Material de Lectura

Carlos Pellicer



Nota introductoria
y selección de
Guillermo Fernández





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Nota introductoria



En esta breve antología, el lector poco avezado en la poesía de Carlos Pellicer encontrará algo que quiere ser una guía relativa que lo conduzca por los innumerables caminos que trazó la obra del singular poeta tabasqueño durante sesenta años de ininterrumpida labor creativa. los otros, los afortunados, los que han tocado las aguas de ese mar profundo, iluminado por el estado de la gracia poética, consideren esta aportación simplemente como un homenaje, tan modesto como entrañado.

Incluyo el poema "Grecia", escrito en 1910, es decir cuando Pellicer tenía 15 años de edad; todo hace suponer que fue éste el primer poema que publicó (Gladios, México, 1916); y cuatro sonetos, de los cuales el último fechó en octubre de 1976. El resto del material ha sido tomado de Colores en el mar, 6, 7 poemas, Piedra de sacrificios, Hora y 20, Camino, Hora de junio, Exágonos, Recinto, Subordinaciones y Práctica de vuelo, libros que conjuntó la UNAM con el título general de Material poético, bajo el cuidado de Juan José Arreola y Alí Chumacero. Este volumen, y la antología que publicó el Fondo de Cultura Económica en su Colección Popular (1969) son –dígase lo que se diga‑ los únicos esfuerzos que se han hecho, desde 1956, para divulgar la obra de uno de los mayores poetas que ha habido en nuestro país y en nuestro idioma.

¿Cuántos Pelliceres hay?, se preguntaba Luis Rius en su entusiasta ensayo que dio la bienvenida al Material poético, reconociendo la gran dificultad de abordar en un ensayo exhaustivo la obra total del genial tabasqueño. Desde luego, existen estudios que han rozado ya ese intrincado universo, como los realizados por Frank Dauster, Jesús Arellano, Octavio Paz, Grabiel Zaid, Castro Leal, Luis Rius y otros más que, no obstante la brillantez de algunos carecen de ese carácter de compleción que exige la obra entera de Carlos Pellicer.

En esta antología señalo algunas de las distintas direcciones temáticas de su obra; constantes jamás debilitadas a lo largo de su vida: la mirada voraz sobre el paisaje; su cristianismo pagano; la devoción a los héroes y su tuteo con el ángel poético.

Para el poeta, la muerte es la victoria, decía Luis Cernuda. Y como siempre sucede, su vasta construcción iluminada tendrá que afrontar el riesgo de las miradas e intereses súbitos y la amenaza de las Obras Completas.

Quienes conocemos su obra –unos más, otros menos‑ sabemos que ahora, más que nunca, la fecha de su muerte es la de su verdadero nacimiento. Y pienso en estos momentos en un poema que Francisco Hernández le dedicó a Pellicer unos días antes de que éste muriera –antes del alud que veo venir–, donde, entre otras cosas le decía: eres una lámpara / de la que sólo se ha salvado / la luz.

 
Guillermo Fernández
México, Distrito Federal, febrero de 1977
 
 

Nota a la segunda edición



A la derecha de la máquina de escribir, al alcance de mi mamo, hay una amoena que trasplanté hace tres años. a fin de protegerla del inapagado instinto de los gatos, coloqué alrededor de ella, sobre la tierra, un largo varejón de una mata de espino ya seca. Tres años después –tras de haber estado allí aparentemente muerto, como una delgada culebra gris erizada de espinas–, el dicho varejón le ha dado la bienvenida a esta primavera con tres yemas de un verde retraído que en muy pocos días entró en confianza con la luz y ostenta ahora, en seis hojitas lozanas, completamente verdes, su bizarra presencia.

El azar ha querido establecer una relación emblemática entre esta anécdota y la última relectura de la poesía de Carlos Pellicer, haciendo que ambas cosas coincidieran en un mismo periodo de tiempo. Debo confesar que mi interés y mi gusto por la obra del gran poeta tabasqueño se habían debilitado un poco en los últimos tiempos, seguramente debido a la constante frecuentación de esa poesía que me ha acompañado desde mi adolescencia, a la familiaridad ideal que uno cree establecer con las grandes obras, y ya se sabe que la familiaridad se halla a un solo paso de la subestimación. y bien, con el mismo asombro que me produjo la regeneración del espino que creía muerto, en la nueva lectura de esa obra he reencontrado aquella misma savia, la misma vitalidad poética que tanto me maravilló cuando leí por vez primera algunos de sus poemas.

