Material de Lectura


Estructura de la hermenéutica analógica

La hermenéutica analógica tiene, como es natural, la característica de ser mediación entre una hermenéutica unívoca y otra equívoca.10 No posee la exactitud o rigidez de la primera, pero tampoco incurre en las extralimitaciones que cabrían en la segunda; trata de situarse como participando de ambas, aunque sin quedarse en un término medio equidistante, sino que se inclina más a la diferencia. En efecto, la analogía se encuentra entre la identidad y la diferencia, pero en ella predomina la última sobre la primera. Así, una hermenéutica analógica estará más inclinada a la equivocidad que a la univocidad (mas no por eso se derrumba en aquélla), como conciencia de su carácter humano y falible. Este predominio de la diferencia en la analogía tiene varias consecuencias estructurales en la hermenéutica analógica, reflejadas en su misma vertebración interna, y que trataré de enumerar a continuación.

1) Si incorporamos la analogía a la hermenéutica, tendremos una hermenéutica más amplia que la puramente univocista y más estricta que la puramente equivocista. Nos ayudará a evitar y superar la interpretación unívoca (moderna y positivista) y la interpretación equívoca (romántica y posmoderna). Una hermenéutica analógica va más allá que una hermenéutica unívoca, como la de muchos modernos y positivistas, la cual ni siquiera puede considerarse hermenéutica, pues excluye la polisemia o el múltiple significado, y también más allá de la hermenéutica equívoca de muchos románticos y posmodernos, la cual se hunde irreductiblemente en la polisemia. En una hermenéutica analógica, en cambio, se tiene la posibilidad de retomar en cierta medida la univocidad o identidad y en cierta medida la equivocidad o diferencia, aunque en ella predominará esta última. Así, nos hará evitar los extremos del impasse entre universalismo y relativismo. Conservará la diferencia sin perder del todo la identidad, a través de la semejanza.

2) La hermenéutica analógica tendrá los distintos modos de la analogía que se señalan en la tradición pitagórica, aristotélica y tomista, es decir, abarcará la desigualdad, la atribución, la proporcionalidad propia y la proporcionalidad impropia o metafórica. Esto último nos indica que contiene la metaforicidad. Pero la metáfora es sólo una de las formas de la analogía; ésta incluye también la metonimia, con lo cual aporta un espectro más amplio que la hermenéutica metafórica, por ejemplo, la planteada en ciertos momentos por Paul Ricoeur.11 En efecto, hay una parte metafórica en la analogía, que es la proporción impropia, aunque también hay analogías innegablemente metonímicas, como las de desigualdad, de atribución y de proporcionalidad propia. Si, como sostiene Jakobson, la metonimia es el origen de la ciencia y la metáfora el de la poesía, en la analogía tenemos el espacio suficiente para interpretar lo científico y lo poético, respetando su especificidad, y hasta para encontrar algunos puntos en los que se toquen o entrecrucen, de manera que, en cierta medida y sin confusión, lo científico pueda interpretarse poéticamente y lo poético científicamente.

Además, la oscilación entre la analogía de atribución y la de proporcionalidad nos dará la posibilidad de contar con una aplicación jerarquizada como en la primera, pues la atribución implica un orden gradual de aproximación al texto o a la verdad textual. La segunda, que es más lineal o igualitaria, nos permitirá una serie de interpretaciones más próximas entre sí, y sólo diversas por la manera en que se complementan. Pero en ninguno de los dos casos se perderá la capacidad de juzgar y evaluar cuáles se acercan más a la verdad del texto en cuestión, ya sea por la jerarquía de aproximación a la verdad textual, ya sea por el carácter más rico y completo que tengan.

