Material de Lectura

Nota introductoria

 

 
 
 

"Nacido —relató el interesado— en la ciudad de México en 1904, hijo único de Andrés Novo Blanco, español, y de Amelia López Espino, mexicana, desde muy niño me aficioné a lo que entonces pasaba por poesía. Esta inclinación receptiva pudo bien pronto nutrirse en los modelos académicos que fueron el alimento y la norma del adolescente que de los seis a los doce años, en Torreón, huía por la puerta de los libros de una realidad revolucionaria que rodeaba su soledad sin juegos ni amigos... (Después) me reintegré a un México que habría de revelarme a Darío y a un modernismo qua arrollara a mis viejos pequeños dioses." La poesía entonces es sinónimo de sonoridad, el lujo acústico de Darío, la contención moralizadora de Enrique González Martínez o la serenidad programática de Amado Nervo. Novo acepta estas influencias sonoras o conminatorias, las asimila con rapidez y ya para su primer libro opta por otro camino: una poesía sin prestigio acumulado.

En 1955, Novo formula su "Poética":


¿Pude yo ser poeta? De niño, y aun de joven, lo creí, lo soñé. Luego, la vida pervirtió mis dones y entorpeció mi sensibilidad. La poesía hacia los demás —la flor espontánea— dejó el sitio al fruto vano y amargo de la diaria prosa.

Fuga, realización en plenitud, canto de jubiloso amor, escudo y arma innoble; todo eso ha sido para mí la poesía. En ella, ahora que no me atrevo a abordarla, me refugio. Cuanto en ella tenía que expresar, ya lo he dicho. Y, sin embargo, como en mi viejo poema,

siento que la poesía no ha salido de mí.

No es nada fácil creerle al Novo declarativo: él, escritor fundamentalmente lúcido, se empeñó en extraer de su vida conclusiones melodramáticas y, en tanto personaje literario, incurrió con frecuencia en la autocompasión al no sostener a la medida de sus deseos una imagen de absoluta e implacable modernidad. A su vez, la práctica literaria de Novo es distinta y opuesta a su teoría y su "diaria prosa", su trabajo periodístico y cultural no fue jamás "fruto vano y amargo".

En Novo la precocidad es señal de arraigo, definición primera y limitación costosa. No tiene otra. El impulso de la Revolución es tan exigente como fermentador, y a los 21 años, generales, gobernadores y poetas lo son con plena eficacia. En 1925, Novo publica XX poemas que disemina una actitud: poesía es, también, lo no consagrado, aquello cuya legitimidad deriva de la metamorfosis de lo cotidiano o de la novedad: sardinas, máquinas noisy Steinway, películas de Paramount, un masajista de Nueva York, redes telegráficas para jugar tenis, ombligos para los filatelistas. La suya es capacidad metafórica que se divierte al ejercerse, que alía lo insólito y lo regocijante. Tres ejemplos:
a)Y que mañana la ciudad
rumia el chicle solar en sus paredes

b)Los magueyes hacen gimnasia sueca
de quinientos en fondo.

c)Las nubes, inspectoras de monumentos,
sacuden las maquetas de los montes.
 
 
 
Contaminación o intuiciones ultraístas, devoción por las imágenes no sojuzgada por la declamación, culto por la circunstancia que niega innovadoramente la ansiedad ante el juicio de porvenir. En su ampliación de territorios poéticos, Novo renuncia al modernismo, se afilia a la nueva poesía norteamericana (Sandburg, Edgar Lee Masters, los imagistas), saquea procedimientos de la publicidad y reconoce como suya una tradición, la ópticamente encarnada en Wilde y Jean Cocteau: cinismo y dandismo, gusto por la paradoja y la provocación, golpeteo paródico y exhibición de riesgosas costumbres, deseo de asombrar y desdén ante el ánimo romántico. Según Novo, los XX poemas "concretan una forma propia que se ha liberado de los moldes en que mi voz adquirió, sin embargo, contornos perdurables. Estos poemas se podrían colgar como cuadros: ante todo son visuales". A la poesía moderna, que en México inician López Velarde y Pellicer, Novo contribuye con textos que no se toman en serio, entre la frivolidad y la carga cultural, textos que se rehúsan a la trascendencia y no buscan "fijar su vértigo", prefiriendo disolver en agudezas las ensoñaciones descriptivas:
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
El aire se serena
y seguimos buscando casa.

