Material de Lectura

Alfredo Gangotena
Antología


Selección y nota introductoria
Miguel Donoso Pareja

Traducciones
de Gonzalo Escudero

 

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Noticia sobre Alfredo Gangotena

 

 
 

Alfredo Gangotena nació en Quito, Ecuador, en 1904, y padeció un doble exilio: el de su lugar de nacimiento, que dejó muy joven, y el de su segunda patria, Francia, que abandonó en las postrimerías de su vida. Murió en 1944.

País de islas —en el sentido de singularidades, de ausencia de continuidad (en todos los terrenos), de falta de coherencia— el Ecuador tiene, en lo literario, dos grandes islas: Pablo Palacio, cuya raíz se recupera lenta pero inexorablemente, y Alfredo Gangotena.

Jorge Carrera Andrade, otro de los poetas con magnitud continental del Ecuador, dice sobre él: "Alfredo Gangotena es la mayor de las islas. Nadie ha explorado todavía (Carrera Andrade escribió esto en 1959) su territorio de sombra, sus profundidades abisales, su fauna y su flora de misterio. Gangotena llamó acertadamente a sus dos últimos libros Tempestad secreta y Noche. En efecto, su poesía se oscurece de pronto, se ilumina de relámpagos internos, castiga con sus azotes líquidos, sacude y destruye los terrenos deleznables, dejando en pie solamente el acantilado ceñudo y sin edad."

Carrera Andrade prosigue: " 'Hemos vivido en familia con las tormentas', dijo cierta vez Ignacio Lasso. Gangotena no conoció esa prueba tormentosa, pues estuvo ausente o retirado del afán colectivo. Vivió muchos años en París y escribió sus libros en francés, entre ellos está esa Orogenia deliciosa e inolvidable. Su catolicismo y su natural refinamiento le impidieron al poeta la actitud de protesta social. El 'cher Gangó' —como le llamaba Supervielle— se halló a merced de la tempestad y sus fantasmas."

Gangotena fue a Francia a estudiar mineralogía. Siguió los cursos y obtuvo el título, tras lo cual debió regresar al Ecuador, pero se enamoró del país que lo había acogido y, sobre todo, de su lengua. En el volumen cuatro de su Historia de la Literatura Ecuatoriana, Isaac J. Barrera señala: "...se sintió atraído y conquistado por el idioma francés que adoptó como lengua propia, y tan bien, que sus poemas fueron la máxima revelación de un temperamento de afinidad esencial..."

El mismo Barrera ubica a Gangotena en la historia literaria. Subraya: "Hay que crear un lenguaje poético, había dicho nuestro Góngora, el español; buscar la belleza a tanteos es condenarse a no hallarla nunca, dijeron los jóvenes que más tarde se llamarían surrealistas, en honor de Apollinaire. Hay que dar paso al misterio, a la intuición, al instinto. Lo verbal debe abrir camino al ritmo interior. Y se produjo entonces el movimiento que dura aún y que reunió en su torno a la más brillante juventud francesa; Bretón, Soupault, Aragón, que conquistó además a los más rebeldes y revolucionarios [. . .] En el grupo de estos renovadores de diferentes influencias y diversas doctrinas, apareció Gangotena, irguiendo su figura junto con la de Eluard, Salmón, Supervielle, Michaux y otros de la misma categoría y estirpe..."

Hemofílico, hipersensible, profundamente católico, Gangotena vivió siempre en la nostalgia, primero de su Ecuador, luego de Francia, pero como señala Juan David García Bacca, citando un verso suyo, siempre supo (sintió) que su cuna y su lengua estaban "lejos en la cima de los Andes". Gangotena participó, sin duda, de lo que César Dávila Andrade llama "el enigma de las dos patrias". O, quizás —y esto también es de él—, comprendió que "toda su gracia residía en el adiós".

Explicando esta desgarradura, Estevan Pavletich manifiesta que "su formación francesa explica su sensibilidad, su gusto, la lengua en que mejor se expresaba, sus refinamientos [...] Pero su entraña, el sabor a cobre y sangre de su poesía, su embriaguez de trópico, su original versión de cosmos, si se quiere ese cierto desorden de su estro y alguna oscuridad que recorre su obra eran auténticamente ecuatorianos. El Ecuador le donó las asperezas y las contradicciones de su dislocada geografía, su temática y algo de la vacilación implorante de quien se mueve en un mundo rudimentario [...] A la hostilidad o el silencio de los medios literarios ecuatorianos replican con su aliento y su elogio Jean Cocteau, Max Jacob, Tristán Tzara, Michaux y el gran filósofo Jacques Maritain."

Naturalmente, Gangotena entró primero en los manuales de literatura francesa y en varias antologías en esa lengua. Mucho después, en 1956, la Casa de la Cultura Ecuatoriana publicó su Poesía completa, con traducciones de Gonzalo Escudero y Filoteo Samaniego. En 1978 apareció una segunda edición de este libro, en la colección Letras del Ecuador de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo del Guayas. De esta edición hemos tomado los poemas que conforman este cuaderno. Las traducciones son de Gonzalo Escudero.

Su obra es breve. Tres volúmenes de poemas en francés: Orogenia (1928), Absence (1932), y Nuit (1938), y uno en español: Tempestad secreta (1940).

Refiriéndose a su enfermedad del alma —no del cuerpo—, a ese "vivir en carne viva", García Bacca expresa: "En sus cuadernos de física y matemáticas de la Escuela de Minas de París, la herida de Amor —no transformada aún en Llaga—, se divertía, un poco cruelmente, entreverando versos con fórmulas, por si acaso surgiera una especie híbrida, matemático-poética, remedio ambiguo de su ambigua dolencia. Gangotena recordaba muy bien a otro doliente de parecida enfermedad y quien, en parecida fase de la misma, echó mano de semejante híbrido remedio: Pascal.

'Oh Pascal,
El espíritu de aventura y de geometría
me aprisiona en avalancha.
¡Y acaso yo no soy sino el acróbata
sobre las geodésicas y los meridianos!
Pero como tú, pequeño Blas, antaño,
De espaldas bajo las sillas,
Estoy royendo con gran estrépito los travesaños'
Orogenia: "Cuaresma"

"Agravada la vida —en herida en vida— en llaga, ya en sus últimos años —ahora sabemos que eran los últimos—, todavía buscaba en las teorías físico-matemáticas más recientes, improbable y desesperado remedio; una epidermis para sus males, para su alma y cuerpo en carne viva."

Su enfermedad del alma, entonces (y también del cuerpo), el enigma de las dos patrias, el encanto único del adiós, la ansiedad del regreso (siempre de irse), de la piel y de la carne viva, son los nutrientes de su poesía donde el amor y el desamor se atraen y se repelen en una tensión inapelable.
Gangotena es, sin duda —junto a Jorge Carrera Andrade, Miguel Ángel León, César Dávila Andrade y Gonzalo Escudero —una de las grandes cifras de la poesía ecuatoriana y latinoamericana.

