Material de Lectura

León de Greiff

Selección y nota introductoria
de Francisco Hinojosa









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Nota introductoria

El lector que se enfrenta ahora, por primera vez, con la poesía de León de Greiff* encontrará en ella a un sorprendente y atractivo autor, suerte de combinación de poeta, bufón y músico, y a un amplio repertorio de personajes que se complacen en el juego y la risa y que, en el mejor de los casos, se ofrecerán ocultos tras el disfraz de un hermetismo ostentoso y en apariencia innecesario o, en el peor, se presentarán bajo los rostros de la incoherencia, la gratuidad y el absurdo. Y también esta breve antología de textos —muchas veces más cercanos a la música que a las palabras— no dejará de brindar, pese a las dificultades que se interponen en su lectura, una poderosa seducción sobre el lector.

León de Greiff nació en Medellín, Colombia, en 1895. Descendiente de suecos y alemanes, los personajes que adoptó en su poesía dan cuenta de este doble origen: exhiben una extraña mezcla de sus raíces nórdico-europeas y el trópico colombiano. Parte de este sobrepoblado mundo de fantasmas ancestrales, sueños y mitos que lo habitan y que cantan a través de él está integrado principalmente por Erik Fjordsson, Sergio Stepansky, Leo de Gris, Matías Aldecoa, Bogislao, Gaspar von der Nacht, Guillaume de Lorges y Hárald el Obscuro, entre muchos otros. Y las actividades que ejerce bajo estos distintos rostros no son menos numerosas: vikingo, pirata, bufón, juglar, clown, trovador, acontista, paleógrafo, titerero, vagabundo, cazador y toda suerte de aventureros y trotamundos, casi siempre nómadas, forasteros, eremitas. Todos ellos son para León de Greiff pasaportes a otras tierras, que entre más lejanas, en el tiempo y en el espacio, más prontas y despiertas a su imaginación para realizar sus viajes.

Y es que León de Greiff ha optado en su obra por un exilio voluntario: sus temas y su lenguaje, tanto como su idea de la poesía, se apartan considerablemente de cualquier vanguardia poética escrita por sus contemporáneos. Aunque al margen de las normas impuestas por los movimientos literarios hispanoamericanos, De Greiff siempre estuvo próximo a los problemas que sufría Colombia, fue militante de proyectos de izquierda, adepto con su generación a la revolución cubana, encarcelado por expresar sus ideas políticas y cofundador de dos importantes núcleos literarios de su país (Los Panidas y Los Nuevos). En su poesía, por el contrario, se percibe en él un deseo imperioso de desarraigo, una necesidad constante de partir hacia el extranjero: "Ésta es —Solitario, Exiliado, Evadido, Extranjero— tu torrecilla de marfil, de Enero hasta Diciembre/—con pausas enecientas cada Julio— y hasta el año dos mil."

Esta actitud, en efecto, recorre más de medio siglo de su producción poética. Se trata de la obra de un arquitecto que trabaja paciente y consistentemente un solo edificio. "Su cualidad excelsa —dice Jorge Zalamea— es la del creador de un universo perfectamente identificable en sus paisajes, en su fauna y su astronomía, en sus poblaciones, en sus héroes y en sus beldades; un universo al que podemos penetrar no simbólica sino físicamente."

A pesar de su insistencia en un lenguaje exuberante —poco cercano, por otra parte, al "barroquismo" del que se habla con relación a la literatura hispanoamericana de este siglo—, poblado por igual de arcaísmos y de neologismos, y de que en muchas ocasiones se ahoga en un verdadero pozo de galimatías, León de Greiff no pretende nunca abandonar la posibilidad de comunicarse con sus lectores. Tampoco olvida, a la mitad del camino que lo lleva de la erudición al absurdo, su lengua (léase identidad); lo que hace es estirarla, reinventarla, modificarla (y así modificarse) para abrir las puertas a otro país, quizás el más importante al que viaja: la música. Los títulos de muchos de sus poemas son motivos musicales, y su construcción se acerca con frecuencia a la estructura de obras de cámara. Pocos poetas han llegado como él a extremos tales con el fin de fundir en una misma pieza a la música y a la poesía ("Sólo la música és. La Poesía, la Música son una sola Ella. /Y Ella, cualquier Ella, lo sortílego/si sombra efímera huidera.").