Fray Luis de León y el nomadismo citadino. El temperamento clásico y la urgencia cotidiana. XX poemas es una sucesión de juegos de artificio donde el ritmo, la prosodia, la acumulación de imágenes intentan la diferencia a partir del reconocimiento. Que se enteren de la presencia de una poesía distinta, que no comercia con el sentimentalismo ni los valores regionales ni los Grandes Conceptos ni la Sensibilidad al Uso.

En 1933, Novo publica cinco libros. El primero, Espejo, es "la autobiografía de mi infancia. Intenté liquidar, por medio de la poesía, el residuo de mis años primeros". En Espejo prosiguen la influencia (la contaminación) de la poesía norteamericana, ese otro tiempo poético que es el prosaísmo y, especialmente, la estrategia predilecta de Novo, la ironía (distanciamiento de la realidad, reducción a escala de la pompa y burla de insuficiencias o demasías). Con salvedades: Novo usa la ironía para evitar la autodestrucción, pero deja resquicios. Hay que preservar la autodestrucción como posibilidad entrañable, hay que permitirse filtraciones que permitan decir, recapitulando, "la vida pervirtió mis dones y entorpeció mi sensibilidad". Para entender al mundo, entidad degradada y degradable, la ironía acude al Yo insignificante y arrogante, un Yo que remite a un cúmulo de experiencias concretas: el ocultamiento social, la marginalidad como empresa dolorosa, suavizada o disfrazada por la retórica.

Otro libro de 1933: Nuevo amor. Al respecto. Novo le declara a Emmanuel Carballo:
En tanto que en los XX poemas no aparecen composiciones amorosas, ya que todas son extrovertidas y cerebrales, en Nuevo amor surge desbordada la poesía y los sentimientos alcanzan la madurez. Entraña al acorde —que no al acuerdo— de la vida con su expresión artística. Estos poemas son la experiencia fresca, mediata, directa de lo que están expresando: no son reconstrucciones de estados de ánimo ni de vivencias. Para mí, eso es importante.

Como en las obras de Cavafis, Hart Crane, Luis Cernuda, Frank O'Hara o Xavier Villaurrutia, en los mejores poemas de Nuevo Amor actúa poderosamente un sentido de marginalidad genuina. Esto no agota los significados o riqueza de los textos, pero la disidencia sexual y moral explica vertientes, insistencias, desolaciones e incluso un hálito de falso y verdadero patetismo: la confesión elevada al rango de revelación largamente esperada. Si un poema como "Elegía" ("Los que tenemos unas manos que no nos pertenecen") sólo se entiende a la luz de los riesgos y las dificultades de la condición homosexual, el acento desolado del conjunto de Nuevo amor refleja y expresa el acoso, la desesperación, la atracción letal del objeto del deseo, el amor que es la conciencia de la imposibilidad del amor, la transfiguración del desastre: "Al poema confío la pena de perderte" o "Tú, yo mismo, seco como un viento derrotado". Terriblemente consciente de su proceso, Novo consignó las que consideraba vertientes auténticas de su poesía: "la circunstancia, el humorismo y la desolación". Tal recuento, esencialmente justo, se beneficiaría con agregados: hace falta mencionar la malevolencia, la experimentación técnica, el despliegue analógico que evita el "tono desgarrado" de la confesión; conviene precisar el estilo de la ironía y los orígenes probables y evidentes del humorismo y la desolación; no se consigna la heterodoxia con que, inequívocamente, Novo ejerce una poesía finalmente social.

