Material de Lectura

Pedro Salinas



Selección y
notas de
Pablo Pedroche



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Nota introductoria



En el prefacio a su libro Todo más claro y otros poemas, editado por Sudamericana en 1949, dice Pedro Salinas:"... no, escribir un prólogo, no. Ya nos sabemos, a estas alturas de la vida, lo que sucede con los prólogos, más o menos galeatos: la gente joven se los salta, sin sombra de duda como si se hubieran escrito para eso, para no leerse; los eruditos se relamen con sus renglones, demorándose tan singularmente en su lectura (‛¡tiene mucho valor documental!') que se desaniman de leer lo que sigue, que es sólo poesía; los maduros, duchos en las tareas lectoras y sus rendimientos, lo leemos todo, resignadamente". Y si el poeta se niega al prólogo, mal haríamos nosotros intentándolo. Si acaso, como él añade líneas abajo, lo que cabe es hacer un "... zaguanete de la poesía; en ese camarín dedos delicados despojarían al lector —el alma que entra allí debe ir desnuda— de los cuidados menores que lleva encima el ánimo para que llegase, ya bien desnudo de menudencias, con sólo su gran cuidado encima, al borde de los versos, a la escalinata suave de endecasílabos, o a la escalerilla del romance, por donde se desciende a las aguas del poema".

Pero el renunciar al prólogo no nos impide remitirnos a uno, excelente, hecho por Jorge Guillen a las Poesías Completas de Salinas que publicara Barral editores en 1975, en la que basamos esta introducción. En él, de entrada, Guillen apunta que: "Los sesenta años de Salinas (1891-1951) se resolvieron en una línea recta. Treinta años de preparación. Treinta años de producción." De ellos, los que van de 1933 a 1938, opina, señalan la cumbre del poeta (La voz a ti debida, Razón de amor, Largo lamento), sin que lo anterior y posterior deban ser vistos, lo uno como tentativa preliminar, lo otro como epílogo. El conjunto, finalmente, definirá la calidad de poeta de primer orden que distingue a Salinas.

Su primer libro de poesía, Presagios (Biblioteca Índice, Madrid), se publica en 1924. Salinas había escrito durante varios años sin apenas aparecer ante el público, hasta que un día se decidió: seleccionó cincuenta poemas y se los llevó a Juan Ramón Jiménez, quien ordenó el libro tal como se dio a la imprenta. En 1929 apareció Seguro azar (Revista de Occidente, Madrid), y dos años después, 1931, Fábula y signo (Editorial Plutarco, Madrid) que cierra lo que se puede llamar su primera etapa. La siguiente, donde su voz alcanzará la mayor altura, la constituye una trilogía que se inicia con La voz a ti debida (Los Cuatro Vientos, Signo, Madrid, 1933), sigue con Razón de amor (Cruz y Raya, Madrid, 1936) y se cierra con Largo lamento, libro que en vida del poeta será publicado, incompleto, en distintos fragmentos, y cuya versión definitiva no se conocerá hasta 1975 en la segunda edición de Poesías Completas de Pedro Salinas, preparada por Soledad Salinas de Manchal, prologada por Jorge Guillen y con pie editorial de Barral editores, Barcelona. En la primera edición (1971) de esta antología no está incorporada la totalidad del libro, del cual había publicado el poeta parte en Pareja, espectro (Sur, Buenos Aires, 1938), La falsa compañera (Bread Loaf Anthology, Middlebury, 1939), Error de cálculo (Fábula. Imprenta de Miguel N. Lira, México, 1938), Ángel extraviado (Baltimore, 1938), Adiós con variaciones y El cuerpo, fabuloso (Sudamericana, Buenos Aires, 1949 —en Todo más claro), más dos plaquettes en ediciones especiales italianas: la diminuta Dueña de ti misma (Vanni Scheiwiller, Milán, 1958) y Amor, mundo en peligro (Verona-Milán, 1958). Su última etapa empieza con el libro publicado en México en 1946, El Contemplado (Editorial Stylo), sigue con Todo más claro y otros poemas (Sudamericana, Buenos Aires, 1949) y termina con la póstuma Confianza (Aguilar, Madrid, 1955). Y hasta aquí su obra poética tal como él la concibió; las antologías sobre ella así como lo publicado en otros géneros, se consigna en la apretada biografía que sigue.

