Material de Lectura

Alfonso Cortés



Selección,
prólogo y nota
de Jorge
Eduardo Arellano

 

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Nota introductoria



Nació en León, Nicaragua, el 9 de diciembre de 1893. Educado en su ciudad natal, no llega a bachillerarse. Se dedica, entonces, al periodismo: es redactor de El Eco Nacional y participa en sus tertulias. En 1921, viajando a México al Primer Congreso de Periodistas Hispanoamericanos, se detiene en Guatemala; allí gana el primer premio en los Juegos Florales de Quezaltenango. Regresa a León en 1922. Recoge para Francisca Sánchez poesías dispersas de Rubén Darío y ella le cede la casa que había heredado del gran poeta, en la que pierde la razón el 18 de febrero de 1927 y vive, por lo general atado a una viga del techo, veintinueve años. En 1944 es internado al Hospital de Enfermos Mentales en Managua. Entre 1950 y 1951 permanece tres meses en el Asilo Chapuí de San José, Costa Rica, y retorna al hospital capitalino donde vive hasta 1965 con intervalos de locura y lucidez. A partir de ese año sus hermanas lo llevan a León y lo cuidan hasta su muerte, el día 3 de febrero de 1969.

Poeta y traductor de poesía francesa e inglesa, casi todos sus libros se han publicado en Nicaragua: La odisea del Istmo (1922), Poesías (1931 y 1933), Tardes de oro (1934), Poemas eleusinos (1935), Las siete antorchas del sol (1952), Treinta poemas (1952 y 1968), Las rimas universales (1964) con prólogo de Tomás Merton, Las puertas del pasatiempo (1967), El poema cotidiano (1967). Y sólo se conoce una edición en San José, Costa Rica: Poemas (1971).

Sobre su caso y obra han escrito, entre otros, los nicaragüenses Ernesto Cardenal (dos ensayos), Eduardo Zepeda Henríquez (Alfonso Cortés al vivo, 1966), Leopoldo Serrano Gutiérrez (Semblanza biográfica de Alfonso Cortés, 1966), Pablo Antonio Cuadra, Sergio Ramírez, Denis Meléndez Aguirre y María Luisa Cortés (Alfonso Cortés, biografía, 1975); los cubanos Pedro de Oraa y José L. Varela-Ibarra (La poesía de Alfonso Cortés, 1977), el puertorriqueño Antonio González Deliz, el rumano-brasileño Stefan Baciú, el español-costarricense Constantino Láscaris y el italiano Giuliano Oreste Soria.


Los ímpetus extraños


No se conoce en Hispanoamérica otro poeta vesánico como el nicaragüense Alfonso Cortés: formado en el modernismo, dio pronto con una poesía misteriosa antes de volverse loco la noche del 17 de febrero de 1927. Sin ninguna significación radical en la obra del autor, iniciada con el presente siglo, ese hecho vino a dar sentido a su poesía imbuida de ímpetus extraños, como él mismo afirmaba en una composición autobiográfica.1

Pero esa es una de las numerosas páginas ajenas a su verdadera esencia, marcada por la escasez, la concentración y la complejidad. Porque sólo hay un Alfonso y no varios, como se ha escrito; sencillamente, esos otros no son él, o mejor dicho nada tienen que ver con su reducido mundo interior objetivado en aquellos poemas que llaman con acierto alfonsinos y que apenas pasan de treinta.2


La construcción del yo


El íntimo universo de Cortés es un modelo de ipseidad y, por lo tanto, de construcción dinámica del yo. Este resulta una constante de sus versos: "Yo soy un ser ávido y lóbrego, un profundo/ centro de gravedad de todos los misterios", dice en "Hermanos"; "¿es que yo he de ser siempre un punto alucinante/ resuene el múltiple eco del universo?", se interroga en "El poema cotidiano"; "yo soy la roca en que será labrado/ un ideal dos veces primitivo", se autodefine en "Ararat".

Ser ávido y lóbrego, profundo centro, punto alucinado y roca no son expresiones tomadas de la literatura, sino de la vivencia: de la angustiosa intensidad de un hombre, de un yo que se ubica, se reconoce y se compenetra en la inmensidad de lo existente, de lo creado. Más, en las búsquedas de su propia identidad, descubre otras realidades a través de alucinantes estudios de su conciencia, o más bien, de autodefiniciones que obedecen a una plena trascendencia de sí mismo.


La fiesta de los sentidos


Al transcenderse a sí mismo, Cortés se inventa. Igual fenómeno le ocurre a su coetáneo el poeta mexicano Ramón López Velarde, con quien puede parangonarse por tener varios elementos comunes y una equivalente altura poética. Ambos, por ejemplo, son herederos de Charles Baudelaire al establecer en las cosas sutiles relaciones3 y emplear el olfato como pocos lo han hecho después del francés.