En los siete u ocho poemas perfectos de Nuevo amor, seguramente lo más intenso de la producción de Novo, el personaje arduamente construido se desvanece. Ni vanidad, ni frivolidad, ni ironía. Novo se enfrenta a su condición amorosa e intenta apresarla, más allá del recuento y la vivencia, como algo definitivo, que está ocurriendo porque no dejará de ocurrir. "Ya no nos queda sino la breve luz de la conciencia/ y tendernos al lado de los libros". Novo intenta, de un solo golpe, hacerse poéticamente de lo que la sociedad le niega: su emotividad y su sexualidad, y para ello debe volver casi metafísica su sexualidad. "Junto a tu cuerpo totalmente entregado al mío... sentí de pronto el infinito vacío de su ausencia", e interpone una densidad pesimista ante lo emotivo. Eso exige la época: para que la personalidad disidente (en este caso, homosexual) emerja, hace falta expresarla negativamente: vaciedad, fuga, desolación, temor a esa vejez inflexible y tajante que es la falta de atractivos sexuales. Novo va a fondo en Nuevo amor: allí se revela, no tanto como heterodoxo sexual, sino como ser ávido de la plenitud que le niegan los prejuicios dominantes y el personaje cínico e irónico que ha debido encarnar para evadirse de esos prejuicios. Por eso, dirá después: "Cuando ya no valía la pena ejercitar este tema tal como aquí lo practiqué —me volví viejo y horroroso—, abandoné la poesía amorosa". Con notable conciencia de sí, añade: "la poesía no ha sido para mí aquella introspección dolorosa o ebria de júbilo que abandonó los juegos de inteligencia de mis XX poemas para forjar, con la sangre y los huesos de mi pasión más pura, el breve y magnífico Nuevo amor. Después de esos poemas ya no tenía para qué escribir otros".

Pero los escribe, Poemas proletarios, de 1934, contiene cinco textos magistrales. "Del pasado remoto" y cuatro biografías epitafios a lo Spoon River de Lee Masters: "Cruz, el gañán", "Gaspar, el cadete", "Roberto, el subteniente" y "Bernardo, el soldado", sketches de vidas convencionales o desvencijadas. Never ever y Frida Kahlo, ambos de 1935, son poemas excelentes, asaltos vanguardistas que carecen sin embargo de la lograda vehemencia anterior. Durante todos estos años, Novo escribe poemas "secretos": sonetos de agresión quevediana y sonetos abiertamente homosexuales. Los primeros, recogidos en Sátira, son vituperios magníficos. Los segundos, incursiones en la ironía aplicada contra si mismo:
Que al espejo te asomes, derrotado;
que ves tu piel, otrora acariciada,
escurrir por tu cuerpo deformado.
Que todo se acabó. Que la soñada
dicha... Que en un instante inesperado
esperas... —que me lleve la chingada.
 
 
 
En sus últimos años, Novo publica poesía de "circunstancias" o "desgarramientos" confesionales, donde muestra su pesar por el hijo que no tuvo, en actitud absolutamente distinta a la desenfadada y alegre de "El amigo ido":
Pero si tengo un hijo
haré que nadie nunca le enseñe nada.
Quiero que sea tan perezoso y feliz
como a mí no me dejaron mis padres
ni a mis padres mis abuelos
ni a mis abuelos Dios.
 
 
 
La culpa se vuelve obsesión dominante de la gran figura del Establishment. Otra vez tuvo razón: luego de Nuevo amor, la poesía ha dejado de ser para él "realización en plenitud", ya no le da oportunidades de expresar —sin incurrir en lo que él considera ridículo— su sexualidad y su emotividad. No importa: antes de cumplir 30 años, Novo ha escrito poemas admirables y ha dejado una obra rara en su perfección, su humor y su implacable amor por la derrota.


 
Carlos Monsiváis