Pedro Salinas nació el 27 de noviembre de 1891 en Madrid, España. En el colegio "Hispano-Francés", casi frente a su casa, cursó los primeros años escolares, y en el Instituto Nacional de Segunda Enseñanza "San Isidro", los cinco años del bachillerato en artes. Matriculado en la Facultad de Derecho de la Universidad Central en 1908, se cambia dos años después, siguiendo su vocación, a la Facultad de Filosofía y Letras, sección historia. En 1911 publica sus primeros poemas en la revista Prometeo (Núm. 32) que editaba y dirigía Gómez de la Serna. Entre 1913-1914 participa como traductor de Samain, Régnier, Guérin y otros en la antología La poesía francesa moderna, concluye su licenciatura e inicia su doctorado en la misma disciplina. Es nombrado secretario de la comisión de literatura del Ateneo madrileño, y poco después profesor-lector de literatura española en la Universidad de París. Se casa con Margarita Bonmatí Botella el 29 de diciembre de 1915. En 1916 recibe el doctorado en filosofía y letras. Publica en España (Núm. 79) su poema "La palma y la frente". Gana, en 1918, oposiciones para la cátedra de lengua y literatura española y opta por la Universidad de Sevilla. Publica poemas en España y La Pluma, revista esta última que dirigía Manuel Azaña. Traduce a Musset. Pasa unos meses en Cambridge University en el año académico 1922-23 como catedrático visitante de literatura española. En 1922 aparece su traducción de En busca del tiempo perdido y su primer libro de poesía Presagios. Entre 1924 y 1926 prepara la edición de los Poemas de Meléndez Valdés para la colección Clásicos Castellanos y una versión "en romance vulgar y lenguaje moderno" del Poema del mío Cid para la colección Musas Lejanas de la Revista de Occidente. En esta revista publica poesías y ensayos y fragmentos de Víspera del gozo, prosa narrativa que Salinas denomina novela. Se traslada a Madrid en 1928 donde dirige los cursos de vacaciones para extranjeros en el Centro de Estudios Históricos (1928-1931). En 1929 aparece Seguro azar. De 1930 a 1936 ejerce la cátedra de lengua y literatura española para extranjeros en la Escuela Central de Idiomas. En 1931 sale Fábula y signo. Al reorganizarse la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Madrid, en 1931, es nombrado profesor encargado de curso para la enseñanza de autores y temas modernos. Dirige, desde su fundación, de 1932 a 1936, la nueva sección de literatura contemporánea del Centro de Estudios Históricos y su publicación Índice de literatura contemporánea. Funda, con Alberti, Dámaso Alonso, Bergamín, García Lorca, Jorge Guillen y otros, la revista Los Cuatro Vientos, en la que publica en su primer número seis poemas (1933) con el título de "Amor en Vilo" que recoge posteriormente en una plaquette (Ediciones la tentativa poética). Aparece ese mismo año La voz a ti debida. En el verano del mismo 1933 el gobierno de la Segunda República inaugura en Santander la Universidad Internacional de Verano, nombrando a Salinas secretario general de ella. En ese originalísimo centro de estudios cuya "invención" se debía en gran medida a Salinas, lo encuentra el levantamiento fascista de 1936. En ese año publica Razón de amor. En el otoño llega al Wellesley College de Massachusetts para ocupar la cátedra "Mary Whiton Calkins" de literatura. En la primavera de 1937 da en la Johns Hopkins University (Baltimore) cinco conferencias sobre "El poeta y la realidad de la literatura española" en la cátedra "Tumbull" de poesía. Desde el verano de 1937 enseña en la Escuela Española de Middlebury College (Vermont), institución que le concede un doctorado honoris causa meses después. Invitado por el Consejo Nacional de Educación Superior de México, da conferencias en Bellas Artes en 1938. Publica la plaquette, Error de cálculo. En 1939 representa a los escritores españoles republicanos en la reunión del Pen Club International. Invitado por la casa de España (luego Colegio de México) viaja de nuevo a México. En 1940 se incorpora al Departamento de Lenguas Románticas de la Johns Hopkins University. La editorial de esa universidad publica sus conferencias de 1937. Presenta en el Segundo Congreso Internacional de Catedráticos de Literatura (Los Ángeles, 1949) una ponencia sobre Sor Juana Inés de la Cruz. Dirige una colección de clásicos españoles que se edita en México (Editorial Séneca) en la que publica sus ediciones de Maravilla del mundo de Fray Luis de Granada (1940) y de las Poesías completas de San Juan de la Cruz (1942). En otro volumen publica sus estudios y ensayos Literatura española siglo XX (1940), reeditada en 1973 por Alianza Editorial. Losada de Buenos Aires publica en 1942 Poesía junta, que recoge los primeros cinco libros de Salinas. Entre 1940 y 1941 imparte cursos en la Universidad de California (Berkeley). En 1943 pasa a la Universidad de Puerto Rico, donde vive los seguramente más felices años de su exilio. En 1944 viaja a Cuba y Santo Domingo para dar conferencias. Publica en Cuadernos Americanos (octubre-septiembre 1944) el poema largo Cero (reimpreso con su traducción al inglés por Contemporary Poetry. Baltimore, 1947). Regresa a su cátedra de Johns Hopkins University. Reside en Baltimore los siguientes cinco años. La Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos graba su lectura (1946) de El Contemplado. En 1947 da conferencias en Colombia, Ecuador y Perú, y aparece su libro Jorge Manrique o tradición y originalidad (Sudamericana, Buenos Aires, 1947: reeditado por Seix Barral en 1974). En 1948 se publica El Defensor (Universidad Nacional de Colombia; reimpreso en 1967 por Alianza Editorial). Losada le edita, 1948, La poesía de Rubén Darío. En 1949 aparece Todo más claro y otros poemas. Comisionado por la UNESCO que dirige Torres Bodet, prepara el proyecto de una revista internacional (Plural). Aparece en 1950 La bomba increíble (Sudamericana, Buenos Aires, 1950). Nueva grabación para la Biblioteca del Congreso de poemas seleccionados. Asiste en Nueva York al estreno de su obra La fuente del arcángel (febrero de 1951). Por su enfermedad no puede asistir al estreno en La Habana de su obra Judit y el tirano. Publicación en México de El desnudo impecable y otras narraciones (Tezontle, FCE, 1951). Tras varias hospitalizaciones, fallece el 4 de diciembre de 1951 en la clínica Philips House, víctima de un mieloma canceroso con metástasis. Es enterrado en Puerto Rico el nueve del mismo mes en el cementerio de Santa Magdalena, junto al mar y al pie de las murallas de San Juan.

En 1952 son publicadas, por primera vez, en España: tres piezas dramáticas, Teatro, Ínsula, Madrid. Varias revistas de distintas partes del mundo le dedican números especiales: Ínsula de Madrid, Asomante de Puerto Rico, Hispania de Estados Unidos, Buenos Aires Literaria de Argentina. En la Colección Austral (1154) Jorge Guillen edita y prologa Poemas escogidos de Pedro Salinas. En Cuadernos Americanos (mayo-junio, 1954) se publica su pieza, con tema de la guerra española, "Los Santos", misma que es estrenada en La Habana el 14 de abril de 1960. En 1955 Aguilar, de Madrid, publica Confianza y una primera edición de sus Poesías Completas. En Italia aparecen Volverse sombra y otros poemas (del libro Largo lamento), editado por All'insegna del pesce d'oro, Milán, 1957, y Poesie publicado por C. M. Lerici, Milán, 1958. En 1969 la editorial Castalia de Madrid reedita La voz a ti debida y Razón de amor en un volumen. En 1971 aparece la antología preparada por Julio Cortázar para Alianza Editorial: Poesía. El mismo 1971 sale la primera edición de Poesías Completas de Banal editores que incorpora varios textos inéditos y que prologa, como queda dicho, Jorge Guillen. En el XX aniversario de su muerte, 1971, el Ateneo de Puerto Rico (San Juan) y la Universidad de Puerto Rico (Río Piedras) organizan un homenaje a Pedro Salinas con conferencia de Jorge Guillen y representación de obras teatrales del poeta muerto. El número 300-301 de Ínsula (noviembre-diciembre, 1971) es dedicado a su memoria. En 1975 aparece la segunda edición de Poesías Completas (Barral editores) con numerosos inéditos de Salinas.



