Beatus ille...
¡Oh paz agreste, cuánto a quien se acoge a ti brindas provecho! ¡Con qué divino encanto llenas de olvido el pecho, ay, a torturas y a furores hecho. De la candida oveja que a sombra trisca en hondonada bruna, o la cabra bermeja que asoma en alta duna su hocico rojo de carmín de tuna. Ubre sana y henchida regala el apetito, aquí no escaso, con leche que, bebida, vale a dormir al raso y deja untado y azuloso el vaso. Mesa digna de un justo, oh Gay, la tuya que de carne y vino te guarda exento el gusto, y no a perder el tino es ocasión, ni a víctimas destino. Égloga virgiliana abre y radica en tu heredad el seno y de tu boca mana en trasunto sereno y con almíbar oloroso a heno. Antigua prez no humilla claro vestigio a torpe muchedumbre: él en tu ingenio brilla como postrera lumbre de occiduo sol en levantada cumbre. ¡Plácidos los que orean mi frente, que a baldón opone orgullo, hálitos que menean las frondas, con murmullo grato al reposo cual materno arrullo! Mas no favonio engríe el deifico laurel. Zozobras calma y susurrando ríe de la ceñida palma, con un desprecio que perfuma el alma. ¡Oh paz agreste, cuánto a quien se acoge a ti brindas provecho ¡ ¡Con qué divino encanto llenas de olvido el pecho, ay, a torturas y a furores hecho! A la culta o salvaje corriente del vivir marcas y ahondas recto y seguro encaje que por arenas blondas al mar la lleva en sosegadas ondas. Sobre anónima huesa árbol piadoso y tétrico derrumba “guirnalda que le pesa”, pompa que treme y zumba, y caricia y plañido es a la tumba. La madre tierra es leve al cadáver que allí se desmorona, que sólo a un sauce debe, en los palmos que abona, copioso llanto y liberal corona.
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