Estuvo solo, es cierto, pero hay tiempos en que los poetas están solos, incluso inmersos en su pueblo. Así se lo dice Jules Supervielle a Gangotena en un hermoso mensaje que se inicia de esta manera:
 

 

"Pienso en ti sobre tu meseta de alta geología,
Tú que te abres un camino entre los indios y los
volcanes
Cabalgando al pie de los Andes donde los espacios
son más espaciosos que en otras partes.
Pienso en ti que te encuentras solo en el mundo en tu
Ecuador"
 

Para luego rectificar:

 
"Mira bien que no estás solo allá lejos
Que aquí los poetas
Son niños perdidos en la noche, a quienes les cuesta
trabajo
Encontrarse en la mañana, en medio del oxidado
hierro del día."
 


Sin embargo, aun desde la soledad es posible el rescate, alcanzar la solidaridad, quedarse, vencer el adiós, el enigma de las dos patrias, hundirse en todas las patrias.

Porque —como señalara César Dávila Andrade— "nunca estamos verdaderamente solos si vivimos dentro de un mismo corazón."

 

Miguel Donoso Pareja


Bebida Turbia

a Henri Michaux


Escucho tus ondas, inefable noche, tu soplo, oh reina del
sueño, en mi urbe.
La oda comienza: que muja en mi la imprenta.
¡Funde este orden, ácido rojo del estío!
Y que yo palpe las verdes ancas de la pradera.

La imagen del Espíritu Santo se inflama detrás de las
vidrieras;
Sus bordadas alas de amor penden de las extremidades del
dintel,
Y las umbelíferas sombras de miel me abrazan y me
penetran.
Sus sombras ardientes y jadeantes en torno de las flores:
Pentecostés de mis padres.

¡Rocas, como esos frutos
Madurad, rocas bajo la luna,
En las salivas del año!
Ah los paisajes de mi grandeza.
Y más blancas que todas las nieves,
Que el iris del moribundo,
En los hontanares del limpio cielo, mis sienes palpitan.
Sudor de las lacas, plenitud de los poros.
Estoy prendido a los muros del antro como las lágrimas de
las madréporas.

Semejante al gallo en su demencia planetaria.
Estoy poseído por la sibilina diestra de yeso.
¡Oh palabra en el olvido,
Astro del desierto, alumbra mi desnudez!
Deja al agua celeste de sus ramas extenderse y fulgurar
Sobre el paisaje de un solitario.

El verde grito del sapo se torna líquido en mi alma.
Y como el topo
Que mina las bóvedas de la tierra,
La frase, urgente misiva, desgarra su envoltura.
Ambulo ciego y busco los treinta y tres clavos sobre el piso;
El alfabeto del bosque me restituye las palabras sonoras ya
pronunciadas.

¡Os ruego!
Miembros de la aventura, modelad el limo de nuestro
semblante.
Los párpados se ahuyentan, el cielo se construye.
Súbita virgen, ¿eres tú como el océano
Que resplandece de pronto en este abismo de ceguera?
En tanto que se eternizan, en la encarnada espera de mi
sangre,
El clamor, el estrépito y la velada voraz de las chinches, ¡Levantaos, espaldas, en la plata de nuestra fuerza,
Y arrancadme de este horno!
¡Desgarradme, uñas, esta corteza y estas membranas tan
pesadas de sueño!

Las aristas del sílex, la cal y el follaje de las rocas
Se enarbolan en mis ojos.
Bajo el peso y el sonido de tu presencia,
Los muros de mi guarida se yerguen en las raíces de la
tormenta,
¡Fértil estrato de la noche!
Y mi sombra se regodea en la soledad de tus muros.

Se ciñen las llamas de las cortinas a las cañas de mis
arterias;
¡No es el nimbo sino la huella del duro casco!
Aprestaos a descender, tan lúcidos como el aire del cielo,
a mecerme, pájaros;
A fin de que mi corazón en gozo recuerde la frescura de
las aguas.

Pero, oh Lázaro, ¿quién mojará mis labios en estos parajes?
¿Quién de este mundo podrá morder la maleza de mi exilio?
El infortunio toma en mí las formas del continente;
¡Y el alma siniestra de fango
Macula el templo y las sedas eucarísticas de su asilo!


Figura de drama

a Jacques Viot

Presagios

El astro se levanta; el astro del sueño visita los riscos;
Bajo el ala de su sombra se adormece el rocío.
Por oteros y valles las bestias se empecinan
A nutrirse con el aire de Dios.
Sin embargo esta hierba pegajosa
Abunda en todos los lugares:
Misterio del número, secreta magia.

La lengua del lobo se corrompe en el ángulo
Sombrío y mortal de sus fauces.
La ruta del monstruo, a guisa de arnés,
Aprieta a mi alma grávida y sola.
Luego, me estremezco en mis cimientos:
¿He de encontrarme con más zafio cortejo?

Sus voces

"Tallos y florones de una fe tan plena y grande;
Nosotros, los ancestros, venimos con flores a tus capillas.
Muy alta la imagen, he aquí la ofrenda,
¡Oh hijo, nuestro amor de eterno temple!
Graves y lejanos yacen los montes y también el hombro
Donde el árbol deja sus hijos nómadas,
Como lo hacemos con nuestra palabra
Sobre tus palmas próximas, camarada."

Yo, más arrugado que hongo

"Oh gentes, os hablo como un hombre ilustre,
Manteniéndome en pie para la eternidad.
Mis venas en órganos y pámpanos de estío,
Enrojecen el éter del cielo lacustre.
Yo permanezco abajo pero en la espera
De un tiempo propicio para vengarme.
Ah, cáspita, de mi no tendréis
Sino el proyectil malsano de mi saliva."

"La onda engulle los saltos del istmo;
Se pulveriza el ónix.
Pero el peor de los cataclismos
Se desencadena en mi hogar.
Madres: del mismo modo que muchachas livianas,
A pesar de sus gestos de mala ley.
Auténticas bisagras de nuestras puertas,
Flores nocturnas, llaves yacentes.
Blasones en los muros clamorosos del viento,
¡Oh mujeres de oprobio, mujeres encinta,
Que os raspe el esmalte de los dientes
Con la uña hurgadora en la caverna coriácea!
Vuestras doraduras trascienden al pantano pestífero.
Derramad vuestros filtros de oropimente,
¡Patizambas! sobre el alimento y la baba."

"Las moscas, señoras y señores,
¡Soberbias, os roerán los ojos!
¡Que el huracán os desgarre los lacrimales,
Os enjuague los labios y la boca fecal!
¡Se arrasará bien luego vuestra epidermis
Donde el insigne rey Sardanápalo!"

"Mi corazón desfallece en vuestro infame aliento.
Yo me quedo, marchaos, como la mujer
De Lot que fue la madre de los esquimales
Pero, dignos padres, si así pensáis,
¡Desatad el escándalo sobre mis escombros!"

 


El hombre de Trujillo

a Paul A. Bar

 

Te visito y te imploro en el sueño, mi esposa ignorada.
Yo me consumo y me abraso en las soledades tórridas y en
la avidez de mi amor.
Oh mujer, vengo a mitigar y aplacar mi angustia en la
querencia de tu inocente claridad.