Pablo Pedroche

 


 

 
De Presagios (1924)

 

14

El alma tenías
tan clara y abierta,
que yo nunca pude
entrarme en tu alma.
Busqué los atajos
angostos, los pasos
altos y difíciles...
A tu alma se iba
por caminos anchos.
Preparé alta escala
—soñaba altos muros
guardándote el alma—
pero el alma tuya
estaba sin guarda
de tapial ni cerca.
Te busqué la puerta
estrecha del alma,
pero no tenía,
de franca que era,
entradas tu alma.
¿En dónde empezaba?
¿Acababa, en dónde?
Me quedé por siempre
sentado en las vagas
lindes de tu alma.



34


La obediencia que esta noche
me susurras al oído
obediencia es de veleta.
¿Estar quedo? ¿Cambiar mucho?
Eso será como quieran
los aires que muevas tú
para jugar con la ausencia.
No te quejes de mis vueltas
y de no encontrarme nunca
cara a cara:
eI huirte es obediencia.
Y si mi alma no te está
nunca quieta,
no la llames volandera:
fidelidad te he jurado
—yo de hierro, tú de aire—
de veleta.



48


Desde hace ya muchos años,
la reja
me tiene partido el mundo
que se ve por la ventana,
en cuatro partes iguales.
Y así en una se me niega
lo que se me ofrece en tres
que no son nunca las mismas.
Cuando yo rompa los hierros,
ya lo sabes,
no ha de ser para escaparme:
será porque ya no pueda
sufrir más el ansia esta
de ver todo el mundo entero,
sin cuatro partes iguales.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

De Seguro azar (1924-1928)


28

Soledades de la obra


"Voy a hacer." (¡Qué mío es
lo que voy a hacer!)
"Estoy haciendo." (¡Qué mío!)
"Ya está hecho. Míralo."
¡Cuidado!
El hacer, enajenar,
quedarse solo, de hacer.
Salta, vuela, ya no es tuyo.
Solo.
Solo sin lo mío hecho.
Solo de lo mío, de eso
que hice yo, que me inventé
para no estar solo.
Forma de mis soledades,
yo me la estaba labrando.
Escapada.

La hice con ansias, con alas
de ansias. Se va
detrás de otras ansias, suyas,
poblando los cielos, suyos.
Y entre todo lo que hice,
mío, ya ajeno, ya lejos,
qué solo estaría hoy
sin eso, enorme, infinito,
de nadie, que me acompaña:
lo que aún está por hacer,
lo que yo podría hacer.

¡Y mientras lo hiciera, mío!



36

Mirar lo invisible

La tarde me está ofreciendo
en la palma de su mano,
hecha de enero y de niebla,
vagos mundos desmedidos
de esos que yo antes soñaba,
que hoy ya no quiero.
Y cerraría los ojos
para no verlo. Si no
los cierro
no es por lo que veo.
Por un mundo sospechado
concreto y virgen detrás,
por lo que no puedo ver
llevo los ojos abiertos.



39

Sí reciente

No te quiero mucho, amor.
No te quiero mucho. Eres
tan cierto y mío, seguro,
de hoy, de aquí,
que tu evidencia es el filo
con que me hiere el abrazo.
Espero para quererte.
Se gastarán tus aceros
en días y noches blandos,
y a lo lejos turbio, vago,
en nieblas de fue o no fue,
en el mar de el más y el menos,
cómo te voy a querer,
amor,
ardiente cuerpo entregado,
cuando te vuelvas recuerdo,
sombra esquiva entre los brazos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


De Fábula y signo (1931)



13

Rapto a primavera

¡Cuidado! Desprendidas,
recoces, rubias, sobre la capota
del coche, están las dos.
Hojas. Otoño. Aquí.
¡Corre! Quieren salvarse.
A ochenta, a ciento, a mil,
sobre los mares, sobre los records,
a llevarlas
al otro mundo, a la otra
mitad del mundo donde están brotando
ahora tiernas las otras.
¡Sálvalas!
Furtivamente ponlas
en la más descuidada rama
de un árbol distraído.
Despacio,
sin que lo advierta, sin que se entere,
esa por ti engañosa primavera
de allí.

17

La tarde libre

La semana de abril
de pronto se sintió
una ausencia en el pecho:
jueves, su corazón.
Sí, robamos el jueves.
Ella y yo, silenciosos,
de la mano, los dos.
Le robamos con todo.
Con los circos redondos,
y sus volatineras
tiernas, conceptuosas
doncellas de los saltos.
Con las cajas de lápices,
rojos, azules, verdes,
y blancos, blancos, blancos,
blancos, para escribir
en las diez de la noche
de los cielos más negros
cartas a las auroras.
Con las tiendas sin nadie:
se vendían paisajes,
héroes, teorías,
arpas. Y todo a cambio
de arena de la playa.
De arena tan hermosa
que al mirarla
no se compraba nada
por no dejarla allí
color de carne intacta,
entre plata, entre cobre.
Con todo, sí, con todo.
Con escuelas de adioses
a las sombras y al beso.
Al salir se creían
los cuerpos y los labios
que nunca estaban solos.
Sí, con todo y sin fin.
Delicia de ser cómplices
en delicias, los dos.
Y en el borde del miércoles
ver quedarse parados
almanaques atónitos
—no podían seguir—
mientras tú y yo secretos,
ya más allá del cielo,
del tiempo, de los números,
vivíamos el jueves.



31

Luz de la noche

Estoy pensando, es de noche,
en el día que hará allí
donde esta noche es de día.
En las sombrillas alegres,
abiertas todas las flores,
contra ese sol, que es la luna
tenue que me alumbra a mí.
Aunque todo está tan quieto
tan en silencio en lo oscuro,
aquí alrededor,
veo a las gentes veloces
—prisa, trajes claros, risa—
consumiendo sin parar,
a pleno goce, esa luz
de ellos, la que va a ser mía
en cuanto alguien diga allí
"ya es de noche".
La noche donde yo estoy
ahora,
donde tú estás junto a mí
tan dormida, y tan sin sol
en esa
noche y luna del dormir,
que pienso en el otro lado
de tu sueño, donde hay luz
que yo no veo.
Donde es de día y paseas
—te sonríes al dormir—
con esa sonrisa abierta,
tan alegre, tan de flores,
que la noche y yo sentimos
que no puede ser de aquí.