Si se considera que la mayor parte de la poesía mexicana contemporánea se ha caracterizado por nacer y desarrollarse en un ambiente de invernadero, de nostálgico intelectualismo, la obra de Pellicer destaca poderosamente por su frondosidad, por su vitalidad, por su inagotable carga de oxígeno y de luz. en romance de fierro malo hay una estrofa en que el anhelo de luz adquiere un carácter totalizador, obsesivo: "días después, a la entrada / de un valle de luz extensa, / de extendida luz, tan ancha, / en que si la luz pudiera / ponerle luz a la luz / y a esa luz más luz le diera, / sudando luces de plata / (quien no quiera creer no crea) / el guía señala un cerro / en mitad de la pradera." pero veo que he comenzado a entrar en un terreno que llevaría mucho tiempo recorrer y quiero terminar esta breve nota con dos fragmentos del prólogo de José Vasconcelos a Piedra de sacrificios: "leyendo estos versos he pensado en una religión nueva que alguna vez soñé predicar: la religión del paisaje; la devoción de la belleza exterior, limpia y grandiosa, sin interpretaciones y sin deformaciones, como el lenguaje directo de la gracia divina (…) me atrevo a pensar que así amaba Jesús y que así amaba san Francisco y los poetas que miran las cosas dentro de un halo de belleza universal y viviente, son como magos reveladores de ese sentimentalismo que posee la ternura de las lágrimas y la profundidad del universo."

No hay en toda la poesía mexicana una obra tan viva y luminosa, tan perdurable.


Guillermo Fernández

Grecia



Ella es la fiesta de las líneas
y de las rosas soñadoras
y las diademas apolíneas
entre la flor de las auroras.
Tropa de dioses pescadores…
Píndaro canta, dicta Aspasia.
Y un atropello de visiones
en los suspiros de la magia…
Solemnidad de columnata.
Y en las mandíbulas de plat
del trípode, alza sus esfuerzos
la lividez de los aromas,
como una ráfaga de versos
en un encanto de palomas...



México, 1914


(Gladios, México, febrero de 1916, año 1, No. 2, p. 130)

 

JUGARÉ CON LAS casas de Curazao,
pondré el mar a la izquierda
y haré más puentes movedizos.
¡Lo que diga el poeta!
Estamos en Holanda y en América
y es una isla de juguetería,
con decretos de Reina
y ventanas y puertas de alegría.
Con las cuerdas de la lira
y los pañuelos del viaje
haremos velas para los botes
que no van a ninguna parte.
La casa de Gobierno es demasiado pequeña
para una familia holandesa.
Por la tarde vendrá Claude Monet
a comer cosas azules y eléctricas.
Y por esa callejuela sospechosa
haremos pasar la Ronda de Rembrandt.
...¡Páseme el puerto de Curazao!
Isla de juguetería,
con decretos de Reina
y ventanas y puertas de alegría.

 

De Colores en el mar, 1921

Nocturno


No tengo tiempo de mirar las cosas
como yo lo deseo.
Se me ocurre sobre la mirada
y todo lo que veo
son esquinas profundas rotuladas con radio
donde leo la ciudad para no perder tiempo.
Esta obligada prisa de inexorablemente
quiere entregarme el mundo con un dato pequeño.
¡Este mirar urgente y esta voz en sonrisa
para un joven que sabe morir por cada sueño!
No tengo tiempo de mirar cosas,
casi las adivino.
Una sabiduría ingénita y celos
me da miradas previas y repentinos trinos.
Vivo en doradas márgenes; ignoro el central gozo
de las cosas. Desdoblo siglos de oro en mi ser.
Y acelerando rachas –quilla o ala de oro–,
repongo el dulce tiempo que nunca he de tener.

 

De 6, 7 poemas, 1924

 

