XIII Recibimos en el rostro el aliento del viento nocturno, como él de una bestia maligna al acecho, y esperando el golpe de su garra caminaremos cerrazones de andrajos de niebla, hasta llegar a la calle de arrabal extremo, donde la muerte tiene su tendajón. Bacco Ernesta, non donna di mal affare. Vino del ponte delle Guglie y alquila cuartuchos para escuchar cilindros tocados muy lentamente con temblorosos dedos de tiempos y de recuerdos. En todas partes habrá retratos, ramos de flores de papel, pesado olor de cocina, vaho remoto de canal veneciano, y nos extenderán, por el mismo precio, hilachos de estera justo junto a la cama. Escalera arriba —tres gruesas de escalones—, supimos que encontraríamos la puerta y la frialdad de aquellos desvanes cerrados al aire y a la luz, en los que arrinconaron, quizá para siempre jamás, clavos y listones, alambres, un amor bien fatigado de amo triste y criada de limpieza general veraniega, una muleta, disfraces de carnaval infantil con bailes de premio seguro, jofainas de esmalte que se descascara, marcos, un viejo brasero de cobre.
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