Material de Lectura


Jaime Augusto Shelley



Selección del autor






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Nota introductoria
 
 

Jaime Augusto Shelley nació en la ciudad de México en 1937. Su primer libro apareció junto con los de otros cuatro poetas en lo que se dio en llamar La Espiga Amotinada, en 1960. Ha publicado, desde entonces, ocho libros, siete de poesía y uno de ensayo, además de plaquettes.* Ha dirigido varias revistas literarias, de cine, técnicas y de divulgación. Ha sido maestro de literatura por muchos años y coordinado por más de diez años varios talleres literarios. A raíz de su apoyo al movimiento estudiantil del 68 pasó varios años en el exilio y ha colaborado como editorialista en varios periódicos nacionales. Fue corresponsal extranjero y continúa siendo trotamundos. De oposición permanente, no milita en ningún partido. Sus libros están agotados, salvo el último (Victoria) y ya se prepara una edición de obra reunida en la editorial Villicaña que deberá aparecer en 1987. Actualmente trabaja en un poemario y en una novela.

La selección que aquí se presenta está tomada de los siete libros, que comprenden de 1958 a 1981, con la característica particular de que son todos de tema amoroso, con el deseo de romper con las ideas propagadas de que la suya es una poesía “difícil”, “conceptual”, etcétera. Lo que es arduo y casi inexpugnable es desentrañar la realidad. El poeta hace lo mejor que puede. Pero estos veinticuatro o veinticinco poemas incluidos aquí no son de abrupto acceso, al contrario. Su lectura es la lección de aprendizaje, por la vía del amor, de la gran capacidad que se tiene a pesar de todo, de seguir sintiendo lo que todos sienten. El acto de amor entre dos seres, se convierte así, en un inmenso canto de esperanza de la especie. Y el poeta trata de registrarlo, aun en la desesperanza, su inevitable contrapartida. Lo invoca cuando ausente, lo imagina cuando solo, lo exalta cuando pleno. El íntimo amor viene de muchos, aunque no se sepa y corre por generaciones, en su lecho de sangre, a irrigar sin que entendamos cómo, otras vidas, próximas o distantes, abriendo y cerrando mundos de carne y hueso al dolor y al placer siempre renovados.

Jaime Augusto Shelley 


* Este Material de Lectura se publicó, originalmente, en 1987. Jaime Augusto Shelley ha publicado los ensayos Hierofante (1967), El paraíso perdido de Carlos Jurado (1999) y La edad de los silencios (2000); los libros de poesía La rueda y el eco (1960), La gran escala (1961), Hierro nocturno (1965), Himno a la impaciencia (1971), Por definición (1976), Ávidos rebaños (1981), Victoria (1984), Horas ciegas (1987), Patria prometida 1984-1995 (1996), Práctica mortal (2005) y Concierto para un hombre solo, (2001); los plaquettes Noche de hospital (1967), Regreso a Jovel (1994) y Patria amaneciendo (1995); y una selección de sus poemas en CD para la colección Voz Viva de la UNAM. (N. del E.)

 


Me estoy acostumbrando 

 

Me estoy acostumbrando a verte partir;
te he visto hacerlo todos los días,
y ya casi me acostumbro a no sentirte sin ver…

(Hay un ciego que te busca en medio de la Luna).

Y es que al irte no te vas;
te quedas, muda, frente al mutismo de mi memoria,
como el viento. Como el mar.

(Una voz, sin aliento,
se está dejando aplastar por las estrellas).

Y sin embargo,
ya casi me estoy acostumbrando…


A mi regreso

 

Quiero estrechar contra mi boca canciones
para narrarte a mi regreso.

Quiero irlas poseyendo con la sal,
la lluvia y la brisa con que han ido fecundándose.

Voy a llevarte un puño de esta tierra
para que la guardes en tu seno y conozcas la alegría.

Quiero decir que no estés lejos. Que sonrías.
Que mis brazos, pronto, ceñirán tu espera.


De ti


Náufrago del beso, del silencio,
el corazón te aguarda.
De ti lo que el tiempo,
                  la memoria,
los espacios ajenos me han dejado constelando.
De ti el abrazo,
                  el aire suave transitando en la mirada:
cientos y cientos de palabras viejas rondándome la lengua,
dejándomelo todo espera,
todo mirada curva y quebrantada;
todo fermento,
                  todo lobo,
todo ácido de cuenta preventiva.
Celebración de aniversarios empolvándose en los sótanos:
todo manos del adiós en un café tórrido de gente;
todo tú troquel de voces, al fondo de la noche.
Pájaro sin sombra, náufrago sin luna,
el corazón te aguarda.

 


Con el aire quieto...
 

