Material de Lectura

 

La poesía surrealista de Odysseas Elytis

Datos biográficos
 
 


Odysseas Elytis (cuyo apellido verdadero es Alepoudelis) era descendiente de una antigua familia de Lesbos y nació en Iraklión, Creta, al igual que el novelista Kazantzakis, pero 28 años más tarde, en 1911. En Atenas empezó la carrera de Leyes y, desde 1936, se dedicó a la poesía y también a la pintura. Vivió dos temporadas en París (1948-1952 y 1969-1972), donde realizó estudios filológicos en la Sorbona y entabló amistad con los más destacados poetas y pintores. Viajó por los principales países de Europa, por Estados Unidos y la Unión Soviética. Tradujo al griego a Lautréamont, Eluard, Brecht, Ungaretti y García Lorca. En su obra se distinguen tres periodos: a) el de su primera producción, donde se advierte más claramente la influencia del surrealismo: Orientaciones (1940) y El sol, el primero (1943); b) el de carácter patriótico, provocado por la guerra que libró Grecia contra el fascismo: Canto fúnebre y heroico por el subteniente caído en Albania (1945), fruto de su experiencia personal en el frente albanés y, tras varios años de silencio, Digno es (Áxion estí, 1959), que se considera un canto a la helenidad; y c) el periodo maduro, en que el poeta encuentra plenamente su voz propia y escribe obras como Seis y un remordimientos por el cielo (1960), El árbol luminoso (1971) y María Nefeli (1978). En 1979 obtuvo el Premio Nobel de Literatura. Murió en Atenas, el 18 de marzo de 1996 debido a un infarto.

 

El surrealismo en Grecia

En este volumen presentamos únicamente al Elytis del primer periodo, es decir, al Elytis surrealista autor de El sol, el primero. Consideramos que resultaría ocioso exponer los principios de la escuela surrealista francesa, pero creemos que al lector sí le interesaría saber cómo se introdujo esta corriente en Grecia, quiénes son los poetas griegos surrealistas y qué tipo de surrealismo hicieron. Linos Politis, uno de los más importantes críticos literarios griegos, dice lo siguiente:

en 1935 surgió el surrealismo con su mensaje revolucionario. La obra intitulada Alto horno (1935) de Andreas Embirikos, realizada según el método de la "escritura automática", con su serie de palabras dispuestas sin relación "lógica" alguna y con su extraña resurrección de la katharévousa [la lengua culta arcaizante], en un principio sólo provocó oposición e hilaridad. Pero el movimiento surrealista se fue afirmando paulatinamente, pues proponía la liberación del mundo del subconsciente y de los sueños, con sus nuevas formas de combinar palabras y las imágenes que suscitaba. (...) La evolución posterior de toda nuestra poesía muestra la influencia del movimiento surrealista.

El Alto horno trajo consigo la primera sorpresa; sin embargo, Embirikos dejó atrás la etapa de la "escritura automática" y produjo obras de mayor lirismo. (...) El camino que iba más allá del surrealismo alcanzó resultados asombrosos con la poesía de Odysseas Elytis. La nueva libertad poética permite que surja una poesía alegre, juvenil, inundada de luz y del Egeo, dominada ya —en oposición al primer surrealismo— por una sensibilidad mediterránea del ritmo y del orden.1

Sin embargo, el poeta no siempre está de acuerdo con sus críticos. En la mayoría de las historias literarias, de las antologías y de las críticas se presenta a Elytis como autor de obras de carácter patriótico (las de su segundo periodo), que son, precisamente, las obras a las que menor importancia concede el poeta. En el tomo número 2 de la serie Poetas contemporáneos2 dedicado a Elytis, el prologuista Efguénios Aranitsís, al hablar del desacuerdo entre el poeta y sus lectores, señala:

"Borges acostumbraba hasta hace algunos años comprar ejemplares de sus primeras antologías poéticas y quemarlas. Elytis cuenta con mejores soluciones: confía en los infalibles filtros del tiempo y abandona algunas —mínimas— páginas en el polvo del olvido. (...) Cabría suponer que El canto al teniente presenta una situación tan lejana que el poeta tiene el derecho a olvidarla. (…) Por eso dedica al Digno es muy pocas páginas; quizá quiere señalar con ello que ese poema está muy lejos de ser la "cima" de su obra, como insisten en afirmar quienes lo devoran monótonamente pretextando un insaciable "patriotismo". (pp. 8-9).