En el caso de nuestro poeta, el último sentido resulta especial porque es capaz de dar con "un perfume de cosas que no son de la vida" ("Me ha dicho el alma") y capta lo que está vedado a la mayoría de los hombres: "¿Sientes? En este sitio en que estamos los dos/ huele a gas, huele a infancia y a Dios" ("La chimenea"). La presencia divina, pues, no se escapa de su capacidad olfativa. Más aun: esa capacidad está presente en casi todas sus sinestesias características.

Porque, esencialmente, Cortés es sensorial. Él mismo lo proclama: "…la divina/ fiesta de mis cinco sentidos" ("En el sendero"). En su contacto profundo con las cosas, o mejor con el alma de las cosas, ya no lo es tanto del tacto y del gusto cuanto del olfato —que ya ejemplificamos—, de la vista y, sobre todo, del olfato. De manera que asocia éstos dos sentidos en uno de sus verdaderos poemas: "La danza de los astros".

La significación de su oído, sin embargo, radica en la actitud de ir hacia "el más allá de los sentidos" que es una de las direcciones fundamentales de su poesía. (A la misma meta tienden también los otros menos refinados). Así llega a oír lo invisible: "La muerte es un silencio" ("Aniversario"), lo cual supone la imposibilidad de existir sin hablar ni oír porque la vida es sonido. Y hasta escucha "los números de la mar o del viento/ o los jóvenes ruidos terrenales".4

En un artículo sobre Tardes de oro,5 Joaquín Pasos señaló la audición excepcional de Alfonso.6 Éste —según Pasos— define la vida como un sonido y agrega: "eso (...) es lo que es la vida para este poeta de monstruosos nervios, capaz de interpretar —músico al fin— todos los sentimientos en todos los sonidos. Para él, las puertas, la cólera, la lujuria, el libro, deben tener un sonido especial, su nombre, su fonema…".7 Todo, en fin, hasta el espacio y el amor que es canto?8


El tiempo como problema radical


Pero estas experiencias sensoriales, que no se dan en sí mismas sino en una orientación trascendente, son intuiciones de su alma asediada por la temporalidad, es decir por el tiempo fraguando incesantemente. Mas el poeta asume al tiempo como problema radical. "El tiempo es un problema para nosotros, un tembloroso y existente problema, acaso el más vital de la metafísica", ha escrito uno de sus teóricos.9 Y esta realidad se vuelve lúcida en la conciencia alfonsina: "el tiempo es hambre" ("La gran plegaria"), pues sólo le concierne como una constante actividad mental e individual.

Aparte de este enfrentamiento explícito, resultado de una inquietante lucidez, el tiempo impregna estos versos de forma diluida. En la mayoría de los casos, empero, Alfonso penetra con profundas afirmaciones en su problema y, osadamente, lo asimila para expresar su inefable misterio. Véase como ejemplo el poema "La verdad", elogiado por Thomas Merton que le detectó su fabulosa y directa intuición metafísica.10

Esta nota alfonsina, a nuestro parecer, sólo tiene su paralelo hispanoamericano en la de Jorge Luis Borges, cuya dimensión metafísica parte de lo cotidiano y es mucho más amplia y profunda.


La inmensidad íntima


De lo que carece el argentino es de la intimidad de lo inmenso, constante en Alfonso, quien proyecta esta otra experiencia en sus poemas. Fenomenológicamente hablando, nuestro poeta concentra sus imágenes de forma transubjetiva; de ahí que su vivencia sea muy suya, íntima: "Un trozo azul tiene mayor/ intensidad que todo el cielo, ¡yo siento que allí vive, a flor/ del éxtasis feliz, mi anhelo..." ("Ventana").

Alfonso, pues, se apropia de la inmensidad —hacia donde alza vuelo su ser— y la convierte en patrimonio esencial. Por lo demás, su espacio no es el que se entrega a la medida, a las reflexiones del geómetra, sino que es vivido: concentrado en su imaginación, se integra a su estado anímico.

En ese sentido, la conciencia que tiene del espacio es también lúcida (al igual que la del tiempo): "Este afán de relatividad de/ nuestra vida contemporánea –es–/ lo que da al espacio una importancia/ que sólo está en nosotros…" ("Canción del Espacio").