Con el aire quieto como novia
y las moscas gravitando hacia tigres insomnes;
con un sol a medias muerto
y las bocas trastocadas en la mecánica integral del beso;

En estas noches impacientes
sabiamente labradas de promesas,
la palabra viene a ser bien poco
si la amada llora pensativa en el abrazo,
si la amada tiembla pensativa en el abrazo
y el tiempo no tiene todavía la fuerza del responso
y su boca, y sus ojos
y su cuerpo sienten que mañana es otro día.
El amor se aferra de las horas.
Y el poema se desnuda y muere, para siempre,
en una misma noche.

 


El deseo que me han dejado...

 

El deseo que me han dejado todas las mujeres
se está amor de tus ojos a tus pasos.
Tu cuerpo es el término
al que arribo para partir de nuevo
y ser oleaje y ser contigo.

Vivo mi sangre en el abrazo.
Zarpo —sed en vilo—
y es el tuyo el último rumor
por sobre cada puerto.

Estamos en la ternura de las manos,
en el abrigo de los besos,
le vamos aprendiendo el dolor a la alegría:

¿nos amaremos alguna vez como esta tarde?

 


A modo de semillas


Pródigamente,
               a modo de semillas,
palabras hay que quiero fecundar en el surco
                                                         [de tu boca:
palabras que sean de regocijo.
Palabras sueño, palabras vida;
palabras dichas, palabras mudas.

El roce de una mano,
el abrazo contra un nuevo cuerpo propio.

El hallazgo penetrándote,
descubriendo tu sabor a tierra labrantía.

Tu humedad de fuego.
El correr sin cauce desnudándose en tus venas.
Tu nacer y renacer.
Tu agonía de segundos figurando desenlaces.
Tu vientre habitado de tímidas luciérnagas.

Tu respuesta al caos, al desorigen:
otro sueño que te nace:
                 niña risa, niño juego.

Tus manos conservadas en palomas.
Tus ojos piel.
              Tu boca origen.
                                      Tu cuerpo abrigo…

 


Girasol de urgencias


A gotas, titubeando
sobre cáscaras de imágenes
que el ojo recogió
junto a la lumbre,
vellos traslúcidos
acariciando en sombras
una piel
que arde en el atardecer.

Labios, trampas del adiós,
que al unirse
incendian,
tomando un aire
de quién sabe qué pulmones,
y voces que ascienden
en íntimo rasgueo
por un cuerpo
colmado de veladas doleduras.

Las dos mitades de esa sombra surcan, lenguas
     vítreas,
el cuarzo del alba.

Hay cauces
de equilibrio a remo
y una red de pájaros
que no vienen de ninguna parte.
Algo, en medio de la habitación,
está a punto de echarse a cantar…


Lianas (canto IX)

 

Falso tigrillo
llego a ti arrancando a las amapolas
su sed a bermellones
vengo del cristal sin roca

del aire lobregado por las aspas
mi pie indaga por calles húmedas
golpeando latas y sartenes rotas
que algún arte tomó por escaleras
Voy reclamando sueños que mis pies no alcanzan
y que en el fondo de bodegas tenues
entre puñales y zozobras
mis manos y mis ojos toman desnudos transparentes


Conjuración de la amada 


(Fragmento)

I

Seco de encuentros postergados
de rojas celadas carcomidas
por la cuña amariposada
de tu vientre sin primicias

Temiéndole de día al acero y al imán
sucio estrangulador que acecha
el mohín de las palomas
yo sólo vengo
yo sólo estoy para oír para romper
de una vez en mil pedazos el plato de lentejas
que abolirá tu celo
el botiquín sangriento de tu dicha agobiada

Yo solo vine
y solo estoy como un viejo guardador de lunas
ebrio de pétalos amargos
material sin dedos
pálidamente arrojado por el mar
al escombro desde el cual te acatedralo
apuñalándome los labios con el ácido consuelo
de tu nombre sin rejas
todo muro
todo duda creciendo sobre mis obligados
besos y caricias
que caen de mi cabeza a mis tobillos
por un vello que grita como un pájaro
a punto de quebrarse en cada uña
Que sopla sus delicias cuando tú lo tocas
asomada al hueso sin recelos de mi espejo amante
Mientras yo te llamo y te injurio y te mancillo
con la terca humanidad de mis deseos
lo que tú eres y surcas y propagas
toda tu alta investidura de sedas y relámpagos
     prendidos de la oreja
da a doblarse cuando yo te agolpo
como un río vertical ensangrentado y trunco

Rara boa que tiemblas cuando anudas
a tu sombra de pez hago cantar mis huesos
riñe abrazos de dolida espada mi sangre con mi sangre
y es ardiendo en la brasa nupcial y sin esposa
la carne un higo agusanado en el verano que cae
lechoso de semillas y abejas taladrantes.

