Material de Lectura

La arquitectura civil

 

Una ventaja tiene la arquitectura civil neoclásica con respecto a la religiosa: que para expresarse no recurrió a la destrucción del arte anterior, o, por lo menos, no destruyó tanto, bien porque no sustituyó o modificó edificios, o bien porque los problemas que tuvo que resolver no lo implicaban. Pero sea como sea, sus manifestaciones no son comparables en número con las barrocas, aunque, por otra parte, son mucho más variadas al comprender ciertos géneros de edificios que no había en los siglos XVII y XVIII y en los cuales no es muy aventurado ver el reflejo de los nuevos tiempos que dieron origen al neoclásico: industria, servicios sociales, etcétera.

Consideraremos primeramente la casa habitación. No quedan muchas de ellas, y posiblemente no se hayan levantado en gran número porque el neoclásico fue, no un arte que gozara de un gran favor popular, sino, al contrario, el medio expresivo de una clase culta que lo patrocinó de la misma manera que lo hizo con las ideas racionalistas. En la ciudad de México, entre las casas que más o menos subsisten completas, podemos dedicar un poco de nuestra atención a dos: la del Marqués del Apartado y la de Selva Nevada, ambas obras de Tolsá.

La primera es, en muchos aspectos, la más tradicional, ya que su solución es en todo semejante a la de los palacios barrocos: habitaciones que rodean los patios, verdaderos ejes de la vida doméstica. El patio de esta casa no puede compararse en majestad con aquéllos, su corrección resulta fría frente a los patios barrocos. La fachada, en cambio, es monumental. De una simetría no acostumbrada en el arte anterior, que niega la movilidad de vanos alternantes o de distintos tamaños encontrados en casi todos los palacios dieciochescos, crea un pausado ritmo a base de pilastras dóricas que abarcan los pisos superiores, haciendo el bajo el papel de basamento, de la misma manera que se hacía en el manierismo italiano de la segunda mitad del siglo XVI.

La Casa de Selva Nevada, a la que nos referimos y en la cual hoy se halla el Museo de San Carlos, es menos estática, lo que equivale a decir que está más cercana al barroco. También aquí se confirma el hecho de que algunas obras neoclásicas son en ocasiones más barrocas que las propias de ese estilo. A lo: largo de los siglos XVII y XVIII nunca se construyó casa alguna con patio oval como ésta lo tiene, trazo que se repite en la fachada, lo cual, gracias a esta disposición, forma un receso que conduce a la entrada principal.

Fuera de la capital, la obra más notable de este tipo es el Palacio de los Condes de Rul, en Guanajuato, construida por Francisco Eduardo Tresguerras, y cuya fachada, admirablemente compuesta, sigue los lineamientos de la de los Marqueses del Apartado, en menor dimensión y con un piso menos. El patio también se puede relacionar con el barroco por los cortes de las esquinas, que le restan severidad y le proporcionan cierta movilidad.

Dentro de otro tipo de edificios, de carácter comercial o industrial, debe citarse el erigido para albergar una fábrica de cigarros y cigarrillos, que hoy conocemos con el nombre de “La Ciudadela”, cuyo proyecto parece que se debe a González Velázquez. Nos encontramos aquí nuevamente con una serie de crujías alrededor de múltiples patios, que al exterior se muestra como un enorme rectángulo. Es notable que en sus fachadas no se rompa con la tradición barroca del uso del tezontle. Este material alterna con la cantera en el mismo sistema tradicional de nuestra ciudad, costumbre que debe haber repugnado a lo neoclásico, como todo cuanto recordara los pasados tiempos del “mal gusto”.

La ampliación de la antigua Casa de Moneda, en la calle de Correo Mayor, a espaldas del Palacio Nacional, también pertenece a este grupo. Es obra de Constanzó, y actualmente no se conserva sino la fachada, gracias al afán, que es prurito en México, de destruir nuestros monumentos para sustituirlos por obras “más auténticas” y que no son sino caricaturas lamentables.

Las crujías interiores se cubrían a base de bóveda, caso poco frecuente, y en la fachada destacan las bandas verticales de cantera, en las que se labraron los trofeos típicos de la época. Ya el interior se ha demolido en su totalidad y se ha levantado una estructura de concreto armado para ampliación de dependencias oficiales, que constituye un adefesio, pues es un injerto extraño y mal encajado.

En la arquitectura civil destaca el Colegio de Minería, acaso la cumbre de nuestra arquitectura neoclásica, construido en 1813 y debido, como dijimos, al genio de Tolsá. Este magno edificio tiene una disposición barroca, paradójicamente más acentuada que la de cualquier edificio barroco. El patio y la escalera, colocados de modo que crean ya no ejes angulares sino uno solo, colineal con la fachada, están compuestos de manera tal que enorgullecerían a cualquier arquitecto del siglo XIII. La fachada repite de nuevo el basamento que en este caso abarca el piso bajo, el entresuelo y el piso principal ritmado por pilastras. Un elemento central, formado por tres tramos y coronado por un gran frontón, y el cuerpo de remate que avanza ligeramente del paño de la fachada, afirmando la simetría del conjunto.

Merece citarse, entre las obras destinadas a un fin social, el hospicio Cabañas, de Guadalajara, con proyecto también de Tolsá, y que es para aquella ciudad lo que el Palacio de Minería es para la capital: la máxima obra neoclásica. De proporciones verdaderamente gigantescas, sigue la composición una rigurosa simetría marcada por un eje a cuyo largo se suceden el acceso, los patios mayores y la capilla, de eje perpendicular al principal. En el hospicio Cabañas, José Clemente Orozco, el genial pintor, ha dejado una de sus más importantes obras murales.

Dentro de la arquitectura neoclásica, aparece algo que casi no existió en la barroca: los monumentos conmemorativos de carácter permanente, y entre ellos, los primeros de la Independencia, como los de Celaya y de San Luis Potosí, ambos de Tresguerras, y obras utilitarias y de ornato, como la Caja del Agua, también en San Luis Potosí, la Fuente de Neptuno en Querétaro y el Puente de la Laja en Celaya, todas del mismo autor.