A Germán Arciniegas, en Bogotá

América mía,
te palpo en el mapa de relieve
que está sobre mi mesa predilecta.
¡Que cosas te diría
si yo fuese tu profeta!
Aprieta con toda mi mano
tu armónica geografía.
Mis dedos acarician tus Andes
con una infantil idolatría.
Te conozco toda:
mi corazón ha sido como una alcancía
en la que he echado tus ciudades
como la moneda de todos los días.
Puestas de sol, desde Buenos Aires
llevaron a México el ojo futuro de mis osadías.
Tú eres el tesoro
que un alma genial dejó para mis alegrías.
Tanto como te adoro lo saben solamente
las altísimas noches que he llenado contigo.
Vivo mi juventud en noviazgo impaciente
como el buen labrador esperando su trigo.
Serenata que te he llevado
río arriba del Paraná;
salmo que te he cantado
sobre los Andes o desde el mar.
Rango industrial de Sao Paulo.
Palacios y muelles de Buenos Aires.
Escuelas del Uruguay.
Dulzura caraqueña por las vegas del Guayre.
Y el ritmo colombiano
y la ternura del Perú.
Desde una esquina de Valparaíso
vi alzarse un astro audaz sobre un triángulo azul.
Y toda tú, amada, y tus islas envilecidas
por un desembarco brutal.
Y tus breves repúblicas raídas
por la extranjera voracidad.
Rondo tu mapa en relieve
con el paso invisible de mis ojos.
Te palpo con mis dos manos,
y cuando voy a decírtelo todo
me vuelvo un cielo de lágrimas
tan ancho y tan hondo,
como la angustia de un buque en la noche
cuyo jefe se ha vuelto loco.
América mía:
mi juventud se ha vuelto trágica
por este amor a ti, terrible, bello, solo.



De Piedra de sacrificios, 1924

Grupos de palomas

A la señora Lupe Medina de Ortega


1

Los grupos de palomas,
notas, claves, silencios, alteraciones,
modifican el ritmo de la loma.
La que se sabe tornasol afina
las ruedas luminosas de su cuello
con mirar hacia atrás a su vecina.
Le da al sol la mirada
y escurre en una sola pincelada
plan de vuelos a nubes campesinas.


2

La gris es una joven extranjera
cuyas ropas de viaje
dan aire de sorpresas al paisaje.


3

Hay una casi negra
que bebe astillas de agua en una piedra.
Después se pule el pico,
Mira sus uñas, ve las de las otras,
abre una ala y la cierra, tira un brinco
y se para debajo de las rosas.
El fotógrafo dice:
para el jueves, señora.
Un palomo amontona sus erres cabeceadas
y ella busca alfileres
en el suelo que brilla por nada.
Los grupos de palomas
—notas, claves, silencios, alteraciones—,
modifican lugares de la loma.


4

La inevitablemente blanca
sabe su perfección. Bebe en la fuente
y se bebe a sí misma y se adelgaza
cual un poco de brisa en una lente
que recoge el paisaje.
Es una simpleza
cerca del agua. Inclina la cabeza
con tal dulzura,
que la escritura desfallece
en una serie de sílabas maduras.


5

Corre un automóvil y las palomas vuelan.
En la aritmética del vuelo
los ocho árabes desbóblanse
y la suma es impar. Se mueve el cielo
y la casa se vuelve redonda.
Un viraje profundo.
Regresan las palomas.
Notas. Claves. Silencios. Alteraciones.
El lápiz se descubre, se inclinan las lomas,
y por 20 centavos se cantan las canciones.

 

De Hora y 20, 1925

Poema elemental
(Fragmento)

A Rafael Cabrera



El aire

El aire es transparente
cual el silencio en una lectura prodigiosa.
Y funde la cera voluptuosa
del mediodía
y es una rosa
de caminos estelares,
un fruto diáfano, una sombra divina
que acerca espíritus y mares,
pájaros y naranjas,
nube más piedras tórridas y palabras marinas.
El aire es translúcido
como el saludo de los amantes
en los grupos cordiales.
Alía en arcos invisibles
la palabra olvidada, las augustas señales
y las manos de la danza fúnebre
que antes saludaron a la primavera.
El aire me persuade de tu ausencia, ¡oh amor!
Aire, fino-aire, largo-aire-lira, aire-cera.

De Camino, 1929

Estudios

1

Poema,
ser extraño,
de voz sin voces y lleno de manos
como Coatlicue.
Me vestiré con los caminos de las serpientes
y pediré perdón por no haber tenido los ojos fijos
de turquesa en ti sólo.

Si yo pudiera atarte con mis propias arterias
Y ya libre echarme a buscar la sangre
―tu sangre―
esmeralda en la garganta del aire
de las praderas hábiles.

Si yo pudiera, ¡oh sangre!
te bebería
para dejar de ser espacio
y encontrarme de nuevo,
yo, escapado de mi ―Poema―
hace un millón de años.


2

Yo sé que te amo
porque nunca las ausencias fugaces
me dejaron el viento tan vacío,
tan ciego y silencioso.
Yo sé veo los lunes y los miércoles.
(Los martes son perfectos,
porque te vi la víspera y al día
siguiente voy a verte). Pero en los
días adelante
el color de tus ojos, tus cabellos
a fuego lento ―miel en sombra―
tu figura
que a cada instante se escultura y tiene
la belleza infalible de las manos
puestas a hacer el mundo, mejor siempre...