¡Salud, mar vegetal!
Mar jadeante que suspiras y te derrumbas en las trombas
argénteas de la aurora.
No obstante que murmuran en la espuma de su lino
Las velas desplegadas de las carabelas,
Escucho, astros en el éter, vuestro mensaje labial y lejano.
¡Aclarad, astros del silencio,
La paz de las tumbas y la existencia de las flores!
Religiosamente entre las brisas y las aguas,
Vuestro eco se irradia al fondo de las simas.
Para vosotros, astros omnipresentes de la desesperanza,
El ardiente lirio de seda se nutre con la sangre de mi pasión,
Y religiosamente, hacia vosotros se' levanta y tiembla en la
tarde.

¡No!
Ni esta mural y plural presencia de mis padres,
Ni los candados y las severas fórmulas de la tiniebla y del
cemento,
¡Me impedirán, mil ataduras, ausentarme,!
¡Orinecidas rejas!
Ausentarme en las delicias y el movimiento de mi espíritu.

¡Oh velas! La llama del aire os persigue sin tregua.
El tormentoso estremecimiento del paisaje se permuta
En selva de seda
Y en cálida resonancia de la abeja semidormida.
Despertaos, flores, todavía más bellas que el cielo puro:
Ahí renace el alba lustral y salina,
El alba de los pájaros.
¡Que el ácido y la herrumbre de nuestras armas
Canten al unísono en el azúcar plácido de las aguas!
Más tarde,
Más tarde, bajo el ocre clamor de otros cielos,
Todas las vasijas y los odres secos,
¡Apuraremos el edénico licor de nuestras lágrimas!

La sien sonora de mi pensamiento,
La oreja en la tempestad y los clarines de la arena.
El árbol sitibundo que se nutre en los muros de este mundo
desolado.
Flexibles y largos en las brisas cristalinas de su follaje,
Tiemblan mis dedos
Como la savia y como el año.
Avizora, hermano, el mantel áspero de este cielo;
Palpa y escucha las balsámicas vibraciones de la aurora que
se adelanta,
Oh taciturno,
Como las piedras bajo el peso del futuro.
¡Yo prefiero este grito tan alto,
Pitanza de las águilas!
Setenta veces me enfango y me revuelvo
En los lagares de las landas y los pantanos.
¡Piedad, piedad! Antaño amaba el lince las semillas de
terciopelo y extraía su sombra con cuidado
De los plutónicos haberes de la noche.
Pero si yerra y se alarga,
Si ambula famélico padeciendo en los soterrados follajes del
invierno
Nadie sabe escucharlo
Sino la estepa en la inmensa e inmemorial espera de su
planicie helada.

Piedad, oh piedad, que nos podrimos en la vitrina de las
estaciones.
Después del gran viento líquido del firmamento,
Después de esta fontana de eternidad.
Se arrastran y deterioran las blancas miradas del sitibundo.

Crueldad del cielo en mi pupila. ¡Crueldad
Del alma en la grande e implacable violencia que me
destruye para siempre!
¡Oh cruz!
Astro de geometría, mi palabra,
Insignia destellante,
Cruz oblicua de estos mundos nuevos,
¡Mis miembros se levantan hasta la cima de mis vientos
cardinales!
Oh virtud de una hierba estimulante que nos procura la
resistencia para el viaje.
Cohortes
Bajo mi soplo,
¿Hacia la querencia ilusoria de qué morada descendéis?
Sobre la aorta pesa
Su leche nocturna.
Nuestras pupilas se dilatan en el silencio de su niebla.
¡Espera, tropa descarriada, espera, levadura del olvido.
Que la luna absorba los mostos y los residuos de tu vida!

¡Oh púrpura eclosión del vacío, oh tierras de América.
El edificio se derrumba bajo la sombra de mi fe!
Purificad lo que hay de permutable en mí,
Hermanos, amigos, iluminad las sabanas y los corredores,
Hermanos, para que yo conozca mejor el volumen de la
muerte.


A la sombra de las secoyas

 

Escuchadme vosotros que atravesáis el solo e infinito
desierto,
Vosotros, ya sombras, que chirriáis como las cerraduras
orinecidas de la soledad,
Vosotros, como el polvo los libros mágicos y los años en las
urnas del silencio.
Yo te imploro, mujer dulce y bienamada,
Oh reina más allá de los mares en las provincias de hojas y
lagartijas
¡Recuerda, mi esposa, que no podré nombrarte en mi lento
infortunio!
Porque me apesadumbro y la tristeza me vela eternamente
la misericordia de tus manos.

Como en la seda oceánica de la onda y en el alcohol de las
florestas verdes, se escucha el coloquio de las panteras,
Vosotros en el asilo que os procuran los encantos de la vida.
Escuchad este drama de muerte que soflama en las minas de
hulla:

Los jinetes de la noche
golpean en
la oreja de mi espíritu.

En las cadencias de la rana,
en las palabras del
amante,

se jactan de sus creencias
y me hablan de la ley.

Espero,

Espero como un tallo de
hierba preterida,
bajo el ingente peso del

firmamento.

La voz de los jinetes:
"Estas crónicas compiladas de
esperanza y vergüenza,
"Bajo la ferviente claridad de las
lámparas.
"La apertura de nuestras puertas
fabulosas
Os mostrará, cielos de rocío,
"El hilo sobrehumano de nuestro
pensamiento.
"Amigos, seguro para siempre el
azar que os conduce al amor.
"Las ardidas redes y las
tubuladuras que gravitan y
los pilones a nivel de la axila
en torno de la arteria
soterrada."


La disciplina nos ordena
Como las cortezas superpuestas de los árboles y
los océanos
De arena en la estameña de los huracanes,
"Aprovechemos en fieles imágenes la violencia doble del
vegetal.
"El agua diamantina de las estaciones emerge de la plenitud
de las cadencias.
"Henos aquí viriles y fuertes a semejanza del pájaro
navegante hacia el alta mar.

"El astillero es la corona en torno de las frentes del sueño
vertical,
"Allí ni camaradas ni tú, mi amante hijo.
"¡Más bien corre tu azar en el estupor de las muchachas!
"La blancura soberbia de los molinos y los florones de la otra
estepa piadosamente te mecerán."

 

Yo me exulto y escupo sobre
qué orinas.
Mi cólera estalla, mi cólera se
inflama en las resinas

Y en la melena del león.
¡Oh voz, deslízate y sopla
Como las potencias siderales del
sueño!
¡Atesora tus granos de arena,
Sus córneas viscosas,
Sus nauseabundas pupilas!

Boca sonora en las membranas
de la tormenta, boca en
fonolito.
¡Por ti yo les disparo la piedra
del desprecio!

En los bajos de la ciudad
inmunda, mi pulso me lacera
Mil veces he medido el
horrible ladrillo de lava;
Y me encuentro en la orilla
extrema de la desolación.
¿Por qué la apestada mosca de
los yermos y el gran pájaro
de vuelo acelerado vendrán a
revolotear y ulular en mi
cerebro?
¿por qué la noche de los
tugurios se aloja bajo mi
piel?
Arisco sobre todas mis
dimensiones,
¿deberé resistir como las
palmeras del gran desierto y
resistir a la soledad?

