Material de Lectura

Cardarelli, Montale,
Pasolini, Pavese,
Quasimodo, Saba,
Ungaretti



Selección, notas
y traducciones
de Hugo
Gutiérrez Vega



VERSIÓN PDF 

Vicenzo Cardarelli

Nacido en Tarquinia en 1887. Muerto en 1959.

Publicó dos libros de poesía: Poemas y Nuevos poemas.

Hay en su poesía una vaga atmósfera leopardiana. Poeta de jardines en penumbra, estatuas truncas y viejas ciudades cubiertas de hiedra; vivió en el territorio del misterio.
Abandono



Has volado, huido
como una paloma
y te perdiste allá,
por el oriente.
Pero han quedado
los lugares que te vieron,
las horas de nuestros encuentros.

Horas desiertas,
lugares que ahora son tan sólo
sepulcros que vigilo. 

 


Eugenio Montale


"Oscuro poeta italiano" para los corresponsales de la agencia France-Presse, escribe poesía para buscar la luz. Nacido en Génova en 1896, dedicó su vida al periodismo literario y a la poesía. Recibió el Premio Nobel en 1975 y murió en 1981.

Es Montale un poeta que siente a la vida como un mal irremediable, áspero y violento. Poeta de sencillas experiencias cotidianas, encuentra en las cosas pequeñas las palabras capaces de transfigurarse, tanto para entregarnos la visión del hombre de hoy como para fundar una esperanza ajena a las estridencias, hecha a la medida de lo humano.

En su obra resplandece el delirio de nombrar las cosas y el premioso deseo de describirlas para poseerlas. Vive la búsqueda constante de palabras exactas y juega con los ritmos para encontrar la forma de expresar toda la riqueza de sus vivencias poéticas.

Sus principales libros son: Las ocasiones, Finisterre, La tormenta y El otro.


Siete motetes
Sobre el muro pintarrajeado
Tráeme el girasol
Mediodía pálido y absorto
Felicidad alcanzada



Siete motetes

Sobre el volcán la flor
G. A. Bécquer

I

Sabes, debo perderte de nuevo y no puedo.
Como una rienda tirante me sublevan
todas las obras, cada grito y aun
los resabios salinos que desbordan
las piedras de afilar, oscureciendo la primavera
de Sottoripa.

Región de herrerías y de bosques
como selvas bajo el polvo de la tarde.
Un largo zumbido de los campos
araña los cristales de la ventana. Busco tu señal
desfalleciente, la única prenda que me dejó
tu gracia.
        Mas el infierno es cierto.

 II

Muchos años y uno, el más duro,
pasados juntos al lago extranjero
en el que arden los crepúsculos.
Más tarde bajaste de la montaña
a contarme de San Jorge y el Dragón.

Podría imprimir tu historia sobre el escudo
que azota el viento del noreste
en el corazón... Y descender por ti en un remanso
de fidelidad, inmortal.

III

Escarcha sobre los vidrios; unidos
siempre y siempre separados
los enfermos; y sobre la mesa
los largos soliloquios con los naipes.

Así era tu exilio. Recuerdo
también el mío, la mañana
en que oí crepitar tras los escollos
la bomba bailarina.

Y duraron mucho los nocturnos juegos
de Bengala: era como una fiesta.
De pronto una tosca ala te ha rozado las manos.
Ha sido en vano, ésta no es tu carta.

IV

La esperanza de verte de nuevo
me abandonaba;
y me pregunté si esto que de ti
priva mis sentidos, imágenes en la pantalla
tienen el signo de la muerte o del pasado.
Encontré en ello, ya desviado e inestable,
uno de tus balbuceos.

(En Módena, tras los pórticos,
un lacayo galoneado apareció
con dos chacales atraillados).

V

¿Por qué tardas? la ardilla en el pino
mueve la cola como tea en la corteza.
La media luna hunde su pico
en el sol que la muerte. El día está hecho.

Un soplo sobresalta al perezoso humo
que resiste en el punto que te encierra.
Nada termina -o todo-, si tu fulgor
abandona la nube.

VI

Te libero la frente de la escarcha
que recogiste atravesando las altas
nebulosas; tus plumas laceradas
por el ciclón; te diste al sobresalto.