En esos días siguientes,
en que todo es domingo por la tarde.
tiendo la cuerda floja de esos días
y echo a bailar el adjetivo heroico
que sirva a tu persona, sin mirarte,
obediente, adivino, enamorado,
virrey de tu esperanza y tu deseo,
velocidad, nivelación constante,
de tus pies y tus manos,
espejo poseído, y en mis manos,
orilla de tu sombra, rebosante.

Tú nada sabes
¡Si alguna vez me vieses con mis ojos!
¡Si a ti perfecto fuera el martes
por lo mismo que a mí…! ¡Si fueras tú
quien pusiera palabras el silencio
que yo vierto ante ti, porque hoy no puedo
sin callar, y apenas en la rueda
colegial encender una mirada
para apagarla pronto y estrechar
tu mano y despedirte con las mismas
palabras que les digo a los demás!


Julio de 1931


3

Objetos colocados,
cedidos ya, definitivamente.
Unos pesan las manos y los brazos.
Otros el cuerpo entero.
Sois, ya, proporcionales, claros,
porque sus ojos fueron un instante
la actividad de vuestra soberbia inercia.

Hoy os descubro ―mar con islas músicas.
Objetos colocados,
cedidos ya, definitivamente.

México, D.F. septiembre de 1931


Horas de junio
(Fragmentos)


Junio me dio la voz, la silenciosa
música de callar un sentimiento.
Junio se lleva ahora como el viento
la esperanza más dulce y espaciosa.

Yo saqué de mi voz la limpia rosa,
única rosa eterna del momento.
No la tomó el amor, la llevó el viento
y el alma inútilmente fue gozosa.

Al año de morir todos los días
los frutos de mi voz dijeron tanto
y tan calladamente, que unos días

vivieron a la sombra de aquel canto.
(Aquí la voz se quiebra y el espanto
de tanta soledad llena los días).

*

Hoy hace un año, Junio, que nos viste
desconocidos, juntos, un instante.
Llévame a ese momento de diamante
que tú en un año has vuelto perla triste.

Álzame hasta la nube que ya existe,
líbrame de las nubes, adelante.
Haz que la nube sea el buen instante
que hoy cumple un año, Junio, que me diste.

Yo pasaré la noche junto al cielo
para escoger la nube, la primera
nube que salga del sueño, del cielo,
del mar, del pensamiento, de la hora,
de la única hora que me espera.
¡Nube de mis palabras, protectora!

*

Junio, jardín de junio, yo no quise
sino sólo una voz de su ternura,
besar el aire que en sus ojos dura
y soltar en mis labios lo que dice.

Aire, junio en los aires ya predice
las imágenes muertas en la oscura
piedad de las palabras que apresura
la sola poesía que no quise.

Agua, en tus lluvias llévame ceñido
al campo de sus ojos, al latido
del corazón que halle en otra sombra.

Róbame a los espacios que su acento
busque al azar, fuera de luz y sombra.
Yo cubriré mi sombra con el viento.

*

Era mi corazón piedra de río
que sin saber por qué daba el remanso;
era el niño del agua, era el descanso
de hojas y nubes y brillante frío.

Alguien algo movió y se alzó el río.
¡Lástima de aquel hondo siempre manso!
Y la piedra lavada y el remanso!
liáronse en sombras de esplendor sombrío.

Para mirar el cielo, qué trabajos
Ruedan los ojos turbios, siempre bajos.
¿Serán estrellas o huellas de estrellas?


Era mi corazón piedra de río,
una piedra de río, una de aquellas
cosas de un imposible tuyo y mío.

 

De Hora de junio, 1937

Exágono
(Fragmentos)



I


Tengo la juventud, la vida
inmortal de la vida.
Junta, amiga mía, tu copa de oro
a mi copa de plata. ¡Venza y ría
la juventud! Suba los tonos
a la dulzura de la dulce lira.


III

¡La poesía!
Está toda ella en las manos de Einstein.
Pero aún puedo rezar el Ave María
reclinado en el pecho de mi madre.
Aún puedo divertirme con el gato y la música.
Se puede pasar la tarde.


XVIII

Han llegado a esta playa olas de Nápoles.
En las nubes está toda Venecia.
En el mar se baña la familia Tiziano.
Un empleado aduanal se queja de la primavera.
Me saluda, desde su avión, Leonardo.
Un suspiro. Otro suspiro… ¡Atenas!