La fuente vesánica


Los versos anteriores proceden de un poema escrito por Alfonso inmediatamente después de su transformación mental, hecho que permite interrogarnos: ¿depende su poesía de su locura? y ¿ésta determina totalmente a aquélla? No, de ninguna manera: porque antes de su explosión catatónica, ya estaba obsesionado por los elementos vistos atrás —yo, sentidos, tiempo, inmensidad íntima—; sin embargo, la enfermedad nunca perturbó su capacidad creadora: antes bien, la impulsó enormemente y, sin ella, no hubiera sido el poeta sin descendencia visible que hoy reconocemos, el caso singular que constituye.

Porque, como el alemán Hölderlin, el italiano Campana y el inglés Blake, él pertenece a la familia de grandes poetas dementes; comparte con ellos, pues, experiencias análogas. Al respecto, Karl Jaspers ha establecido —en su estudio patográfico Genio y Locura— ciertas categorías aplicables a simultáneos creadores estéticos/enfermos mentales, que se dan en nuestro poeta. La obra de éste, por lo tanto, puede enfocarse desde este punto de vista clínico, ya que se halla poseída de los siguientes síndromes —observados por Jaspers en Hölderlin:

* Obsesiva conciencia por la vocación poética que conlleva,
por necesidad, a un gradual aislamiento y preocupación
por el desdén con que replica el mundo.
* Sensación de plenitud y euforias.
* Acercamiento a lo luminoso.
* Vehemencia del influjo divino.
* Participación mística.

No hay duda, en conclusión, que la fuente vesánica acrecentó la poesía alfonsina en potencia y profundidad; de ahí que su autor sea, al menos en Hispanoamérica, el más poeta de los locos y el más loco de los poetas.


El ocultismo


El mismo acrecentamiento ejerció, aunque en grado ínfimo, el ocultismo al que era adicto de joven el poeta; común a su generación, esta corriente teosófica fue asimilada por él no en su letra y simbología exterior —propia de la cábala, la astrología y la alquimia— sino en su espíritu e interior significación, pero escasamente; por ello no constituye una fuente central de su poesía como en la de López Velarde.

Mientras éste evoca claras concepciones teosóficas, Alfonso apenas las incorpora a su realidad metafísica, arraigada en el catolicismo. Tales elementos son obvios, pero sólo contribuyen virtualmente a enriquecer la esencia alfonsina, no a determinarla.


La serpiente erótica


Resta señalar el elemento erótico, accidental también, más importante como clave simbólica. En efecto, basados en los Símbolos de transformación de C. G. Jung, sostenemos que la serpiente funciona en Alfonso como lugar común psicoanalítico, es decir, significando la última etapa del erotismo: el éxtasis sexual.

En el poema "Cuadro", el pájaro que le llevaba el Amor ("…tiraba el carrito del divino Flechero/ y (eso) me trajo a diario manojos de delicias") regresa, pero cae muerto con el niño simbólico. Para interpretarlo bien, debe tomarse en cuenta que este poema conjuga dos situaciones temporales distintas: una que pertenece al pasado, a la desbordante sexualidad juvenil del poeta, y otra presente, coetánea de su locura: "…ha vuelto ahora…" (el pajarito con el Amor, digamos con el acto sexual); entonces lo rechaza: "…pero/ fatigado ha caído junto a mí", afirma expresando al coito como acto prohibido: la serpiente —su símbolo, según el psicoanalista citado— aparece muerta, liquidada, al lado del Amor.

En otro poema, "Danza negra", se opera el mismo fenómeno: la significación simbólica de la serpiente es la misma. Desde el principio devora al ave (seguramente la mujer) y, con la aurora, el poeta ve otra vez su cadáver manteniendo su represión ética —producto de la crisis sexual que debió acompañarle siempre a partir de 1927.

Pero la prueba textual más firme nos la da su paráfrasis del Génesis: "Eva", poema no alfonsino asistido, por el simbolismo erótico de la serpiente. Allí, la serpiente simboliza además del contacto amoroso sexual ("…la sagrada chispa que diviniza el lodo"), el preanuncio del mismo y el miedo.

Finalmente, es necesario reconocer que Salomón de la Selva fue el primero que valoró la poesía alfonsina en su verdadera dimensión habiendo escrito sobre ella un juicio revelador que hoy resulta exagerado. En esa página, De la Selva recomendaba que lo menos que debía hacerse con los versos de Alfonso era recopilarlos y editarlos en libro. "La poesía del continente —concluía— ganará con ello. Alfonso Cortés era el primer poeta del continente después de Darío".11