El autoexilio del que se hablaba, además de esta pretendida fusión de la música y la poesía, tienen en León de Greiff fuertes ligas con el humor y, principalmente, con la autoironía. El exilio, según Cioran, conduce sin remedio a la piedad o al sarcasmo. De Greiff ha elegido el segundo: una risa escapa desde el fondo de sus textos, una risa que a la vez que hechiza y atrapa al lector, así lo epata y aleja. Porque este poeta, que habla muchas veces en nombre de la severidad y el rigor, es también un gran escéptico. Y ésta es una de las principales invitaciones que hace al lector: compartir su escepticismo.

Poco antes de morir, la Academia Sueca nominó a León de Greiff para el premio Nobel de literatura. Sus libros, llamados por él Mamotretos, están traducidos a varios idiomas, y sus Obras Completas están publicadas por Ediciones Tercer Mundo (Bogotá). Casa de Las Américas publicó una antología de sus poemas.

La transcripción de esta muestra antológica ha respetado la acentuación y la ortografía originales del autor.



Francisco Hinojosa

 


* León de Greiff publicó "Tergiversaciones", "Libro de signos", "Variaciones alrededor de nada", "Prosa de Gaspar", "Fárrago y Nova el vetera". Falleció en Bogotá en 1976.


Tergiversaciones

I

Porque me ven la barba y el pelo y la alta pipa
dicen que soy poeta..., cuando no porque iluso
suelo rimar —en verso de contorno difuso—
mi viaje byroniano por las vegas de Zipa...,

tal un ventripotente agrómena de jipa
a quien por un capricho de su caletre obtuso
se le antoja fingirse paraísos... al uso
de alucinado Pöe que el alcohol destripa!,

de Baudelaire diabólico, de angelical Verlaine,
de Arthur Rimbaud malévolo, de sensorial Rubén, y
en fin... hasta del Padre Víctor Hugo omniforme...!

Y tánta tierra inútil por escasez de músculos!
tánta industria novísima! tánto almacén enorme!
Pero es tan bello ver fugarse los crepúsculos...
(1916)

(De Tergiversaciones, 1925)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Balada del tiempo perdido

I

El tiempo he perdido
y he perdido el viaje...

Ni sé adónde he ido...
Mas sí vi un paisaje
sólo en ocres:
desteñido...

Lodo, barro, nieblas; brumas, nieblas, brumas
de turbio pelaje,
de negras plumas.
Y luces mediocres. Y luces mediocres.
Vi también erectos
pinos: señalaban un dombo confuso,
ominoso, abstruso,
y un horizonte gris de lindes circunspectos.
Vi aves
graves,
aves graves de lóbregas plumas
—antipáticas al hombre—,
silencios escuché, mudos, sin nombre,
que ambulaban ebrios por entre las brumas...
Lodo, barro, nieblas; brumas nieblas, brumas.

Ni sé adónde he ido,
y he perdido el viaje
y el tiempo he perdido...

II

El tiempo he perdido
y he perdido el viaje…

Ni sé adónde he ido...
Mas supe de un crepúsculo de fuego
crepitador: voluminosos gualdas
y calcinados lilas!
(otrora muelles como las tranquilas
disueltas esmeraldas).
Sentí, lascivo, aromas capitosos!
¡Bullentes crisopacios
brillaban lujuriosos
por sobre las bucólicas praderas!
Rojos vi y rubios, trémulos trigales
al beso de los vientos cariciosos!
Sangrantes de amapolas vi verde-azules eras!