XXI

El buque ha chocado con la luna.
Nuestros equipajes, de pronto se iluminaron.
Todos hablábamos en verso
y nos referíamos los hechos más ocultados.
Pero la luna se fue a pique
a pesar de nuestros esfuerzos

De Exágonos, 1941

 


Vuelo de voces


Mariposa, flor de aire,
peina el área de la rosa.
Todo es así, mariposa,
cuando se vive en el aire.
Y las horas de aire son
las que de las voces que vuelan.
Sólo en las voces que vuelan
lleva alas el corazón.
Llévalas de aquí, que son
únicas voces que vuelan.

De Exágonos, 1941

Recintos y otras imágenes
(Fragmentos)


I

Antes que otro poema
―del mar, de la tierra o del cielo―
venga a ceñir mi voz, a tu esperada
persona limitándome, corono
más alto que la excelsa geografía
de nuestro amor, el reino ilimitado.

Y a ti, por ti y en ti vivo y adoro.
Y el silencioso beso que en tus manos
tan dulcemente dejo,
arrincona mi voz
al sentirme tan cerca de tu vida.

Antes que otro poema
me engarce en sus retóricas,
yo me inclino a beber el agua fuente
de tu amor en tus manos, que no apagan
mi sed de ti, porque tus dulces manos
me dejan en los labios las arenas
de una divina sed

Y así eres el desierto por
el cuádruple horizonte de las ansias
que suscitas en mí; por el oasis
que hay en tu corazón para mi viaje
que en ti, por ti y a ti voy alineando,
con la alegría del paisaje nido
que voltea cuadernos de sembrados…

Antes que otro poema
tome la ciudadela a fuego ritmo,
yo te digo, callando,
lo que el alma en los ojos dice sólo.
La mirada desnuda sin historia,
ya estés junto, ya lejos,
ya tan cerca o tan lejos, que no pueda
por tan lejos o cerca reprimirse
y apoderarse en luz de un orbe lágrima,
allá, aquí, presente, ausente,
por ti, a ti y en ti, oh ser amado,
adorada persona
por quien ―secretamente― así he cantado.


II

Que se cierre esa puerta
que no me deja estar a solas con tus besos.
Que se cierre esa puerta
por donde campos, sol y rosas quieren vernos.
Esa puerta por donde
la cal azul de los pilares entra
a mirar como niños maliciosos
la timidez de nuestras dos caricias
que no se dan porque la puerta, abierta...

Por razones serenas
pasamos largo tiempo a puerta abierta.
Y arriesgado es besarse
y oprimirse las manos, ni siquiera
Callar en buena lid...

Pero en la noche
la puerta se echa encima de sí misma
y cierra tan ciega y claramente,
que nos sentimos ya, tú y yo, en campo abierto
escogiendo caricias como joyas
ocultas en las noches con jardines
puestos en las rodillas de los montes,
pero solos, tú y yo.

La mórbida penumbra
enlaza nuestros cuerpos y saquea
mi ternura tesoro,
la fuerza de mis brazos que te agobian
tan dulcemente, el gran beso insaciable
que se bebe a sí mismo
y en su espacio redime
lo pequeño de ilímites distancias...

Dichosa puerta que nos acompañas,
cerrada, en nuestra dicha. Tu obstrucción
es la liberación destas dos cárceles;
la escapatoria de las dos pisadas
idénticas que saltan a la nube
de la que se regresa en la mañana.


III

Yo acaricio el paisaje,
oh adorada persona
que oíste mis poemas y que ahora
tu cabeza reclinas en mi brazo.

Hornea el mediodía sus calores,
labrados panes para el ojo
que comulga con ruedas de molino.

10,15, 20, 30, las parcelas
opinan sobre el verde, sin agriarse;
y los poblados, vida y ropa limpia
sacan al sol. Caminos campesinos
suben sin rumbo fijo, a holgar, al cerro.

Los árboles conversan junto al río,
de nidos en proyecto, de otros en abandono,
de la nube servida como helado
en el remanso próximo,
del equipaje de las piedras
que acaso nadie ha dejado en la orilla,
de la avispa hipodérmica,
del aguacero y la joven vereda,
de las ranas deletreadas en su propia escuela,
del verso como prosa
y del viento de anoche que barrió las estrellas.
El río escucha siempre caminando.
El río que se conduce a sí mismo, cómo y cuándo…

Detrás de un cerro grande
va estallando una nube lentamente.
Su sorpresa
es como nuestra dicha: ¡tan primera!
Lo inaugural que en nuestro amor es clave
de toda plenitud.
El aire tiembla a nuestros pies. Yo tengo
tu cabeza en mi pecho. Todo cuaja
la transparencia enorme de un silencio
panorámico, terso,
apoyado en el pálido delirio
de besar tus mejillas en silencio.