Un rasgo interesante de dicha serie es que los propios poetas seleccionan la parte de su obra que desean incluir. Elytis decidió poner poemas de los dos libros de su primer periodo (de El sol, el primero: 1a. parte, los poemas I, II, III, VIII, X y XI; de la 2a., sólo el IV), del segundo periodo excluye El canto al teniente, pero sí incluye algo de Digno es y, del tercero, poemas de cinco de los ocho libros que escribió hasta 1978. En la segunda parte del libro incluye fragmentos de su libro de ensayos Papeles abiertos y, en la tercera, varias críticas y una entrevista que concedió a Ivar Ivask (publicada en Atenas en 1975), de la cual reproducimos algunos pasajes (pp. 187-203) que ilustran las opiniones de Elytis sobre su propia obra y que juzgamos importantes para el mejor entendimiento de la producción del poeta. El poeta habla de sí mismo.

La primera cosa que quisiera decirle es que el público pregunta continuamente, y en cierta forma con razón, cómo llegó a combinarse (con el mismo rostro, con la misma poesía) el mundo del Mediterráneo —más precisamente del Egeo, uno de los motivos de mi poesía— con el surrealismo. Eso parece una paradoja, dicen. Sin embargo, cada cosa depende de la forma en que la veas. Para mí el Egeo no es sólo un lugar de la naturaleza, sino una especie de huella digital (como señaló justamente un crítico). Mi generación y yo —y aquí incluyo a Seferis— tratamos de encontrar el verdadero rostro de Grecia. Esto era necesario porque hasta entonces aparecía como el verdadero rostro de Grecia el que los europeos veían como Grecia. Para lograr este propósito era necesario acabar con la tradición racionalista que pesaba sobre el Occidente. Así se explica la gran repercusión que tuvo el surrealismo entre nosotros, cuando apareció en la escena literaria. No puedo aceptar algunas facetas del surrealismo, como sus extravagancias o la defensa de la escritura automática; no obstante, fue la única escuela poética —y, creo, la última en Europa— que buscaba la salud espiritual y que reaccionó ante la corriente racionalista que se había apoderado de los mejores cerebros de Occidente. (...) El surrealismo con su carácter antirracionalista nos ayudó a hacer una especie de revolución para conformar nuestra idea sobre la verdad helénica. Simultáneamente, el surrealismo contenía un elemento maravilloso, lo que nos permitió crear un alfabeto de elementos genuinamente griegos y expresarnos con ellos.

Por ese entonces recibí la visita de una joven que escribía su tesis doctoral sobre el tema del surrealismo francés y el griego. Aunque era muy joven, me di cuenta de que los había comprendido muy bien. Explicaba que el surrealismo había florecido en Grecia porque los surrealistas griegos no imitaron simplemente a los franceses, sino que más bien adaptaron el surrealismo a la realidad griega. Y es cierto. Cada uno de nuestros poetas llamados surrealistas hizo algo completamente diferente con el surrealismo: Embirikos, Engonópoulos, Gatsos, Sajtouris, cada uno de ellos hizo algo diferente, y yo también hice algo diferente. Parece ser que nunca se dio un surrealismo ortodoxo.