 

El orondo insecto que contempla las puertas del espacio;
El rechinar de las lacas y esas plantas y uñas venenosas; y
largos, maléficos y gimientes en los surcos nocturnos del
mundo, los desencadenados vientos de abolengo,
conjunción labial, propia para aguzar la última y pulmonar
punta de mi angustia.

La sordera me destiñe. Acude y domina tus desfallecimientos,
vertiginosa flora, y lléname de tu impulso.
Pues en ti, Naturaleza, reside mi sola esperanza.
¡Perdido como una triste palabra del infolio!
¡Escolar temeroso, larva despreciable o yema ignorante de
todo claro de bosque para no ser al fin sino una planta
color de humo en la rabia!
¡Mi cuna y mi lengua, a vuestra guisa, están lejos en la cima
de los Andes!
Mi canto se unifica en la abrupta resonancia de las piedras
que miden el abismo; canto de una luminosa madrugada a
los bordes pomposos del ramaje; y me confino a la planicie
mental de mi palidez, oh canto eucarístico de la cal.
Mis lágrimas no podrán disolver los músculos del dolor.
La añoranza fatalmente me lleva: me alejo de vosotros como
el corimbo bajo el furor de las brisas.
Corredores de los campos, maestros del mostrador,
Hombres gigantes,
Os escribo con la altanera savia del eucalipto:
"Bajo la herrumbre, abrazad las delicias del hierro.
Me está despejada la ruta por este plumón astral, sin fibras,
en el torbellino de los hielos.
En la secreta hierba de oro con el encaje de las ortigas, os
preparo el reflejo de los sueños
¡Y surgid vosotras, reinas oblicuas en la memoria, como el
alfabeto de mi palabra, oh refulgentes hojas de mi selva
ecuatoriana!
Los vientos lunares se zambullen en la garganta de nuestros
grandes pájaros.
Toda mi gracia reside en el adiós.
Sienes, heme aquí en la femenina luz de su presencia,
Y como la octava en el aleteo de sus párpados,
Bajo el astro de medianoche."

f


Nocturno

a André Gaillard

 

¡Crueldad, crueldad sin nombre, crueldad de mi pasión!
¡Y el elíxir de las llamas que se derrama en el seno de mi
inquina!
El huracán de todas las lágrimas puede abatirse en mi
desolación.
El rumor del embrujo, el aliento y la cadencia dulce de las
octavas,
Me vienen puros como brisas contra todo infierno de
condenación.

Las flores de bruma despliegan sus alas y perfuman sus
sueños en mi noche.
Como dos extrañas umbelas de venas, hacia ellas torno mis
ojos huraños.
Espíritu torrencial que se nutre en las orales fibras de la
lluvia.
Un ángel de amor fulgirá en la amorosa ruta de mis miradas.
Resuena, resuena con estridencia, huracán de las mareas.
El húmedo zumbido de los palmares, como una aurora
boreal,
Me otea detrás de las arenas del sueño.
Recordadme, sabias criaturas que perduráis en vuestros
arrebatos.
Dominadora naturaleza, yo acudo y me rindo a tus
instancias.
Que yo sea digno entre las flores, que yo sea limpiamente
digno de los ornamentos de la pradera.
Dejad libre por lo menos a mi soplo.
No me torturéis así, oh sílabas de mi lenguaje.
Para colmo de ignominia, de aquí los hombres que se
corrompen al son de sus palabras, y que me constriñen a
alimentarme del viento fétido de sus discursos.
Labios míos de un día, proferid el insulto que me aniquile.
¡Venas, ensordeced!
Si aquello no fuera sino un sueño a través del trágico
silencio de mi cuerpo.
El cielo sonoro vela sobre nosotros como una llama
vaporosa.
Escurrimiento, escurrimiento de la tarde sobre mi sombra y
mi lentitud.
Borda, amigo de la floresta, visitante de las lámparas, este
encaje en torno de mí, como un dulce párpado.
Tengo la inocencia de la arrobada azucena entre las aguas
movedizas de la noche.
Oh fiesta de mis brazos en un recinto de seda.
Que el agua de la gracia os visite, oh mis párpados, en
vuestro celo de blancura.
Como el impelido pájaro que desgarra el firmamento del
vuelo,
Rompiendo esta roca de lágrimas,
Levantaos osados y finos, oh mis párpados, en el árido
espacio del durmiente.
Un movimiento de alas se insinúa entre las nieves y entre
las flores.
Sé paciente y sueña,
Oh mi alma, cerca del mundo, en la aterciopelada tumba de
mi pupila.
Al unísono de los vientos late mi corazón en el furor de las
lluvias.
¡Pero que venga el paisaje nacido de las aguas lejanas de '
un murmullo!
¡Que venga al fin este hermano mayor de mi pupila a abrirse
como un canto de luz entre las hojas!
Soledad de los astros, soledad de la sangre.
Sonrío al otro lado de los montes a semejanza de las
grandes fieras.
Decidme, oh flores, ¿cuándo los vientos y las brisas
atribuladas suspiran en el agua nocturna de vuestras
corolas?
Los aires me embalsaman y mecen silenciosamente, como
un sueño bajo la luna; silenciosamente, los encajes
esplenderán en la memoria de los pájaros.
¡Zócalo de la morada! como las nieves sobre las augustas
cimas de otrora,
Rubios encajes que se deshilan en la cabellera de los
torrentes.
Eco familiar que me rindes en un rumor los aromas de la
anémona,
Imperceptible eco: tus cuitas y tus sollozos van a perderse
tal el oro de las arenas, bajo la verde sombra de las lianas
que velan sobre la ventana.
La luna de improviso, nueva en el mundo, me ilumina como
un ingente grito.
La salvación está en la espera vigorosa, en esta voz
vehemente donde el alma, tal una ala de luz, vuela
delante de la visión.
El azúcar ardiente de las flores os aclara con sus destellos de
vida.
Recuerdo,
¡Ah, sí recuerdo el cuerpo jadeante y húmedo de una mujer
entre mis brazos.
Se juntan entonces los hálitos y las sombras que me exilan
del cielo de mi razón!
Tú soplas, noche, como una boca de espanto en mis ojos.
Vientos rompientes de las arenas del desierto.
Vientos de terror que despejáis la ruta de los desastres a
través de mis lágrimas,
¡Marchad, oh vientos,
Que bajo el cordial abrigo de las plantas mi frente se ríe de
vuestros rigores!
El equinoccio abre grandes las tumbas.
Oh mujeres añoradas, el alcohol canta vuestros senos de
flor,
Y entre las arenas y las florestas, su nupcial lecho de
condenación.
Pero la más dulce habita mi alma como una semilla en los
vientos.
El huracán erguido en mis lágrimas puede abatirse sobre mi
desolación.