XVI

¿Qué harás? ¿En qué momento
tus ojos pensarán en mis caricias?
¿Y frente a cuáles cosas, de repente,
dejarás, en silencio, una sonrisa?
Y si en la calle
hallas mi boca triste en otra gente,
¿la seguirás?
¿Qué harás si en los comercios ―semejanzas―
algo de mi encuentras?

¿Qué harás?

¿Y si en el campo un grupo de palmeras
o un grupo de palomas o uno de figuras
vieras?

(Las estrofas brillan en sus aventuras
de desnudas imágenes primeras).
¿Y si al pasar frente a la puerta abierta,
alguien adentro grita: ¡Carlos!?
¿Habrá en tu corazón el buen latido?
¿Cómo será el acento de tu paso?

Tu carta trae el perfume predilecto.
Yo la beso y la aspiro.
En el rápido drama de un suspiro
la alcoba se encamina hacia otro aspecto.

¿Qué harás?

Los versos tienen ya los ojos fijos.
La actitud se prolonga. De las manos
caen papel y lápiz. Infinito
es el recuerdo. Se oyen en el campo
las cosas de la noche. ―Una vez
te hallé en el tranvía y no me viste―.
―Hay dos sitios malditos en la ciudad―.
―¿Me diste
tu dirección la noche del infierno?―
―...Y yo creí morirme mirándote llorar―.
Yo soy...
Y me sacude el viento.
¿Qué harás?

De Recinto, 1941

 


Fin del nombre amado


Un soneto de amor que nunca diga
de quién y cómo y cuándo, y agua dé a
quien viene por noticia y en sí lea
clave caudal que sin la voz consiga.

Que en cada verso pierda y gane y siga
ritmo a la cifra en luz que el agua arquea,
y suba el esplendor que así desea
música lengua y tacto a flor de espiga.

Ya la línea sandalia del terceto
abre camino al alma del objeto
que adoro y cuyo nombre dicen todos.

Nadie sabe el valor de su grandeza,
pero al decirlo de inconscientes modos
me transfiguran, pues me dan belleza.

De Otras imágenes, 1941

Tema para un nocturno


Cuando hayan salido del reloj todas las hormigas
y abran ―por fin― la puerta de la soledad,
la muerte
ya no me encontrará.

Me buscará entre los árboles, enloquecidos
por el silencio de una cosa tras otra.
No me hallará en la altiplanicie deshilada
sintiéndola en la fuente de una rosa.

Estoy partiendo el fruto del insomnio
con la mano acuchillada por el azar.
Y la casa está abierta de tal modo,
que la muerte ya no me encontrará.

Y ha de buscarme sobre los árboles y entre las nubes.
(¡Fruto y color la voz encenderá!)
Y no puedo esperarla: tengo cita
con la vida, a las luces de un cantar.

Se oyen pasos ―¿muy lejos?―... todavía
hay tiempo de escapar.
Para subir la noche sus luceros,
un hondo son de sombras cayó sobre la mar.
Ya la sangre contra el corazón se estrella.
Anoche tan claro que me puedo desnudar.
Así, cuando la muerte venga a buscarme,
mi ropa solamente encontrará.


Sonetos fraternales
(Fragmento)
A Jaime Sabines


I

Hermano Sol, cuando te plazca, vamos
a colocar la tarde cuando quieras.
Tiene la milpa edad para que hicieras
con puñados de luz sonoros tramos.

Si en la última piedra nos sentamos
verás cómo caminan las hileras
y las hormigas de tu luz raseras
moverán prodigiosos miligramos.

Se fue haciendo la tarde con las flores
silvestres. Y unos cuantos resplandores
sacaron de la luz el tiempo oscuro

que acomodó el silencio; con las manos
encendimos la estrella y como hermanos
caminamos detrás de un hondo muro.

 


Nocturno
(Fragmento)


III

Entre la selva enorme de la hierba
la hormiga y una gota de rocío
―todo el cielo y la tierra― mudo espío
y alguien inmóvil y voraz me observa.

¿Adónde va la hormiga? ¿Qué reserva
a esa gota de cielo? ¿A qué albedrío
pertenecen mis ojos? ¿Soy ya mío?
El tiempo entre los ángeles me observa.

Nada y Eternidad. Un haz de viento
desordenó la hierba. Aquella hormiga
perdió el campo y el mínimo aposento

celestial, escurrió su clara miga.
Surgió el alma y el cielo corpulento
la levantó, profundo, de una espiga.


