Material de Lectura

Jorge Enrique Adoum
Breve Antología



Selección y prólogo
de Vladimiro Rivas
Iturralde

 

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Nota introductoria

 

Pocos poetas hay, en el español de hoy, tan conscientes y capaces, como Adoum, de ser a la vez el sujeto y el espacio de una permanente confrontación moral y mortal entre la cultura y el subdesarrollo, la escritura y la Historia. Si bien sus primeros poemas eran de una gran exuberancia verbal —etapa culminada con su monumental Los cuadernos de la tierra—, este torrencialismo de estirpe nerudiana ha ido atemperándose a lo largo del tiempo, cediendo el paso a una poesía original, desgarrada e impura, especialmente notable por su capacidad de cuestionamiento de la Historia y del lenguaje poético; inconfundible por la frase larga, interrogante o imprecatoria, de tono irónico, áspero y desgarrado; por esa ira que inevitablemente desemboca en el nudo en la garganta, en la pena sin nombre. Más que trágica, es una poesía lúgubre, hecha de interrogaciones sin respuesta, de resonancias funerales, de frases sibilinas y de afirmaciones amargas. Llena de materia, nada tiene esta poesía en común con la metafísica reflexión sobre la muerte de un Villaurrutia, por ejemplo. De Eliot, sí. Gravita en torno a un radical y profundo sentimiento de orfandad —histórica, cultural—, y se inscribe en la tradición elegíaca castellana que parte de Séneca y atraviesa por Quevedo, Rodrigo Caro, el Neruda de las Residencias y, sobre todo, por Vallejo. Aun la palabra "vida" parece tener con demasiada frecuencia connotación de muerte. Todo parece ajeno, distante, otredad sin alcance, porque su poesía nos remite también a un universo extralingüístico y ese universo es la pesadilla de la Historia. La alta calidad de su poesía legitima esa recurrencia. Como su paisano y coetáneo César Dávila Andrade,1 Adoum intentó la épica en Los cuadernos de la tierra, pero fue la épica de la derrota. Era el período inmediatamente posterior a la aparición del Canto general de Neruda, y Adoum no pudo menos que asumir la historia de su país con el ambicioso Cuadernos de la tierra. Este libro es algo más, mucho más que un mero apéndice del Canto general, como lo son también El estrecho dudoso de Cardenal y Nuevo Mundo Orinoco del venezolano Juan Liscano. La pregunta de fondo, subyacente en toda su poesía, lo mismo que en su ya famosa novela Entre Marx y una mujer desnuda, es la siguiente: ¿qué puede, qué debe decir el escritor desde el subdesarrollo, desde una historia degradada? Abundan en su poesía los "desde", los "dónde", los "desde dónde", los "hacia dónde", los "cuándo" que buscan un sentido y no encuentran más que el progresivo desgarramiento del lenguaje poético. Arranca su poesía de una interrogación a la historia de su país y de América Latina, y sólo encuentra el dolor de la víctima de la depredación colonial, del sujeto pasivo. Interpela a los cuerpos, o desde el cuerpo a otros cuerpos, y sólo encuentra el desgaste, la rutina, el cansancio. Acaba interpelando al hombre de nuestro tiempo, y sólo encuentra tierra baldía, como Eliot, su gran maestro de siempre. Busca identidad y esa identidad es una enajenación, ya sea en la implantación de instituciones españolas en América, ya en el oscuro hombre de la calle que bebe un café o muerde un sandwich. El Adoum que se enfrenta al pasado histórico es el mismo que se enfrenta al presente. El discurso poético se ha vuelto con los años lacónico y travieso, pero igualmente desgarrado, es más, descoyuntado. La fluidez verbal de antaño deviene ansiedad: el poeta experimenta con poco éxito la composición de palabras, el empleo de neologismos. Lo grave de esta búsqueda estéril es que a menudo resulta esterilizante para el poeta como tal: parece conducirlo al silencio. Esa esterilización progresiva se hará patente por la deliberada dislocación del lenguaje poético de sus últimos libros, Curriculum mortis y, sobre todo, Prepoemas en postespañol. Su cólera impotente y su pena, el pesimismo que cancerosamente invade todos los resquicios de su poesía, la va haciendo más desnuda y austera, más seca y descoyuntada, juguetona, pero ácida y adusta, como si en su duelo con la Historia hubiese perdido: poco amor a las palabras hay en su último libro: más que audaces borradores de poemas, como dice José Olivio Jiménez,2 son restos de un naufragio, de un deliberado homicidio al lenguaje poético.