3) La hermenéutica analógica consigue abrir el ámbito de las interpretaciones, pero sin que se vayan al infinito. No se considera válida tan sólo una interpretación, como en el positivismo, que es una hermenéutica univocista, pero tampoco se califican casi todas como válidas, al modo de algunos posmodernos, que ya transitan por una hermenéutica equivocista. En una hermenéutica analógica se pueden comparar proporcionalmente las interpretaciones, e incluso —como acabamos de decir—, al emplear la analogía de atribución, es posible asumir una jerarquía, en la que una interpretación sea considerada el analogado principal y las otras los analogados secundarios, esto es, una gradación de interpretaciones en las que unas se acercan más a la verdad textual y otras se alejan de ella hasta resultar erróneas. De esta manera, la interpretación deja de estar simplemente abierta hasta el infinito y, dada nuestra finitud, se acota el margen interpretativo, en especial por el uso del diálogo y la argumentación dentro de la comunidad hermenéutica. La hermenéutica analógica implica un límite, dado por el predominio de la diferencia, pero también por la presencia irrenunciable de la identidad, que obliga a cierta objetividad y no sólo a la mera subjetividad.

4) La hermenéutica analógica nos permite guardar un equilibrio entre la interpretación literal y la alegórica.12 Una hermenéutica unívoca buscaría el solo sentido literal, desechando el alegórico; por su parte, una hermenéutica equívoca buscaría el solo sentido alegórico, renunciando ya a todo sentido literal. En cambio, una hermenéutica analógica destaca el sentido alegórico que pueden tener algunos textos, pero sin perder el sentido literal. Crea un equilibrio proporcional entre la búsqueda de la intencionalidad del autor (lo que quiso decir) y la intencionalidad del lector (lo que de hecho éste interpreta), hasta el punto de permitir una lectura simbólico-alegórica, inclinada hacia la proporcionalidad metafórica, sin perder por ello la capacidad de reducirla lo más posible a la atribución de literalidad, porque la tensión hacia esta última impide la caída en el mero subjetivismo interpretativo.

5) La hermenéutica analógica nos permite oscilar, como en un gradiente, entre la interpretación metonímica y la metafórica. Abarca esos dos polos y se mueve entre uno y otro. Algunos textos sólo permitirán una interpretación metonímica; otros, una metafórica. No obstante, habrá aquéllos que oscilen entre una y otra, y la hermenéutica analógica nos permitirá ajustar el gradiente entre ambas, según lo requiera la proporción de metonimia o la de metáfora que se encuentre en los textos. Esto nos ayudará a aplicar, según se necesite, la metonimicidad y la metaforicidad cuando vengan al caso, para no forzar los textos que sólo admitan una o la otra, y para generar una lectura más rica en los que admitan las dos. Resultará, de este modo, una interpretación amplia pero seria.

6) La hermenéutica analógica, asimismo, nos ayudará a captar el sentido sin renunciar a la referencia. En otras palabras, contribuirá a privilegiar el primero sin relegar la segunda. Es muy notorio que la hermenéutica actual prefiere el sentido, el cual viene por la coherencia o por la convención, y deja de lado la referencia, que viene por la correspondencia y la verificación, a la que casi desprecia o teme. En la línea del sentido, hay una tendencia a la equivocidad, pues éste resulta de cada mente o sistema; en cambio, en la línea de la referencia, hay una tendencia a la univocidad, pues ésta pertenece a la pretensión cientificista. De hecho, los univocismos, como el del positivismo lógico, han sido referencialistas. Su ingenua pretensión de conocer unívocamente la referencia los ha hecho desembocar en grandes relativismos, por el desplome de esa rigidez extrema. Los críticos de esta tendencia, como Davidson y Rorty, más en la línea pragmatista de la analítica (y el pragmatismo se ha caracterizado por ser anti-positivista), han resaltado los equívocos referenciales, esto es, la equivocidad que en ocasiones padece la referencia, lo que los ha movido a negar la referencia misma.13 Con todo, se puede adoptar una postura intermedia o analógica, en la que, sin pretender una relación referencial biunívoca entre las palabras y las cosas, se evite caer en el rechazo de toda referencia y se acepte una referencialidad más dinámica, incluso movediza, pero suficiente. No pretender que la referencia sea inequívoca, pero tampoco negarle toda adecuación a lo real.

