Cartero cheval
Nosotros los pájaros que encantas siempre desde lo alto de esos belvederes Y que cada noche no formamos más que una rama florecida de tus hombros a los brazos de tu carretilla bienamada Que nos desprendemos más vivos que centellas de tu muñeca Somos los suspiros de la estatua de cristal que se incorpora cuando el hombre duerme Y brechas brillantes se abren en su lecho Brechas por las que pueden percibirse ciervos de cuernos de coral en un claro del bosque Y mujeres desnudas en lo profundo de una mina Recuerdas te levantabas entonces descendías del tren Sin una mirada para la locomotora presa de inmensas raíces barométricas Que se queja en la selva virgen con todas sus calderas doloridas Sus chimeneas con humo de jacintos y movida por serpientes azules Te precedíamos entonces nosotros las plantas sujetas a metamorfosis Que cada noche hacíamos signos que el hombre puede sorprender Mientras su casa se desploma y se sorprende ante los engranajes singulares Que busca su lecho con el corredor y la escalera La escalera se ramifica indefinidamente Conduce a una puerta de haces de heno se abre de pronto sobre una plaza pública Hecha de dorsos de cisnes una ala abierta para el pasamano Gira sobre sí misma como si fuera a morderse Pero se contenta con abrir bajo nuestros pasos todos sus escalones como gavetas Gavetas de pan gavetas de vino gavetas de jabón gavetas de espigas gavetas de escaleras Gavetas de carne con empuñadura de cabellos A la hora precisa en que millares de patos de Vaucanson se alisan las plumas Sin volverte tomabas la llana con que se hacen los senos Te sonreíamos nos enlazabas por el talle Y tomábamos las actitudes según tu placer Inmóviles para siempre bajo nuestros párpados tal como la mujer gusta de ver el hombre Después de haber hecho el amor
André Breton
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