Material de Lectura

Páramo*

 

 

Ezequiel:
Voy tronchado a que Fernández ni se las espantó. Bueno, ni siquiera Justina, que presume de larga. ¿Un homenaje a este buey? No, hombre, si no estoy lucas. Lo del homenaje lo inventé nada más para hacer un relajito: este que empieza. Vamos a conseguir una publicidad de ocho ochenta. Ya veo las cabezas de los periódicos: “Grave escándalo en el Anfiteatro Bolívar”, o: “Salvaje conducta de los estudiantes.” Todo depende de tu discurso, mi viejo. Cárgale a la raza, cárgale... ¡Eso, mi refugacho: la urss es el bastión de las libertades humanas! Bonito, bonito hablas cuando dices pendejadas... ¿Más mezcla, maistro?

Otra vez, mi viejo, para que la raza se alebreste. Ábrete de capa... Pero Torres y sus braveros, ¡qué infelices! Ya era tiempo de que les sonaran a esos mitoteros... “Muchachos, si consiguen que el orden no sea alterado, les disparo la cena.” ¿Y creen que así nadamás? ¡Pero cuándo, hombre! ¡A repartir leña! (Quién les manda estar doblados.)

¡Ahí están los comunistas! Le aplauden al refugacho. Los mochos chiflan. ¡Ya se hizo! ¿Y ése cree que es orador? ¿Por qué se calla? ¿Porque hay relajo? Pues si es lo que yo quiero. Un poquito más, un poquito para que la plebe se pique. ¡Bravo, ya sigue! Y ahora los gritos... ( ¡Viva la urss!) Ese es el mío (¡Abajo el comunismo!) y ése también.

Sí, Torres, suénale aunque sea escuintle. ¡Quién le manda andar de hablador! Así se pega, hermano. ¡Qué boletín de prensa voy a hacer!: “Como organizador del homenaje al maestro Acosta, deploro que un grupo de estudiantes inexpertos, azuzados por agentes nazis”... ¡Suave: quintacolumnismo!... ¿Y Acosta? Mmmm, se trae un cisco.

¡Hombre, sería muy buen punto! “Venga, maestro, usted no debe ser testigo de esto”, y con pretexto de llevármelo, lo meto a los trancazos. Con que le rompan él hule, ya tenemos mártir y publicidad y... Espéreme, maestro, voy por usted.

Justina y Fernández, sentados en butacas contiguas del Anfiteatro Bolívar, muy cerca de la plataforma, hilvanan una conversación en medio de gritos, silbidos y aplausos.

 

Justina:
Miré, Pepe, a aquel bigardón pegándole a un pobre chamaco. ¡Qué horror! (Lo que es Robles, metió las cuatro. Ojalá y mataran al mocoso para que se le aparezca el diablo.)

Fernández:
¡Poco hombre!, ¿por qué no se pone con uno de su tamaño? (También para qué le andan haciendo ruido al chicharrón.)

Justina:
(Ahora es tiempo de que éste le ponga la cruz al hijo de su pelona.) No sé cómo Ezequiel cometió la imprudencia de nombrar orador a un comunista, sabiendo que los universitarios son anticomunistas. La verdad, es hacer muy a la ligera las cosas. (Pero el muy jijo hasta parece contento.)

Fernández:
Yo... yo tampoco lo entiendo, Justina; pero no se apure usted... (¡Qué brazo tan tres piedras!)

Justina:
(Aprovéchate, zorrillo; pero no, mejor me doy el sacón: muy púdica.) ¡Qué vergüenza, Pepe, el doctor Acosta nos va a odiar! ¿No ve usted que su buen nombre está de por medio?

Fernández:
(Niguas, mi alma.) Puede que no, ¡quién sabe! (Estas honradas, ¡por muy truchas que sean! No sabe que Carmen se lo trae de un ala y que el maje no puede fallar.)

Justina:
(Como para mentársela: ¡ni parece macho!) Pero qué lío. Se van a acabar el Anfiteatro.

Fernández:
Mire no más qué mitote, yo creo que mejor que nos váyamos. (Si le tocan a usted un pelo, les doy en toda la torre. ¡Para algo fui campeón welter.)

Justina:
Es una batalla en regla. Mire allá. Y allá. Y allá. Por todos lados están peleándose. Y el gachuzo que no se quita de la tribuna. A la mejor quiere seguir hablando. (Este es un plan ranchero, que ni qué.) Mire, mire, son comunistas: oiga cómo gritan. ¡Dios mío, somos los únicos que no peleamos!