Jorge Eduardo Arellano




1 "Las voces", en Las siete antorchas del sol. León (Editorial Hospicio) 1952, p. 69.
2 En principio, la mayoría de los Treinta Poemas de Alfonso (Managua, El Hilo Azul, 1952) —seleccionados por Ernesto Cardenal— que se han reproducido en Treinta poemas (Managua, Ediciones de Librería Cardenal, 1968) y en Poemas (San José, C. R., Educa, 1971) con introducción del mismo Cardenal. Y luego "La Verdad" y algunas composiciones de Las rimas universales (Managua, Editorial Alemana, 1965). Nada más.
3 El mismo Alfonso es consciente de ello al percibir que "…bajo, entre y sobre los cielos la distancia/ de que os hablo es la idea que pone la fragancia/ de unidades relaciones sutiles" ("Almas sucias"). El subrayado es nuestro.
4 "Las aves", en Poesía (Managua, Imprenta Nacional, 1931, p. 24).
5 Tardes de oro. Managua, Tip. J. Hernández, 1934, (Lleva prólogo de Salvador Cortés —padre del poeta—, notas de José Coronel Urtecho, Joaquín Pasos, Octavio Rocha, Pablo Antonio Cuadra y perfil de Juan Carrillo).
6 "Un libro con ojos, nariz y boca" (El Diario Nicaragüense, Granada, 14 y 15 de enero de 1935, pp. 1-3 en ambos días).
7 Ídem.
8 "Aniversario", en Tardes de oro, Op. cit. p. 75.
9 Jorge Luis Borges: Historia de la eternidad, Buenos Aires, Emecé Editores, 1963, p. 11.
10 "Merton y un poema de Alfonso Cortés" (Suplemento Domini-cal de La Prensa, 2 de diciembre, 1962). En otra ocasión Merton amplió esta opinión: "…Cortés ha escrito la más profunda poesía metafísica que se conoce. Le obsesiona la naturaleza de la reali-dad y destella en oscuras intuiciones de lo inexpresable… Su idea del Hombre (esto es de sí mismo) es la de un Árbol místico del que espacio y tiempo son frutos engendrados por la vida que lleva dentro de sí", citado en Leopoldo Serrano Gutiérrez: Semblanza biográfica de Alfonso Cortés. (Managua) Ediciones de la Asociación de Escritores y Artistas Americanos, 1966.
11 Salomón de la Selva: "Alfonso Cortés", en Repertorio Americano, San José, C.R., vol. 22, Núm. 1, 3 de enero. 1931, p. 11.

 

 

Pasos


Cuando, en el tumulto de la Tierra
sientan los seres su soledad,
dará una tregua eterna la guerra
del Ruido; hundirá en la antigüedad

sus pasos el Hombre y la Mujer,
surcarán la arruga de la frente
de Dios, donde del éxtasis de Ayer
se alza vapor incesantemente…

¡Y quedarán los enamorados
—como despiertos— y dos a dos,
la mirada fija en los Sagrados
Poros, de eterno sudor bañados,
de la frente arrugada de Dios!

 


 

Ángelus


El cruel ángelus inconsciente,
levántase entre el Ataúd
de lo infinito, en el poniente
de una epicúrea lasitud;

y en los tejados de las almas
mayan los ruidos de la tierra,
y, en la locura de sus calmas,
la Hora, triste de espacio, yerra.

Y, fatigados, los reflejos
que, con las nubes, huyen, huyen,
el uno al otro, tantos viejos
sueños solares, se destruyen,

danzando sobre la aburrida
fluidez del cielo, que se atedia,
y el compás tiene su medida
en el muerto tiempo que media

entre un reflejo que se hunde
y otro reflejo que aparece,
cuya inconciencia se confunde
en el deleite que adormece

los correspondientes olvidos
de Fuegos, de Almas y de Vientos
que halagan todos los sentidos
y ruedan en los pensamientos

de Dios, en tanto que las almas
mayan los ruidos de la tierra,
y, en la locura de sus calmas,
la Hora, triste de espacio, yerra…

 


La paz del sol


Yo soy el vino; el hombre es la simiente.
Subamos tierra adentro entre los ramos
de un inmutable Domingo de ramos
para abrigar a Dios eternamente.

Hoy se ha puesto mi tierra en el poniente
del marco de mi ser y prolongamos
una tarde sin horas en que estamos
cara a la eternidad del fuego ardiente.

En vano es escribir, pues no se escribe,
y lo único que pueden nuestros seres
es dictarle al amor lo que él concibe.

Basta de un buen silencio y bien del habla
cualquier cosa es así: como la quieres
y Dios es náufrago de nuestra propia tabla.

 


Ventana


Un trozo azul tiene mayor
intensidad que todo el cielo,
yo siento que allí vive, a flor
del éxtasis feliz, mi anhelo.

Un viento de espíritus, pasa
muy lejos, desde mi ventana,
dando un aire en que despedaza
su carne una angélica diana.

Y en la alegría de los Gestos,
ebrios de azur, que se derraman…
siento bullir locos pretextos,
que estando aquí, ¡de allá me llaman!