Es mediodía: el níspero alarga su sombra negra
en la puerta, un sol friolento se obstina
en el cielo; y las otras sombras que evitan
en el callejón no saben que has llegado.

VII

...así sea. Un toque de corneta
dialoga con los enjambres en el encinar.
En la concha marina que refleja el crepúsculo
el volcán coloreado plácidamente fuma.

La moneda incrustada en la lava
brilla también en la mesa y entretiene
los menguados papeles. La vida que parecía
enorme es más breve que tu pañuelo.

Sobre el muro pintarrajeado

Sobre el muro pintarrajeado
que da sombra a las escasas bancas,
el arco del cielo aparece
completo.

Quién recuerda aún el fuego que arde impetuoso
en las venas del mundo;
-en un reposo frío las formas, opacas,
se diseminan.

Veré de nuevo mañana las bancas
y la muralla y la atareada calle.
En el futuro que se abre, las mañanas
están ancladas como barcas en el muelle.

Tráeme el girasol


Tráeme el girasol para que lo trasplante
en mi árido terreno
y muestre todo el día
al azul espejeante del cielo
la ansiedad de tu rostro
amarillento.

Tienden a la claridad las cosas oscuras,
se agotan los cuerpos en un fluir
de tintas o de músicas. Desaparecer
es, entonces, la dicha de las dichas.

Tráeme tú la planta que conduce
a donde crecen rubias transparencias
y se evapora la vida como esencia.
Tráeme el girasol de enloquecidas luces.


Mediodía pálido y absorto

Mediodía pálido y absorto
bajo el ruinoso muro de la huerta.
Escuchar entre ciruelos y retallos secos
el llamado del mirlo
y el rumor de la sierpe en la hojarasca.

En las grietas del suelo
en las heridas del antiguo algarrobo
espiar las filas de las rojas hormigas
que ahora se rompen, luego se entrelazan
en el supremo esfuerzo de los seres pequeños.

Observar en la fronda
el palpitar lejano de un asomo de mar,
mientras se alza en las calvas cimas
la voz temblorosa de la cigarra;
y caminando bajo el sol que ciega,
descubrir, maravillado y triste,
cómo es toda la vida y sus trabajos,
en este continuar, una muralla
llena de agudos vidrios de azotea.

Felicidad alcanzada

Felicidad alcanzada, se camina
sobre tu filo de navaja.
A los ojos eres brillo que vacila bajo el pie,
tenso hielo que se estrella;
mejor que no te toque quien te ama.

Si llegas a las almas invadidas
de tristeza y las aclaras,
tu mañana es dulce y turbadora como los latos nidos.
Mas nada paga el llanto de aquel niño
que ha perdido su globo entre las casas.

 


Pier Paolo Pasolini


Nació en Casarsa, Friuli, en 1922, y fue asesinado en 1975, en una playa romana. Poesie a Casarsa, I diarii, Dov'e la mia patria, Tal, cuor d'un frut, La meglio gioventú, Dal diario, Le ceneri di Gramsci y L'usignolo della chiesa cattolica, son sus principales libros de poesía.

Los dos poemas que he traducido pertenecen a distintas épocas de la vida y la obra de Pasolini. El primero testimonia su nostalgia por el hermano muerto y convoca la presencia de un gesto materno que combina la desolación de los cabellos despeinados ante el espejo, con el recuerdo del hijo inmóvil tras el muro de la casa paterna, rodeada de solitarios grillos y de campos desnudos. La palabra poética, dura y directa, escoge su forma y, al avanzar, su creador la domeña y la ajusta al tema doloroso. Pasolini describe con las imágenes de lo cotidiano, cuenta una memoria y comunica su angustia ante el vacío dejado por el hermano muerto. "No me preocupa mi muerte, me duele la muerte de los seres que amo", dice el poeta. Gabriel Marcel piensa que "decirle a alguien yo te amo, significa: tú no debes morir".

El segundo poema, incluido en el libro Las cenizas de Gramsci, es una obra de sobrecogedora madurez. Nada concede a lo panfletario; sencilla y estricta, describe con imágenes similares a las de su película Accatone, las barriadas romanas de la posguerra y el habla de los ragazzi di vita, paridos y asesinados por la realidad absoluta de esa miseria cuyo horizonte es ella misma.