El surrealismo nos puso en el centro de la gran significación que daba a los sentidos. Cada una de las cosas se volvía comprensible dentro de los sentidos. Yo también introduje en la poesía un método para la comprensión del mundo por medio de los sentidos. Es cierto que los griegos antiguos hacían lo mismo, con la diferencia de que no tenían la preocupación por la santidad, que sólo apareció con la llegada del cristianismo. He tratado de armonizar estos términos; lo que quiere decir que dondequiera que hablo de las cosas más tangibles se sobrentiende que aparecen en un estado de pureza y santidad. Trato de unificar esas dos corrientes. No soy cristiano en la significación austera de la palabra, sino que me inclino por la preocupación cristiana de la purificación del mundo de los sentidos. Esa misma característica es esencial para la mejor comprensión de mi poesía. Por ejemplo, en mi reciente colección El árbol luminoso y la Decimocuarta belleza hablo de muchas cosas abstractas, sin embargo, siempre dentro de los sentidos. Para mí los sentidos no tienen dimensiones eróticas especiales, puesto que exhalan un olor de santidad; los sentidos se elevan a un nivel de consagración.

Con frecuencia me llaman poeta de la alegría o del optimismo. Esto es un error fundamental. Creo que la poesía, en determinado nivel de riqueza, no es ni optimista ni pesimista. Representa más bien una tercera posición del espíritu, donde los opuestos dejan de existir. No existen ya opuestos en determinado nivel de elevación. Así la poesía se asemeja a la propia naturaleza, que no es buena ni mala. Simplemente es.

Quiero que el texto sea completamente virgen y alejado del uso cotidiano de las palabras. Quizá sería mucho decir que lo quiero contrario al uso cotidiano. Pongo las palabras de tal manera que puedan revelar su rareza. Como ustedes saben, la poesía que fue escrita después de mi generación es completamente diferente, ya que utiliza la lengua de la calle y se acerca a la prosa. No digo que esto es mejor o peor. Lo único que tengo que decir, honestamente, es que no lo entiendo. No abarca la idea que tengo de la poesía. ¿Por qué no? Porque el poeta debería esforzarse por lograr algo que sea puro.

Puesto que mi primera preocupación era encontrar las fuentes del mundo helénico, conservé el mecanismo para crear mitos pero no las formas de la mitología. Permítaseme explicarlo. Un poema mío se llama "Cuerpo del verano". Se trata de la idea del verano personificada en el cuerpo de un joven. En uno de mis primeros poemas hay una niña que se transforma en naranja; en otro, una muchacha que cierta mañana se convierte en granada. Ese es el mecanismo que empleo para crear personajes —para crear mitos, como dicen— pero sin hacer mención alguna de la mitología.

Me fijé en que siempre le entran dudas cuando establezco la comparación entre los griegos y los occidentales o los europeos. No tengo la culpa. Claro, nosotros los griegos pertenecemos políticamente al Occidente. Somos parte de Europa, parte del mundo occidental, pero a la vez Grecia jamás fue solamente esto. Existió siempre la parte oriental, que tiene un lugar significativo en la mente griega. Los valores orientales se fueron asimilando en el transcurso de la antigüedad. En el griego existe una parte oriental que no debería ser pasada por alto. Por ello hice la aclaración.

En un párrafo de Papeles abiertos escribo que los europeos y los occidentales encuentran siempre el misterio en la oscuridad. Sin embargo, nosotros los griegos lo encontramos en la luz, que es para nosotros algo absoluto. Para sostener lo que digo doy tres imágenes. (...) La última imagen es la de una jovencita que sobre su pecho desnudo tiene una mariposa que bajó al mediodía, mientras las cigarras llenaban el aire con su canto. Este fue para mí un descubrimiento más del misterio de la luz. De un misterio que nosotros los griegos podemos concebir íntegramente y ofrecerlo. Quizá sea algo único de este lugar. Tal vez sea mejor concebido aquí, y la poesía pueda revelarlo a todo el mundo. El misterio de la luz. A esto exactamente me refiero al hablar de la metafísica solar.



Carmen Chuaqui
Natalia Moreleón


1 Politis, Linos. Historia sinóptica de la literatura neohelénica, Tesalónica, Grecia, 1977. 3a. edición, pp. 70-71. (En griego.)
2 Odysseas Elytis. Poetas contemporáneos, tomo II, Ákmon. 3a. edición, Atenas, 1979. (En griego.)