Valerio Magrelli
Otras naturalezas muertas
Yo habito mi cerebro como un tranquilo hacendado sus tierras. A lo largo del día mi trabajo está en hacerlo frutecer, mi fruto en hacerlas trabajar. Y antes de irme a dormir me asomo a mirarlas con el pudor del hombre por su imagen. Mi cerebro habita en mí como un tranquilo hacendado sus tierras.
Hoja blanca como la córnea de un ojo. Y me apresto a bordar allí un iris y en el iris a grabar el hondo remolino de la retina. De este modo la mirada germinará desde la página y se iniciará un vértigo en este cuadernito amarillo.
Sin embargo el cansancio, semejante en esto a un pesado velamen, se hincha, cuando termina el día, de todo el viento transcurrido y lentamente mueve mis pensamientos en la tarde. Así el silencioso soplo de la mente y del sueño desencallan el cuerpo de la luz. Me adormezco en esta barca azul y acarician las sábanas el agua y ya la orilla está lejana. En la noche se empreña y se curva la blanca superficie de la página.
Es sobre todo en el llanto que el alma manifiesta su inquieta presencia. Por una comprensión secreta el dolor se vuelve agua y el sufrimiento madura flores líquidas. La gemación primera del espíritu es, por lo tanto, la lágrima, su palabra transparente y lenta. Así, según esta elemental alquimia en verdad el pensamiento se substancia como una piedra o un brazo. Asimismo esta turbación es un tránsito hacia el silencio, porque no hay conmoción en el signo sino sólo desconsuelo mineral de la materia.
La puerta se cierra modulando en los goznes el sonido de un corno. Es el canto solitario de la noche la armonía que yacía ignorada en la madera. Y cualquiera al pasar provoca la música sepulta, que siempre asoma desigual. Tal vez un lenguaje le gobierna términos y medidas, tal vez el azar. Así el discreto dibujo de la herrumbre y del agua narra la secreta epopeya de la borda.
El país del sueño se amplía en el verano. Sus aguas reflejan en lentas olas todo gesto. En las orillas susurran palabras como hierba, mientras en lo alto transcurren las constelaciones de nuestros muertos. Gira la mente en el gozne de la noche; el recuerdo se multiplica en el espíritu como anillos en el tronco de los árboles.
Se introduce a veces en el pensamiento, como en el agua, un reflejo que lo atraviesa y mide su profundidad. Es un ojo que se abre dentro de lúcidas olas, hundiéndose. La línea se distiende y la luz se aquieta en su descenso. La mente vuelve entonces a cerrarse en el esfuerzo vertical y profundo del remolino y de la herida.
No hallo ninguna piedra que arrojar a este lago. Es cierto que de noche es más difícil buscarlas en la playa pero casi todo el día transcurre en pesca y diversión: y sólo ahora estoy en calma. Por eso, al fin, es bello hacer brotar aros líquidos, en la oscuridad verlos desaparecer templando en silencio su ritmo: imaginar la lenta caída de la piedra en el fondo hasta depositarse entre las algas como una hoja, o como una palabra abandonada en el agua.
Es una danza ritual que une los términos del sueño, es el sueño mismo, en el que la carne se vuelve idea y el encuentro de dos dedos provoca recuerdos lejanos. La muda soledad del brazo conoce ahora su palabra en la línea inquieta que traza a lo largo del lecho, como una cifra o un sendero. Y el pensamiento eclipsado ensaya las formas de esta cultura sepultada que festeja la luz con signos etruscos. Así, como en un ritmo vegetal, se alterna la respiración de la vida y cantan sus raíces de hueso en el silencio de la mente, y en la oscuridad del ojo la mano se transforma en pupila.
Finalmente aprendí a leer la viva constelación de las mujeres y de los hombres, las líneas destinadas a unirles las figuras. Y ahora me doy cuenta de los signos que amarran el desorden de los cielos, y en esta bóveda dibujada por el pensamiento distingo la silenciosa rotación de la luz. Esta es mi nocturna partida de ajedrez. Pero juego solo y apunto con minucia la oscilación de los signos. Así se cierra el día mientras paseo en el silencioso huerto de las miradas.
Cuando frío era el aire reinaban inmensas estatuas levitantes y vagaban como deidades mudas y parían la sombra. Toda la bóveda narraba el dolor y la calma; los hombres esperaban la lluvia. Ahora la página vuelve a ser clara y la luz ha empalidecido los últimos pensamientos de la noche.
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