Material de Lectura

 

Nota introductoria

 

Siempre al hablar de la poesía de Gabriela Mistral acaban por contarnos la vida de la autora, alabando su peculiar magnetismo y las circunstancias dolorosas o gozosas que la rodearon. Pero poco importa a un lector que busca la poesía como obra de arte, separada ya del ser humano que la trajo al mundo, los factores de fracaso o de triunfo que originaron la concepción de dicho poema.

La poesía de Gabriela Mistral tiene valores indiscutibles que la rescatan del deterioro del tiempo, pero en las antologías destinadas a estudios secundarios se han presentado los poemas menos representativos, aquellos que abundan en convencionalismos y carecen casi por completo de valores literarios.

En esta breve selección he procurado dar una muestra de cada una de sus actitudes básicas, extrayendo poemas de su libro Desolación sobre todo, algunos de Lagar y otros de Tala. Indudablemente la actitud más auténtica en la poesía de Gabriela Mistral, es la de "mediadora". Fuera de modas y de cambios de estilo lo que un poeta debe ser siempre es precisamente "un mediador", un mensajero que viaja a las esencias para regresar y cubrir con ellas los objetos hacia la esencia misma, hacia ese distinto nivel a donde los poetas entran y salen sin poder explicar con qué fórmula se llega, pues aquí no hay un sencillo "Ábrete sésamo" como en el cuento de Ali Baba. Gabriela, más que una "maestra", como se la designaba en su tiempo, podría considerarse como una embajadora del ser humano. Ella ruega, implora constantemente para que la poesía, a quien ella llama divinidad, empape al hombre con su toque sublime. Así es como en "El Ruego", en donde concretamente eleva su oración y suplica por el suicida… le recuerda a la divinidad… "Señor tú sabes cómo, con encendido brío/ por los seres extraños mi palabra te invoca./ Y en el siguiente cuarteto añade: "Me cuido hasta de aquellos en que no puse nada;/ ¡no tengas ojos torvos si te pido por éste!" En la mayoría de sus poemas vemos a Gabriela Mistral de mediadora, pidiendo por los suicidas en ese conocido poema llamado "Interrogaciones". Sus biógrafos le atribuyen triviales historias de amor, basados en la melodramática afirmación de la poetisa, quien aseguraba… "todo aquel que me ama, muere". Pero lo cierto es que en sus poemas predomina ese oculto ruego por alguien, por algo, como si no se atreviese a rogar por sí misma, ya que, teniendo el don de la poesía, se sentía ya por ello superior al resto de los seres mortales. La encontramos de ese modo implorando por los judíos, a quienes ella admiraba, pues hay cierto tono a veces en sus poemas de la sobriedad, de lo arcaico y lo adusto del pueblo judío. La Mistral fue de las primeras poetisas contemporáneas que sintió inclinación hacia la naturaleza sin artificios, sin afeites. En efecto, frecuentemente la sentimos identificada con la roca, la montaña, la escueta higuera, que, como afirmaba Rilke, está llena de sentido porque elude florecer. La Mistral se debate continuamente entre esa esperanza y desesperanza, como si algo en ella hubiera alcanzado la plenitud de la flor porque como afirma en su poema "La otra", mató a la otra que estaba dentro de sí. Esa lucha entre la esperanza y desesperanza, está presente sobre todo en su poema llamado "Viernes Santo"… "No remuevas la tierra, Deja mansa/ la mano y el arado; echa las mieses/ cuando ya nos devuelvan la esperanza,/ que aún Jesús padece." Pero en ese padecer de Jesús, está implorando también alivio para el padecimiento del hombre, esperanza para sí, para la humanidad que ella no alcanza a comprender del todo porque se siente de una especie diferente. Ella es la mediadora, la fuerte, tan fuerte que hasta la misma vida le sobra, como le afirma en "La abandonada", uno de los más logrados poemas de Lagar… "Todo me sobra y yo me sobro/ como traje de fiesta para fiesta no habida;/ ¡tanto Dios mío, que me sobra/ mi vida desde el primer día!" En "La Abandonada", la voz de Gabriela se quiebra en esa profunda queja de quien declara que esperaba algo más del mundo, que deseaba esa fiesta que nunca hubo, que tal vez nunca habrá.

Sin embargo, no todo es desesperanza en ella. Cuando admira la naturaleza y a la raza judía como representante de esa naturaleza ruda, es firme en su admiración y la belleza le proporciona la esperanza que ella siente que existe en otro mundo que ella conoció y que no es otro que el mundo de la poesía a donde ella se sumerge cuando decide ir de intermediaria para esta humanidad carente de lo más esencial, que es la esencia de la poesía. Piensa que, a pesar de la imposibilidad del plasmar el amor, ya que se siente con los brazos abiertos esperando un fantasma, sin embargo a pesar de eso, una cita, un detalle afectuoso, pueden infundir la belleza en quien ama, aunque sea por ese momento en que el Amor visite al mundo. Es así cuando exclama convencida: "¡que ya mañana al descender al río/ la que besaste llevará hermosura!"

Algunos que se precian de críticos acuciosos, aseguran que la Mistral no obtuvo el Premio Nobel (1945) por méritos poéticos, sino por un peculiar magnetismo que de ella emanaba. No podemos discutir aquí ese magnetismo los que no la conocimos personalmente. De ella sólo conocemos lo que escribió, lo que narran los biógrafos, y sobre todo que no nos interesan los premios sino lo que de perdurable y testimonial pueda tener la poesía, y la poesía de la Mistral reúne muchas de esas virtudes.

Gabriela Mistral, cuyo verdadero nombre era Lucila Godoy, nació en Monte Grande, aldea muy pequeña cercana a Vicuña, capital de Elqui, en el año de 1889. Lo que nos cuentan sus biógrafos nos lleva a la deducción de que nunca llegó a la madurez. Tal vez en esa falta de madurez reside la fuerza magnética que proyectaba y la fuerza de su poesía. Ella misma a través de sus poemas revela que no se sentía vivir del todo en este mundo como en el que acabamos de citar, en donde le sobra la vida y al mismo tiempo reconoce en el poema también ya citado… haber dado muerte a "la otra" parte de sí misma. Murió en 1957.

El colorido de su poesía va siempre de acuerdo con los estados anímicos que desea proyectar, así como también la musicalidad de su verso, casi nos hace sentir la forma de las cordilleras y los paisajes a los que está haciendo alusión en ese momento. Para lograr esa armonía se requiere también de una energía profunda, una fuerza que sólo puede poseer aquel que es perezoso para los otros menesteres.

También se ha comentado que en un tiempo se sintió atraída por las doctrinas teosóficas, y que esta inclinación influyó en su poesía. Esa curiosidad ha existido en cualquier artista o, en cualquier ser humano que sea sensible, sea o no sea creativo. Pero en el arte influye todo y nada. Yo me inclino a pensar que en los grandes creadores muy poco tiene que ver la experiencia vital y que hubieran escrito lo mismo encerrados en una celda que en una cueva aislada en medio de los bosques.

El artista no necesita tocar como Santo Tomás, sino que, su creación es suficiente para hacernos tocar el mundo incluso a los que carecemos de olfato y tacto bien desarrollado.

 

 

 

Carmen Alardin