 


 

La voz

 

Lloro con una fluidez más triste y conmovedora que el ala de
los muertos, tangente del acero, el solitario y lamentable
acero de las campanas.
"Oh Necesario, regresa a nosotros, insondable:
Todas mis fibras plañen, todas las fibras de mi reino plañen y
se lamentan, inconsolables por tu ausencia.
Esposa, inconteniblemente con la vehemencia de la onda
rápida, desplázate en el sol.
De espaldas, de frente o más bien ligera, oblicuamente,
vuelve, vuelve tú a nosotros, en las cuatro fulgurantes
estaciones de los elementos.
Que el imponderable soplo de tu alma franquee los áridos
muros de la distancia:
Que él recorra como una cabellera en sosiego, las
inmarcesibles rutas en la arena ardiente de mi espíritu.
Tengo prisa de tu presencia, acude.
Mi palabra te guiará en la aventura del sueño,
La palabra con su sombra vaporosa,
La palabra que se escucha en el equilibrio y en la unción de
la savia azul y dorada que orilla los canales de la
hojarasca.
El seno hinchado de amor y de promesa,
Yo, la reina de las brisas en los países arborescentes, la
nativa estrella en las resinas de la mañana (y amor bajo el
signo de tus manos, cubrirá con una verdura de terciopelo
la cal viva de las montañas), ¡yo te espero fielmente en la
esperanza!
Para las moscas el pudor y la yema de la desconfianza:
Tus divisas son las nuestras, amiga, los perfumes de
nuestros claros de cielo se exhalan bajo los pliegues de tu
manto.
Proveeremos sin tregua a tus necesidades de taciturna y a
tus deseos de movimiento,
(Y pueda el hacha, bajo los cielos de la luna, probar nuestro
ineluctable furor).
Morderemos en la paz de los conventos, esta hoja
sonámbula, la coca, esta hoja para el bienestar de tus
encías,
La hierba soporífera, el estragón o la genciana y los granos
crucíferos del anís que extrae su aroma de las más altas
salivas de los glaciares.

En verdad. Bienamada, tú vendrás a nosotros en la frescura
de las venas de la infancia, a la hora extrema de la vigilia,
como esta piedra, ¡mi pitanza!, que se enciende súbita en
el sueño."

* * *

Me encaminaba entonces, sombra de polvo, hacia los
vegetales nacimientos de mi sueño,
Cuando esta voz, atrayendo hacia sí todas las vibraciones de
la noche,
Como un torbellino de rosas en la extrema calma de mis
sentidos,
Esta voz plena del alma me sobrevino,
Esta voz lustral de menta en las quemantes soledades de la
memoria.
El agrio licor de mis miradas se ufana de un cielo más
dilatado.
Parto,
Adiós, sentencias todopoderosas del hogar.
Mis riquezas andan por las urbes, se disipan y se modelan
ahora bajo la elocuencia de los mercados.
Silenciosamente, como una clepsidra del espacio, se
derrumba el muro bajo las cerraduras.
Adiós, inciertas imágenes de mi grandeza.
¡Lágrimas!
Lágrimas, os llamo en la aspiración profunda de mi suspiro.
Y viajero avizor de las eternas estepas del olvido, quemo las
reliquias y los piensos, en el fuego del hogar, las últimas
parcelas de mi presencia.
Ya antes, cómplices de mi fuga, se consumen las pajas y los
maderos,
Hacinando la tiniebla de su ceniza con los cavernosos hálitos
del río.
Sombras, yo desgarro mi nocturna envoltura.
El águila me embruja descubriéndome en la permanencia de
su relámpago.

* * *

Indolente cadena de montañas bajo mi peso: que un insecto
razonador, privilegiado en sus medidas, te haya recorrido
en el delirio y el insomnio, en toda la grandeza de tu edad,
Oh sosegado, ello se debe a tu rigidez inmemorial, a tu
reposo y tu silencio, a tu extraña y lejana solemnidad,
Formas jadeantes de la tierra.
En las más húmedas altitudes del pensamiento, veneradas
formas como el esplendente y melodioso párpado de las
nieves, inefable y melodioso párpado de mi prometida.
Adiós, sombríos parajes de mi dolor.
En adelante, os urgirán mil clamores: la desquiciada marcha
de un forzado, el trueno, sus aullidos de diapasón, sus
complicadas hierbas, el susurro de las gorgueras, el
espíritu, en fin, buscando las mallas de su cristal y los
hielos en la dureza del aire.

* * *

¡Oh fronda en el viaje!
¡Huracán, huracán, vuelvo a encontrarte, oscuro eco de mis
venas abatidas, eco sideral de mis lágrimas en la noche!
El ala, antaño resplandeciente, ¿qué hace en la escarcha del
espacio como una melancólica y lúgubre planta que se
ahila? ¡Ah, que ella retire para siempre en la cadencia de
mis párpados, la mejor substancia de su vuelo!
¿Y el insólito rechinar de mis rótulas, la hipócrita y temible
sequedad y el gusto del árnica en mis tendones?
Si mi prestigio mengua —la llama y el arrebato, el himno
deslumbrante de mis entrañas—
Entonces, si desfallezco, mujer, si me derrumbo, deja sobre
mi rostro derramarse este filtro, este ungüento,
hurtándome a las sórdidas apariencias de este mundo,
sobre mi rostro, la celeste y argentina soledad de tus
pupilas.
Que el viento iracundo sepa, bajo la piel de tu fuerza, que
sepa liberarme de toda angustia;
Que yo permanezca novicio en la actitud de la palabra, como
la hoja vagabunda bajo el oro del solsticio;
Que yo sea para siempre la insaciada pulpa bajo la corteza
de tu abrazo.
Y podré ausentarme, demente, como las arenas del desierto,
errantes sobre las planicies del horizonte, como las
bestias nómadas que atraviesan los témpanos del Ártico y
las brumosas y titánicas regiones de rocas fantasmales.
¡Tu empresa es más tenaz que el cemento de nuestras urbes
y los músculos de la vida!

* * *

¡Pero qué astro de nuevo me guía y qué fúnebre centelleo
me extravía en los dédalos y en esta perniciosa provincia
donde los tiernos reflejos de los tallos bañan la siniestra
somnolencia de las serpientes!
Inaccesible fardo de mis miembros.
Fláccido y sordo, avanzo como la piedra que dibuja las
superficies del éter, como la tenebrosa piedra de
cataclismo que me interpela en el centro de mi silencio.

* * *

Oh florestas unánimes en el gozo.
No tenéis remedio para salvaros, oh florestas, del
tormentoso viento que sopla y desarraiga las murallas del
horizonte, del vertiginoso descenso, secular y vertiginoso
descenso del firmamento.
Os sustentan mil planchas, os sostienen mil vigas interiores
en la eminencia de vuestro impulso.
¡Oh inaccesible!
Te restituyo mi miseria, oh mujer. Yo me estiro y arrastro y es
el torbellino de la desesperanza que me responde solitario
mientras habito las cavernas de su aceite y las nocturnas
ventosas de sus pulmones.
Príncipe del sonido y de los colores, ¡qué sarcasmo! yo, el
esposo nupcial, el único y el omnisciente, ¿iré en el polvo y
los hipos de mi agonía —mi recompensa— iré yo hacia la
más triste de todas las sombras de la noche?


