Toque
¿Dó está la enredadera que no tiende como un penacho su verdor oscuro sobre la tapia gris? La yedra prende su triste harapo al ulcerado muro. ¿Dó está el césped gentil que no tapiza la tierra en torno del desierto albergue? Cual ralo vello que el pavor eriza salvaje esparto en derredor se yergue. ¿Dó está el árbol simbólico y risueño que un tiempo fue para el lacerto jira, para el ave palacio, para el sueño canción de arrullo y para el viento lira? Tronco desnudo, bajo el doble azote de la lluvia y del ábrego, se eleva: aguarda aún que de su costra brote arrollada y derecha la hoja nueva. Y abierto en cruz como en señal de duelo, semeja en medio de la hierba lacia un esqueleto que levanta al cielo sus secos brazos, implorando gracia. ¡Oh linfas gratas al saúz doliente! ¡Cuán lentas, cuán mermadas, cuán distintas, cuán lánguidas os miro al sol poniente de cuyas luces reflejáis las tintas! ¡Cuál se arrastra en el fondo del barranco vuestra corriente por las piedras rota, bajo el vapor que como el humo blanco del perfumero en el santuario, flota! ¡Oh infausta soledad que eres ejemplo de mudanza y dolor! ¡Con qué sombrío, con qué punzante júbilo contemplo, ay, que tu cambio corresponde al mío!
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