Fernández:
Ai va Ezequiel a buscar al doctor Acosta. (Lo que es éste, no vuelve a meterse a un homenaje ni de relajo.)

Justina:
¡Qué bruto! ¡Qué bruto, lo metió entre los comunistas! Le van a pegar al pobre señor, le van a pegar... ¡Ya! ¿Ve usted? No hay razón, ¡hombre! (Qué lebrón, ¡el maldito!)

Fernández:
¡Siquiera que meta las manos! Si no fuera por usted, Justina, que no quiero dejarla sola, iba a darle batería: me canso de que metía en orden a estos escuintles... Espérense, no se mueva: voy a ver a cómo nos toca. (Va a saber quién soy yo.)

Justina:
¡No, no me deje sola! Mejor vámonos. (¡Idiota!)
 


Fernández: (¡Pobrecita!)

El rufián enamorado se abre paso trabajosamente entre una selva de puños crispados, de rostros contraídos por la cólera, de golpes sonoros y de blasfemias. Sudoroso gana la puerta y ase a Justina por un brazo. Ella, como asustada, se abandona al viril contacto.

 

Acosta:
(Fue un error de Robles invitar a este refugiado. Lo sabía, lo sabe todo el mundo: los más de los derrotados por Franco son comunistas... ¿Qué tiene qué ver la Unión Soviética con mis ideas?... No, ése es un desatino... Y ahora, las Naciones Unidas. Al agradecer el acto tendré que rectificar: mi tesis la he expuesto y defendido desde hace más de quince años y nada tiene que ver con lo circunstancial. Creo que América ha forjado una cultura propia, capaz de desprenderse de la europea; pero no creo en ese panamericanismo al uso, que postula una unidad puramente formal: militar, política, económica. Hay datos mucho más profundos... ¿Qué es eso, está loco? Ha vuelto a hablar de la Unión Soviética... de Stalin. ¡Magnífico, eso merecía: que le silbaran! Es desplante. Quiere hacerse oír a pesar de todo... ¿Y esos que gritan vivas a la urss? Esto es un pandemonium, todo mundo de pie, todo mundo grita... Ahora me felicito de que Carmen no haya podido venir... Pero qué: a ese muchacho le pegaron. Y ahora van sus compañeros a vengarlo. Diez, veinte, todos se disponen... Una batalla campal, una verdadera batalla... Y nosotros aquí, solos... Hemos perdido autoridad. ¿Qué les importa que seamos sus maestros?... Nadie tiene las manos quietas. Con tal que no lleguen hasta nosotros... Robles debió... Pero aquí viene, afortunadamente...) Es vergonzoso, compañero. (El pobre muchacho está apenado. Por supuesto que lo acompaño.) Vamos, Robles. (Ojalá que uno de estos energúmenos no... No debió llamarles la atención. ¿Para qué pedirles que me abran paso?... ¿Mueras a mí?... ¿Reaccionario?... ¿Facista?...) ¡Compañeros, compañeros! No me oyen... ¡Ah!... ¡No! ¡No!... ¿Ay, cómo salir? ¡Compañeros! (Robles se ha perdido.) ¡Robles... (De cualquier modo... Me sangra la nariz...) ¡Comp...! (¡Santo Dios, en plena cara!... ¡Salir!... ¡Ah, al fin! Y ahora que llega la policía... Pero ¿qué? ¿Pretenden detenerme?) Señores, era un acto dedicado a mí. (Esto más, para mi desgracia. ¿Qué tengo yo que explicar en la Jefatura?) Les aseguro. (No me oyen. ¡Y a empellones, como a un criminal! Este de los ojos azules, ¡qué azules y qué malignos! ¡Sea por Dios, no tengo más remedio que ir! Este ojo, cómo me duele. Y la sangre. He dejado rojo el pañuelo.)

Asunción:
¡Pues no es taruga! El vestido que traía para ir a esa fiesta era americano... ¡la única taruga de la familia soy yo!, toreando tequila en mi casa. Un día me caen y ¡multa, o al bote! Y ni siquiera la renta he pagado...