Nocturno a mi madre
(Fragmento)


Hace un momento,
mi madre y yo dejamos de rezar.
Entré en mi alcoba y abrí la ventana.
La noche se movió profundamente llena de soledad.
El cielo cae sobre el jardín oscuro
y el viento busca entre los árboles
la estrella escondida de la oscuridad.
Huele la noche a ventanas abiertas
y todo cerca de mí tiene ganas de hablar.
Nunca he estado más cerca de mí que esta noche:
las islas de mis ausencias me han sacado del fondo del mar.

Hace un momento,
mi madre y yo dejamos de rezar.
Rezar con mi madre ha sido siempre
mi más perfecta felicidad.
Cuando ella dice la oración Magnífica,
verdaderamente glorifica mi alma al Señor y mi espíritu
se llena de gozo para siempre jamás.

Mi madre se llama Deifilia,
que quiere decir hija de Dios flor de toda verdad.
Estoy pensando en ella con tal fuerza
que siento el oleaje de su sangre en mi sangre
y en mis ojos su luminosidad.
Mi madre es alegre y adora el campo y la lluvia,
y el complicado orden de la ciudad.
Tiene el cabello blanco, y la gracia con que camina
dice de su salud y de su agilidad.
Pero nada, nada es para mí tan hermoso
como acompañarla a rezar.
Todos los días, al responderle las letanías de la Virgen
―Torre de Marfil, Estrella Matinal―,
siento en mí que la suprema poesía
es la voz de mi madre delante del altar.
Hace un momento la oí que abrió su ropero,
hace un momento la oí caminar.
Cuando me enseñó a leer me enseñó también a decir versos
y por ese tiempo me llevó por primera vez al mar.

Cuando la pobreza se ha quedado a vivir en nuestra casa,
mi madre le ha hecho honores de princesa real.
Doña Deifilia Cámara de Pellicer
es tan ingeniosa y enérgica y alegre como la tierra tropical.
Oigo que mi madre ha salido de su alcoba.
El silencio es tan claro que parece retoñar.
Es un gajo de sombra a cielo abierto,
es una ventana acabada de cerrar.
Bajo la noche la vida crece invisiblemente.
Crece mi corazón como un pez en el mar.

Crece en la oscuridad y fosforece
y sube en el día entre los arrecifes de coral.
Corazón entre náufrago y pirata
que se salva y devuelve lo robado a su lugar.
La noche ahonda su ondulación serena
como la mano que en el agua va la esperanza a colocar.
Hermosa noche. Hermosa noche
en que dichosamente he olvidado callar.
Sobre la superficie de la noche
rayé con el diamante de mi voz inicial.
Mi voz se queda sola entre la noche
ahora que mi madre ha apagado su alcoba.
Yo vigilo su sueño y acomodo sus nubes
y escondo entre mi angustia lo que en mi pecho llora.

Mi voz se queda sola entre la noche
para decirte, oh madre, sin decirlo,
cómo mi corazón disminuirá su toque
cuando tu sueño sea menos tuyo y más mío.

Mi voz se queda sobra entre la noche
para escucharme lleno de alegría,
callar para que ella no despierte,
vivir sólo por ella y para ella,
detenerme en la puerta de su alcoba
sintiendo cómo salen de su sueño
las tristezas ocultas,
lo que imagino que por mí entristece
su corazón y el sueño de su sueño.

El ángel alto de la media noche,
llega.
Va repartiendo párpados caídos
y cerrando ventanas
y reuniendo las cosas más lejanas,
y olvidando el olvido. Poniendo el pan y el agua en la
invisible mesa
del olvidado sueño.
Disponiendo el encanto
del tiempo enriquecido sin el tiempo;
el tiempo sin el tiempo que es el sueño,
la lenta espuma esfera
del vasto color sueño;
la cantidad del canto adormecido
en un eco.

El ángel de la noche también sueña.
¡Sólo yo, madre mía, no duermo sin tu sueño!

 

De Subordinaciones, 1949

 


Sonetos dolorosos
(Fragmento)


He pasado la vida con los ojos
en las manos y el habla en paladeo
de color y volumen y floreo
de todos los jardines en manojos.

¡Con cuánta agilidad robé cerrojos!
No conoció la lengua titubeo;
y después de geográfico cateo
amoraté el azul desde los altos rojos.

Sin mi sombra a mi cuerpo corresponde
es que el silencio aconteció entre ruidos
y ha sabido saber cómo y dónde.

De Práctica de vuelo, 1956

 


A Luis Barjau

Mira, Luis, no es por nada, pero hay días
que me quedo mirando cualquier cosa,
y me pregunto si la mariposa
viene o va o si soy yo el de sus guías.