La antología que el lector tiene en sus manos fue seleccionada de otra. Informe personal sobre la situación, hecha por el autor. Los poemas están ordenados cronológicamente y revelan todos la gran intensidad lírica y ética adoumiana, un acusado sentimiento de orfandad —la búsqueda de indicios, del indicio (el punto de partida o de apoyo)—, un pesimismo que linda con la lástima y la autocompasión (ecuatoriano, ecuatorianísimo, al fin), un humor sarcástico, y un vaivén entre la escritura y la Historia, que hacen de Adoum uno de los más representativos poetas contemporáneos de América Latina.

 

Vladimiro Rivas Iturralde


1Material de Lectura No. 22.
 
 

2José Olivio Jiménez. "Adoum y Becerra", en Plural No. 34, México, julio de 1974. p. 21.


 

Jorge Enrique Adoum nació en Ambato, Ecuador, en 1926. Cursó estudios de Filosofía, Economía y Derecho en la Universidad Central del Ecuador y posteriormente en la Universidad de Santiago de Chile, donde fue, de 1945 a 1947, secretario privado de Pablo Neruda. De regreso a su país, ocupó distintos cargos de importancia, entre ellos el de Director de la Editorial de la Casa de la Cultura y Director Nacional de Cultura en el Ministerio de Educación. Después de viajar por Egipto, India, Japón, Israel y China, se radicó en París. Ha sido lector de la Editorial Gallimard y ha colaborado con diversos organismos internacionales, especialmente como experto en cuestiones relativas a la cultura latinoamericana. En 1960 obtuvo el premio de poesía del Primer Concurso Latinoamericano de la Casa de las Américas (Cuba) con su extenso poema "Dios trajo la sombra", incluido en Los cuadernos de la tierra. En 1968 integró el jurado del mismo concurso. Obtuvo en 1976 el Premio de Novela "Xavier Villaurrutia" por Entre Marx y una mujer desnuda.

Publicó libros de poesía: Ecuador amargo (1949), Los cuadernos de la tierra (1952-62), Yo me fui por la tierra con tu nombre (1964), Curriculum mortis, Prepoemas en postespañol, Informe personal sobre la situación (1973), No son todos los que están (1979), ...ni todos los que son (1999), El amor desenterrado (2001); ensayo: Poesía del siglo xx (1957), La gran literatura ecuatoriana del 30 (1984), Ecuador: señas particulares (2000), De cerca y de memoria, recuerdos de lecturas, autores y lugares (2003), Ecuador: imágenes de un pretérito presente; novela: Entre Marx y una mujer desnuda (1976), Ciudad sin ángel (1995); teatro: El sol bajo las patas de los caballos, La subida a los infiernos (1981). Falleció el 3 de julio de 2009.


Lamento y madrigal sobre Palmira

 

El polvo, el tiempo, áspera
y difícil soledad, desolado
mantel seco: aquí no hubo
nunca el caserío, la planta,
los dedos de la lluvia:
tierra rota
hasta la harina, paisaje ciego
que el viento cambia de lugar.

Rara vez en la deshabitada
sábana que huye, un cuerpo,
una pareja; nunca la moneda
o la cruz incomprensible
del descubridor, nunca la ruina
duradera de dios en el erial perdido;
ni lágrimas, ni espinas, ni vidrios
rotos para la pisada antigua
del aborigen, porque sólo destrozo,
sólo agria piel de arena,
sólo semanas y siglos que bajan
a Palmira por la delgada
cintura del aire, sólo aire.

Yo, que salí de mujer como del alba,
que ardí, que he muerto pocas veces
todavía y todavía espero por las cosas,
hoy vuelvo con la misma camisa
que tocaron los pechos de tantas despedidas,
vuelvo y te encuentro en tu liviana
muerte de materia, y me detengo,
no por duda en los pies, no de paso
a la ciudad: es por destino,
y traigo mi alma llena de tu páramo,
de escombros, de huesos cuyo nombre
reconozco y debo enterrar inútilmente:
sólo lamento y plural dolor el alma.

Porque en las visitas, en las fiestas
donde alguien agoniza, porque
en los restaurantes, en los diarios, en la gente
que habita casas y familias,
hay alguien que dice algo, hay un suceso
caído como un muerto tras la puerta,
sufro de noticias, de necesidades
puras, y no puedo más, no puedo
despegarme de fantasmas que corren
buscando domicilios, no puedo
sino escuchar con el oído
apegado a tu alma.
Ah solitaria
abandonada por la voz, ah dejada
del duradero río, gran cementerio general:
frente a tu mar que esparce su esqueleto
lloro y digo, no rezo, no prometo, pero pienso
en los muertos a escondidas de mí,
en la alta gavilla de los seres que a la tierra
volvieron por la terca hipotenusa.

