Material de Lectura

 

Nota introductoria


En Bernardo Ortiz de Montellano se cumple un proceso que, fatalmente, se convierte en destino; o, si se prefiere, una trayectoria poética que resulta representativa de su generación y en tanto cual prefigura y consuma una serie de etapas comunes a sus miembros. Sus primeros poemas, recogidos en Avidez (1921), corresponden al último momento del modernismo en México, convaleciente de la intervención que operó en él Enrique González Martínez a la vez que próximo al desmantelamiento que la vanguardia se encargaría de realizar. Si algo puede observarse en estos primeros poemas, es la destreza para captar y reproducir las modalidades de la época. Ningún aspecto distintivo, ninguna originalidad.

Ortiz de Montellano liquida esta primera etapa al año siguiente de la publicación de Avidez. En La Falange, revista literaria que codirige con Jaime Torres Bodet de 1922 a 1923, se sumó a la vitalidad y el espíritu de renovación que debía mucho a las pautas marcadas por José Vasconcelos y la revista El Maestro (1921-1923) a la cultura nacional. El descubrimiento del folclor, de la poesía popular, entusiasma a Montellano. En La Falange, en la sección "A.B.C.", recopila la literatura popular: corridos, canciones de cuna, canciones de juegos, leyendas, y él mismo incurre en el género con canciones como "El soldadito de plomo", poesía inocente y corridos patrióticos. Explaya propósitos: "Los senderos literarios de hoy van más que nunca al pueblo y más que siempre valdrá un autor hasta que su obra haya sido asimilada por el pueblo de quien la recibe y a quien la debe devolver".

Transición y apuesta, su segundo libro, El trompo de siete colores (1925), contiene ya escasos rasgos de esta afición popular. Ahí, la ingenuidad y la espontaneidad se hallan disueltas en un afán más depurado, integrando a una poesía marcadamente culta los tonos y las claves de la expresión popular ("Fruta", "Los cinco sentidos"), al tiempo que en otros poemas ("Peces de Ziragüén") incursiona en una poesía de mayor elaboración y complejidad que insinúa, con predominio de lo visual, aventuras y rompimientos posteriores.

Red (1928) es ya el imperio de la innovación. Esas prosas poemáticas, muy representativas, tienen su paralelo en las de Línea, de Gilberto Owen, y en algunos de los hallazgos del Salvador Novo de los XX poemas. El paisaje mexicano, varias de las entonces recientes consignas agraristas y populistas, se vanguardizan estéticamente y reciben un trato desenfadado e irónico ("El aeroplano", "Pájaros adivinadores", "Lotería", "Agrarismo").

De 1929 a 1931, Montellano dirige la más importante revista cultural del momento, una de las mejores publicaciones (periódicas y no periódicas) en lo que va de nuestro siglo. Contemporáneos, la revista y sus realizadores, han ejercido una influencia determinante no sólo en la generación inmediata, que tomó de ambos muchas de sus cualidades (Octavio Paz), sino también en las posteriores. Parte de la más reciente promoción de escritores mexicanos ha encontrado ahí una renovada decepción de nuestro subdesarrollo. Y aunque las influencias a menudo derivan en reiteraciones y torpes resurrecciones, el ejemplo de rigor, profesionalismo, calidad e inteligencia, continúa como un reto y un modelo insuperable.

Así como Xavier Villaurrutia y Salvador Novo se marginan con la expresión del amor homosexual, y Gilberto Owen con el "pecado de nombrar", Montellano elige su propio reducto: el sueño. El tema, que devendrá obsesión, terminará por alejarlo radicalmente del folclor y los intentos de acercamiento a lo popular (posibles, por otra parte, cuando aún no eran objeto de la mera declamación panfletaria; imposibles cuando se transforman en consignas oficiales y de falansterios de artistas revolucionarios). Es cuando Contemporáneos orienta sus preocupaciones a la integración de la cultura universal, que Montellano se lanza a la expresión del mundo onírico y escribe sus dos poemas más conocidos: "Primer sueño" y "Segundo sueño". El segundo corresponde propiamente a la experiencia sufrida por los efectos de la anestesia y, como el primero, desarrolla poéticamente el "argumento" de un viaje al interior de sí mismo.

De la seductora vacilación de la vida y la muerte, del vital regreso, afirmación de la sensualidad, gozo de los sentidos, que opera al fin de este "Segundo sueño", Montellano pasa en poemas posteriores al triunfo de la retórica de la muerte y la decepción, que también marcaron a sus contemporáneos. De ello es muestra Hipnos, libro en que recoge los poemas publicados en revistas y periódicos, incluyendo el emotivo y excepcional "Himno a Hipnos", desolador como registro de una realidad en que el "lirismo lógico… ha reducido al hombre a ser un placentero bazar de cosas inútiles", estimulante sin embargo como invocación a un poder incendiario y renovador. El sueño es ya sólo muerte, y el mundo se vuelve yermo como en Eliot:

Cuando en la tierra estéril el hombre estéril
la mujer infecunda la lluvia ausente
se repartan los últimos frutos de la vida.

Posteriormente, Montellano se dedicará a tomar nota de sus sueños en un Diario de mis sueños (simples y muy prescindibles recurrencias), donde la preocupación onírica se vuelve fastidiosa costumbre cotidiana y cae en lugares comunes como la sospecha de la certidumbre de un poder premonitorio y el azoro ante coincidencias inexplicables. Su actividad literaria y cultural, reincide en el periodismo. Colabora en Letras de México y en Cuadernos Americanos, entre otras revistas, y es autor de una excelente traducción de Miércoles de ceniza, de T. S. Eliot, aparecida en 1946.



Manuel Fernández Perera