 

 

De La voz a ti debida (1933)

 



AMOR, AMOR, catástrofe.
¡Qué hundimiento del mundo!
Un gran horror a techos
quiebra columnas, tiempos;
los reemplaza por cielos
intemporales. Andas, ando
por entre escombros
de estíos y de inviernos
derrumbados. Se extinguen
las normas y los pesos.
Toda hacia atrás la vida
se va quitando siglos,
frenética, de encima;
desteje, galopando,
su curso, lento antes;
se desvive de ansia
de borrarse la historia,
de no ser más que el puro
anhelo de empezarse
otra vez. El futuro
se llama ayer. Ayer
oculto, secretísimo,
que se nos olvidó
y hay que reconquistar
con la sangre y el alma,
detrás de aquellos otros
ayeres conocidos.
¡Atrás y siempre atrás!
¡Retrocesos, en vértigo,
por dentro, hacia el mañana!
¡Que caiga todo! Ya
lo siento apenas. Vamos,
a fuerza de besar,
inventando las ruinas
del mundo, de la mano
tú y yo
por entre el gran fracaso
de la flor y del orden.
Y ya siento entre tactos,
entre abrazos, tu piel
que me entrega el retorno
al palpitar primero,
sin luz, antes del mundo,
total, sin forma, caos.

Yo no puedo darte más.
No soy más que lo que soy.

¡Ay, cómo quisiera ser
arena, sol, en estío!
Que te tendieses
descansada a descansar.
Que me dejaras
tu cuerpo al marcharte, huella
tierna, tibia, inolvidable.
Y que contigo se fuese
sobre ti, mi beso lento:
color,
desde la nuca al talón,
moreno.

¡Ay, cómo quisiera ser
vidrio, o estofa o madera
que conserva su color
aquí, su perfume aquí,
y nació a tres mil kilómetros!
Ser
la materia que te gusta,
que tocas todos los días
y que ves ya sin mirar
a tu alrededor, las cosas
—collar, frasco, seda antigua—
que cuando tú echas de menos
preguntas: "¡Ay!, ¿dónde está?"

¡Y, ay, cómo quisiera ser
una alegría entre todas,
una sola, la alegría
con que te alegraras tú!
Un amor, un amor solo:
el amor del que tú te enamorases.
Pero
no soy más que lo que soy.


Horizontal, sí, te quiero.
Mírale la cara al cielo,
de cara. Déjate ya
de fingir un equilibrio
donde lloramos tú y yo.
Ríndete
a la gran verdad final,
a lo que has de ser conmigo,
tendida ya, paralela,
en la muerte o en el beso.
Horizontal es la noche
en el mar, gran masa trémula
sobre la tierra acostada,
vencida sobre la playa.
El estar de pie, mentira:
sólo correr o tenderse.
Y lo que tú y yo queremos
y el día —ya tan cansado
de estar con su luz, derecho—
es que nos llegue, viviendo
y con temblor de morir,
en lo más alto del beso,
ese quedarse rendidos
por el amor más ingrávido,
al peso de ser de tierra,
materia, carne de vida.
En la noche v la trasnoche,
y el amor y el trasamor,
ya cambiados
en horizontes finales,
tú y yo, de nosotros mismos.


Los cielos son iguales.
Azules, grises, negros,
se repiten encima
del naranjo o la piedra:
nos acerca mirarlos.
Las estrellas suprimen,
de lejanas que son,
las distancias del mundo.
Si queremos juntarnos,
nunca mires delante:
todo lleno de abismos,
de fechas y de leguas.


Déjate bien flotar
sobre el mar o la hierba,
inmóvil, cara al cielo.
Te sentirás hundir
despacio, hacia lo alto
en la vida del aire.
Y nos encontraremos
sobre las diferencias
invencibles, arenas,
rocas, años, ya solos,
nadadores celestes,
náufragos de los cielos.


Tú no las puedes ver;
yo, sí.
Claras, redondas, tibias.
Despacio
se van a su destino;
despacio, por marcharse
más tarde de tu carne.
Se van a nada; son
eso no más, su curso.
Y una huella, a lo largo,
que se borra en seguida.
¿Astros?

Tú.
No las puedes besar.
Las beso yo por ti.
Saben; tienen sabor
a los zumos del mundo.
¡Qué gusto negro y denso
a tierra, a sol, a mar!
Se quedan un momento
en el beso, indecisas
entre tu carne fría
y mis labios; por fin
las arranco. Y no sé
si es que eran para mí.
Porque yo no sé nada.
¿Son estrellas, son signos,
son condenas o auroras?
Ni en mirar ni en besar
aprendí lo que eran.

Lo que quieren se queda
allá atrás, todo incógnito.
Y su nombre también.
(Si las llamara lágrimas
nadie me entendería.)

 


 

De Razón de amor (1936)

 



ANTES VIVÍAS por el aire, el agua,
ligera, sin dolor, vivir de ala,
de quilla, de canción, gustos sin rastros.
Pero has vivido un día
todo el gran peso de la vida en mí.
Y ahora,
sobre la eternidad blanda del tiempo
—contorno irrevocable, lo que hiciste—
marcada está la seña de tu ser,
cuando encontró su dicha.
Y tu huella te sigue;
es huella de un vivir todo transido
de querer vivir más como fue ella.
No se está quieta, no, no se conforma
con su sino de ser señal de vida
que vivió y ya no vive.
Corre tras ti, anhelosa
de existir otra vez, siente la trágica
fatalidad de ser no más que marca
de un cuerpo que se huyó, busca su cuerpo.
Sabes ya que no eres,
hoy, aquí, en tu presente
sino el recuerdo de tu planta un día
sobre la arena que llamamos tiempo.
Tú misma, que la hiciste,
eres hoy sólo huella de tu huella,
de aquella que marcaste entre mis brazos.
Ya nuestra realidad, los cuerpos estos,
son menos de verdad que lo que hicieron
aquel día, y si viven
sólo es para esperar que les retorne
el don de imprimir marcas sobre el mundo.
Su anhelado futuro
tiene la forma exacta de una huella.