Si a tu orilla general, si
a la ceniza de tu edad incierta,
si a tu aventura de obstinado
duelo, como el animal de nuestra tribu
triste, yo fuera con mis uñas
a escarbar la última arcilla
que busca mi vasija, fuera
el arenero que te aclama.

Yo te amo, distancia y resistencia, amo
el cristal vencido de tu oscura
substancia donde no encuentro golpeada
la familia, no encuentro la multitud
que alguien azota, ni las habitaciones
ni las piedras de las habitaciones,
y aun así, aun debiendo con los labios
ir a tocar la frutal ternura
de mi ciudad, de mi escuela y sus tinteros
derramados, yo vengo aquí primero,
y aun aquí está la patria,
su cuerpo torrencial o el granizo
violento que a veces me golpeaba
el corazón.
Baldía propiedad
de mi único territorio: acoge
estos trozos de ajenas desventuras
que también nos pertenecen.

(De Ecuador amargo.)


Historia de soldados

 

Cuando de ti me desentierra el día
con sus ásperos oficios y me repone a los sucesos,
como si al final de esa navegación nocturna
en la que hemos llorado y conversado, llorado y
permanecido,
debiera regresar a recoger mis pasos,
caminando a morir, como el anciano
vencido a lento plazo por sí mismo,
sólo entonces, fríamente despegado de tu piel,
gravemente solitario, entro a mi vacío traje
que te sintió a su lado cada víspera,
pregunto por ti, por mí, por qué sucede,
por qué así, hablando de las cosas
cuya balanza se rompe sin perdón en tu rodillas.

Después de aquel tendero elemental
que espantó tus muslos de hermética cerveza,
después de ese judío persistente, después
del otro que a pie disperso te perdía,
¿fui yo el último soldado, el de los últimos
pies, el que vino a recoger ya sólo tu vestigio
como la condecoración del que cayó a mi lado?

¿Fue acaso tu deseo desertor, ola ciega
que se rompe antes de encontrar su cúpula,
quien llevó mis cenizas a tu vientre baldío?
Oh ausente, siempre ida porque nunca
estamos juntos, porque nunca trajiste
tu heráldica animal, tu herrumbre
transparente al lado de mi pelo que te empuja,
porque nunca tuvimos una cama precisa
que oliera a cuerpo doble, a aceite comulgado,
ni una noche repetida a cuyo cauce
rueden nuestros zapatos juntos, ni un suelo
donde puedan quebrarse las tazas de los dos, las
manchas
salidas de los dos, tu paso de menta
o nieve porque duermo, o tus ligas
y medias y enaguas y preguntas regadas
que me digan: "Por esta puerta, desde esta palabra,
hacia esa fotografía comenzó a partir".
Nada que en mi presencia puedas
reconocer un día: "Esto fue mío. Esto te dejo.
Le he lavado el rostro, los pañuelos".

No fuiste tú, pequeña tejedora, perseguida
y herida por ti, ni son tus manos
donde esta mitad de un pan apresurado crecería.
Fue la primera sílaba, el hallazgo
de lo duro y ajeno en mi abandono,
fue mi subsistir por un clavo, por un diente
que otro había usado, por las uñas, los huesos
o la mujer del hombre derribado. Ya venía
con mis ángeles enfermos, ignorando
la inicial extranjera de los pétalos,
el pequeño lenguaje del encuentro, las palomas.
Y hasta de las caderas sacramentales que acechaba
sólo tuve el regreso a tu humilde cadera,
sólo los pedazos de las cosas,
sólo el polvo familiar, lo permitido.

(Yo te traigo esta moneda salvada de pagar
o de perderse, esta esperanza, esta duda
de escoger entre la comida temblorosa
que trae en tu cuchara dos bocados,
y el hotel por una noche en donde callas
y comprendes y en donde solamente somos
una mujer y un hombre, pasajeros,
sin nombre, sin vestidos, adquiriendo
sólo trozos de sueño después de que has temblado,
como si dijéramos abrigo, alimento, cereal, gavilla,
como si en esta hora de crecida hambre ritual
aún nos fuera dado elegir qué instinto,
qué sombra compartida, qué bisel nos mata menos.)