Vi arbolados faunales:
Versallescos palacios
fabulosos
para lances y juegos estivales!
Todo acorde con pitos y flautas,
cornamusas, fagotes pastoriles,
y el lánguido piano
chopiniano,
y voces incautas
y mezzo-viriles
de mezzo-soprano.

Ni sé adónde he ido...
y he perdido el viaje
y el tiempo he perdido...

III

Y el tiempo he perdido
y he perdido el viaje...

Ni sé adónde he ido...
Por ver el paisaje
en ocres,
desteñido,
y por ver el crepúsculo de fuego!

Pudiendo haber mirado el escondido
jardín que hay en mis ámbitos mediocres!
o mirando sin ver: taimado juego,
buido ardid, sutil estrategma, del Sordo, el Frío, el Ciego.

(1923)
(De Libro de signos, 1930)

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Relato de sergio stepansky

Juego mi vida!
Bien poco valía!
La llevo perdida
sin remedio!

Erik Fjordsson.

Juego mi vida, cambio mi vida.
De todos modos
la llevo perdida...

Y la juego o la cambio por el más infantil espejismo,
la dono en usufructo, o la regalo...

La juego contra uno o contra todos,
la juego contra el cero o contra el infinito,
la juego en una alcoba, en el ágora, en un garito,
en una encrucijada, en una barricada, en un motín;
la juego definitivamente, desde el principio hasta el fin,
a todo lo ancho y a todo lo hondo
—en la periferia, en el medio,
y en el sub-fondo...

Juego mi vida, cambio mi vida,
la llevo perdida
sin remedio.

Y la juego —o la cambio por el más infantil espejismo,
la dono en usufructo o la regalo...:
o la trueco por una sonrisa y cuatro besos:
todo, todo me da lo mismo:
lo eximio y lo rüin, lo trivial, lo perfecto, lo malo...

Todo, todo me da lo mismo:
todo me cabe en el diminuto, hórrido abismo
donde se anudan serpentinos mis sesos.

Cambio mi vida por lámparas viejas
o por los dados con los que se jugó la túnica inconsútil:
—por lo más anodino, por lo más obvio, por lo más fútil:
por los colgajos que se guinda en las orejas
la simiesca mulata,
la terracota nubia,
la pálida morenaza, la amarilla oriental, o la hiperbórea rubia:
cambio mi vida por un anillo de hojalata
o por la espada de Sigmundo,
o por el mundo
que tenía en los dedos Carlomagno: —para echar a rodar
la bola...

Cambio mi vida por la cándida aureola
del idiota o del santo;
la cambio por el collar
que le pintaron al gordo Capeto;
o por la ducha rígida que le llovió en la nuca
a Carlos de Inglaterra;
la cambio por un romance, la cambio por
un soneto;
por once gatos de Angora,
por una copla, por una saeta,
por un cantar;
por una baraja incompleta;
por una faca, por una pipa, por una sambuca...

o por esa muñeca que llora
como cualquier poeta.

Cambio mi vida —al fiado— por una fábrica de crepúsculos (con arreboles);
por un gorila de Borneo;
por dos panteras de Sumatra;
por las perlas que se bebió la cetrina Cleopatra—
o por su naricilla que está en algún Museo;
cambio mi vida por lámparas viejas,
o por la escala de Jacob, o por su plato de lentejas...

¡o por dos huequecillos minúsculos
—en las sienes— por donde se me fugue, en grises podres, toda la hartura, todo el fastidio, todo el horror que
almaceno en mis odres...!

Juego mi vida, cambio mi vida.
De todos modos
la llevo perdida...

