América mía, te palpo en el mapa de relieve que está sobre mi mesa predilecta. ¡Que cosas te diría si yo fuese tu profeta! Aprieta con toda mi mano tu armónica geografía. Mis dedos acarician tus Andes con una infantil idolatría. Te conozco toda: mi corazón ha sido como una alcancía en la que he echado tus ciudades como la moneda de todos los días. Puestas de sol, desde Buenos Aires llevaron a México el ojo futuro de mis osadías. Tú eres el tesoro que un alma genial dejó para mis alegrías. Tanto como te adoro lo saben solamente las altísimas noches que he llenado contigo. Vivo mi juventud en noviazgo impaciente como el buen labrador esperando su trigo. Serenata que te he llevado río arriba del Paraná; salmo que te he cantado sobre los Andes o desde el mar. Rango industrial de Sao Paulo. Palacios y muelles de Buenos Aires. Escuelas del Uruguay. Dulzura caraqueña por las vegas del Guayre. Y el ritmo colombiano y la ternura del Perú. Desde una esquina de Valparaíso vi alzarse un astro audaz sobre un triángulo azul. Y toda tú, amada, y tus islas envilecidas por un desembarco brutal. Y tus breves repúblicas raídas por la extranjera voracidad. Rondo tu mapa en relieve con el paso invisible de mis ojos. Te palpo con mis dos manos, y cuando voy a decírtelo todo me vuelvo un cielo de lágrimas tan ancho y tan hondo, como la angustia de un buque en la noche cuyo jefe se ha vuelto loco. América mía: mi juventud se ha vuelto trágica por este amor a ti, terrible, bello, solo.
De Piedra de sacrificios, 1924
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