Yo solamente buscaba en tu puerta arremetida
por los prófugos perros agredidos
y mi violento alcohol que en tu deseo ardía,
el aceite ritual o la ceniza bruja
con que entró hasta tus piernas la pobreza:
y nada sino la lluvia con sus cordeles turbios,
nada sino tu olor a corcho envejecido
y aquello que nos quema en la piel o nos penetra
por su propia humedad de dolor, como la ortiga.

Por eso, cuando digo miedo y amanecer sin sexo como
un viudo,
y alaridos golpeándose las alas en maderas salvajes,
es como si hablara de una maldición,
de 13 personas a la cena nupcial en que he nacido,
de azúcar derramada, de quebrada arena
estelar, llegada de qué espejo roto por tu mano.

¿Es que siempre será igual, siempre
este ancho domingo creciendo entre paredes?
¿Es que debes atarte las manos a los pechos
para que nunca, nunca, te peinen en la noche,
para que no derriben a tu madre, que no la toquen
en sus sillas y su retrato, junto a su baraja
tartamuda y a la cáscara de su padrenuestro?
¿Y nunca me dirán qué carta, qué escalera
de sangre, qué madrugada lila
te desató los pies para que vayas
de cama en cama, de cuerpo en cuerpo,
huyéndote otra vez, temiéndote, olvidándote?

Esta es una lejana historia de soldados
en que siempre se vuelve al cuartel espantoso.
Y hay un himno a redoble, a latigazo puro,
tambor de funeral, marcha en regreso
de sólo los pedazos que han quedado,
y hay un eludir las tuberosas de la muerte,
una invitación, como la luz de un dormitorio,
a buscar tu cabello original, tus primeros pechos,
para decirte a ti, que traías a mis dientes
un pan robado, una naranja nocturna en los vestidos:
"Vengo para cuidar lo que me queda: el ojo
solitario, el único brazo defendido,
la rodilla que espera tu cansancio. Vengo todavía
con un trozo de fusil, con una espina
victoriosa".
Oh nunca defendida, cintura
de aguacero ceñida a mi voz seca de soldado,
llena de paja y corazón como una hoguera.


(De Ecuador amargo)


Fundación de la ciudad

 

Y ahora en dónde sobre qué vínculo en qué
botín he de apoyar el alma
en qué piedra por favor en qué
ayer. Nadie me dijo que comenzarían
hoy los siglos de la noche. Lunes
de una ciudad sobre la desolación.

Aquí hubo una población ya desplumada
su cacique en pedazos. ¿Y el plano
de las destrucciones? ¿Y los solares
que trazó el destrozo?

Me voy a inventar una ciudad. Es preciso
fundar un nombre apenas víspera
de una capital como una predicción.
(Yo podría llamarla Imaginada, Abandonada,
Nada.) Solamente un sonido que nadie oye
útil para establecer la propiedad
sobre la duración de los resucitados.

Ah no nacida. Nombrada sólo. Sólo
viento sin ladrido que ahuyentara
el exceso de muerte. Heme aquí
clavando el estandarte de un ruido solitario
jugando con campanarios dibujando
calles inmemoriales enviando especialistas
en provocar el eco para no sentirme
solamente solo sino muchísimo más solo.
Completando la envoltura oral de una ciudad
que fue y que después ha de habitar
el hijo de quién de quién
sepultado vivo en su armadura
que será estatua viva
de una estatua colérica y velluda.
Volcada. Porque no tuvo tiempo todavía
para las acomodaciones nuevas del amor.


(De "Las ocupaciones nocturnas",
en Los cuadernos de la tierra.)


Mestizaje

 

Quién conoce a su padre, quién
le ha visto fatigarse el riñón
o palpó por el revés la piel
entre el viento y el alma. ¿Las viudas,
tinajas aburridas, las fértiles descuidadas
por asalto?
Yo sé que fui una mancha
de la noche en un cuerpo, la no lavada
la que no preguntó por mí. ¿Cómo pregunto:
Pasajeros de apuro, cuál de ustedes
me llenó de odio desde el útero, como
desde una pieza de hotel para parejas,
quién alisó la funda de violencia
donde gritó mi madre (oigo en mi hueso,
el grito, más bien un eco de su hueso),
puede ella reconocer la barba, probar
—el regimiento en formación— la lengua
con la lengua y decir: Éste fue el hombre?
¿Tuvo una palabra de varón, rota
en sílabas por el beso, o sólo pelo
y líquido? ¿Y el resto, es mío el resto
de vivir cada día todo el día, toda
la oscuridad de la frente y el comienzo?

