VII Nuestros abuelos contemplan, hace muchos años, este mismo cielo de invierno, alejado y triste, y en él leyeron un extraño signo de amparo y reposo. Y el más viejo de los caminantes lo señaló con el largo bastón de su autoridad, mostrándolo a los demás, y después indicó estos campos y dijo: —Ciertamente aquí descansaremos de toda la amplitud de los caminos de la Golah. Ciertamente aquí me enterraréis. Y fueron también enterrados, uno a uno, en Sepharad, todos los que con él llegaron, y sus hijos y sus nietos, hasta llegar a nosotros. Pues bien sabemos que muchos estamos todavía desperdigados en el viento y en la peregrinación de la Golah. Pero ya no queremos llorar más al templo ni sufrir por la infinita añoranza de nuestra ciudad. Por eso, cuando alguien una que otra vez se acerca y con actitud severa nos pregunta: "¿Por qué os quedáis aquí, en este país áspero y seco, lleno de sangre? No es ésta ciertamente la mejor tierra que encontraréis a través del ancho tiempo de prueba de la Golah", nosotros, con una leve sonrisa que nos trae el recuerdo de los padres y abuelos, sólo respondemos: —En nuestro sueño, sí.
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