¿Acompañan las almas? ¿Se las siente?
¿O lo que te acompañan son dedales
minúsculos, de vidrio,
cárceles de las puntas, de las fugas,
rosadas, de los dedos?
¿Acompañan las ansias? ¿Y los "más",
los "más", los "más" no te acompañan?
¿O tienes junto a ti sólo la música
tan mártir, destrozada
de chocar contra todas las esquinas
del mundo, la que tocan
desesperadamente, sin besar,
espectros, por la radio?

¿Acompañan las alas, o están lejos?
Y dime, ¿te acompaña
ese inmenso querer estar contigo
que se llama el amor o el telegrama?

¿O estás sola, sin otra compañía
que mirar muy despacio, con los ojos
arrasados de llanto, estampas viejas
de modas anticuadas, y sentirte desnuda,
sola, con tu desnudo prometido?



Mundo de lo prometido,
agua.
Todo es posible en el agua.

Apoyado en la baranda,
el mundo que está detrás
en el agua se me aclara,
y lo busco
en el agua, con los ojos,
con el alma, por el agua.
La montaña, cuerpo en rosa
desnuda, dura de siglos,
se me enternece en lo verde
líquido, rompe cadenas,
se escapa,
dejando atrás su esqueleto,
ella fluyente, en el agua.
Los troncos rectos del árbol
entregan
su rectitud, ya cansada,
a las curvas tentaciones
de su reflejo en las ondas.
Y a las ramas, en enero,
—rebrillos de sol y espuma—,
les nacen hojas de agua.
Porque en el alma del río
no hay inviernos:
de su fondo le florecen
cada mañana, a la orilla
tiernas primaveras blandas.
Los vastos fondos del tiempo,
de las distancias, se alisan
y se olvidan de su drama:
separar.
Todo se junta y se aplana.
El cielo más alto vive
confundido con la yerba,
como en el amor de Dios.
Y el que tiene amor remoto
mira en el agua, a su alcance,
imagen, voz, fabulosas
presencias de lo que ama.
Las órdenes terrenales
su filo embotan en ondas,
se olvidan de que nos mandan
podemos, libres, querer
lo querido, por el agua.
Oscilan los imposibles,
tan trémulos como cañas
en la orilla, y a la rosa
y a la vida se le pierden
espinas que se clavaban.
De recta que va, de alegre,
el agua hacia su destino,
el terror de lo futuro
en su ejemplo se desarma:
si ella llega, llegaremos,
ella, nosotros, los dos,
al gran término del ansia.
Lo difícil en la tierra,
por la tierra,
triunfa gozoso en el agua.
Y mientras se están negando
—no constante, terrenal—
besos, auroras, mañanas,
aquí sobre el suelo firme,
el río seguro canta
los imposibles posibles,
de onda en onda, las promesas
de las dichas desatadas.
Todo lo niega la tierra,
pero todo se me da
en el agua, por el agua.


Dame tu libertad.
No quiero tu fatiga,
no, ni tus hojas secas,
tu sueño, ojos cerrados.
Ven a mí desde ti,
no desde tu cansancio
de ti. Quiero sentirla.
Tu libertad me trae,
igual que un viento universal,
un olor de maderas
remotas de tus muebles,
una bandada de visiones
que tú veías
cuando en el colmo de tu libertad
cerrabas ya los ojos.
¡Qué hermosa tú libre y en pie!
Si tú me das tu libertad me das tus años
blancos, limpios y agudos como dientes,
me das el tiempo en que tú la gozabas.
Quiero sentirla como siente el agua
del puerto, pensativa,
en las quillas inmóviles
el alta mar, la turbulencia sacra.
Sentirla,
vuelo parado,
igual que en sosegado soto
siente la rama
donde el ave se posa,
el ardor de volar, la lucha terca
contra las dimensiones en azul.
Descánsala hoy en mí: la gozaré
con un temblor de hoja en que se paran
gotas del cielo al suelo.
La quiero
para soltarla, solamente.
No tengo cárcel para ti en mi ser.
Tu libertad te guarda para mí.
La soltaré otra vez, y por el cielo,
por el mar, por el tiempo,
veré cómo se marcha hacia su sino.
Si su sino soy yo, te está esperando.


Entre el trino del pájaro
y el son grave del agua.
El trino se tenía
en la frágil garganta;
la garganta en un bulto
de plumas, en la rama;
y la rama en el aire,
y el aire, en cielo, en nada.
El agua iba rompiéndose
entre piedras. Quebrado
su fluir misterioso
en los guijos, clavada
a su lecho, apoyada
en la tierra, tocándola
lloraba
de tener que tocarla.
Tu vacilaste: era
la luz de la mañana.
Y yo, entre los dos cantos,
tu elección aguardaba.
¿Qué irías a escoger,
entre el trino del pájaro,
fugitivo capricho,
—escaparse, volarse—,
o los destinos fieles,
hacia su mar, del agua?



 

De Largo lamento (1936-1939)



Dueña de ti misma



Una noche te vi tan inclinada
a abandonarte a ti
misma por unos astros,
que me brotaron voces repentinas
del pecho y te hablé así:
¿Qué van a hacer las hojas? Están presas
a las ramas del árbol;
se lloran a sí mismas,
como lágrimas verdes, cuando llueve.
Y el día que se sueltan,
como no tienen pies ni manos, son
del primer viento que las arrebata,
del punto cardinal que menos quieren.
Viven atormentadas y crujiendo
si un huracán las toma por amantes.
O son felices si un adolescente
céfiro retrasado
las coge por el talle, como novias
primeras y las lleva
por el espacio en valses lentos.
Su dolor será siempre
el sentirse sin pies y sin zapatos.
Porque un amor con pies lo puede todo.
La luz no tiene manos.
Las luces rondan las cuadradas casas,
se detienen en quicios y en umbrales
esperando que alguien
abra o cierre casualmente una puerta
y las deje pasar.
A servir a los mismos ojos siempre.
Porque la luz de fuera, vasta, anónima
quiere ser luz de dentro y su gran dicha
es tener ya conciencia de sí misma
entre cuatro paredes, suelo y techo,
como la tiene el cuerpo humano
que al fin se encuentra con amantes brazos.
La pena de las luces
es que no tienen manos y no saben
si entrarán algún día bajo techo
o si la puerta en cuyo umbral están
en una de esas casas
abandonadas que jamás se abren.
¿Qué van a hacer las luces y las hojas
más que esperar a ciegas
sus destinos que nunca serán suyos?