Creo haber hecho traducciones leales al pensamiento del poeta. Las palabras, que son lo único permanente de la creación literaria, pueden traicionar al traductor. Espero que no haya sido así. Me dolería traicionar a Pasolini, poeta, novelista, cineasta y, sobre todo, un eterno ragazzino sorprendido por la estúpida muerte, tendido en la playa amarillenta mientras brilla a lo lejos la luz de una lámpara ya para siempre cercana a sus ojos.

Cercana a los ojos
El llanto de la excavadora (segunda parte)


Cercana a los ojos

 

Cercana a los ojos y a los cabellos sueltos
sobre la frente, tú, pequeña luz,
absorta enrojeces mis papeles.
De adolescente ardía hasta el anochecer
junto a tu demacrada claridad, y eran extraños
los rumores del viento y el canto de los grillos
          solitarios.
Entonces en las estancias sin memoria
dormían los parientes, y mi hermano,
tras un delgado muro, estaba inmóvil.
Ahora tú, luz rojiza, no nos dices en dónde está
y, sin embargo, iluminas y suspira
el grillo en los campos desiertos;
mi madre se peina ante el espejo,
con un gesto tan antiguo como tu luz,
y piensa en aquel hijo ya sin vida.




El llanto de la excavadora
(Segunda parte)


Pobre como un gato del Coliseo,
vivía en una barriada hecha de cal
y tolvaneras, alejada de la ciudad

y del campo. Viajaba cada día
en un autobús agonizante
y la ida y el retorno

eran un calvario de sudores y de ansias.
Largas caminatas bajo la ardiente calígine,
largos crepúsculos frente a los papeles

amontonados en la mesa, entre calles de fango,
bardas, casuchas cubiertas de cal
y sus cimientos, con trapos por puertas...

Pasaban el vendedor de aceitunas y el ropavejero
que venían de cualquier otra barriada,
con su polvosa mercadería parecida

a cosa robada, y con la cara cruel
de los jóvenes envejecidos por el vicio,
de los hijos de madre de dura y hambrienta.

Renovado por el mundo nuevo, libre,
un resplandor, un hálito,
que no puedo describir, daba a la realidad

humilde y sucia, confusa e inmensa,
que hormigueaba en la barriada meridional,
un sentido de serena piedad.

Había en mí una alma que no era sólo mía,
una pequeña alma crecía en aquel mundo del
          confinamiento,
nutrida de la alegría

del que ama, aunque no sea amado.
Todo lo iluminaba este amor,
si bien adolescente, heroico

y madurado por la experiencia
nacida a los pies de la historia.
Estaba en el centro del mundo en aquel mundo

de barriadas tristes, beduinas,
de amarillentas planicies arrasadas
por un infatigable viento

que venía del cálido mar de Fiumicino
o de los campos donde se perdía
la ciudad entre tugurios; en aquel mundo

extrañamente dominado por la cárcel,
el cuadrado espectro amarillento
en la amarillenta calígine,

horadado por filas iguales
de ventanas obstruidas, erguido entre los campos
y los adormecidos caseríos.

Los cantores y el polvo que el vientecillo
ciego hacía volar,
las pobres voces sin eco

de mujerucas venidas de los Montes
Sabinos, del Adriático y aquí
acampadas con sus enjambres

de chiquillos duros y enfermizos,
estridentes, con sus camisetas raídas
y sus grises, astrosos calzoncillos;

los soles africanos, las agitadas lluvias
que convertían las calles en torrentes de fango,
los autobuses en la estación

anclados en su esquina,
entre los últimos vestigios de hierbas blanquecinas
y algún ácido, ardiente basurero;

era el centro del mundo, como era
el centro de mi historia aquel amor
por todo eso; y en esa

madurez que, por recién nacida,
era aún amorosa, el porvenir
se presentaba claro, ¡era claro!