Ahora bien: existo de repente, recién
inaugurado. Y no hay cedazos en la sangre,
no hay visitante que la conserve sola,
el nombre a veces: oh apellido del vientre,
estirpe que averigua quién mismo es, qué
diablos quiere, para juntar como aguas
de memorias, y el rencor que resulta
entre las dos costillas.
(Pero es grave
lo demás: ser porque sí, ilícito, de urgencia,
este empezar con un soldado y acabar
con un soldado, como un cuento de guerra.)


(De "Las ocupaciones nocturnas",
en Los cuadernos de la tierra.)


Minería

 

Yo no escogí este oficio: me tocó
al azar. ("¡No va más! ¡Colorado
el treinticuatro!". Y no tuve
remedio.)
El hombre, el suelo, ácida
su axila donde busco soluciones. Y no hallo
sino huraños minerales, nada sino
la piedra golpeada desde adentro, su pregunta
furiosa de dormida: "A quién busca, qué
quiere". No hay sino silencio
y los adictos a su secta clandestina.
A veces,
al cavar, recojo un rostro antiguo
de pariente, su corazón en polvo: mascarón
que volvió a la disciplina de la tierra
cumplida ya su ruta entre los seres.
Me toca en los túneles (la memoria, el sueño)
toparme con mi pasado —huesos de alguien
con asuntos al sol, quehacer de afuera,
diurno— que me parece ajeno y por eso
la piedra golpeada desde adentro, su pregunta
un pasado niño, un niño que me desentierro.
(Sólo harina es la ternura marcada
por los dedos airados del azufre, y el amor,
mina de hastío, roído hasta el vacío
por el odio.)
Venid pues, venid pronto, pero
sin madre, sin piedad, lámparas nulas,
al sílice, los catafalcos, la tórrida
soledad de los renglones del nitrato.
Pero no me busquéis reemplazo entre los negros
los maridos, que vuestra pena no ponga
en mi lugar un ciudadano: el buzo o el amante,
rencoroso, no dejan sitio a nadie
en la misma incisión que los sepulta.

Pero quiero volver a donde recuerdo hay aire,
allí podría amar y usar la cama como nave
o tumba compartida. Pero no me fue dado
ese viaje, no dijeron ese número, otras
figuras hacen mi lotería: Andando, morir
moliendo, deslavando el ser, viviendo…
cuando yo pretendía morir, de muerte
y nada más, de muerte sin pretexto.


(De "Las ocupaciones nocturnas",
en Los cuadernos de la tierra)


El ahogado

 

El cuerpo que entregó el mar a la playa
me era moralmente conocido.
Ha venido cadáver hace tiempo,
quiero decir viviendo, desde otro
apellido.
Hacia dónde dónde
y, sobre todo, para qué.
Quién
es el muerto, el montón de lo sido,
N. N. sin dato ni aves tías
que convoquen a la Corte, picoteen
los bolsillos.
Haber visto sus ojos
boquiabiertos, muerto por desanclado,
porque bailaba el vals a duras penas,
haber muerto defendiendo una aritmética
justa en la que 3 × 9 no podían
ser sino solamente 25.

Haber venido a parar en tan morado
mi querido cadáver. Tan mío
que lo vi cuando me peinaba en el espejo
preguntándome cómo me ha ido.
No tan bien como a él, después de todo.

(La campana, cuando anuncia su llegada,
golpea con un pez triste de óxido.)


(De "Las ocupaciones nocturnas",
en Los cuadernos de la tierra)


La pobre biografía

 

Tu nombre no me recordaba a nadie
mucho después de haber muerto la mosca
que rondó tu cadáver. Las hijas, moscas
herederas de tu zumbido propio.
Y el padre muriendo por su cuenta.

Pero hoy que me dice una mujer: No quiero,
me siento solo dos veces. Y son tus párpados
achinándose en la agonía cuatro veces,
es ese diario, libro de caja en donde hallo
tus memorias sobresaltadas por restas,
soledades; con tus ovarios en uso, fracasados
antes del parto y después de este hijo
que nunca concebiste; son tus rodillas impropias
sobre el sillón sin ruedas, a la mesa pobre
en grasas, en risas, pero rica en proteínas;
sino tus manos que debo haber clavado para que no
se vayan a otra parte con tu llanto.
Forastera,
niña de otro siglo que yo recuerdo vieja,
tus quehaceres de harina, cacerolas
que suenan cada día: mujer y cuándo
vendedora de telas, Juana pero nunca
guitarrista, madre pero primero cocinera.

