Material de Lectura

La arquitectura neoclásica

 

La arquitectura barroca, durante el siglo XVII y la primera mitad del XVIII, tuvo un gran desarrollo en la Nueva España, como consecuencia de las condiciones de bonanza en la Colonia, como manifestación del intenso fervor religioso que se había desarrollado y como expresión formal que se identificó plenamente con la sensibilidad indígena, afecta a las formas decoradas desde la época prehispánica, las cuales todavía en la actualidad se hacen manifiestas. Es, por consiguiente, un estilo perfectamente caracterizado, tanto en el aspecto formal como en el espacial, y con marcadas diferencias en relación con el barroco europeo, sea éste el español, el italiano, el alemán, etcétera, ya que en el nuestro, y particularmente en el popular, el indígena imprimió esa tan peculiar y personal expresión.

Pero por otra parte no debemos olvidar que en esa época todo nos llegaba de España, aunque aquí modificado como es el caso del estilo churrigueresco que en México alcanza su máxima expresión. En el siglo XVIII, la voluntad de forma de España se ve influida por tendencias extranjeras, como reflejo de las condiciones sociopolíticas predominantes, de tradición francesa.

Este fenómeno no es exclusivo de España, se observa por igual en todos los países europeos, donde las cortes, impresionadas por el ejemplo del Palacio de Versalles, construyen las residencias reales a semejanza de éste. Ejemplo elocuente de ello es el Palacio de la Granja, cerca de Madrid, y el Palacio Real, donde los grandes ejes de composición simétrica quedan fuertemente acentuados por la paridad de elementos, como fuentes, esculturas y aun efectos de jardinería.

Es conveniente hacer notar que, en España, la subida de los Borbones en la Corte fue lo que desencadenó esta nueva manifestación artística, ya que traían una sensibilidad completamente francesa, que se infiltró en la cultura en ese país haciéndose sentir fuertemente, no sólo en los espacios formales, sino también en las costumbres, la ciencia, las ideas y la filosofía.

En las áreas culturales dominadas por España, los estilos franceses no se asimilaron con gran facilidad y menos se generalizaron, ya que su aceptación fue más bien de un solo determinado estrato social, el económicamente fuerte, pero sin arraigo popular. Su desarrollo intenso no apareció hasta el momento en que se organizan las academias, de acuerdo con el modelo de las francesas, y aún así, el clasicismo que éstas apoyaban interesó a un reducido grupo que tenía una preparación cultural elevada y que tomaba muy en serio el clasicismo.

Esta actitud en la Península tuvo su resonancia en la Colonia, en la que se fueron infiltrando las ideas, proclamadas por la Revolución Francesa, de libertad, igualdad y fraternidad, y que automáticamente restaban fuerza a los valores religiosos. Estas nuevas ideas fueron declaradas nocivas y se estableció el Tribunal de la Inquisición, que hacia fines del siglo XVIII vigilaba los problemas filosóficos, religiosos y políticos; pero, a pesar de ello, las nuevas ideas toman fuerza y abren un nuevo campo al pensamiento francés, que se constituye en directriz del mundo moderno.

Consecuencia de todo lo anterior y paralelamente a ello, cobra auge el sentimiento nacionalista, que, junto con la decadencia de España, provoca el nacimiento de la idea de una Patria Mexicana, la cual ya apunta como fundamento en el humanismo de los criollos. Al grito destructivo de “mueran los gachupines”, enarbola la bandera de la Independencia el cura Miguel Hidalgo en Dolores, que toma en Atotonilco el estandarte de la Virgen de Guadalupe.

Estas condiciones socio-político-religiosas, tienen su reflejo inmediato en las manifestaciones formales de la época, y en el campo de la arquitectura, que es el que particularmente nos interesa en esta ocasión, empiezan a hacerse patentes en un amaneramiento del auténtico barroco, que, aunque profundamente arraigado, va perdiendo su expresión característica y su rica ornamentación y movimiento, para convertirse en una decoración falsa, fría, sobrepuesta, y que olvida la estructura arquitectónica misma, la cual en muchos casos se manifiesta independiente.