 

 



 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Favilas

Silencio en torno.
Penumbra de plomo.
Las ranas y un tema monótono
Quieto.
Mudo.
Sordo
—salvo para el "arioso"
sapesco—.
Sordo.
Solo.
¿Qué se hicieron los vagos anhelos innocuos?
¿Mi fuga?
¿Mi evasión?
¿Mis periplos jasóneos?
¿Qué se hicieron los cálidos vinos de la Aventura, y los
tesoros
de mis noches estremecidas en el selvoso asilo bolombólico?
"Anclado.
Al pairo.
En mi sitio."
Dijo El Otro.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Favilas

Nació en el Viento y se finó, ¡radiosa
canción maravillosa!

Nació en el Viento y se finó en el. Viento:

—briznas de luz, cernidas por irisar las alas
intangibles de fina mariposa...

Nació en el Viento y se finó en el Viento:

—briznas de oro, efímero perfume,
vagarosos acordes...

¡y saturó la estancia con el tufo violento
del mar en la tormenta y con el tibio aliento
de la etérea Ulalume...!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Retrato de Guillaume de Lorges
 

Yo, señor, soy acontista.
Mi profesión es hacer disparos al aire.
Todavía no habré descendido la primera nube.
Mas, la delicia está en curvar el arco
y en suponer la flecha donde la clava el ojo.

Yo, señor, soy acontista.

Azores y neblíes, gerifaltes, tagres, sacres, alcotanes,
halcones,
acudid a la voz del acontista!

Y enderecemos nuestras garras a la conquista
de las nubes, volubles como los corazones...
y —cual los corazones— inmutables.

Yo, señor, soy acontista.

También he sido juglar en los mesones.
Revendedor de bulas.
Tañedor de laúd.
Y tragador de fuego y engullidor de sables.
Y bufón en las ferias.

Damas de los castillos a catar diéronme frutos de acendrada
virtud:
noches de bendición!
Otras noches fueron bien miserables.

Yo, señor, soy acontista.

También me he entretenido en cosas serias:
conocí al asno de Buridán
y al propio Buridán, que estuvo en la Tour de Nesle
(alguna vez fui con él,
pero me devolví de la poterna)
y vi ahorcar a Montfauçon
a Messire Enguerrand de Marigny.
Poco en letras leí...
mas sí he bebido buenos vinos, paladeado vianda tierna,
y comido del mejor pan.

Yo, señor, soy acontista.

Mi profesión es hacer disparos al aire.
Todavía no habré descendido la primera nube...?
También soy jugador de dados
y tengo mis ribetes de asesino.
Presumo haber —en lontana ocasión— hurtádome los
vasos sagrados
de ya no sé qué iglesia, abadía o convento.
(Creo que han sido mías varias esposas de Jesús,
cuyos votos de castidad y su amor al esposo divino
fueron plumas al viento
y golondrinas migratorias que soltaron su vuelo desde la
Cruz...)

Azores y neblíes, gerifaltes, tagres, sacres, alfaneques,
halcones:
acudid a la voz del acontista!

Y enderecemos nuestras garras y nuestros picos a la
conquista
de las nubes, volubles como los corazones...
y —cual los corazones— siempre iguales.

Yo, señor, soy acontista.

También resulto un poco lento y mucho largo en las mis
relaciones...
Juzgo que hay caso de fantasía en mi rapsodia:
pero, ni yo soy Tácito, ni aquestos son Anales...
Tampoco he de cantar la palinodia
ni de irrumpir en monótonos trenos!

Yo, señor, soy acontista.

Nada más. Nada menos.

Y tengo sueño y tengo sed, señor. Salud! Y Abur! señor,
abur! Y hasta otra vista.

(De Variaciones alrededor de nada, 1936)


Prosas de Gaspar

XIX

Mi verdadera vocación es el silencio. Mi vicio incoercible, la aridez. Mi solo crimen, la soledad.

La risa o la sonrisa o el rictus: tácitos glosadores de los fenómenos circundantes y del espectáculo grotesco. Tácitos, pues no es sonora mi risa —tumulto latente.