Aquel barrio desnudo bajo el viento,
no romano, no meridional,
no de trabajadores, era la vida

bajo su luz más actual;
vida, y luz de la vida, plena
en el caos subproletario

descrito en el burdo periódico
de nuestra célula; era
la nota roja del vespertino; el hueso

de la pura existencia cotidiana,
real por ser tan cercana,
absoluta por ser
al fin tan miserablemente humana.

 

 

 


Cesare Pavese


Nació en San Stefano Belbo en 1908. Murió en Turín en 1950.

Poeta, novelista, cuentista y ensayista.

Su principal colección de poesía se titula Trabajar cansa. La última, Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.

Poeta de una peculiar complejidad, cada poema forma parte de una búsqueda  incansable, un cavar en el alma para encontrar vivencias escondidas y una meditación constante sobre esas vivencias. Supo observar angustiadamente el mundo de los hombres.



I
La tierra y la muerte
Canción



I



También tú eres el amor.
Eres de sangre y de tierra
como nosotros. Caminas
como quien no se separa jamás
de la puerta de su casa.
Miras como quien espera y no ve.
Eres tierra que duele y que olvida.
Y eres delirio y cansancio,
tienes palabras -caminas
en espera. El amor es tu sangre.

       II

Tú no conoces las colinas
de la sangre esparcida.
Todos cuantos huimos,
todos cuantos tiramos el fusil y el nombre.
Una mujer nos veía huir.
Un solo de nosotros
se detuvo, levantó el puño cerrado,
miró hacia el cielo vació,
inclinó la cabeza y murió
bajo el muro olvidado.
Ahora su nombre es tan sólo
una salpicadura de sangre.
Una mujer nos espera en las colinas.

 


La tierra y la muerte


Eres como un país
que ninguno ha nombrado.
Tú ya no eres nada,
tan sólo la palabra
que surgirá del fondo
como un fruto entre ramas.
Hoy el viento te alcanza.
Cosas secas y muertas
te ocultan y se escapan.
Miembros, palabras muertas.
En el verano tiemblas.


Canción


Las nubes están unidas a la tierra y al viento.
Mientras haya nubes sobre Turín
será bella la vida. Levantan la cabeza
y su gran juego crece allá bajo el sol.
Masas blancas, durísimas y el viento que circula
definitivamente azul, las deshace
y las hace grandes velas impregnadas de luz.

Sobre los techos, millares de nubes blancas
lo cubren todo, la multitud, las piedras, el estruendo.
Muchas veces levantándome he visto las nubes
transparentes en el agua lívida de un pozo.

También los árboles unen el cielo a la tierra.
Las ciudades exterminadas son bosques
donde el cielo aparece alto, alto, entre las calles.
Como los árboles viven junto al torrente del Po,
así viven los grupos de casas junto al sol.

También los árboles sufren y mueren bajo las nubes,
el hombre se desangra y muere, pero canta su alegría
entre la tierra y el cielo, la gran maravilla
de las ciudades y de los bosques. Mañana tendré tiempo
de encerrarme y de apretar los dientes. Ahora toda la vida
son las nubes y las plantas y las calles, perdidas en el cielo.

  


Salvatore Quasimodo


Nació en Siracusa, Sicilia, en 1901. Murió cerca de Nápoles, el 14 de junio de 1968.

Sus principales libros son: Agua tierra, Oboe sumergido, Olor de eucalipto, Erato y Apolo y Pronto la noche llega.

Publicó traducciones de poesía griega y latina y un ensayo titulado Discurso sobre la poesía.

En su poesía permanece la evocación de su isla nativa y de su adolescencia, bienes que al perderse proporcionan al poeta agudísimas vivencias. Poeta solitario que evoca un mundo escondido más en su imaginación que en su recuerdo y que niega al tiempo presente, violento y desgarrado.

En 1959 le fue conferido el Premio Nobel de Literatura.

 


Bajo la fronda los sauces
Pronto la noche llega
Ávidamente alargo yo mi mano
De otro Lázaro
En el justo tiempo humano
Nieve




Bajo la fronda de los sauces


¿Y cómo podíamos cantar nosotros
con el pie extranjero sobre el corazón,
entre los muertos abandonados en las plazas
sobre la hierba helada,
escuchando el lamento de cordero de los niños,
el grito negro de la madre
que corría hacia el hijo
crucificado en un palo de telégrafo?
A la sombra de los sauces
dejamos nuestras cítaras;
oscilaban leves bajo el triste viento.

