; por ejemplo, cuando estalló el polvorín, cerca de la Estación del Norte, estuvieron cayendo durante horas, en la calle, trapitos blancos.

Eran como hojas de papel de fumar que flotaban en un olor acre y agudo; hojas que se balanceaban, planeaban con movimientos muy delicados y se iban a posar, con muy suave tacto, sobre el pavimento, los árboles, las cosas rotas.

El cielo se llenó de estos papelitos, tan frágiles que en ocasiones se partían en dos apenas si un poco de aire los hacía danzar con más fuerza.

Y esto no es todo; se cae una gran casa de tres pisos y allá entre los escombros, en la tercera ventana contando desde abajo, vemos una botella en equilibrio inestable pero intacta. A su alrededor se ha derretido el hierro, se quebró una gran piedra, se han quemado las grandes vigas de nogal, y la botella, sin embargo, está allí, conteniendo algo que no se ha derramado, ofreciéndose al asombro de todos cuantos pasan.

Después del bombardeo la ciudad se transforma como un puzzle terminado al que una mano sacudiera ferozmente. Nada está en su sitio, todo tiene un sitio nuevo, y el árbol al que mirábamos inadvertidamente al pasar a la escuela, ya no está.

Una bomba certera consigue que una casa muestre sus tripas y veamos cañerías, los tubos del retrete, el sistema eléctrico y todo lo demás. La casa se abre a la curiosidad pública como un cuerpo sobre la mesa de operaciones, y algunas de sus entrañas son también rojas y cálidas; otras, oscuras y podridas.

Allá en lo alto, junto a un armario roto, algo hay pequeño y claro. Y las gentes se paran en el centro de la calle y discuten si es un guante amarillo o una mano cortada.

Después de un bombardeo, en la Tenderina Baja, una casita se partió por la mitad y a la calle fueron proyectados cientos de libros viejos.

Los niños gozamos con la rapiña, cargamos los libros de hojas resecas y nos repartimos el botín, ya en plena noche.

Fue un buen saqueo; la guerra nos debía mucho y nos pagó una parte en primeras ediciones. Estaban en latín y no entendimos nada.

En algunas otras ocasiones, el bombardeo prestaba otro tipo de favores.

—Paco Ignacio, levántate y mira por la ventana. La casa de enfrente se ha caído y se ve el campo.

                                     

(Para aclarar las aguas del olvido)