Te oí: Me duele el corazón me ahogo no sé
pero no duermo. Y te tocabas el dolor
en la carne por dentro trabajada. El médico,
tu marido, te trató con su ciencia de marido.
Yo, como hijo, confundí las recetas
entre versos de loco.
De las piernas
te subió la gangrena, su noche de algodones
a taparte la boca.
En el cementerio
el fotógrafo hizo una copia de la hacienda:
algo de tu no haber sido en los ojos.


(De "Las ocupaciones nocturnas",
en Los cuadernos de la tierra)


Borrachera

 

El triste yo que soy, ahora era
o fui. Soy Iván el Terrible, y ni siquiera
los que me conspiran son Boyardos.
Unos
ojos flotan hace lejos, me codean
mirando, están junto a Platón viendo
una película muda en su caverna.
Que me suelten al bandido: estoy esperándolo
como al porvenir, yo, Conquistador
de una Mongolia de sueño inaccesible.

Mi patria, la pobre, hace tiempo
que no se cambia el vestido, y no
porque nadie, sino porque esconde
su propia llagadura. Me decían: Vámonos,
aquí nos matan. Pero no estoy desocupado.
El Poeta me hace reír: después de todo
la vida humana es como Juana
Flor: no es Juana.
Yo no espío
el futuro por la cerradura, pero no me conformo
con la aldaba, y profetizo: Platón, joven
Platón, no existe su república, no hay
república como ésta —pobrecita—, no hay
su Rusia ni hay tal nada.
Sólo siento
por el ángel que se está desplumando,
ya casi parece hombre, desnudo
el desplumado. Sí me iría a donde
pudiera nacionalizarme de feliz.
Total, ya he pagado, vecino.
Si no fuera
por usted, estaría solo, y si llora,
mi dichoso, ¿a quién me agarro? ¿Cómo
podría matarme antes de morir?
Mañana
hay un paseo macanudo, con terrestres
cariñosas, por acaso las lunáticas.
¡Viva
mi Partido, carajo! No sé en dónde
puse la llave con que abro en donde muero
con atraso.
Perdón, señores, ya recuerdo.
Nadie parece que me llamo.


(De "Las ocupaciones nocturnas",
en Los cuadernos de la tierra)


Conspiración

 

Dormimos demasiado, se nos quedó el crimen
de otro tiempo olvidado en los armarios
de la noche, y hace cuánto habrán muerto
los madrugadores padres iracundos.
Es hora
de gritar por la escalera, por el candado
de esta historia, casa de huéspedes
donde se paga por adelantado, en qué
sótano están las ropas furibundas
de los mártires, en qué alcuza clandestina
su vinagre de varón desvanecido.
Baraja,
corta, quita al rey intruso y a su sota
de nuestro naipe pobre, háblale de Bonaparte,
haz trampa, para que puedas odiarlo
todo el día. Porque sólo nos queda
lo que no tenemos, y una larga viudez
en las arenas.
Contraseñas, mediciones
del furor agrupado y el azar, profecías
como fogatas vivas bajo la lluvia: hay
una sola mujer en el descanso, guarda
la puerta de indecisión y sus bisagras,
para adentro, celadora de nuestro voto
cejijunto.
Será hermosa la ciudad,
su álgebra nueva en el cuaderno
del emancipado. Su campana acarreada.
Su díscolo aguacero. Su adoquín. Su linterna.

Hablo sólo del alba, voy de apuro en voz
baja, no sea que nos oigan y atardezcan.


(De "Las ocupaciones nocturnas",
en Los cuadernos de la tierra)


No es nada, no temas, es solamente América

 

Cuando supe
(Porque yo soy así, aquel que se levanta
a golpes, se desentierra, se pone el cuerpo
que dejó en la silla, la esperanza que ya no
le servía sino como una mala dentadura,
y sale, más bien se saca, para ver cómo han ido
los días de allá afuera, cómo sigue la insolente
estatua de los dictadores, casco arriba y casco
abajo, animal de baraja, poniéndose mala
madre por su cuenta, mala hostia en el verano
enamorado, mala piedra en su rocío, su memoria,
sólo para que tropiece el desterrado, caiga
apenas, a duras penas, crea que se equivoca,
que no tiene razón en su raíz)
me desperté
asustado. En dónde estoy, grité, después
de tanto esfuerzo, hasta cuándo
es antes todavía, cómo me llamo
entonces, para qué me llamo.
(Porque todo
olía a siempre, a sufrimiento viejo, muerte
de ayer que no valió de nada, absurdo
en que han quedado restos de la telarañada
cena, y todavía, todavía hay que poner
la mesa, camareros, perezosos profetas
consuetudinarios, ponerle voluntad al pan,
servir el desayuno de los pobres, sin tanto
regresar a hoy, error de fecha, digo,
y tantos siglos sin lavar la servilleta.)