 


Pronto la noche llega

 

Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra
traspasado por un rayo de sol:
Pronto la noche llega.

 


Ávidamente alargo yo mi mano


En pobreza de carne, como soy,
heme aquí, Padre; polvo del camino
que el viento eleva apenas y perdona.

Pero si menguar no supe antaño,
la primitiva voz todavía ruge,
ávidamente alargo yo mi mano:
dame dolor comida cotidiana.

 


De otro Lázaro

 

De lejanísimos inviernos, persevera
de un gong sulfúreo el sonido
sobre los valles esfumados.
Y como en aquel tiempo se modulan
las voces de la selva: "Ante Lucem
a somno raptus, ex erba inter homines,
surges". Y se desploma tu piedra
en la que tiembla la imagen del mundo.

 


En el justo tiempo humano


Yace en el viento de profunda luz
la amada del tiempo de las palomas.
De mí, de agua, de hojas está formada.
Sola entre los vivos, oh dilecta razón,
es una noche desnuda.
Su voz consuela
al ardor luminoso, a la alegría.
Como nos desilusiona la belleza,
la memoria se limpia
de las formas extrañas,
nuestro espejo interior se va limpiando
de afectos y fulgores.
Pero de lo profundo de tu sangre,
en el justo tiempo humano
renaceremos sin dolor.

 


Nieve


Desciende la noche:
todavía permanecen
las queridas visiones de la tierra,
árboles, animales,
pobre gente encerrada
bajo mantos de soldado,
madres con el vientre agostado
por las lágrimas.
Y la nieve en los prados
como una luna apenas descubierta.
Oh, estos muertos. Golpead
las frentes, golpead hasta el corazón.
Que por lo menos uno
nos grite en el silencio;
en este blanco cerco de los sepulcros.

 


Umberto Saba


Nacido en Trieste en 1883. Muerto en 1957.

Sus principales colecciones poéticas son: Mi primer libro de versos y Con mis ojos.

Influido por los poetas románticos, su obra es fundamentalmente autobiográfica. Detrás de cada poema está presente una luminosa experiencia vital.
 



Para un niño enfermo

 

En la casa paterna
tú rondabas silencioso
como un gato.

Sabías el nombre, pero
no la realidad del dolor.
Separado de tus compañeros
en tus mejillas afiladas
palidecían las rosas

Nacido de mi alma,
flor de la vida,
niño amigo.
Es tuya esta última
lágrima mía
que no puedes ver.


Giuseppe Ungaretti (1888-1970)


Fue un poeta absoluto, esencial, desnudo ante la vida que en sus manos se convertía en poesía, y ante la poesía que, al conjuro de sus palabras precisas, se le convertía en vida.

En el breve prólogo que escribió para su libro L' Allegria, Ungaretti nos dijo lo que pensaba del quehacer poético: "Este viejo libro es un diario. La única ambición que tiene su autor es la de dejar en él su propia y bella biografía". L' Allegria es eso, una bella biografía. Están en el libro los primeros años del autor vividos bajo el desnudo sol de Alejandría, su estancia en París como estudiante, los primeros amigos, los poetas leídos en las terrazas de los cafés, las trincheras de la gran guerra, los compañeros muertos a su lado, el fin de la contienda. La bella biografía del poeta joven, la biografía de un momento de la historia de todos los hombres. La verdadera urgencia de su obra radicaba en el propósito de identificar la vida con la poesía.

Sus principales libros de poesía son: El puerto sepultado, Alegría de náufragos, Sentimiento del tiempo, El dolor, La tierra prometida y El cuaderno del viejo.



No grites más
San Martino de Carso
Tal vez nace
Gozo
Maldición
Te destrozaste
Se lleva
Lejos
Otra noche
In memoriam
Lucca
El puerto sepultado
Velación
Esta noche
Silencio
Ironía
Era una vez
Noche de mayo
En la galería
Soy una criatura
Universo
Alegría de los náufragos
Dormir
Agonía




No grites más

 

Cesad de matar a los muertos
no gritéis más, no gritéis
si queréis todavía oírlos,
si queréis no perderlos.