Ah, las intraducidas burlas! Ah, la nunca espetada ironía! Ah, los sarcasmos suculentos, la buída gorja, la alacre befa, el comentario acre, el peregrino escolio! Tácitos. Jamás oídos.

* * *

Alguna vez soñé ser cazador de muy donosas hamadríadas, de oreadas y de faunesas, y aun de ninfas no habitadoras de los bosques ni riberas, sino citadinas ninfas, harto muy seductoras;

De ellas apasionadas, de ellas un poquitín frías, unas graves en demasía, otras frívolas en extremo;

De ellas leales, francas y rendidas veramente, de ellas traidorzuelas o apenas tornátiles o sólo volubles:

Enamoradas ésas del amor, y de sus juegos accesorios, esótras de lo segundo singularmente, acaso más en lo cierto y valedero;

Aquellas otras afincadas por redes y redecillas de prejuicios y temores: pero que se donaban y ricamente, en intención y pensamiento, de lo cual deducíanse muy sabrosos deliquios, un poco enervadores a la larga.

En fin, el eternal proceso amatorio de todos los siglos, desde Eva y Lilith (pasando por la fastuosa teoría, por la aromosa guirnalda venusina de las donas ilustres y las damas galantes), hasta las de hoy fatales vampiresas, absolutamente semejantes a las ingenuas, o no tánto, burguesillas, o a las en bruto apetitosas musas campestres.

Y soñé ser cazador de féminas sabidoras, por las florestas de los símbolos y emblemas, por los meandros de los mitos, por los laberintos de las leyendas y de las sagas.

Pero mi vera vocación es la soledad. Mi delito real es la aridez. Y mi sola disculpa es el silencio.

La risa o la sonrisa y el rictus: tácitos glosadores, arquílocos benévolos y zoilos que asordinan leve incredulidad.

* * *

Otro tiempo fui leogrifo, y otra ocasión juglar de larga travesía, y alguna vez hube de incursionar por cotos vedadísimos, tras de la música y en pos de la poética: Dianas celosísimas que cribáronme con sus veneblos —pero mi solo vicio es el silencio, la soledad mi vocación, y la aridez mi crimen.

Aridez, fino manto, vulnerable corteza tenue: por recatar —acaso— un espíritu asaz emocional.

Silencio, joyel de músicas recónditas.

Soledad, con los mudos amigos.

Mudos amigos: cuya callada melodía por los ojos se cuela y se aposenta en el magín. Mudos amigos que otro ensueño ajeno creó. Mudos amigos que engendró el propio ensueño, si no urdió la fantasía, y vivos —ah, tan reales!— como nó los que topan conmigo o que discurren a la vera de mi aburrimiento.

Soledad, con los mudos amigos; aridez, fino manto; silencio, joyel de músicas recónditas, floración de recuerdos, divagar...

Ah, las jamás catadas elaciones nacidas del silencio! Las sortílegas músicas que la soledad acondiciona! Y la frescura espiritual que la aridez depara: fruición de callado embeleso, inebriante acinesia de extático y eufórico regusto!

(De Prosas de Gaspar, 1937)


Cancioncilla

No toques nada. Déjalo todo en su sitio.
Mira la rosa mirobolante, signo, símbolo, emblema.
Para los ojos nada, ni para los subsentidos.
Sólo la música és. La Poesía, la Música son una sola Ella.
Y Ella, cualquier Ella, lo sortílego
si sombra efímera huidera.

Para los ojos nada. Función es de los ojos
transvasar las imágenes, aprehenderlas, las fija
—para la eternidad— el químico de acordes.
El sólo. El solo.
Fija una vez la imagen aprehendida...
Los ojos y los otros, subsentidos, servidores.
Y Ella..., el mito remoto,
la volandera sombra efímera,
y la traza cinérea y el regusto salobre.

No toques nada: todo en su sitio. Déja...
Mira la rosa mirobolante. Y es la rosa testigo,
si no pretexto apenas y ocasional abrigo
de musical ensueño, si miel para la abeja.

