Material de Lectura

Nota introductoria



Víctor Sandoval (Aguascalientes, 31 de octubre de 1930) cayó al incendio de la palabra a los 30 años. El viento de Norte (1959) inaugura una voz sin titubeos, atrevida. Osadía vanguardista con imágenes y metáforas equilibradas en una sed, en una armonía pertinaz de búsquedas. Es un docenario de poemas que recuerdan la sintaxis y las formas de aquel movimiento estridentista que provocó una ruptura en la literatura nacional. De paso, Víctor Sandoval compartió tertulias y amistad con Salvador Gallardo Dávalos, uno de los exponentes máximos del estridentismo. También El Viento Norte descubre esa tónica terca del futuro canto de Víctor Sandoval: fecundar en la tierra; su vinculación con la poesía cívica y la circunstancialidad amorosa llena de respiros, de esencia erótica.

Un año más tarde, Hombre de soledad (1960). Cinco sonetos donde el poeta, irritante y amatorio, se identifica con el ambiente campesino. Con ausencia de Dios, la llanura inmensa abraza y abrasa al hombre, lo envuelve en una tierna matriz para más tarde arrojarlo, libre y despechado, al mundo colectivo. Hálitos de espiga germinada, grano que se hará pan; penca nopalera y viento de horizontes, conductor de esfuerzos y experiencias.

Poema del veterano de guerra aparece en 1965. Años más tarde con pequeñas transformaciones se fusionará en Para empezar el día. Aquí, la guerra de Vietnam es el personaje, diría más, la protesta desoladora ante una contienda inútil, desgarrante. Nada de combates, nada de fragor de metrallas sino la desolación, los sueños en desusos, una esperanza de frustraciones. También una crítica a la burocracia gris que los hombres van llevando a cabo para ensombrecer felicidades.

En 1967, El Retorno. El poeta ausente de su ciudad natal que se atiza en el regreso. Una serena agitación que los caminos extraños exigieron un día pero que el olvido jamás existió porque los ojos cerrados permitían la presencia continua del hogar, de los patios, de los árboles, del viento y de las rocas, de la ciudad familiar. Es un retorno a la presencia, a la afirmación.

En la plaqueta Che, editada en 1969 y firmada también por Desiderio Macías Silva y por Héctor Hugo Olivares, Víctor Sandoval da su presencia con El viento combativo. Son cuatro composiciones de intensidades interiores, de admiración al guerrillero argentino. Hay estruendos, pero por sobre todo, una visión del combatiente a nivel personal. No tanto al héroe, sino una postración arrogante ante la misión. Presencia de hermandad; finalmente de un hermano desconocido, pero latente en el ímpetu y en la transformación.

Para empezar el día (1974) es una reunión de pequeños libros. Después de “El veterano de guerra”, “Antes del diluvio”, segunda etapa donde sé retoma la naturaleza, el paisaje entremezclado de panteísmo. Es una crítica al desorden, mejor al orden desordenado; es un insulto donde el insomnio descubre la ciudad basural del hombre. Análisis de soledades y de tristezas, de descreencias porque al parecer el caos no existe como actitud redentora. Es una solicitud antes de la tormenta, mucho antes de que se provoquen rupturas y desquiciamientos.

La tercera etapa “Los jardines de niebla” son cantos a la dualidad que da la vida y la muerte. Desfilan, entonces, experiencias personales con mitos antiguos, con personajes de vidas anteriores y vidas presentes que conforman realidades y deseos.

“Poemas de la Habana”, el nombre lo aclara, son resplandores de un viaje real, palpable. La ciudad y sus alrededores llenos de color y de ruinas atemperadas por una adhesión revolucionaria. A este nivel Víctor Sandoval juega con ironías, en circunstancias que se oponen, en justificaciones hacia un ideal que permite la quiebra de esquemas, la armonía de una ética conformista.

La última sección, “La vida breve”, se sitúa dentro del tiempo diario, en la ansiedad del tiempo pasajero. Poemas dramáticos, sufrientes, donde el poeta solidifi-ca la palabra en un estado de angustia, fruto de una inteligencia despierta, vigilante.

El ascenso triunfal de la poesía de Víctor Sandoval es Fraguas (1980). Extenso poema dividido en tres odas: “El fugitivo y sus presagios”, “La imagen y el recuerdo” y “La señal en el muro”. Pero es sobremanera la reunión de diversos elementos que paulatinamente se exponen en sus libros anteriores. La ciudad del nacimiento aflora total, hegemónica, centro y bisectriz de la familia con el padre tribal que a manera de un coloso domina la tradición a la vez que la prolonga. También sus hijos la prolongan; notable es la ausencia de la mujer, de la madre. Es el padre envuelto en el trabajo diario, también envuelto en una ciudad plagada de maquinarias y silbidos. Fraguas es asimismo una voz recogida en orfandades, en tristezas, en nostalgias, donde el hombre a la vez se protege con la acción para seguir creyendo, para no desfigurarse de la propia vida.

Víctor Sandoval es un poeta del sortilegio de lo cotidiano que nos apresa y nos libera. En resumen, la palabra en fragua alimentada en llamas donde se forja el barro humano, contradictorio pero enaltecido.

Luis Mario Schneider