La palmera
Al llegar la hora esperada en que de amarla me muera, que dejen una palmera sobre mi tumba plantada. Así, cuando todo calle, en el olvido disuelto, recordará el tronco esbelto la elegancia de su talle. En la copa, que su alteza doble con melancolía, se abatirá la sombría dulzura de su cabeza. Entregará con ternura la flor, el viento sonoro, el mismo reguero de oro que dejaba su hermosura. Y sobre el páramo yerto, parecerá que su aroma la planta florida toma para aliviar el desierto. Y que con deleite blando, hasta el nómada versátil va en la dulzura del dátil sus dedos de ámbar besando. Como un suspiro al pasar palpitando entre las hojas, murmurará mis congojas la brisa crepuscular. Y mi recuerdo ha de ser, en su angustia sin reposo, el pájaro misterioso que vuelve al anochecer.
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