 


Cuadro


El pajarito, cuyas alas eran caricias,
que tiraba el carrito del divmo Flechero
y que me trajo a diario manojos de delicias
que dejaba a mi cuarto, —ha vuelto ahora, pero

fatigado ha caído junto a mí; alcé los ojos
y vi sus alas rotas, el pecho desplumado,
y en el carrito, dulces y muertos, los despojos
del niño, y el cadáver de una serpiente al lado.

 


Almas sucias


Abro para el silencio la inercia de la fluida
distancia, que no vemos, entre una y otra vida
y tras la cual las cosas que miramos, observan…

Yo elevaré las vastas esencias que conservan
su secreto de sueños dentro del pecho enorme,
que dentro de mí tienen una idea conforme,
y uniré los detalles de Forma, Luz y Acento
que unifica la pálida lejanía del viento;

porque bajo, entre y sobre los cielos, la distancia
de que os hablo, es la Idea que pone la fragancia
de unidas relaciones sutiles, como losas,
un silencio, ¡una inercia del alma de las cosas!


Las piedras


Las piedras ¡ah!, las piedras tienen un secreto
dolor que se muestra como en carnes vivas
cuando en su egoísmo doliente y discreto
parece que no hacen de la vida caso
y ante el tiempo se alzan sordamente esquivas,
como si quisieran impedirle el paso.

Resignadamente mudas ante el viento
y el agua, no incuban otro pensamiento
que el de ser rebeldes a su propia suerte
y sufrir altivas su destino ciego,
más allá del agua, del viento y del fuego,
sin ansias, sin fuerzas, sin vida, sin muerte.

Es un prometeico suplicio sin nombre,
más que el de ser bestia o árbol, se diría
que son anteriores momentos del hombre
y que sufren una vengativa norma
—presas en sí mismas—, quizá porque un día
robaron al caos el don de la forma.

Con el vano alarde de un símbolo serio
—cuando el rostro vago de la luna asoma—,
se las ve indagando cosas del Misterio,
y abren, ante el viento que audaz las golpea,
sus desesperadas bocas sin idioma,
o erigen su absurda testa sin idea.

Y quizá en una forma de existencia
más amplia que nuestra personalidad,
la Naturaleza vive en su contienda,
e ignoran a fuerza de haber recogido
en sí los Anales dé la Eternidad,
porque de recuerdos está hecho el olvido.

 


La flor del fruto


En el silencio de las flores se halla
un sacro amor que al porvenir inmuta:
el ser es fin para la propia ruta,
si hay una gracia que perfuma y calla.

La sangre dulce que en la lengua estalla,
al oprimir la carne de una fruta
es la palabra viva y absoluta
en que cada árbol su virtud ensaya.

El hombre es árbol místico y apenas
comprende Espacio y Tiempo si se vierte
en flor de su alma y fruto de sus venas;

porque en su doble esencia inconfundida,
sacan miel las abejas de la Muerte
y perfume las rosas de la vida.

 


Página blanca


Junto a los lirios y bajo las palmas,
pasan amándose místicas almas,

ardiendo al fuego de internos delirios;
—(Bajo las palmas y junto a los lirios)—

Y en esta página, blanca como una
hoja de luz de la flor de la luna,

pone mi verso su música franca,
—(En esta página blanca, tan blanca.)

¡Y óyese el canto de abril en su cuna!

 


Aire


Suena un aire de niño tras las tapias, la plaza
trae patrullas de éxtasis antiguos a mi casa.

Cuando el aire de niño, con pasitos cansados
rueda con el oboe que muere en los tejados,

y puebla de éxtasis crepuscular
el jardín, lleno de congojas,
que tiene deseos de hablar
palabras dichas entre hojas…

mientras retuercen en la bruma
locos y alegres movimientos
los blancos pliegues de la espuma
del alma, al roce de los vientos…

 


 

Fragmento


Cuando tiendes el índice, se detiene
asombrado el Olvido, y si llamas, viene
a retorcerse a tus plantas el Porvenir.

La primavera no es más que una
palabra tuya, y la luna, un recuerdo
que has dejado prendido en las zarzas del éter

Bajo tu pecho bate lento, dulce y
constante, un péndulo vivo, y si llegara a
pararse el Tiempo, rodaría roto.

Tu paso es tan fino y breve como si
te interceptaran el suelo suspiros de án-
geles tristes, y cuando caminas se que-
dan en el aire conversando de ti, los perfumes.

Una divina delicia, flor de tu alma,
está diciendo claramente que el día que
tú ames, será una cosa nueva el amor.