7) La hermenéutica analógica nos ayudará a tener una interpretación a la vez sintagmática y paradigmática —en el sentido estructuralista—, aunque será preponderante la segunda. Mueve a no separar las dos como irreconciliables, sino a intentar ver el punto en el que se entrecruzan, de modo que se avance en profundidad no sólo con el movimiento de oposición de lo sintagmático y horizontal, sino también con el de asociación de lo paradigmático y vertical, que cala hondo, pues vincula y distingue lo que se repite, encontrando la novedad en la repetición, como la continua innovación del eterno retorno de lo mismo pero diferente, esto es, de lo análogo. Por ejemplo, los monjes medievales leían los salmos en sentido paradigmático, asociativo, pues los relacionaban con toda la Sagrada Escritura, y reiterativo, ya que los cantaban un buen número de veces. Sin embargo, cada vez que los salmos se repetían eran diferentes, enseñaban algo nuevo. Lo mismo se veía distinto cada vez.

8) La hermenéutica analógica tiene como instrumento principal la distinción, y por ello requiere del diálogo. Es eminentemente dialógica. El diálogo es el que obliga a distinguir, y la distinción hace encontrar con sutileza el medio entre dos extremos que se presentan como los cuernos de un dilema, pues la distinción —como lo señalaba Peirce— tiene la estructura de un silogismo dilemático o razonamiento alternativo.14 Si tomamos una de las opciones, caemos en contradicción; si adoptamos la otra, también. Entonces, hay que buscar un tercer término, un término medio, que nos ayude a introducir otra u otras alternativas, que sean nuevas posibilidades para salir de la contradicción, que generalmente se da en los extremos.

De hecho, la hermenéutica presupone una antropología filosófica o una filosofía del hombre en la que el ser humano se caracteriza por su humildad ante el conocimiento. Sabe que puede no saber, que puede equivocarse, que puede engañarse o ser engañado. Sabe que puede no tener razón. Eso impele a sospechar y a distinguir. El ejercicio de la sospecha, en efecto, está muy asociado al de la distinción, pues ella es el procedimiento por el que se busca salir del error posible. Distinguir es lo más hermenéutico y la distinción es un acto sumamente analógico, ya que trasciende la identidad pura (univocidad) y la diferencia pura (equivocidad), para colocarse en la analogía, la cual se reconoce como no pura, aunque sabe también que no es completamente impura. Es la mediación en la que predomina la diferencia.

9) Igualmente, una hermenéutica analógica nos hará combinar y equilibrar proporcionalmente lo monológico y lo dialógico. Es cierto que se necesita el diálogo, y no lo hemos de negar; no obstante, en este tiempo en que tanto se resalta el diálogo, se tiende a olvidar, como bien lo señala Javier Muguerza, que las principales decisiones (morales, sociales, políticas), las tomamos en momentos de reflexión, de monólogo, o de diálogo sólo con nosotros mismos. Se trata de la reflexión compartida en el diálogo, y del diálogo sustentado en la reflexión: una reflexión dialogada y un diálogo reflexivo.

10) Además, una hermenéutica analógica nos ayudará a superar la dicotomía entre descripción y valoración, ejercicio tan importante para la ética y la política. La división tajante entre hecho y valor conduce a la llamada falacia naturalista, que señala como inválido el paso del ser al deber ser y desautoriza el movimiento de los enunciados descriptivos a los valorativos, lo que impide una fundamentación de lo moral y lo político en el estudio de la naturaleza humana. La hermenéutica analógica, en cambio, nos hace ver que no hay tal falacia, sino que, como lo enseña la retórica (y la pragmática), todo enunciado descriptivo tiene una fuerza ilocucionaria valorativa —como lo mostró Searle— y, por ello, no se infiere de éste más de lo que ya expresa, sino que sólo se explícita el contenido que ya posee en sí mismo. También se requiere para la filosofía del derecho, pues ésta demanda el estudio del hombre para saber qué se le debe prescribir y qué derechos humanos tiene.