Cuaresma

a Pierre-André May

 

Ahora que una fuerza extraña me hace crujir los dientes,
Que un silbido oceánico de tromba me quiebra los ojos,
En mi alma sopla el eco de una voz profunda.
Soledades de un mundo abstracto,
Soledades a través del espacio melódico de los cielos.
Soledades, yo os presiento.

Oh Pascal,
El espíritu de aventura y de geometría,
Me aprisiona en avalanchas.
¡Y acaso yo no soy sino el acróbata
Sobre las geodésicas y los meridianos!
Pero como tú, pequeño Blas, antaño,
De espaldas bajo las sillas,
Estoy royendo con gran estrépito los travesaños.

¡Oh nupcial estación de la desposada!
El pentecostés de las hojas de otoño ilumina los vidrios.
¡Recuerdo! Oh paciente y dulce memoria vivificando sus
aguas.
En el amoroso y cálido recinto de las cortinas.
Aletear vertiginoso
De las alas bajo las sienes,
Sombra interna de mis manos.
Ruta solar de mi potencia,
Y ruta del pan: violenta espiga.
Las ávidas pupilas del escolar se consumen a la sombra de
los desvanes.
Las goteras siembran sus gladiolos de cristal
Y toda la granja sucumbe en la gracia de Dios.

* * *


Torrentes, torrentes, rieles de Aldebarán
Donde se deslizan los trineos:
El pintor revolotea y canta en la danza de los pájaros.
En el deslumbramiento de la paloma sobre nosotros.
En la ardiente seda del movimiento,
Que ella venga,
Difunta flor en el aliento de su tumba.
Nuestra madre hasta nosotros,
Nuestra tierra madre al fin, en la augusta presencia de los
océanos.

Sobre ti, alada flora de mis manos,
Sobre ti se cierran mis ojos
Como los labios
Al sabor de un vino más generoso.
Ya pronto llega la resaca de la penumbra.
Señor: en un collar, vuestras seis épocas.
El himno exultante de la palabra nos sostiene,
¡Y mucho más fresco que todas esas hierbas el pilar
De nuestras salivas, de donde mana el licor de los gineceos!
¡Fuente! Confesión de esta alma que se ufana
De ser más blanca que la aurora.
¡Podéis en adelante torceros, descuartizaros
Y extraviaros en qué caos!

Sórdidas y maléficas bestias.
Silenciosamente en la pasión de todas mis venas
Y de toda mi sangre,
Como el águila, en el centro de mi vida yo espero,
Silenciosamente
Espero que sople el gran viento de la esperanza.
Pero percibe tú, Pablo:
En el aéreo esplendor de Su fuerza,
El Espíritu Santo
Gravita y sangra en torno de tu cénit.

* * *

A mi zaga borbota la rabia de mi padre:
"¡Vete y corrómpete, miserable muchacho,
Bajo las ventosas de tus amigos!
El amor me encadena en la selva del estío.
¿No escuchas mi grito homérico,
El solo pájaro que gorjea
Sobre nuestro árbol genealógico?"
¡Os ruego, resistid, mis hermanos, apretad los dientes,
Tended vuestros muslos,
Morded las piedras y la maleza!
¡Pues la familia es el verdugo!
La inminente noche se abrasa
En la hoguera voraz de mis pupilas.
Se ensaña el golpe en mi cabeza,
En mi cabeza, el tifón de langostas.
¡Oh tierra sin esplendor, de cataclismo,
Triste Tierra cabeza abajo,
Qué pesada eres para llevarte sobre las rodillas!

Estas damas encinta,
¿de qué cielo raso descienden hasta nosotros?
Ellas me humedecen con sus sudores,
Luego suspiran y escupen en torno;
Su piel babea y rezuma,
Su piel salobre de celestinas.
Que yo me vaya definitivamente,
Señor, a llorar mi vergüenza
A la sombra vaporosa de las flores;
Señor, el torvo insecto así os ruega en su dolor:
¡Que revienten, que revienten estas mujeres venenosas.
Estos odres de infortunio!

¡Silencio!
¡Oh silencio del sueño en la memoria:
Que su esencia nos conduzca
A los prados de belladona!


* * *


Rompeos, puertas: el día recién nacido
Flamea en la hoja límpida de la ventana.
Se apaga la luna con las brisas del mundo.
Apresúrate,
Oh mi alma, y despierta en la octava de tu canto,
El florilegio de la pradera.
Como las laderas y los valles beben a la orilla de la sombra,
Como ellos abrevan en las linfas surgentes
En la entraña metálica de la roca,
Aplaco mi sed en la cantimplora del ventrílocuo.
Aún bajo la amenaza de los signos siderales,
¡Huye, amigo, escala los montes y las tinieblas
Aún bajo el riesgo de perecer
En la brasa fulminadora de las vidrieras!
¡Escucha! Oye como chirría a lo lejos la encrucijada:
Génesis de tu soplo,
Teclado del viajero.
En mi, el más noble ejemplar de los zancudos
Espumea y gruñe la borbotante savia del caucho.
Las voces del huracán, todavía distante, conmueven
Al pequeño bosque sonriente de las brisas de la mañana.
Como ellas me yergo en la verticalidad floral de mi impulso,
Oh fuentes, como ellas aspiro en las cimas líquidas y
seculares de la floresta.

* * *


Cal viva y lustral en las grietas del cuerpo harapiento.
A la sombra de las secoyas meditan las formas barrocas.
La herrumbre esponjosa de la tempestad rumia y se dilata
En la verde substancia del aire.
El relámpago estalla
En las piedras y en los bosques,
En la noche eocena del cazador.
Oh flores,
Mi saliva es tan dulce como el elíxir de vuestros cálices.

Tan conmovedor en la llamada:
¡Ven, acude!
Ven, Señor de las ondas y de las especias:
Oh navegante Cristóforo,
Cuéntanos del soterrado esplendor
De tus provincias veteadas de oro.
La orilla de sombra en el cielo y el motín de los fantasmas.
Mas acarread estos lagos, islas y arrecifes,
Los brazos del semáforo.
¡Id, mis párpados, barcas locas, id a zozobrar sin fin,
Id entre las campanas de los náufragos, a tejer vuestras
cortinas de plata!
El ángel ronca,
El ángel en acecho.
En la estridencia de mis oídos, el ángel prepara su nido
siniestro.
Tenazmente, la espuma color de humo
Emerge, baba inmunda de las bebidas de Baltasar.
Los palmípedos y los ganoides remontan la corriente
De estas aguas tumultuosas bajo las aguas,
De estas trombas ensordecedoras y submarinas del trueno.
El águila altanera,
El águila apocalíptica impera y flota sobre los vientos.
¡Tierra! ¡Tierra!
Me estremezco hasta las cenizas de mis huesos.
¡Tierra! ¡Tierra!
Llegamos a la violenta isla de Patmos.

Viñas de Noé, racimos de Jafet,
El vino me constriñe con sus anillos.
Tras de las vigas vigilantes del dintel,
Amigos, cumplamos esta ley del alfabeto,
La visión y la estima conyugales.