Entre conformidad y rebeldías
el árbol soportó la dolorosa
tarea de crecer, y cuidadosa-
mente bajo la lluvia ve sus crías.

Hay un fruto: es un pájaro. Prefiero
escucharlo en la tarde, cuando muero
de todas las maneras que es posible.

Y aquí me tienes sin decir palabra
por miedo de encenderme combustible
y cuidar que una puerta no se abra.

10 de junio de 1969

Con este cielo y estos lagos

Con este cielo y estos lagos
eres lo que deseo.
Me pienso en Luz y lo afilado acero.
Amo así tu belleza
y en mí las energías misteriosas
para poder amarte tanto.
A mil kilómetros tu mirada triste,
tu voz suena en las violas y en las ramas.
La ventana entreabierta de la tarde.
El horizonte en ti, el agua deshojada,
la flor entre las páginas del día.
La soledad que llevo siempre en flor.
Tú callas y me miras
con tu mirada triste y tu silencio.
Yo estoy hecho de cantos escondidos,
perdido entre las cosas,
oyendo el aria antigua de tu ausencia,
sin saber que decirle a los demás.

El cielo de los lagos está en mi corazón.
Y en la noche que llega,
ni tú ni yo.


Villahermosa, Tabasco,
13 de octubre de 1969

 


Yo nací joven


Esto lo saben los árboles más viejos
y las nubes que empiezan a formarse.
Sigue lloviendo,
pero la tierra está tranquila
y el viento se ha refugiado
en las alas de un pájaro serpiente.
Por mi ventana veo tanto cielo
que mis ojos se van y a veces no regresan.
Yo veo y oigo y huelo y toco y paladeo.
Y esto me ocurre como al agua natural
que nadie ve.
Estoy perdiéndome sin horizonte,
y cuando me tropiezo con el tiempo,
creo que la muerte tiene tanta vida
como yo en ese instante.

Madrugada del 8 de noviembre de 1969

 

 

 


 

La dualidad nocturna


Los caminos destruidos del insomnio
que van a dra adonde ya no hay nada;
los pasos tan voraces del demonio
sobre la arena más abandonada.

Víspera poderosa llamarada
que enciende las ciudades del insomnio;
la muerte joven que se da el demonio
a la luz de una espléndida mirada.

¿Va a llegar el arcángel? Tengo el río
para la desnudez de su hermosura.
Busco lo que no es suyo y lo que es mío.

Todo parece estar naciendo apenas.
¿La novedad de una antigua escultura?
Todo parece estar naciendo apenas.

Lomas de Chapultepec,
noche del 5 de diciembre de 1974

 


Por eso este poema


Por eso este poema, tan abierto,
como la mano en que se da la mano,
es la desnuda tarde de verano
en que la lluvia niega lo más cierto.

Si pudo lo increíble ser tan cierto
y estar de lo más lejos tan cercano,
que por eso, por ser eso está a la mano
el agua incomparable del desierto.

Al abrir las ventanas de este día
cerré los ojos cuando sonreía
la flor de lo que pasa inesperado.

Por eso, cuando el sueño me despierta,
desaparezco de uno y otro lado
y me inclino a esperar que abran la puerta.

Tepoztlán, 4 de mayo de 1976

 

 

 


La danza


Círculo y triángulo. Punto. Movimieto.
La estatua, liberada del vacío.
Instante en llamarada o en rocío.
Hoja que cae o grito en el cielo.

Un pájaro tan claro de alimento.
El equilibrio de un escalofrío.
Las mil pausas continuas. Lo que es mío
cuando con nadie estoy: deslumbramiento.

Es hablar con el cuerpo. No está muda
la música del cuerpo. Se desnuda
la inmaterialidad de la materia.

Estoy pensando en ti. En ti he aprendido
que no hay tanta riqueza en mi miseria.
Silencioso clamor de cielo herido.

 

Lomas de Chapultepec,
4 de septiembre de 1976

Un soneto


El material de una noche florea.
Estoy luminosamente escondido.
Tiene el jazmín de Arabia tanto fluido
que así es la perfección que redondea.

Algo que nace, como que aletea.
Un átomo de vida se ha encendido,
y el universo ejerce su tarea.
¿Dónde estará la fuente del olvido?

En el incendio inútil de una rosa
pereció perseguida mariposa.
La noche puso en pie nombres callados.

Todos los sueños estaban despiertos;
y la vida con los ojos cerrados
y la muerte con los ojos abiertos.

 

Lomas de Chapultepec,
4 de octubre de 1976