Teofanía VII
Quien escucha tu voz, no escucha nada; sólo las torrenciales avenidas, los fragores de selva, entre revelaciones que anonadan. Enjambres de silencio cristalizan en torno su diamante traspasado de puntos luminosos y noches de relámpagos. Aunque nada se mueva, ni una hoja de árbol; aunque no turbe nada la solidez del mundo. Quien descubre tu luz, no mira nada: sólo cielos azules, marginales, recodos apacibles en los suaves crepúsculos de otoño. Tus ojos mortecinos que nos miran tras membranas y espesas cataratas; y el rayo de la muerte de tu impasible, tu imposible cara.
|