El polen del solsticio, como de miel, en la basílica
Deslumbrante de mi oído.
Las harinas y las llamas del desierto,
El misterio del mundo, abierto a mi conocimiento.
He perdido el secreto de las sutiles Matemáticas,
Pero los ardides y los números, los hilos del Algebra,
Me ayudarán a husmearte
Tácita estrella de magnesio.
Ya luminosa, te anuncias en mi azorado pensamiento.
Y mis miembros exploran
Las brumosas telas de la araña.
El pájaro balsámico
No avizora como etapas de su vuelo
Sino las sílabas inciertas de mi palabra.
Paraliza las bielas y los neumáticos de tu ojo,
¡Oh mosca dactilógrafa de mi sueño!
Trepamos con premura por la escala botánica:
¡Dios!
Se ausenta la casa de nosotros, con el gran temblor de sus
persianas.
Antaño, en Florida, sobre campiñas de esmeralda y de
pimiento.
El cordero Místico pacía libremente.

¡Oh Chantres sobre los alcores,
Prestaos a la albada que os cantan los metales!
¡Es verdad! No más el bello desorden de la oda.
Sobre la playa se dilata la umbela del barbero.
Ondinas, oréades, hijas perpetuas de este éxodo,
¡Aleluya! Ved
Aparecer —como zócalo el rumor angélico de las brisas—
En el aire diáfano, las siete Iglesias.
¡Abre los portones.
Grita a muerte las palabras de tu libro,
Oh Juan!
¡Reposad,
Reposad, astros!
¡Que el autómata vaya a retorcer su corbata de cáñamo!
El magnético imán desanuda los glaciares de la aurora
boreal.
Es la hora
En que el ángel reposa en el estante de su sombra,
Para la espera final.
El espíritu de las flores visita las tumbas
Y la extraña morada,
La extraña y melódica morada de las aguas cenitales.
Llevando mi cabeza en las manos, como San Dionisio,
Penosamente, Señor, ¿de qué país
Vengo para hacerme una imagen
De la amargura de Vuestro rostro?
Ahora que una fuerza extraña me hace crujir los dientes,
Vuestras miradas me penetran como sordos silbidos.

El alarido de las carracas derrumba las losas.
Extranjeros, para entrar al recinto cristiano,
Es mejor calzar la humilde y miserable sandalia de Santa
María la Egipcíaca.
Pero que se acalle la endecha funeraria.
Y vosotros, de sombra y agua, colores vivos del firmamento,
Dilataos en mil húmedas pupilas de amor,
Dilataos.
Aún en las charcas y en las letrinas suenan campanas,
Mientras tanto que, lúcido, ataviándose con la vestidura
nupcial.
la vestidura jubilosa del viento,
¡Por fin yo te adoro, oh magnífico rosetón de Pascua!


¡Oh sol entre las aguas!

 

Tan lejos como la memoria adereza los múltiples semblantes
del olvido;
Tan lejos como esta presencia femenina me embrujará en la
eternidad de su amor;
En la neblina de todo abismo,
En el aéreo esplendor de las rosas que dilatan mi gesto y mis
dominios.
Como un soplo, como los vientos en el ávido centro de la
llama,
Ella era el movimiento y la fuerza de mi vida,
Inefable amor en su delicia plenaria de mil ternuras y mil
violencias de tinieblas y de lluvia.

Ahora he franqueado las tres etapas de la noche;
Pero mi pasión devoradora vuela derecha en mi espíritu,
Vuela ardiente como un ruido de llamas en las soledades de
la noche.

¡Labios, vuestros labios, en el más dulce de los
conocimientos
Id más acelerados que las alas nocturnas del deseo.
Os sigo en este río de blancura, en el himno y en el impulso
de mi garganta desolada.
Palabra que te adormeces y demoras en los dédalos de mi
oído,
Palabra, aguza este grito de gracia dentro de mi, ayuda, al
fin a mi alma a erguirse en su deslumbradora eucaristía.
¡Mi alma, a través de este cuerpo de ceniza y de frío,
Como un nido de brasas en la mar, en el elixir de las sombras
y en el limpio cielo,
Se endereza a guisa de las trombas del mundo luminoso!

Visión, ¿serás tan sólo vana, visión de bruma, lágrimas y
seda?
Me hechizarás, sin embargo,
Bella esposa, en la plenitud de tu clima.
La luna moja tu cristal de transparencia.
La luna a tus plantas resuena en la fulgencia y el frescor
envolvente de los valles.
Un ángel despunta en el éxtasis, un ángel que se nombra en
las inflexiones de tu voz.
Dulce y lejana, permíteme como antes respirar —y como en
aire en las pulpas y los cálices de la primavera— como
antes respirar tu cuerpo de gloria, extraño eco de las
flores en mis años.
Te inclinas, magnificente Señor de las instilantes soledades,
desciendes y me visitas.
Perseverancia del canto, perseverancia de nuestra vida en
los jardines.
Recordadme, hojas lucientes, en el raudal de las aguas,
líquidas claridades, hijas del viento y del vértigo, que
arremolináis la piel de sus pechos,
Pechos, voraz aliento de amor, de esta reina esplendente en
sus jardines.

Familiares formas en las avenidas,
Formas acabadas que murmuráis a semejanza de los encajes
de arena y humo,
Aspiro a vosotros y la carne se dilata en la ansiedad del
dolor.
Profundamente os vigilo y llamo en el rocío nocturno y en la
febril humedad del párpado.
En otra parte el viento chasquea con su afligida vela.
¡Esta vela que cruje iracunda como la galena en la roja
entraña de los montes!
Elemento de crueldad en tu cólera de ángel adorado, ¿me
abandonarás en la pérfida sal de la tormenta?; ¿habré de
verme cotidianamente asaltado por esta larva de tristeza
y de duelo?
¡No! Mil giros de inteligencia, mil giros y reverencias
auxiliadoras me sostienen y este suspiro profundo poco a
poco me libera. .

¡Arrobamiento! ¡Arrobamiento!
Vosotros, perfumadas maderas, habéis muchas veces
alegrado la mirada de un taciturno príncipe.
Vosotros artesonáis una alta y sonámbula floresta, alta y
solitaria floresta de miel sonora, donde tú amabas, mi
extraña esposa, nutrirte del sombrío invierno.
Magna floresta,
Dime el júbilo del río que se restituye en sus bajeles a las
alturas de los cielos.
Verde onda de la tierra,
Floresta en el cristalino silencio de los ojos,
¿Se abre tu ala regocijada, a través de la lluvia, en la estela
de las arenas y de los manantiales?

¡Oh sol entre las aguas!
El águila me anuncia en el dintel de su relámpago, un clamor
de campanas en el plumaje de los pájaros
A medida que avanzo a merced de los astros, el paisaje se
dibuja y se ramifica.
A través del espacio que destella las luces del día,
Amorosa amiga, resuenan tus venas y los grandes ojos por
el latido de los glaciares y las fuentes.
Ataviado de un sueño, señor de su deseo orgulloso, se
aventura en la estación un hombre.
Que pueda su corazón, perpetuándose en la infancia
umbelífera de los cielos, que pueda anchamente dilatarse
en la espera del embeleso,
¡Porque te abrasas por ese hombre, exigente esposa, con
una insaciable llama, impar en su inmovilidad!