11) Finalmente, una hermenéutica analógica ayuda a superar la dicotomía de Wittgenstein entre el decir y el mostrar. Wittgenstein separaba en demasía, sin punto de conciliación ni solución de continuidad, el decir y el mostrar. El decir era lo científico y el mostrar lo inefable: lo que no se podía decir sólo se podía mostrar. Según él, las cosas más importantes de la vida, como lo ético, lo estético y lo místico, no se pueden decir y sólo se pueden mostrar. Sin embargo, la analogía fue usada por muchos místicos para decir de alguna manera lo que estaba destinado a mostrarse solamente. Frente a la teología positiva, en la que se pretendía decir mucho acerca del misterio, se estableció la teología negativa (en la línea judía, como en Filón y Maimónides, y en la línea cristiana oriental, como en Juan Damasceno y Gregorio Palamás). No obstante, también se buscó una línea intermedia, como en Pseudo Dionisio, cuando no fue considerado sólo como teólogo negativo, sino en la búsqueda de la vía de la eminencia. Algo parecido sucedió en Santo Tomás, Eckhart y San Juan de la Cruz. La analogía fue decir el mostrar y mostrar el decir; tratar de decir lo que sólo se podía mostrar. Pero se sabía que eso era posible sólo hasta cierto punto, en muy pequeña medida, como balbuciendo, con un gran predominio de imágenes y metáforas, más que en el discurso directo y literal. Sin embargo, se consiguió al menos decir algo sobre el misterio sin quedarse irremediablemente callado.


Se observa que la estructura de la hermenéutica analógica es la de la disciplina de la interpretación o la hermenéutica misma que, además, trata de vertebrar el concepto de analogía como característica de su acción interpretativa. Se trata de una interpretación analógica, la cual pretende lograr una mayor sutileza que la que admite la univocidad, que corre el peligro de pecar de sobre-simplificación, pero, a la vez, más rigor que el que admite la equivocidad, la cual corre el riesgo de la sobre-interpretación, es decir, de abrir demasiado el espectro de las interpretaciones. Su principal instrumento es la distinción, más que el afirmar y el negar, pues trata de buscar la mediación entre las posturas contrarias y contradictorias para intentar la integración de lo que de válido pueda encontrarse en ellas. Y esto es más complejo que sólo aceptar o rechazar en bloque. En este punto se puede notar cierta semejanza con el pensamiento integracionista que promovió el gran filósofo español, ya desaparecido, José Ferrater Mora.15





10 Mauricio Beuchot, Perfiles esenciales de la hermenéutica, UNAM, México, 4a ed., 2005, p. 21 y ss.
11 Paul Ricoeur, La metáfora viva, Ediciones Europa, Madrid, 1983, p. 423 y ss.
12 Cfr. la interesante polémica entre Umberto Eco, que defiende el sentido literal, y Richard Rorty, que defiende el solo sentido alegórico, en Umberto Eco, Interpretación y sobreinterpretación, Cambridge University Press, Cambridge, 1995, p. 96 y ss.
13 Donald Davidson, Inquiries into Truth and Interpretation, Clarendon Press, Oxford, 1984, p. 227 y ss.
14 Charles S. Peirce, "La crítica de los argumentos", en Escritos lógicos, Alianza, Madrid, 1988, pp. 201-203.

15 Javier Echeverría, "El integracionismo de José Ferrater Mora: una filosofía abierta al porvenir", en Salvador Giner y Esperanza Guisán (eds.), José Ferrater Mora. El hombre y su obra, Universidad de Santiago de Compostela, Santiago de Compostela, 1994, p. 107 y ss.