Goza, chúpa la miel... Rosa, hoy conseja,
vive en el verso. Y en el pan muere el trigo.
La rosa fue la amiga del amigo.

Rosa testigo y trigo. Pan comido. Flor vieja.
Son una sola Ella, música, poesía.
No toques nada. Todo en su sitio quede.
Testigo fue la rosa de pétalos resecos.

Breve placer. Breve dolor. Ya Malvasía,
ya cicuta. ¡Oh Retórica que hiede!
Placer, dolor, ayer... Hoy, huecos ecos!

No toques nada. Déjalo todo en su nicho,
déjalo todo en la urna.
Mira la rosa, cualquiera rosa mirobolante.
Nada para los ojos; todo para la caracola resonante.
Sólo la Música és. Y el resto, ocio y capricho,
mentida euforia más que taciturna.
Poesía y la Música son el eterno instante,
y Ella, cualquiera Ella, sombra errante,
función del viento: y lo demás, ya dicho,
mi sola alma nocturna.

No toques nada. Todo en su sitio deja.
Lo que viene y se va, lo que se fue y retorna
con lo que nunca adivino; lo que ya no vendrá.
No sólo el vino cobra calidad si se añeja:
también el corazón el tiempo exorna,
y lo que fue aventura mito se tornará...

 


 

Cancioncilla


Voy a incrustarme en el silencio
de donde no debí salir.

Cuando háse de retornar
débese siempre no venir
y en su retiro se quedar:
voy a incrustarme en el silencio.

Es hora tiempo de callar:
lo que se tiene por decir
vale una arena de la mar
o un rebrilleo del zafir.

Voy a incrustarme en el silencio
de donde no debí salir
como no fuera por vagar
en torno al tema de se ir
dentro de sí, que ya es errar:

Voy a incrustarme en el silencio.

(De Fárrago, 1954)

 


 

Secuencia sin consecuencias


I

Eso que fraguas, cosa es no poética:
ni dásle consistencia de alfeñique,
ni en ello loas a incorpórea Psique
de élitros de ángel, mística y sintética.

Eso que urdes... Dónde está la grética
o la hepbúrnea siquier con que se imbrique
tu gusto solitario? Otra fabrique
tu estro inverecundo, de fonética

lánguida: evanescente Flor de Vidrio
no odorante —no huele el alborio—,
manzana sin sabor— que así es inocua:

serás Poeta Esteta Testa-hidrio
(super alma de cántaro infusorio,
valga decir) tañendo Harpa Aqüilocua!

IV

Rolando! Orlando no! Qué Paladines
ni qué Pares!: con mucho serán Nones.
Rolando sí: redundan a montones
y no sólo en Gil Blas y en sus afines.

Garcilorcan como unos serafines
e hispanisimian cuasi a topetones.
Descubren "el soneto" estos Colones:
hallazgo tan sin trompas ni clarines?

"El soneto era un pobre bien-oculto!
vamos nosotros a donalle brillo
y a restaurar su integridad primicia",

truena a quién quiera oille el muy estulto.
Y al soneto se da, como al cepillo
lustra-coturnos, y el portento inicia!

(De Velero paradójico, 1957)

 


 

Sonetetes


I

Seor Satán estaba sitibundo
—Noé a su vera y en las mismas—; nada
para beber, si no de avena helada
cuatro pintas: ¡brebaje tremebundo!

Metafísicos, Hamlet, Segismundo
—el tercero era Kant— parlaban; cada
cláusula suya ingente carcajada
suscitábale a Falstaff rubicundo.

Seor Satán trinaba, y a su vera
Noé en las mismas; ni una humilde copa
de montañero anís, ni un mero azumbre

del de Caná, que tan sabroso era...
En esas pasa, con ninguna ropa
Cleopatra y con ojos que echan lumbre.