 


Canto de agonía

a Julien Lanoe


El endurecido y arcano vuelo de los árboles; los mil truenos
que estremecen la Tierra;
El huracán en torno de las llamas y en el deslumbramiento de
su cólera
El huracán con sus voces desgarradoras de la seda de las
flores, en el espacio clama:
"Oh noche, yo recuerdo.
He conocido antaño al claror de los astros,
Su cuerpo de belleza y de gracia,
Su cuerpo estibado de amor a la orilla
de las llamas, estrechándome en mi fluida
eternidad"
Tus aromadas alas, viento solar de la noche,
Tus alas me llenan de un vasto soplo el espíritu.
Aguas madres de mi reino, aguas yacentes en mi vigilia;
¡Grandes centellas de mi sangre y de mi carne!
Y vosotros, mis ojos vibrad en el éxtasis postrimero,
¡Claridades de tanto amor!
Un solo deseo me aniquila
Significándome, en esta firmeza extraña, los agoreros límites
de la muerte.
Y el Ángel, centella de las aguas,
Huracán de cabellera. —en el instante mismo de la luz—
advierte mi azoramiento gritando:
"Resplandezco en mi poder, venas de la Primavera.
Cristiano, cristiano, te hablo de un gran fulgor.
Alguien se nutre esperanzadamente de la sal de las
lágrimas.
¡Pasiones! ¡Pasiones!
Aquel macula con su aliento y emponzoña toda palabra y
toda apariencia:
Que diga de hinojos su plegaria
De hinojos, de hinojos por tres veces, sobre el vestigio del
Señor Jesús, amén."
Grandes y nocturnas flores sueñan en la soledad de sus
cálices.
La plegaria, adentro, desliza en mis venas su tiniebla y
sollozo.
Me persiguen cien riesgos y mil torturas.
¡Amor, amor, deseo de fijeza!
Cegadora música de las conjuradas arenas de la selva.
Octava de espanto que me atrae con deleite y violencia.
De un solo golpe, los miembros se juntan al estremecimiento
de los labios, a la llegada del corazón.
¡Palpad, amigos, mi frente y mis párpados!
Más tarde no tendré nada de este cuerpo para presentarme
a vosotros.
Que yo os regocije en último lugar, en el objeto mismo de mi
pesadumbre.
En las noches de infortunio,
La colina repliega sus alas de bruma y de rocío.
Pasemos, pasemos.
Empecinamiento sin tregua de la tormenta en torno de los
cálices vegetales.
Madre, el astro se levanta sobre tus reliquias, escucha el eco
de las nieves que juguetea en tus jardines.
Clamorosamente, me llama la selva y golpea las puertas de
mi cárcel.
¡Dios! La sutil morada se entrega de improviso a la esencia
de los lirios.
Me embelesas, línea meridiana de vuelo,
Y resplandeces para la pupila con el relámpago negro de una
bestia agoniosa, emperatriz de las arenas.
Salobre estación en el lecho de los lagos, grietas perdidas
que un cielo ardiente calcina, crueles espejismos de sal y
de viento.
El cielo azul, el mundo y su verdura.
Todas las formas en mi vida, y aquella más extraña en torno
mío que las abiertas llamas del firmamento.
Transida, el alma vela el agua desierta de mis ojos;
Se embeben mis pestañas en el viento de las tumbas.
Cesad, cesad, inútiles, inútiles comparaciones.
Al favor de las lluvias, piedras latentes de mi morada, al favor
de un soplo, ataviaos con una luz más encendida en la
noche.
Solitaria, la dama ambula entre las hojas; y conmovedora
franquea la desmesurada sombra de los montes.
Acudid, brisas, y vosotros, pueblos del huracán, gustad por
connivencia las formas vivas de su amor.
Febril todavía bajo el peso de la nieve, el pájaro polar se
arriesga en la llanura.
¡Les plazca a los ángeles que llegue esta corriente de
inmensidad! y que venga dulcemente a cerrar mis
párpados donde corre la sangre de la desesperanza.
Nos vence la inmensidad de las arenas. Las puertas gimen
bajo el intrépido embate de la tormenta.
Y tú despuntas, Bella, junto al ruego de mi alma.
Mujer, te presiento en la gloria y el rehilo de tus contornos.
Dócil para escuchar el movimiento del solsticio en las venas
del esposo, esta grandeza.
El agua quemante de todas las coyunturas se inmoviliza en
tus rodillas.
Ávido, con mi transparencia, me detengo en el dintel.
Mi atribulado corazón me arrulla extrañamente:
"Desplegad vuestras alas boreales,
Sombras remotas que el sueño incita en las cortinas,
Id por el mundo, melancólicas imágenes del invierno,
Id para abriros donde se anuncian las primicias de su
blancura".
¡Es ella bajo las fases nupciales de la luna! La dama viene
más ligera que el fuego de mis miradas.
¡Mirad! Su amor me solicita detrás de la muralla traslúcida de
los océanos.
"¿Por qué, dice, y para que la urgencia de mi regreso?
¿Para qué si tú yaces helado y sombrío,
Cuando las flores se inclinan y pesan voraces sobre tu
corazón?"

Esta grande tristeza en la memoria.
Ciego y leproso, ¿desde qué siglo he perdido todo contacto
con la vida?
Bellas de la tarde, el pájaro canta los júbilos del hombre bajo
vuestro reino.
Mujeres arropadas con el soplo en la noche, bajo vuestro
reino, este rumor de lágrimas de los jardines.
Entonces, vosotros, inmensurables y congeladas en vuestra
gloria,
¡Adiós!
El Amor es mi herencia que me tortura en las soledades de
mi carne.
Me revelas, Espíritu, la violencia de las hachas a tu paso.
¡Espíritu, nos abandona el mundo! y sus confines, por los
demás, perecen bajo tu impulso de eternidad.
¡Brazos innumerables, levantad al cielo con un solo suspiro el
poderoso polvo!
Paraliza tu soplo, oh muro, inmoviliza mi alma como antaño
me amurallabas la inteligencia de todas las formas
exteriores;
Guárdame ferviente bajo tu abrazo en la confidencia de tus
pajas gramíneas.
Paciente naturaleza: la hoja donde se prende la tórrida
presencia del cielo.
¡Visitación! ¡Visitación!
El huracán lúgubre barrena como un pez en la punta de las
flechas.
Estas llamas, entonces, bajo las sienes, se estremecen con
toda su ira.
¡Pájaros, despejad el espacio de vida!
Libradme de esta pupila donde el espíritu se hiela.
Lágrimas, corred, sed para mí la estrella nueva de mi
bautismo.
¡Y que yo cante mi canto de despedida al son de las llamas!
La vida al viento, y con mi grito de ventarrón que me
traspasa.
Me precipito hacia vos, Señor, como un río de lava.
En la última ardencia del alma, ¡me aproximo a vuestra mano,
amén!
Filigrana de los torrentes, un gran viento luminoso se levanta
bajo mis párpados.
El mar y el espíritu juntos se han disuelto en la luz.