Y no pude seguir desaprendiendo a pura
historia, y no pude apretarle el cinturón
al corazón para que aguante. Mejor nos fuimos,
prójimo y yo, a rehacer lo roto, los vestidos,
a preparar las vísperas.
Aún no he vuelto
y no sé cuándo volveré a morir: no tengo tiempo.


(De Yo me fui con tu nombre por la tierra)


Ecuador

 

1. La geografía

Es un país irreal limitado por sí mismo,
partido por una línea imaginaria
y no obstante cavada en el cemento al pie de la pirámide.
Si no, cómo podría la extranjera retratarse
piernabierta sobre mi patria como sobre un espejo,
la línea justo bajo el sexo
y al reverso: "Greetings from la mitad del mundo".
(Niños, grandes ojos rodeados
de esqueleto, y un indio que se llora
montañas de siglos tras de un burro.)

 

2. La memoria

Cariada el alma, duele en el nervio de la raíz
ese pasillo, y yo, perro de Pavlov, voy de un salto
a sentarme en la puerta de la hojalatería
(allí siempre era de día) a husmear la calle
por la que me fui a volver y me siguen pegando.
Cuando no se tiene patria todavía sino
esa tristura irremediable debajo del orgullo,
patria es el bolsillo de la memoria de donde
saco esto: la indiada amazorcada en la borrachera
de la misa y desgranada a puntapiés el domingo de tarde,
el cementerio a donde acompañé a tanto compañero
de la escuela a repasar las tablas de la ley: esto,
trozos de un animal antiguo, esto me basta, reconstruyo
íntegro el tórrido patriótico paleolítico folklórico,
las cuarteaduras de la república, la greda consuetudinaria
en que resbalamos a gusto. (Tú también, huesito
de dinosaurio, tu tobillo por donde estás atada
a mí, gran descuartizada, y tu otro tobillo
por donde estás atada, porque yo soy tu destierro.)
Y la canción con que arrullan al asesinado
para que se muera sin decir nada
y con que hacen sufrir al perro
para ver cómo se llena su glándula.
De gana. Por puro experimento.


(De Curriculum mortis)

El hombre de mi tiempo en el "Café de la Gare"

 

"Más de 200 en una operación de limpieza."
Y también un conocido, inocentemente
carpintero, Cáceres por más señas,
y es por él por quien sufro esta vergüenza
de no poder soportar más de un muerto
cada vez, como si fuera mucho.
Los demás
tienen otros asuntos: una siciliana de 15 años
dio a luz un hijo de su tía, los trajes
serán más cortos este invierno, los Beatles
actuarán en el Olympia.
Esto
y nosotros somos mi tiempo. Ese que se mide
de igual a igual con el vino y le hace trampa,
ese que muerde su sandwich como si la guerra
fuera ajena o fuera a durar toda la vida,
son familia, son prójimo y hasta hubiéramos podido
ser amigos, pero cada uno anda con su silencio
lleno de otras cosas, de otros números, y uno
se queda íngrimo con sus recuerdos tabulados
o a lo más con la velluda de Argelia, y pone
una moneda en el teléfono, pero está ocupado,
hablablablan, te empujan, discuten, no comprendes
y sin embargo aún te queda una ternura
testaruda, por ejemplo, ir a orinar,
poniendo una moneda: la vieja capellana
del retrete vive de eso, y quisiera
ayudarle a vivir con mi vejiga.
Huelo
a la camarera íntegra en su axila, "servicio
no incluido, a juicio de los clientes", o sea
el mínimo, 10%, o sea que es varicosa y fea.

Europeamente solo, milnovecientos—
sesentaysietemente solo, alguien pone
una moneda en el billar eléctrico, juega
con nadie y otras veces gana. Día de suerte
para Capricornio: el 20.
Pongo una moneda
y cae una canción que me envejece: "La araña
peluda pasa bajo el Arco del Triunfo."

Es hora de cerrar, casi una venganza.

(Rosaura se estará atisbando, como siempre,
la perversidad del tiempo en las nalgas.)