Tienen el susurro imperceptible,
no hacen más rumor
que el de la hierba que crece
feliz donde no pasa el hombre.





San Martino de Carso


De estas casas
sólo ha quedado algún
fragmento de muro.
De tantos
que me rodeaban
ni si quiera eso
ha quedado.
Pero en el corazón
ninguna cruz me falta.
Es mi corazón
el país más devastado.





Tal vez nace

 

Está la niebla que nos anula
Tal vez nace un río aquí arriba
Escucho el canto de las sirenas
del lago en donde estaba la ciudad





Gozo
Versa, 18 de febrero de 1917

Siento la fiebre
de esta
luz plena

Recibo este día
como el fruto
que se dulcifica

Esta noche
tendré
un remordimiento
como un ladrido
perdido en el
desierto

 

 


Maldición

 
Mariano, 29 de junio de 1916


Encerrado entre cosas mortales
(Aún el cielo estrellado acabará)
¿Por qué deseo Dios?

 


Te destrozaste

 

1

Los múltiples, feroces, esparcidos peñascos grises
todavía estremecidos por las secretas hondas
de ya extinguidas llamas primordiales
o los furores de torrentes vírgenes
que arruinan con caricias implacables.
Sobre la deslumbrada arena inmóvil
en un vacío horizonte, ¿no recuerdas?
En el declive que se abría al único
recodo en sombra del enorme valle:
Araucaria anhelante, agigantándose,
convertida ya en sílex arduas fibras,
mas no dañada, refractaria siempre,
refrescada la boca de hierba y mariposas,
en donde las raíces se cortaban.
¿No la recuerdas, delirante, muda,
sobre tres planos de un guijarro inmenso
en perfecto equilibrio
por magia aparecida?

De rama en rama reyezuelo leve,
ebrios de maravilla ávidos ojos,
tú conquistabas la escarpa cima,
temerario, músico muchacho.
Sólo por ver de nuevo el seno en luces
de un hondo y quieto abismo submarino:
entre las algas lentos reanimándose,
galápagos inmensos.
Esa tensión extrema
y las galas profundas
fueron avisos fúnebres
de la naturaleza.


2

Levantabas los brazos como alas
y de nuevo le dabas la vida al viento.
Raudo en el peso de aquel aire inmóvil,
ninguno vio jamás que se posara
tu leve pie danzante.


3

Gracia feliz,
no habrías logrado no despedazarte
en esa ceguedad endurecida,
tú, niño, silbo, cristal;

rayo de luz humana en el vacío,
selvático, zumbante, furioso
rugido de sol desnudo.

 

 


Se lleva

 
Roma, fines de marzo, 1918


Se lleva
el infinito
cansancio
del esfuerzo
oculto
de este principiar
que cada año
desencadena la tierra

 


Lejos

 
Versa, 15 de febrero de 1917


Lejos lejos
como a un ciego
me han levado de la mano

 


Otra noche

 
Vallone, 20 de abril de 1917


En esta oscuridad
con las manos
heladas
reconozco
mi cara
me veo
abandonado en el infinito

 


In memoriam

 
Logvizza, 30 de septiembre de 1910


Se llamaba
Mohamed Sceab
Descendía
de emires de nómadas
suicida
porque ya no tenía
patria

Amó a Francia
y cambió su nombre

Se llamó Marcel
pero no era francés
y ya no sabía
habitar
la tienda de su gente
en la que se escucha el canto
del Corán
y se bebe café

Y no sabía
desceñir
el canto
de su abandono

Lo acompañé
al lado de la patrona de la casa
donde vivíamos
en París
número 5 de la Rue des Carmes
calleja marchita en descenso

Duerme
en el cementerio de Ivry
suburbio que siempre
parece
un circo desmantelado

Y tal vez sólo yo
sé ahora
que vivió

 


Lucca

 