¡Ah, cuando yo iba a casa de María Luisa! Pero no, no quiero ni pensar en el Morelos. Mejor prestar el cuarto: tres pesos y lo que se les dé su gana... ¡Y ahora que me acuerdo, hace mucho que Justina no lo ocupa! Antes: aquel viejo gargajo y Lucas y Raúl... ¡Cómo se los majeaba! A cada uno su día: “Yo no soy de ésas, no puedo ir a los hoteles...” ¡Lebrona! Pero siquiera entonces... Desde que Raúl se la durmió diciéndole que va a devolverle lo que su marido perdió en la Revolución y que él va a ser diputado... Bueno, ¿y a mí qué? Pues sí, carachi, ¿por qué he de ser yo la fregada? Yo la pobre, yo la de mala fama: vergüenza de la familia... Ultimadamente, no me importa; pero, hermanita, ocupas la recámara, o... Que venga a tomar sus tequilitas, que deje algo, yo sé, yo estoy al alba.

Acuérdate que pude quitarte a Lucas: si no ha sido porque Betty es una vaca. Y luego, ¿quién te metió a Raúl? Entre él y Lucas, preferías a Lucas. “Lucas es un caballero, mientras que ese cacarizo es un falsificador de tanguarnises.” ¡Clarín! Pero lo que es a mí, me regalaba los tanguarnises para que yo los toreara. Y ¡ni modo!

Si yo las puedo, pero... ¡No, no le hace! Lo que es ahora me trae al famoso Pepe o ve para qué nació: ¡también uno es hijo de Dios! Y si ese hombre de negocios vestido de padrote la quiere llevar a fiestas, que la lleve; pero lo que es a mí, me gustan mucho los pesos.

Justina:
Ahora, sí, voy a presumir hasta el mil. “No, mana, aquellas cenas eran de pata de gallina, junto a ésta. Fíjate...” Las voy a dejar de a seis.

Fernández:
Para qué, es más que la verdad, me quiere. ¡Ay, mi alma, no más que tengamos toda la lana que usted quiere, cenaremos siempre como ahora! Y no tenga pendiente: así como ahoy la saqué del relajo, así toda la vida…

¿Pero en dónde encuentro a esa mula de Ezequiel? “Mira, mi hermano, dice Justina que esto puede aprovecharse como publicidad, que no séamos majes, porque poniéndonos changos, todo acaba bien.” Pero, ¿en dónde lo encuentro? Y para que le arda, le voy a decir que ya amarré. “De esas pulgas no brincan en tu petate, cuatacho. “ Y si se le hace difícil creerlo: “Pues, mira, para que no te andes con cuentos, ahoy me la llevé a cenar después del borlote y le di un beso. “ Se puso un poco hosca, pero... ¿o sería de deveras? “Portémonos como buenos amigos, Pepe, nada más.” Entonces, ¿para qué cenó conmigo? No, mi alma, cansado de conocer mujeres... Pero ésta no es como las otras. Muy reata, sí, pero... Bueno, ai veré mañana si se amuinó.

¿Por qué? Si hizo muina, se lo digo, como hay Dios que se lo digo: “No fue puntada de borrachera, ¡palabra!, es que me trae usted de un ala...” Y ahora, ¿cómo le dice uno a una honrada? “¿La adoro a usted?..." Está muy gacho, parece de cine. Bueno, Ezequiel me puede decir, él que es léido. Pero ¿en dónde lo encuentro?

A esta hora, ni modo. Ai mañana... ¡Ah, y decirle que después de todo el homenaje salió muy chicho, que vamos a echarle la culpa a los nazis!


Carmen:
¡Las doce, y ni zoca! (Jimmy, dame una Cuba libre.) Lo que es ahora no saco ni para el carro. Y yo que necesito fierros... “Te traigo un recuerdo del día del homenaje”, le voy a decir, y él va a contestar: “Pero, linda...” Me dice linda siempre, y le gusta besarme las manos: ¡pobrecito, si supiera!

Pero, mi santo, tú limpias todo, nada le hace que yo... Además, cuando voy a verlo... ¡Sombrilla, lo que es regalo no hubo! No, papacito, no hubo regalo. No le hace: yo te quiero, te quiero nene, ¡a lo macho! (Gracias, Jimmy... Parece velorio tu pinche cabaret, viejo.) Ahorita le están aplaudiendo, como si lo viera. Seguro que me buscó entre la gente; pero ¿cómo querías, mi vida?... No más dije que sí por no desconsolarte, pero...
 
 
 
 
 

* Capítulo II