(De Curriculum mortis)


6, Rue Claude Matrat

 

A través de la pared resucita el vecino,
oigo sus pasos, el bostezo con que se reconoce,
el chorro con que se comprueba, la insolente
relojería doméstica. No sé quién es, cómo
se llama ni para qué despierta tan temprano
y alevoso.
Hoy no ha sonado todavía
y temo que llegue tarde a su deshora
y se quede sin nada, y tengo ganas de llamar
a su puerta, recordarle que existe, que no puede
dejarme sin indicios de su paradero.
En cuanto
a los demás, no hace ruido su vida, no sé
contra quién frota su miércoles la sirvienta
ni a dónde lleva el perro las mañanas
a su jubilado tirado por la oreja.
Qué
sé yo de cuantos me rodean, por ejemplo
de mí, sino lo que me tolero, lo que me toco,
lo poco que me veo y que me digo,
yo mi vecino, mi sirviente, mi perro.


(De Curriculum mortis)


It was the lark, bichito, no Nightingale

 

No es fácil injertarse en ti, ísima mía.
Me doy cuenta de que fue risa y no tos
lo que te dije, y debo despensar las cosas
que puse en tu silencio, y salir de tus bocas de ganosa
y dejarte, mitad sola, gastada por mis vellos.
Es el día consuetudinario, conozco su censura.
Se diría que el agua usada del llanto desbordara
de anteojos, baúles, bodegas, por mi culpa,
que todas las guerras que pasen amarradas
se fueran galopando a comer, sólo porque
me olvidé de sufrir anoche, y fuera el centinela,
o me hubiera ido a volver, descuidando la tierra.

 

No es fácil ser feliz: primero, no nos dejan
y, quién sabe, será también la falta de costumbre
o tal vez haya que aprender, pero cómo, desterrado.
Metí amor en esa habitación de cejijunto,
en esta sólida soledad que debo hacer a un lado
pues no cabemos ya los dos al mismo tiempo,
mas parece que hubiera que aguantar toda la vida,
hacer cola en el mundo, esperar que los demás
pasen primero a casarse o comer o a sus negocios,
para empezar a vivir sin sentirse culpable.
conmutándome a tu lado la pena de durar.


(De Curriculum mortis)


Elegía a uno mismo

 

La edad se ha vuelto una enfermedad venérea
y casi casi cobardía: años de años
desperdiciados en durar, mucho tiempo bocabajo
sobre la duda, ya gastados los dientes
por los besos y hablar tanto, en los ojos
un asno de frecuente alcohol. De pronto encuentras
que para el último episodio, el único
de este western salvaje y electrónico
en que van a ganar por fin los pielesrojas,
no basta la feroz dignidad de tus testículos
si no estás con todos tus resortes vivos
y no te basta, como antes o a los otros,
ir recogiendo firmas con tu profecía ni el cobarde
heroísmo de los solitarios en viciosas
sesiones de principios, ni te consuela
decirle al corazón que al fin y al cabo
te protesta: Ve tú, músculo voluntario,
vestido de hojarasca, sería broma lo demás:
dirían que me envía el enemigo. Y te quedas,
anacrónico e hijo de vecino,
carajeando a James Bond en tu sillón de ruedas,
con tu hígado malo y tu aspirina
conyugal inútil, y tu decoro
tiene un dolor de cabeza
respetable, urbano, incorruptible.



(De Curriculum mortis)


La culpa fue de aquel maldito tango

 

Estaba bien es decir menos peor adán dormido
como si mi cementerial olvido perezosamente
estableciera una geometría del azar
y algún carajo pone de pura gana un disco
causa o casi de que recaiga en zonzo memorioso
de que me venga esa venganza latifundia
de querer que la quieran demasiado
a la que se desbisagró de mí sin saber cómo
y prefirió que hiciéramos el amor por correo
y no quiso seguir siendo
la quién sabe tal vez hubiera sido
la sola la ella destinal
y aunque sé que este tango durará toda la vida
ya habrá tiempo esta noche u otro siglo
para volver al anti-edipo la lingüística los quásares
o la sociedad ondulatoria como la física de planck


(De Prepoemas en postespañol)


Sunday bloody sunday

 

Vallejo sabe que también es bocón el sepulcro del
domingo
lagartamente tragón de lo que entonces es nosotros
el resto de monigote zarandeado entre semana
el sueño con que nos postergamos o nos disminuimos
esta desactividad de postvivo acostumbrado
a los quién sabe los cómo los qué pena

el mundo es desde hace años un domingo de tarde
la estación de donde cada vez regresas a lo que eres
los aeropuertos donde se me-nos acaban los que quedan
donde dios está en todas partes puro eco
de ese bisílabo que me duele adentrísimo

(domingamente bocabajo bajo qué boca
te le estarás muriendo a alguien despacito)

menos mal que desde el lunes se piensa en otra cosa


(De Prepoemas en postespañol)