Claros ejemplos de esta actitud los tenemos en los amaneramientos y titubeos de la Casa de Allende, en San Miguel, en cuya portada encontramos influencias Luis XV y Luis XVI; así como en la Casa de los Condes de la Canal, en San Miguel Allende también, ciudad que, por circunstancias especiales, es al mismo tiempo cuna de la Independencia. Estos monumentos no dejan de ser barrocos, pero el tratamiento que se les ha dado los inclina importantemente hacia el clasicismo que empieza a imperar.

Tampoco en la arquitectura religiosa faltan expresiones de esta influencia, como en Santo Domingo de Querétaro, cuya portada ostenta una ornamentación barroca, que ha perdido su volumen y los fuertes contrastes, y se ha convertido en una decoración lisa, carente de relieve y como embarrada en los muros que la reciben, sin integrarse al monumento.

En el mismo Querétaro encontramos la Iglesia de San Felipe, que ostenta en su fachada órdenes monumentales corintios, no integrados a la fachada, sino colocados en calidad de bambalinas, y cuya ejecución denota un titubeo en la interpretación de las formas neoclásicas y un cierto residuo barroco, con amaneramiento de los elementos, claro testimonio de un periodo de transición.

Toda la zona del Bajío, cuna de la Independencia, cambia en un momento dado su rica expresión barroca, como la tenemos en los magníficos retablos de la Iglesia de San Agustín, en Salamanca, donde el altar mayor es neoclásico de muy buena calidad, y los dos retablos del crucero son los más ricos que hay en el país. A lo largo de toda la nave se pueden apreciar otros retablos también barrocos, muy buenos, aunque desde luego inferiores a los del crucero, y seguramente el que debe haber estado en el lugar del altar mayor fue de la calidad de estos dos.

La consecuencia de la lucha de estilos y del cambio de mentalidad fue la destrucción de retablos barrocos para sustituirlos por neoclásicos, como en el caso de la Iglesia de Balbanera en la ciudad de México, y en muchas otras, especialmente en el Bajío.

En el año de 1778 se funda, por cédula real, la Academia de San Carlos, y son enviados a México maestros saturados de fuerte sabor neoclásico, estilo predominante en Europa, quienes juzgan sobre proyectos arquitectónicos en la Nueva España, y abierto el concurso para las torres de la Catedral de México y el de la Alhóndiga de Granaditas en Guanajuato, se ven poblados de proyectos barrocos y neoclásicos; pero, naturalmente, como los arquitectos que deben juzgar son de ideas neoclásicas, adjudican el premio al proyecto de Damián Ortiz de Castro, en estilo neoclásico.

Manuel Tolsá, sin lugar a duda un gran arquitecto, de origen español e impregnado de neoclasicismo, desarrolla una gran actividad como arquitecto y como escultor y no encuentra nada extraño en las ideas neoclásicas, sino que las siente naturales porque así ha vivido en España; levanta en México, entre otras muchas cosas, el magnífico Palacio donde estuvo el Colegio de Minería en la primera calle de Tacuba, obra típica de este periodo. Se le atribuye también la casa del Marqués de Selva Nevada, en la calle de Puente de Alvarado, edificio que durante largo tiempo sirvió como sede a la Tabacalera Mexicana y que hoy, reparada con gran acierto, es el Museo de Pintura Europea o Museo de San Carlos.

Obra importante y muy valiosa de escultura es la estatua ecuestre de Carlos IV, que puede considerarse como una de las más valiosas en su género. Es conveniente hacer notar que esta estatua fue hecha para colocarse en una rotonda que estuvo en el Zócalo, la imponente plaza central de la ciudad de México, es decir, en un lugar a su escala; posteriormente se colocó en el patio de la antigua universidad, pero el lugar más impropio es donde se halla ahora: allí, por el intenso tránsito del Paseo de la Reforma, no puede ser apreciada.*

De igual importancia fue la obra de terminación de la Catedral de México, que hizo el arquitecto Tolsá, modificando el perfil de la cúpula central con el trazo que hoy vemos, con lo cual le dio perfecta armonía y gran esbeltez, haciendo que los estilos anteriores, los que respetó con gran cuidado, armonizaran y tuviesen su justa proporción con el nuevo elemento creado por él, y coronó su obra con la airosa linternilla.

