Material de Lectura

Prólogo

 

Hablar de la arquitectura neoclásica es ya sin duda un tema dificultoso; más aún realizar una introducción a él. Esto se debe a dos situaciones convergentes: se ha escrito mucho, y se ha interpretado poco. Por ejemplo: la arquitectura neoclásica en América ha sido analizada en función de su origen europeo. En ese sentido estamos de acuerdo; el fenómeno neoclásico sólo puede ser analizado en principio, teniendo en cuenta sus orígenes como expresión de la naciente burguesía europea, netamente liberal y arrullada bajo las alas del iluminismo del siglo XVIII. La Revolución Francesa y las ideas de los enciclopedistas, van a institucionalizar el estilo, que será lanzado al mundo por Napoleón como el modelo ideal del liberalismo.

Hacia fin de siglo, esta arquitectura tiende a modificar sus imágenes, se abarraca, se afrancesa, en especial desde la terminación de la gran Ópera de París. No hay duda que los procesos políticos, económicos y sociales de Europa, están claramente representados en el desarrollo de este estilo. No así en América.

Realizar una síntesis de este movimiento en Latinoamérica no es sencillo, ya que en los diferentes países que lo componen se viven situaciones disímiles. Por ejemplo, en Sudamérica, el neoclásico es el estilo que representa claramente el liberalismo, al cual se halla indisolublemente unido. Las grandes fachadas corintias que se levantan a partir de 1820, son ejemplo de un arte que apoya netamente a la Revolución de la Independencia, y están propuestas como lo antiespañol por excelencia.

En el caso de México la situación es diferente: el neoclásico surge como la expresión de los sectores progresistas españoles, tal el caso de Manuel Tolsá, y con anterioridad a la Independencia. Así el propio gobierno colonial construye dos de los máximos ejemplos que todavía se conservan: el Palacio de Minería y el Hospicio Cabañas. La sobriedad de las plantas, la utilización “brutalista” de la piedra, la escalinata monumental y la asepsia formal, son increíbles para estar entre edificios coloniales netamente barrocos. Para 1790 eran ya notables los avances que en arquitectura se estaban realizando, mostrando la enorme brecha ideológica existente en plena estructura de dominación colonial. No iba a tardar mucho en explotar, aunque personajes como Tolsá permanecerían aliados al poder español.

En América Latina, en general, el neoclasicismo fue “lo nuevo”, tanto para liberales como conservadores, tal el caso de Porfirio Díaz. Los grupos más progresistas se volcaron hacia expresiones tales como el Art Nouveau o los diferentes eclecticismos que caracterizaron la época.

Otro hecho interesante es que va a ser el último movimiento que presente múltiples posibilidades, es decir, que con la misma fachada se podían cubrir diferentes funciones. Por ejemplo, no hay diferencia entre una escuela, un hospital, un banco o una iglesia. Era lo mismo la Cámara de Diputados que un hotel o un depósito. Y el eclecticismo cubrió las ciudades americanas de norte a sur, durante casi un siglo entero, sin contar con las varias recaídas que ciertos gobiernos de nuestro siglo padecieron.

Es así como las capitales y ciudades importantes de México van a tomar una imagen “perfecta”, ideal, acorde a los preceptos positivistas del Orden y Progreso del Porfiriato.

Es indudable que las causas de este fenómeno arquitectónico son difíciles de definir, en especial los cambios que se producen dentro de él en su primer período: nace como un estilo español, y se transforma en el símbolo de lo antiespañol. Pero ellas son importantes ya que no sólo nos permiten ver la imagen de una época en un país o en otro, con un gobierno o con otro, sino ir un poco más allá. Ver cómo los movimientos y estilos no sólo corresponden a países o gobiernos, sino a algo mucho más complejo. Y que éstos sólo pueden ser interpretados a la luz de los fenómenos históricos y no únicamente estéticos. Que la historia de la arquitectura del siglo xix es algo nacido hace pocos años y es interesante, ya que es nuestra historia reciente; es nuestra herencia más discutida e importante: en cierta medida, es también nuestro futuro.

Es indiscutible que nuestro futuro arquitectónico, que sin duda no es sólo formal sino netamente social, está planteado justamente en el siglo pasado: la obra de los visionarios que iniciaron el urbanismo moderno nos muestra el principio de algo que todavía no está solucionado.

Y quizás podríamos terminar estas breves notas con la consuetudinaria repetición de la necesidad de conservar nuestro pasado, no sólo el de los periodos prehispánico y colonial, sino también el del siglo xix, y por qué no, también del nuestro. Día a día vemos cómo en todo el continente caen bajo la piqueta maravillas del neoclasicismo, que prácticamente no está protegido por ninguna ley específica; ya que no se puede destruir lo colonial, se destruye lo del siglo pasado, total “nadie lo entiende”. La lucha por la preservación del patrimonio cultural de América también debería incluir este tema; ojalá se logre una conciencia al respecto, si no será ya muy tarde. Tendremos una historia, pero faltará un siglo en ella.

 

Daniel Schavelzon