Estancia


Órganos familiares de los bosques vecinos,
por vosotros, el viento un ideal me labra;
yo soñé darle a mi alma surcada de caminos
un hecho audaz con lo total de la palabra.

Di mi canción al mundo, órganos familiares,
y mi canción ahora sobre el mundo se pierde,
cual la espuma, que tiembla en el pecho de los mares,
o como vuestras músicas entre el ramaje verde.

 


 

Ocaso


Ocaso, blanco de éxtasis, detén
otro momento en el azur tu paso,
no precipites tu tranquilo bien,
ocaso,
la hora triste de tiempo, resucita,
la visión poderosa de Belén;
el lebrel de la noche está ladrando,
y en ese silencio de tiempos pasados,
hacia los horizontes va bajando
una sombra de cuerpos ignorados…


Desde la orilla


El sol enreda sus cabellos en los tilos
del parque, los enfría en el agua de la taza
en que se ven sonar los viejos peristilos
de cobre; entre las ramas, rápidamente, pasa

un pájaro, y se acerca desde la torre una hora:
desde la orilla verde un cisne a la Onda baja,
y, viniendo a pedirnos pan, en su blanca prora
los ensueños del agua, con el pico, se encaja.


Verano


Una llama de viento
extiende su lamento
en un valle del alma,
mece una palma

un sutil oleaje
a una altura salvaje;
bajo la hierba mansa,
esta maldita

raza de mis pasiones
y de mis sensaciones;
que va a salto de cabras,
y sus palabras

cruzan el valle, llegan
a las grutas y juegan
en las selvas sagradas
de tus miradas

y dicen:— "Los acentos
que hay dentro de los vientos
son otros que sus ruidos;
los gemidos

de la luz, precipita
el fuego que gravita;
y en los poros del alma
suda la calma…"

Y yo observo detrás
de sus palabras, las
cifras en línea que
jamás sumé.


Ararat


La paloma del arca se ha posado
sobre mi antiguo corazón, y vivo
bajo la sombra de un celeste olivo,
sobre las negras aguas del pasado.

Yo soy roca en que será labrado
un ideal dos veces primitivo,
en que trabajan con tesón esquivo
los pensativos náufragos del Hado.

Tal bajo el monte. Y a una voz secreta,
vi cómo, poco a poco, su silueta
fue tomando las formas del deseo;

y como interrogara al Horizonte
quién era el ser aquél, oí que el Monte
se respondió a sí mismo: ¡Prometeo!


Clarín


Este clarín que aguarda, colgado a un clavo ahora,
las nueve de la noche para tocar la queda,
o el despertar del día para dar a la aurora
claras dianas que filtran en el éter de seda;
yo lo he visto otro tiempo con la voz de otro canto,
cuando el sol se quebraba en su bronce bruñido
desenvainando acentos cómo espadas de llanto,
y sacudiendo trémulas banderas de sonido.


Danza negra


Pasó batiendo sombras el hada de la muerte
en el despierto sueño de un otoño de sombras,
desenroscó una sierpe sus sueños, en la fuerte
visión fatal de las alfombras…

Y buscó en cabeceos locos, buscó al ave,
alzando la columna de su cuello (el esbozo
de un frío), y de la muerte en la mirada grave
reía un diablo doloroso…

Y cuando con la aurora, cayeron las astillas
de luz del sol —que el pecho de los cielos perfuma—
vi un cadáver a manchas azules y amarillas
y entre sus dientes… ¡una pluma!


Yo


Muchos me han dicho: —el viento, el mar, la lluvia, el grito
de los pastores… Otros: La hembra humana y el cielo;
Estos: La errante sombra y el invisible velo
de la Verdad, y aquellos: La fantasía, el mito.

Yo no. Yo sé que todo es inefable rito
en el que oficia un coro de arcángeles en vuelo,
y que la eternidad vive en sagrado celo,
en el que engendra el hombre y pare lo infinito.

Por eso, mis palabras son silencio hablado,
y en la fatal urdimbre de cada ser, encuentro
difícil lo sabido y fácil lo ignorado…

Yo soy el Mercader de una divina feria
en la que el infinito es círculo sin centro
y el número la forma de lo que es materia.


Las tres hermanas


Hada es la luz, Estela la armonía,
y Teresa la gracia. Y en Teresa,
en Estela y en Hada, culmina esa
fiesta de amor que hace perfecto el día.

Una canta. Otra sueña. Otra confía
al tiempo errante su ilusión ilesa,
y en la sonrisa de las tres se expresa
la suprema verdad de la poesía.

Las tres hermanas en felices horas
hilan en ruecas de ilusión sus vidas,
como la encarnación de tres auroras

gemelas, y en sus danzas y en sus juegos,
van hacia la Esperanza, precedidas
por un coro feliz de niños ciegos.