Pero tú tienes pies, tienes zapatos
nuevos, quizás recuerdes
que los compramos juntos.
Tu andar tan firme enorgullece al suelo
y le deja sembrado de recuerdos,
cual si no fuera tierra.
Entonces di ¿por qué te estás tendida
en las noches de enero en tu diván
oyendo anuncios de abstracciones por la radio
y presintiendo vendavales próximos?
¿O por qué sales al jardín vestida
toda de malva, como una hoja seca,
en busca de una brisa que te ame
despacio y con cariño?
No. Tus pasos son tuyos, sólo tuyos.
Tus pasos están llenos de caminos.
Álzate y quiere con los pies seguros
lo que has querido vacilante
hace ya muchos años con el pecho.
Sólo tu paso te hace o te deshace;
no los dioses
que fingen entre nubes vago imperio.
Yo que admiro tus piernas
tan esbeltas y claras como auroras
sé que uno de tus pasos
puede vencer a un dios antiguo.
Y que no hay fábula
más hermosa que un ser cuando camina
derecho a lo que quiere.
A veces es un tren, o es una tienda,
o es un baile de gala. A veces es
otro ser, escogido muy despacio.

Tú también tienes manos y conoces
la medida precisa de tus guantes.
Las cuidas lentamente
al despertar, todos los días
para que se terminen
como acaban las rosas.
Con ellas muchas veces estrechaste
sueños que parecían otras manos.
Entonces di ¿por qué miras al cielo
y deshojando las constelaciones
lucero por lucero dices
"Sí, no, sí, no"? Tu mano,
con cinco puntas como las estrellas,
marca nortes mejor que ningún astro.
Puede escribir las señas en los sobres,
abrirles los capullos a las rosas,
sacar de algún cajón algún olvido
y transformar las despedidas tanto,
diciendo adiós, que nadie se separe.
Y además de esas gracias esenciales,
tu mano firme puede
abrir la puerta al tiempo que aún no ha sido.
Lo puede si lo manda
un amor que descienda como sangre,
en donde ella ha nacido, de ella hermano,
a lo largo del brazo
que tanto admiran cuando vas de baile
entregándolo al aire,
los cisnes que te miran, melancólicos.
Y mejor que escrutar los horizontes,
sus intrincadas rayas sin sentido,
mira a tu palma y los verás allí,
horizontes de ti, líneas ciertas
que han nacido contigo.
Cierra la mano y sentirás en ella
latir, como un ave impaciente,
de vuelos en futuro,
las alas de tu suerte

Mírate cara a cara. No te ocultes,
no me ocultes a mí, que ya los dioses
no tienen en sus manos nada tuyo.
Por eso yo no miro
ya a las nubes olímpicas, de mármol,
ni a las cifras, sin clave, por los cielos.
Y desde hace unos años
te miro a ti a las manos, a los pies.
Te miro más arriba, donde dioses
parejos, tus luceros
pueden negarlo o entregarlo todo.
No es el azul, el pardo, el gris, el negro
el color que te viste la mirada.
El color de tus ojos es de sino.





[¡Qué olvidadas están ya las sortijas!]



¡Qué olvidadas están ya las sortijas
en los dedos de antes! Si soplara
la pena con el ímpetu del aire
se llenaría el suelo de amarillas
sortijas desprendidas
de las ramas más altas de los sueños.
Una sortija, una promesa, son lo mismo:
inspiran la ilusión, por ser redondas,
de que no tienen fin. Pero muchas promesas
se mueren en octubre, allí en los dedos
donde las colocamos confiados. Y se alfombran
los caminos del mundo de oro triste.
Porque hay manos que nunca
se dejan oprimir: quieren ser libres.
Y una promesa aprieta más que anillos.

¡Qué olvidadas se sienten las palabras
que decían que nunca olvidaríamos!
Cuando me olvidas, di:
¿te acuerdas, por lo menos, del olvido?
Recordar el olvido,
aunque no tenga rostro, nombre, cuerpo,
es casi no olvidar lo que se olvida.
No te puedo pedir
que te acuerdes de mí como yo era
—una cara, unos ojos, unas lágrimas—
sólo que me recuerdes como a algo
que uno recuerda que se le ha olvidado
y sin saber qué es, muy vagamente
lo eche de menos cada cinco días.

¡Qué olvidadas se sienten
las distancias, su número, su forma!
Mientras que se perciban no hay ausencia.
El mar, las tierras y las leguas,
contadas y nombradas
—yo en California, tú en Escandinavia,
y entre los dos los mapas abiertos, tan precisos—
aseguran que existe, allí en un punto
exacto del espacio de los sueños
acaso de la tierra, el que está lejos
por muy lejos que esté. Mientras sepamos
exactamente lo que nos separa
no habrá separación. La muerte es
la niebla, allí en las almas, sí la niebla,
abolición de todos los confines,
gran naufragio de números y nombres,
y un ansia a ciegas que recorre el mundo
clamando: "¿En dónde, en dónde
está lo que tan lejos me quería?"

¿Y las alas, las alas?
¿Cómo pudimos olvidarlas? Di.
De tanto ir por las calles
a comprar trajes, humo o violetas,
o a buscar un empleo en una estrella;
de tanto ir sobre ruedas,
matando, por matar, paisajes verdes
que se quedan atrás como cadáveres,
creíste que el andar era tu modo
de atravesar la vida, o algún coche
color de primavera que comienza.
Se te olvidan las alas que te he dado y no usas.
Y al mirar a los pájaros o a ángeles,
criaturas extrañas te parecen
y no puedes venir adonde espero
por no tener ya fe en lo que te dije:
que lo que tiene vuelo siempre vuela.

¡Qué olvidados se quedan los desnudos!
Hay tantas floraciones en las telas
que los escaparates te derrotan
lo más bello de ti, con sus ficciones.
Convertida en silueta verde y blanca,
color de tierno mar adolescente,
o envuelta en terciopelo todo rojo
igual que una tragedia que se acerca,
en tus vestidos vives y te olvidas
de lo que puedes dar a ciertos ojos
de asombro y maravilla si te quitas
lo que el mundo te pone sobre el alma
para que te confundas con las otras.
Porque el desnudo tuyo no es tu cuerpo,
ese otro traje más, color de vida,
con que siempre te quedas por las noches,
sino lo que detrás está, desnudo.