II

En esas pasa Cleopatra, nuda,
rumbo al Nilo...; ¡Qué César ni qué Antonio!
¿Cleopatras a mí? —chilla el Demonio
—Seor Satán— Noé no se demuda.

Noé más que un Noé parece un Buda.
Noé más que un Noé parece un gonio
o el busto aquel del "vestíbulo ansonio":
Cleopatra pasó, remacanuda;

Seor Satán se olvidó de su sicio,
dejó a Noé mesándose las longas
y amalayando dos o tres arreos.

Cleopatra pasó. ¡Lo que es el vicio!
Adiós Noé! muy buena te la pongas!
Me voy tras esta chata y sus meneos!

III

Seor Satán —hecho áspid— a la caza
de Cleopatra desnuda rumbo al Nilo,
—rumbo al delta, mejor—. Si pierdo el hilo
con volver a empezar tras trazo o traza.

Cleopatra, cetrina morenaza
de no breve nariz, de ardiente asilo
para el amor (en íntimo sigilo
o a toda luz en medio de la plaza)

Seor Satán siguió tras la cetrina
morenaza de órdago, venusta
sí: como Helena la de aquí fue Troya.

Cleopatra pasó, sonrió, ladina;
iba sin galas lista a entrar en justa:
Seor Satán tomo sus delta y joya...

IV

Estrambote

Y, hecho un áspid, la fresa purpurina
de sus pezones saborea y gusta,
goloso asaz, y retornó a la hoya
de Cleopatra acezante, serpentina
muy más que el áspid. Él allí se incrusta
y Ella a su vencedor, cómplice, apoya.

Moraleja

Seor Satán estaba sitibundo.
Sació su sed Cleopatra, le donando
su viña y su lagar —en dando y dando
y en recibiendo— (lo mejor del mundo
en concepto de Lelo Beremundo)

 


 

Sonetín


Recibí los churupos —cien maracas—.
No es florecilla —rosa o dalia o cori—.
ni del Cisne el postrero gori-gori:
es un soneto más, sin alharacas,

Señor bardo Pastori, allá en Caracas.
No es madrigal o Doraminta o Clori,
ni varapalo a los Idola Fori,
ni a las trincas beocias o bellacas.

Es un soneto, acuse de recibo
de poeta a poeta —más ni menos—:
no es despedida ni es momento mori.

¡Oxte la morte! ¡Raca! Estoy muy vivo.
Saluda a los cofrades. Que estén buenos.
El Soneto de Hoy a Luis Pastori.

Estrambote

¡Oh León que entre bardos te destacas
como el más pertinaz!: hubo un tal Gori,
—muy prócer, otro sí—; y hubo un Liguori
—muy santo, creo—; y hay un Luis Pastori,
—cual León pertinaz— que está en Caracas
bebiendo ron Cacique. Y yo, tequila
bebo también, que México destila:
(clara la mente, el ánima tranquila,
con Uslar Pietri, cerca a Tepoztlán)
pronto hacia el Valle —iré— de las Hamacas,
San Salvador en pleno Cuscatlán,
por el Izalco, por el ilopango,
donde, como doquier, la lira tango.

(Bogotá, octubre, 1970;
México, noviembre, 1970;
Bogotá, diciembre, 1970)


Facecieta coloquial número uno


—¿Esa risa befante, y este afán bufonesco?
—Seriedad abomino.
—¿Dejar el canto y adoptar la cómica
Clownería? —Platitud abomino.
—¿Filósofo una vez y ágora...? —Horresco,
buen señor, lo dantesco
al par que lo mirrino.
Nada me curo de la Poesía:
la Poesía me resulta vómica.

—Dejar el canto y asumir la cómica
clownería? ¡Notorio desatino!