También remató la Catedral con ricas balaustradas, macetones y el conjunto escultórico que corona el eje principal de la portada, con el reloj, dando en esa forma a nuestra Catedral la dignidad de un monumento acabado.

Francisco Eduardo Tresguerras, criollo, arquitecto, pintor y escultor, que dedicó gran parte de su vida también a escribir y polemizar, se resiente al impacto de la nueva ideología, a diferencia de Tolsá, y percibe el choque entre el barroco y el neoclásico, lo que crea en él una verdadera crisis, que se traduce en agresividad y lo hace despreciar lo tradicional, es decir, el barroco, al que declara de “mal gusto”. El nuevo estilo, el de “buen gusto”, el neoclásico, es el que debe imponerse a toda costa, según su opinión.

La situación se hace crítica: las clases cultas, seguidoras de las ideas de Tresguerras, se adhieren a éste apoyándose en el arbitrario argumento del “mal gusto” y del “buen gusto”; se desencadena una destrucción de arte barroco para implantar la nueva modalidad del neoclásico, en el cual se encuentra, según ellos, “la verdad, la belleza eterna y para siempre” en palabras del doctor Edmundo O’Gorman.
En la actitud opuesta se ubican las clases populares, las que siempre fueron afectas a las obras decoradas, dando ejemplo de ello con santuarios como el de Ocotlán, Tlaxcala y fachadas como Yuriria, San Francisco Acatepec, etc., que “ni sienten ni comprenden el nuevo estilo” según palabras del Arquitecto Enrique del Moral.

Encontramos templos con disposición barroca en la planta, como la Iglesia de Loreto, en la ciudad de México; que se levanta neoclásica, y en otros casos, y son muchos, han desaparecido magníficos retablos barrocos cuyo lugar ocupan altares neoclásicos.

Francisco Eduardo Tresguerras construye en el Bajío la Iglesia del Carmen, de Celaya, el documento más valioso en esta región y que certifica esta lucha cultural. Su interior está concebido como un renacimiento de formas clásicas, pero no con el mismo enfoque del humanismo renacentista sino tratando de copiar fielmente los elementos grecorromanos.

En determinado momento, como en la magnífica portada lateral de esta iglesia, se manifiesta Francisco Eduardo Tresguerras, muy a su pesar, con un fuerte parentesco formal con Borromini en Italia: muros ondulantes, fuertes entrantes, decoración clasicista, etc.

También erige Tresguerras la Casa Rul, en Guanajuato, claro ejemplo del clasicismo y magnífica en proyecto y en su tratamiento de los órdenes clásicos, de gran pureza y serenidad. También levanta el Puente de la Laja, en Celaya; pero, lo que es más importante, sienta escuela y por toda la región del Bajío se ve que las iglesias que se construyen en esa época están influidas profundamente por él, y en particular por el modelo del Carmen.

Por último, podemos concluir que el neoclásico es la expresión formal contra la dominación española y que posteriormente se incrementa con la infiltración del pensamiento francés, que tuvo gran desarrollo entre las clases cultas, no así entre las populares.

No expresa la pasión del pueblo, se muestra frío e incomprendido por éste. “Quedan así, de un lado, las clases cultas que comprenden el mundo moderno y, del otro lado, las populares, que ni lo sienten ni lo comprenden” (palabras del Arquitecto Enrique del Moral).

 

 


* La serie Las Artes en México se publicó por primera vez en 1977. El monumento ecuestre se reubicó por última vez en 1979, donde permanece en el presente, la Plaza Manuel Tolsá.