¡Qué olvidado el espejo, sí, el espejo,
en donde nos miramos una tarde
con nuestras caras juntas,
tan semejantes a los dos soñados,
que un deseo común nos subió al alma!:
no salir nunca de él, allí quedarnos,
igual que en una tumba,
mas tumba de vivir,
tumba clara, de azogue
donde dos seres vivos que la buscan,
la eternidad alcanzan de los muertos.
Tú te marchaste de él: era mi vida.
Y mientras yo contemplo en su vacío
poblado de fantasmas de reflejos,
la soledad que es siempre
mi cara si la veo sin la tuya,
tú, antes de ir a algún baile,
en otro espejo, sola, te miras a ti misma
con los ojos que un día prometieron
que sólo te verías en los míos.





[¡Cuántas veces te has vuelto!]



¡Cuántas veces te has vuelto!
Recuerdo que una noche te pusiste
de espalda a mí, como si me olvidaras.
¿Es la espalda el olvido?
Tu espalda, ancha, espaciosa
era un olvido
por donde mi recuerdo iba buscando
delicias de tu cuerpo frente a frente,
como otras veces me lo diste;
igual que la mirada
se pasea tristísima
de lucero en lucero,
por las estrellas de la noche, de esa
gran espalda, la noche,
del gran cuerpo del mundo, luz y día.
Me faltaba
la luz total, tu frente, tú de frente,
pero mis ojos
por el ámbito quieto de tu espalda
encontraban las señas milagrosas
del otro lado, sí, los restos de tu luz.
Y a esa luz de tu luna, de tu dorso,
del resplandor de ti que aún me quedaba,
supe esperar a que volviese el día:
de un reflejo viví de lo vivido.
Te volviste por fin, al despertar.

¡Cuántas veces me has dado
la espalda más terrible, que es la ausencia!
¿Por qué no despedirse
de frente, sí, de frente,
ir paso a paso atrás, pero mirándose,
de modo que la última
imagen de nosotros fuera siempre
la de unos ojos que aunque ya no ven
siguen mirando siempre a lo que quieren?
Una mirada
que traspasase vanas apariencias:
paredes, seres, cielos, años,
que esa casualidad llamada vida
se encapriche en poner
entre los dos destinos
que llevan nuestras iniciales.
Dos seres no se apartan
más que cuando engañados:
porque ya no se ven
se creen que están solos
y dejan de mirarse,
sin tomar la lección del mar y el cielo,
que vencen sus distancias contemplándose.
Si tú te equivocaste alguna noche
bailando con algunas realidades
tan sólo porque estaban a tu lado
es por no serme fiel con la mirada.
Yo estaba allí.
Ninguna soledad me dolió tanto
como esta de los ojos sin respuesta.

Y también el silencio es una espalda.
¡Cuántas veces he estado
esperando tu voz, como esperando
un movimiento de tu ser entero,
un volverte total hacia mi alma!
Hablar siempre es volverse.
Si tu voz viene a mí
es que tu cara está frente a mi cara.
Al hablarnos nos vemos. El silencio
por inmenso que sea se quebranta
echando en él un nombre de persona;
lo mismo que una vasta
superficie de agua vibra toda
y cambia su dureza cristalina
por un temblor de pecho palpitante,
respiración concéntrica de ondas,
si alguien en ella arroja
una piedra, y su peso, como un hombre.
Una palabra puede
salvarlo todo si se la echa allí
en el agua del alma que la espera.
Una noche yo mismo,
por darme tú la espalda del silencio,
me sentí vidrio, hielo,
sin hondura detrás, y yo vacío,
que iba a hacerse pedazos
en cuanto lo tocara algún azar.

Y de pronto tu voz, tu voz cayendo
en el centro de mí
me hizo sentir la vida
como un crecer de amor y amor y amor
dentro de amor, en infinitas ondas
que llenaron mi ser hasta los bordes
donde se acaba el ser y empieza el mundo.
Es porque te volviste, con tu voz.

Siempre te volverás; es tu promesa.
Y aunque un día
no me hables, ni me mires, ni estés cerca,
aunque parezca que no existes ya,
esperaré que vuelvas, que te vuelvas.
Por ti creo
en la vida que está siempre queriendo
volverse hacia sí misma, hacia la vida.
Por ti creo
en la resurrección, más que en la muerte.





[¡Cuánto sabe la flor! sabe ser blanca]


¡Cuánto sabe la flor! Sabe ser blanca
cuando es jazmín, morada cuando es lirio.
Sabe abrir el capullo
sin reservar dulzuras para ella,
a la mirada o a la abeja.
Permite sonriendo
que con su alma se haga miel.
¡Cuánto sabe la flor! Sabe dejarse
coger por ti, para que tú la lleves,
ascendida, en tu pecho alguna noche.
Sabe fingir, cuando al siguiente día
la separas de ti, que no es la pena
por tu abandono lo que la marchita.
¡Cuánto sabe la flor! Sabe el silencio;
y teniendo unos labios tan hermosos
sabe callar el "¡ay!" y el "no", e ignora
la negativa y el sollozo.
¡Cuánto sabe la flor! Sabe entregarse,
dar, dar todo lo suyo al que la quiere,
sin pedir más que eso: que la quiera.
Sabe, sencillamente sabe, amor.
 

De El Contemplado (1946)



El contemplado

Tema

De mirarte tanto y tanto,
del horizonte a la arena,
despacio,
del caracol al celaje,
brillo a brillo, pasmo a pasmo,
te he dado nombre; los ojos
te lo encontraron, mirándote.
Por las noches,
soñando que te miraba,
al abrigo de los párpados
maduró, sin yo saberlo,
este nombre tan redondo
que hoy me descendió a los labios.
Y lo dicen asombrados
de lo tarde que lo dicen.
¡Si era fatal el llamártelo!
¡Si antes de la voz, ya estaba
en el silencio tan claro!
¡Si tú has sido para mí,
desde el día
que mis ojos te estrenaron,
el contemplado, el constante
Contemplado!



