Para el libro de salmos de estos viejos ciegos I El que es más ciego nos guía. Levantamos al sol las niñas. II Fijas, bien lisas, blancos trajes de nuestra desesperanza. III Ladran los perros en derredor. Rastrean caza segura. IV Palpa hosco muro de luz, cielo de lluvia, piel de la noche. V Larga la hilera de sombras. Temerosos, rumor de pasos. VI Balanceaban cráneos, muela usada de la tiniebla. VII Y tropezábamos con palabras. Zapatos que ajados ríen. VIII Bastones rítmicos percutían el seco vientre terreno. IX —Compañero, ¿ebrio de polvo del camino vacilas tú? X —No cato, hermano, otro vino. —Que puedas siempre comprarlo. XI Dinero de odio de huraño hebreo: medio céntimo el trago. XII —Si me lo daban, gustoso rebañara duras limosnas. XIII —¿En qué anaquel, en cuál armario guardas platos y vasos? XIV Quedamos ya bañados por la sangre que ocaso vierte. XV Me doblegaban manos desconocidas sobre mi espalda. XVI —Rocín, la silla te ha llagado. No paran de castigarte. XVII Me enviscan trozos de lamentos, hilachos de huero diálogo. XVIII —Dios es pesada, constante, inmensa falta de ortografía. XIX Yo me avergüenzo, porque, si oso escribirlo, leer no sé. XX ¿Es quizá el hombre más justo que tú? Clama todo el silencio. XXI —Con linde eterno choca el afán inútil de la hormiga. XXII Sobre la arcilla fría la oscura fuerza se va arrastrando. XXIII Si quiero, elevo este tacón benigno para pisarla. XXIV ¿Que la perdone, pues me nombra el Altísimo? La aplasto ya. XXV —Crece en la extraña prisión que soy mi muerte tan dolorosa. XXVI Brilla, en la sola conocida negrura, mi oro del sueño. XXVII Gualdo, azul, ocre: aprendo los colores de la mentira. XXVIII Vidente, ayúdanos a batir el oculto ardor del alba. XXIX De un pozo al otro de la noche, profunda sed de agua clara. XXX Se nos acercan lentas alas del día, tiempos serenos. XXXI —Para que duermas, te llevo al reposo amplio de calma nube. XXXII ¿No obstante sueñas dulzor de engaño? Acéptate libre en la sima. XXXIII Cuando árbol sea, se volverán los bosques sólo naufragio. XXXIV —Cerebro, ábreme pensares que a mis labios no vengan nudos. XXXV Los más sensibles dedos del ciego columbran cantos del aire. XXXVI Un fragilísimo cristal, primera vida de las palabras. XXXVII —Timor conturbat mortis me: ya no cuento los pies, las pausas. XXXVIII Cercana oímos esa corriente rápida, caemos a ella. XXXIX El río carga espanto, harapos, gestos, un postrer grito. XL El que nos guiaba, en el helado fondo se nos unió.
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