El silencio


Después de tantos sufrimientos
que mi pupila enturbecieron,
viendo la tierra amarga en donde envejecieron
mis llantos, como pensamientos,

llamóme lejos del Osario,
tras de lo largo del camino,
la música valiente de un clarín divino,

alzó hacia Dios sus tristes ojos
descoyuntados por la suerte,
abrió la flor repleta de su sueño inerte
y contempló puesto de hinojos

a un ángel pálido que —en una
gracia infantil de místicos sollozos—
cortaba ramos de perfume luminosos
con la cuchilla de la Luna.


La gran plegaria


El tiempo es hambre y el espacio es frío
orad, orad, que sólo la plegaria
puede saciar las ansias del vacío.

El sueño es una roca solitaria
en donde el águila del alma anida:
soñad, soñad, entre la vida diaria.


La danza de los astros


La sombra azul y vasta es un perpetuo vuelo
que estremece el inmóvil movimiento del cielo;
la distancia es silencio, la visión es sonido;
el alma se nos vuelve como un místico oído
en que tienen las formas propia sonoridad:
luz antigua en sollozos estremece el Abismo,
y el Silencio Nocturno se levanta en sí mismo.
Los violines del éter pulsan su claridad.


La canción del espacio


¡La distancia que hay de aquí a
una estrella que nunca ha existido
porque Dios no ha alcanzado a
pellizcar tan lejos la piel de la
noche! Y pensar que todavía creamos
que es más grande o más
útil la paz mundial que la paz
de un solo salvaje…

Este afán de relatividad de
nuestra vida contemporánea —es
lo que da al espacio una importancia
que sólo está en nosotros—,
y quién sabe hasta cuándo aprenderemos
a vivir como los astros—
libres en medio de lo que es sin fin
y sin que nadie nos alimente.

La tierra no conoce los caminos
por donde a diario anda —y
más bien esos caminos son la
conciencia de la tierra… —Pero si
no es así, permítaseme hacer una
pregunta: —¿Tiempo, dónde estamos
tú y yo, yo que vivo en ti y
tú que no existes?


La piedra viva


La piedra despertó (y era una piedra
como las otras que hay en la montaña,
con piel de musgo y venas de yedra).

Y abrió los ojos. (Era la hora extraña
en que se enciende el sol, como la hoguera
que calienta al pastor en la cabaña).

Y luego dos pasos. (La ladera
era sonora y bárbara, y los vientos
peinaban su sombría cabellera).

Y en interiores estremecimientos
se inquietaba la Piedra, hasta que el ansia
le abrió la boca, y dijo pensamientos:

—¿En dónde estás, en dónde estás, distancia
sin relación y tiempo sin medida,
y lo que Dios es, la única fragancia?

¡Oh!, quítame esta túnica: vestida
así, mi ser es cosa, solo cosa,
pues la forma es la cárcel de mi vida.


Sueño


Su voz lejana da la Ninfa
de los recuerdos en la linfa
del hondo sueño;
saltan peces en los claros,
y caen como chasquidos raros
como un Empeño.
Y, en un silencio antiguo, queda
corriendo el agua en la honda seda
de mi alma:— "Dea",
dice la Ninfa al borde ahita
y oigo doblar la campanita
de alguna aldea…


Afrodita


Cuando, ante el rojo grita de la aurora,
calló el silencio de la noche, vino
sobre el mar la celeste Pecadora.

En ella había todo don divino,
y he aquí que al verla, los distantes astros
detuvieron a un tiempo su camino,

los dioses, cual lobos, tras sus rastros,
disputaban a eternas dentelladas
sus rosas de sagrados alabastros;

y ella, con el poder de sus miradas,
sin inquietarla el Bien y el Mal apenas,
hacía arder olímpicas ilíadas…

—Venus, tú eres la mar porque en tus venas
eternas ondas van; tú eres la Vida
y la Helena inmortal de las helenas.

Tú eres la mar, y de la mar nacida
yo sé que tus cabellos aun son algas
y que, sobre tu vientre, el adanida

es frágil barco; sé que tú cabalgas
el planeta, y que son maravillosas
las dos valvas de nácar de tus nalgas;

que tus orejas son conchas preciosas,
y en tu nariz un caracol labrado
abre sus dos ventanas misteriosas.

Desde la nívea frente hasta el rosado
pulgar del pie, se ve un temblor sonoro
como en un mar de mármol agitado.

Tú eres la llave de esencial tesoro,
y tú echaste a rodar al pavimento
de los abismos la manzana de oro.