En mi casa, en Egipto, después de la cena,
ya rezado el rosario, mi madre nos hablaba de estos lugares.
Mi infancia vivió toda maravillada.
La ciudad tiene un tráfago timorato y fanático.
Entre sus muros sólo se está de paso.
Aquí la meta es irse.
Me siento a la puerta de la sombra del hostal
con la gente que me habla de California
como se habla de la propia parcela.
Con terror me descubro entre los nombrados por estas gentes.
Siento la sangre de mis muertos correr cálida por mis venas
Yo también tomo una azada.
Descubro mi risa entre los muslos humeantes de la tierra.
Adiós deseos, nostalgias.
Del pasado y del porvenir sé cuanto un hombre puede saber.
Conozco ya mi destino y mi origen.
Lo he profanado todo, nada me queda por soñar.
Todo lo he gozado y sufrido.
Sólo me queda resignarme a la muerte
y educar tranquilamente a mi prole.
Cuando un apetito maligno me inclinaba
a los amores mortales alabada la vida.
Ahora que, YO TAMBIÉN, considero que el amor
es una garantía de la conservación de la especie,
la muerte está a la vista.

 


El puerto sepultado

 
Mariano, 29 de junio de 1916


Llega ahí el poeta
y más tarde regresa a la luz con sus cantos
y los dispersa

De esta poesía
me queda
esa nada
de secreto inagotable

 


Velación

                
Cima cuatro, 23 de diciembre de 1915


La noche entera
tendida al lado
de un compañero
masacrado
la boca rechinante
vuelta hacia el plenilunio
mientras la tensión de sus manos
penetraba mi silencio
escribí
cartas llenas de amor
Nunca había estado
tan
apegado a la vida

 


Esta noche

 
Versa, 22 de mayo de 1915


Balaustrada de brisa
para que esta noche se apoye
mi melancolía

 


Silencio

                    
Mariano, 27 de junio de 1916


Conozco una ciudad
que cada día se llena de sol
y todo se arroba en ese momento

Partí de ahí una noche

En el corazón llevaba el canto
de las cigarras

Desde el buque
pintado de blanco
vi desaparecer
mi ciudad
dejando
pocas cosas
un brazo de luces en el aire turbio
suspendido

 


Ironía

 

Oigo la primavera en las doloridas ramas negras.
Sólo a esta hora se puede oír, mientras se pasa
frente a las casas solas con los propios pensamientos.
Es la hora de las ventanas cerradas, pero
esta tristeza de los retornos me ha quitado el sueño.
Un halo verde amanecerá mañana
tiernamente apoyado en las ramas aún secas
cuando llegó la noche.
Dios no se da reposo.
Sólo a esta hora le es dado, al raro soñador,
el martirio de escuchar la creación.
Esta noche, aunque es de abril, nieva sobre la ciudad.
Ninguna violencia supera a la de los semblantes silenciosos y fríos.

 


Era una vez

 
Quota 141, 1º. de agosto de 1916


El bosque Capuccio
tiene un declive
de terciopelo verde
como un suave
diván.
Dormitar allá
solo
en un café remoto
con una luz débil
como esta
de esta luna.

 


Noche de mayo

 

El cielo pone en lo alto
de los minaretes
guirnaldas de luces

 


En la galería

 

Un ojo de estrellas
nos espía desde el estanque
y filtra su bendición helada
en este acuario
del tedio sonámbulo

 


Soy una criatura

 
Valloncello di Cima cuatro, 5 de agosto de 1916


Como esta piedra
del Monte San Michele
tan fría
tan dura
tan seca
tan refractaria
tan totalmente
abatida

Como esta piedra
es mi llanto
invisible

La muerte
se expía
viviendo

 


Universo

 
Devetachi, 24 de agosto de 1916


Con el mar
me he hecho
un ataúd
de frescura

 


Alegría de los náufragos

 
Versa, 14 de febrero de 1917


Y de pronto reinicia
el viaje
como
tras el naufragio
un sobreviviente
lobo marino

 


Dormir

                
Santa María la Longa, 26 de enero de 1917


Quisiera imitar
a esta aldea
tranquila
bajo su camisa
de nieve

 


Agonía

 

Morir como las alondras sedientas
sobre el espejismo

O como la codorniz
que pasa el mar
y descansa entre las matas
porque ya no quiere
seguir volando

Pero no vivir lamentando
como un jilguero enceguecido