—Ahora es vozno lo que ayer fue trino.
Y cuando trino, cantidad atómica
mi trinar: ruiseñor no parecía
sino búho señero o, quier, pingüino
gabe y zurdo: me place la antinómica
más que la paralela simetría.
Ruiseñor nunca. El gorjear hialino
jamás don de mi gola. Crisostómica
jamás mi fauce: a tal no pretendía.
Ruiseñor nunca. Búho sibilino,
pingüino fui, bufón. Una astronómica
distancia entre el sollozo y mi folía...

—Dejar el canto, abandonar el trino...

—Buen señor, a pesar de mi bonhómica
mansuetud, la su cantrorimanía
me exaspera, endilgada de contino
con esa su frecuencia metronómica.
Buen viaje, buen señor, con franca vía:
Sin canto y trino voy por mi camino.

—¿Dejar el canto y adoptar la cómica
clown-bufo-pitre-gabe juglaría?

—Sí, señor! ¡Combas velas, viento fresco
por la popa! Y abur ¡oh momia fiambre!
Nunca, por más que me atosigue el hambre
de gloriola —que nunca me atosiga—
y sin antes saber lo que me pesco
la red aventaré. ¿Que más poesco

se podría pensar —no me lo diga—,
se podría pescar —si no un calambre—
que vos, oh parangón de lo grotesco?
¿que vos, oh nata y flor de corambre?
Pláceme más —borrico— en el alambre
bufonesco danzar, mimo y funámbulo,
que aderezar la Oda. Soy noctámbulo
trovero y sublunar —nada académico,
ni adocenado poetete endémico,
ni —a la moda— paródico epidémico,
ni augur de lira atómico-astronómica,
paradislero orondo, huero, opimo...

—¿Dejar el canto y asumir la cómica
juglería? oh bufón! oh clown! oh mimo!

—Buen señor, ganapán! ¿Qué más poesco
se podría pescar —si no un infarto—
¿que vos, oh super-Tio, oh proto-Lila?
¿Qué Caribdis maelstrómica, que Scila
caríbdica, que Scílico Maelstróm
constelado de sirtes? Tú —Condom—
águila —qué Demóstenes! —in quarto—
su funérea oración —póstumo parto—
tu funérea oración —flecha del Parto—
¿cómo —Bousset— no endílgaisla a este Zote?

—¿Dejar el Canto, y asumir la cómica
juglaría? ¡oh bufón! ¡oh clown! ¡oh pitre!

—¡Al Karakórum véte a pasitrote!
Mil recuerdos a Dante! Otros mil a Virgilio!
Diez besos a Beatriz —la del idilio
trunco. A Laura de Noves (del Petrarca
puro dolatro) diez. Y abur al corto
(al corto y largo mucho más que breve)
genitor de la Astrea kilométrica
(la Astrea en longitud es cosa tétrica
y en platitud —¿leerla quién se atreve?)
El Tostado al hojearla quedó absorto
(El Mahabarata, ante ese ingente aborto,
el Mahabarata, es dístico de parca
parvedad ante el "corto" del Astrea!)

—De parca parvedad, sobriedad, parquedad, triza
como gustéis! Ad libitum! Como queráis ¡Atiza!
y... a pasitrote véte al Karakórum!
al Karakórum véte, zoilo anémico!
Chirle arquíloco! Engendro de belitre!
zafio pelafustán, hez, vermes, larva!
A pasitrote véte al Karakórum,
al Pindo o al Parnaso o al Bobea!

(Pongo, con esto, bajo del pupitre,
dos o tres Ramayanas y otra Astrea
—que no pensé escribir— y otra Odisea,
con mis Odas a Caro, Olmedo y Mitre
(Bartolomé) Me raparé la barba,
me amputaré la pluma (¿hay quién lo crea?)
por complacer —asina— al Stultórum:
dulce es por él callar, "dulce et decórum"!

Nequáquan!
Sí! Nequáquan!

¡Seguiré siempre con mi tu autem-vaquam!
—con mi péndola pluma que tirtea
y con mi barba!
—La portaba en Narva—


(De Nova et vetera, 1970)