Variación I

Azules

Variaciones que enseñaban
en la escuela: Egeo, Atlántico,
Indico, Caribe, Mármara,
mar de la Sonda, mar Blanco.
Todos sois uno a mis ojos:
el azul del Contemplado.
En los atlas,
un azul te finge, falso.
Pero a mí no me engañó
ese engaño.
Te busqué el azul verdad;
un ángel, azul celeste,
me llevaba de la mano.
Y allí en tu azul te encontré
jugando con tus azules,
a encenderlos, a apagarlos.
¿Eras como te pensaba?
Más azul. Se queda pálido
el color del pensamiento
frente al que miran los ojos,
en más azul extasiados.
Eres lo que queda, azul;
lo que sirve
de fondo a todos los pasos,
que da lo que pasa, olas,
espumas, vidas y pájaros,
velas que vienen y van.
Pasa lo blanco, mortal.
Y tú estás siempre llenando,
como llena un alma un cuerpo,
las formas de tus espacios.
Cada vez que fui en tu busca,
allí te encontré, en tu gloria,
la que nunca me ha fallado.
Tu azul por azul se explica:
color azul, paraíso;
y mirarte a ti, mirarlo.
 

 


De Todo más clasro y otros poemas (1949)

 


Cero


Invitación al llanto. Esto es un llanto,
ojos, sin fin, llorando,
escombrara adelante, por las ruinas
de innumerables días.
Ruinas que esparce un cero —autor de nadas,
obra del hombre—, un cero, cuando estalla.

Cayó ciega. La soltó,
la soltaron, a seis mil
metros de altura, a las cuatro.
¿Hay ojos que le distingan
a la tierra sus primores
desde tan alto?
¿Mundo Feliz? ¿Tramas, vidas,
que se tejen, se destejen,
mariposas, hombre, tigres,
amándose y desamándose?
No. Geomtría. Abstractos
colores —sin habitantes,
embuste liso— de atlas.
Cientos de dedos del viento
una tras otra pasaban
las hojas
—márgenes de nubes blancas—
de las tierras de la tierra,
vuelta cuaderno de mapas.
Y a un mapa distante ¿quién
le tiene lástima? Lástima
da una pompa de jabón
irisada, que se quiebra;
o en la arena de la playa
un crujido, un caracol
roto
sin querer, con la pisada.
Pero esa altura tan alta
que ya no la quieren pájaros,
le ciega al querer su causa
con mil aires trasparentes.
Invisibles se le vuelven
al mundo delgadas gracias:
la azucena y sus estambres,
colibríes y sus alas,
las venas que van y vienen,
en tierno azul dibujadas,
por un pecho de doncella.
¿Quién va a quererlas
si no se las ve de cerca?

Él hizo su obligación:
lo que desde veinte esferas
instrumentos ordenaban,
exactamente: soltarla
al momento justo.

Nada.
Al principio
no vio casi nada. Una
mancha, creciendo despacio,
blanca, más blanca, ya candida
¿Arrebañados corderos?
¿Vedijas, copos de lana?
Eso sería...
¡Qué peso se le quitaba!
Eso sería: una imagen
que regresa.
Veinte años, atrás, un niño.
Él era un niño —allá atrás—
que en estíos campesinos
con los corderos jugaba
por el pastizal. Carreras,
topadas, risas caídas
de bruces sobre la grama,
tan reciente de rocío
que la alegría del mundo
al verse otra vez tan claro,
le refrescaba la cara.
Sí; esas blancuras de ahora,
allá abajo
en vellones dilatadas,
no pueden ser nada malo:
rebaños y más rebaños
serenísimos que pastan
en ancho mapa de tréboles.
Nada malo. Ecos redondos
de aquella inocencia doble
veinte años atrás: infancia
triscando con el cordero
y retozos celestiales,
del sol niño con las nubes
que empuja, pastora, el alba.
Mientras,
detrás de tanta blancura
en la tierra —no era mapa—
en donde el cero cayó,
el gran desastre empezaba.


De Confianza (1955)



Nube en la mano



Se siente una lluvia cerca.
A esa nube gris, plomiza,
que por su altura navega,
tan sin prisa soñadora,
se le puede ver el rumbo;
es un jardín;
el sueño se le descifra:
es una rosa.

¡Qué aparente lo marmóreo
qué indecisa su firmeza!
Su tenue ser vaporoso
con encarnaciones sueña
vislumbradas,
desde arriba, aquí, en la tierra.
Con tiernas formas intactas
que, invisibles todavía,
aun no abiertas,
puras vísperas de flor,
en algún jardín esperan
a que llueva agua de mayo,
a que llueva.

Llueve ya.
La nube inicia su tránsito
por el aire, y la ciudad
se trastorna, cuando llega.
En los llanos del asfalto
luminosa brota yerba
repentina, son reflejos.
Los suelos todos se pueblan
de radiante césped trémulo,
y en la insólita pradera
saltan las ancas brillantes
de las más extrañas bestias,
todas de curvos colores,
que pastan las luces frescas.

Agua de mayo, lloviendo
la nube está.
¿Y ha de quedar todo en eso?
¿Acaba así tanta altura,
en paraguas callejeros?
No. En su oficina, un vergel,
la vieja alquimia prepara
su divino arte secreto.
Esperan botón, capullo,
algo,
aunque de la tierra venga,
más celeste que terreno.
Lento, se empapa el jardín
de lo que antes era cielo.
Muy despacio, tallo arriba
la nube gris va subiendo.
Su gris se le torna rosa,
lo fosco se vuelve tierno.
Perfecciones que soñara,
errabunda, por los cielos,
la nube se las realiza
en el capullo que ha abierto.
Y aquella deriva lenta.
por los anchos firmamentos,
en suave puerto termina:
en la calma de unos pétalos.
¿Quién de menos la echaría,
quién va a decir que se ha muerto
si en el azul absoluto
falta su bulto sereno?
Está aquí, que yo lo siento,
olor de nube, en la flor,
celeste, en tierra, resuello.
Y si ayer vapor la vi,
en mi mano está su peso,
ahora, leve; y sus celajes
en carmines los poseo.

Feliz la nube de mayo,
que en esta o aquella rosa
cumple su sino perfecto.
Feliz ella y feliz yo,
que la tengo.