Tú eres la Comunión del pensamiento,
la verídica Hipótesis del alma,
la Música de Dios, el Movimiento

de la Creación, Luz de los astros, Palma
de la Verdad, Hora perenne, Fruto
del Árbol sin raíz, Boca que ensalma

a lo Infinito, Don cuyo atributo
sacia a la Eternidad, sueño existente…
¡oh, Venus, Venus… Cosmos! ¡Absoluto!

Yo te veo venir sobre el potente
tumulto de las olas primordiales
a tu misma belleza indiferente.

Saltas del tiempo sobre los umbrales,
casta al amor, impúdica al deseo,
y llena toda de ti misma. Sales

desnuda y clara como un grito. El feo
mirar del caos fugitivo y triste,
no te avergüenza ni te asombra. Veo

cómo a tu desnudez tu forma viste
y cómo tu alma crece en cada cosa,
porque tu traje es todo lo que existe.

Yo te veo, celeste mariposa
del corazón en flor, que entre las ramas
del Árbol de la Vida, victoriosa

vuelas, como los vientos y las llamas
libre a la ley de afectos que te norma
porque siendo de todos a nadie amas.

Y Dios, cuyo deseo se conforma
con tus actos, sonándote en palabras,
le dio a la Vida el alma de tu forma.

Y dándote sus llaves, para que abras
las puertas del infinito a la existencia,
te hizo la sola ruta de sus abras…

Y te dijo: —El amor es la experiencia
de lo ignorado; tómalo y camina:
Yo soy la luz y tú eres mi conciencia.

Si estás entre los hombres, adivina
mi secreta intención, pues en mis planes
la maldad de los hombres es divina.

No te acuerdes de nada. A tus afanes
no les ha dado origen lo que ha sido,
y después de cruzarlo capitanes

y marinos, el mar cierra atrevido
su boquerón, pues por instinto sabe
que está hecho de recuerdos el olvido.

La flor, la nube, la ilusión y el ave
den motivo a tus sueños, y comprende
que es dulce el beso cuando el alma es grave.

Dale la mano a todo lo que asciende
y los brazos a todo lo que aspira,
que en cada ser un corazón se prende

en ansias de tu amor. El Orbe gira
y el azar es un místico proceso
en que, lo mismo el canto de la lira

que la roca, el dolor, la luz o el beso,
todo tiene alas, pues para los cielos
las alas de la piedra son su peso.

¡Oh!, los vuelos efímeros, los vuelos
de la necesidad siempre en zozobra
sobre el mar de mis íntimos anhelos.


Eva


Adán sintiéndose ardiendo en deseos distintos
a todos los deseos que colmaban su infancia,
su ser se bañó en la onda de una extraña fragancia
y lanzó —ansiosa y trémula— una mirada nueva,
al ver tras la cortina de los árboles a Eva.

La madre de los hombres, virgen y soñadora
ya sentía en su ser la fuerza misteriosa,
y mientras contemplaba su cuerpo en una fuente,
escuchó entre sonrisa la voz de la serpiente;
la serpiente hablaba, irónica y lasciva,
y en tanto las palomas, arrullándose arriba,
constelaban de cantos el cielo de la fronda.

Eva sintió que su cuerpo se estremecía en la onda
y sintió un calofrío, que gracia de amor es,
cuando fue la serpiente a lamerle los pies,

entonces por la senda florecida de lirios,
se alejó meditando en sus vagos delirios,
y, como quien contesta a un íntimo reclamo,
mientras se iba alejando iba diciendo: Amo…
y Adán que la espiaba, se fue tras de sus huellas,
mientras el cielo abría sus primeras estrellas.

Cuando estuvieron juntos, ella quiso, inocente,
contar lo que dijo la voz de la serpiente,
que es la sagrada chispa que diviniza el lodo,
pero Adán dulcemente contestó: lo sé todo…
la tomó entre sus brazos y se perdió en el viento.

¡Sobre el Edén bajaba el crepúsculo lento!


La verdad


El hado ha muerto. Y Dios es en el hombre
lo que él en Dios. El arte se derrumba
sobre sí propio. La verdad es nombre,
dilema la razón, todo hecho tumba.

La única ley que en tu virtud te acentre,
profeta, sabio, artista o proletario,
es el misterio, si está encinta un vientre,
si es con fruto un árbol, el sol diario.

No hay bien actual más que el presente ahora,
ni hay buen futuro más que en tu hoy buen tino;
el trabajo es más útil que la aurora
y el dolor es más fuerte que el destino.

¿Un ideal? ¿de qué sirve si es soñado?
y un recuerdo: ¿qué importa al de adelante?
Lo futuro es mitad de lo pasado,
¡y un fin lo que se realiza a cada instante!