Con un ruido de papelería y pastos anegados por la lluvia
hacia ese aire perpetuo de fantasma
que desata estéril su torvo instrumento
dije que vendría trenzado de planetas
como un islote barrido por las horas
a poblar
la punta intacta de tu flecha
que es una esmeralda dormida

En el presagio calla el viento
gira sólo sus ojos
la piel incestuosa de sus dedos
y arroja crisálidas que devoran por escamas la sal
luz interminable en tus mejillas

Es ésta una estación pulsada por los pájaros
y los viejos despechados de lúgubres ventanas
caracoles del aire levantándose en el grito empezuñado

No viviremos más
o viviremos solos
ahí donde la tierra se viste de rincones perdidos
trabes que desandan las guitarras
No viviremos más
o viviremos enredados a la piel como cuchillos
con el tiempo del peligro
argamasado entre las piedras y las flores
de ese jardín sin movimiento
o tú vivirás
tú vibrarás bajo sus plumas y sus risas
bajarás por corredores que habré olvidado
será esa niña y esa risa
haciendo temblar la cristalería del tiempo

Vas a vivir
tienes que rajar a espasmos el futuro
tienes que ser de oxígeno y de sexo
cayendo a sangre
y en la sangre residiendo

Yo que no soy tu hermano
ni tu amante ni tu amigo
soy la cicatriz
tu viva enfermedad que va muriendo
ávido si no la furia
sino la boca aplastándose frenética a los pianos
y a los párpados sin luna de los gallos
Otro utensilio
zapatos y panteras ahuyentando a los tranvías.


Temblor sobreviviente

 

Me acerqué a tu cuerpo
Y sorbí su alcohol suave
Insistente
Puse una mano en la brida
Y monté
Ya no recuerdo
Voy cabalgando cabalgando
En un grito.


Ars mentis 

 

Se te agrandan, enormes, los ojos,
cuando mientes.
Cuando ocultas pulsaciones
mordientes en tu sexo,
con una sonrisa, mientes.
Animal de vista corta:
brasa amurallada eres
que al menor movimiento se consume.


Ars culpae


Me arrastraste
y ya caído
descubrí que sólo en el error
hablaría el pecado.
Y helo ahí:
—vuelto de espaldas al amor—
mitad henchida de pánico
que se desnuda por ira
cuando se sabe observado.


Ars fugae

 

Por un tanto de hierba
te vendes.
Y a mí,
con un trago de vino me compras.
Y cuando nos vamos de aquí,
creyendo que huimos,
vencidos los cuerpos
por el hollín y algunas jadeantes chimeneas,
creyendo que huimos,
ay, estupor, llegamos;
y he allí, de nuevo, las simientes
con un tanto de hierba,
con un trago de vino.


Ars vitae

 

Para Andrea

Para que me destruyas
te hice fuerte.
Para encontrar el eje
que va del agua
de la tierra espesa
a las raíces, penetrando.

Si lo logras,
esos rayos macerados en sus fraguas
se harán de luz;
fuentes que te harán más fuerte,
para que las destruyas.


Material de desecho


Cuidado con las niñas
de sexo trágico
que en vez de orgasmo
te ensucian el poema

Cuidado con los sexos
que se orinan
en tu inteligencia

Cuidado con los cuerpos
encadenados aún al grito
que no arrastran consigo
sino la más infiel condenación
Cuidado

Cuidado con buscar la paz
donde sólo hay
no muy profundo ni abajo
un infierno más pequeño y solitario

Cuidado con el sexo cuidado
porque habrá veces
en que anides vesánico en sus trompas
de carne y hueso
esa vida sin raíces
que te aplasta los sueños
Cuidado


Vigilias 

(Fragmento)



Quise que me conociera
como realmente soy.
Dejé atrás
todas las trampas.
En estado de alcohol
grité, imploré, ofendí;
vomité dolor y miedo
sobre su regazo.
Cuando me vio,
sombrío en la humedad,
febril por el desorden,
revolcado y puro,
casi un recién nacido,
sin duda por el tanto amor,
sin duda,
escupió sobre mi rostro,
huyó.


¿Y ahora qué...?


Antes lo creí
pero ya no.
El amor no es asunto de dos
ni de tres;
esto nos concierne a todos.

Si beso tus labios,
si nos decimos: adiós,
mi vida,
habrá siempre
una voz arremetida; a empeñones
un grito como trueno;
un lamento, que diga
que no.

Toma tiempo, lo sé;
a distancia,
respira como un pensamiento
a solas;
pero vendrá,
se necesita mucho
para aprender de nuevo,
que el amor,
darse los buenos días,
decir te quiero,
no es un asunto de dos,
ni de tres.
Eso nos concierne a todos.


Astrágalo


Mientras detengo el rayo inaprehensible de tu 
                                                                [lengua,
con mi lengua, quedamente,
alguien tose áspero en la acera de enfrente.
Mientras adivino
que nunca has amado,
de verdad,
con todo el cuerpo;
alguien, dolorosamente,
echa fuera un pasado frío
y solitario,
golpea con el bastón iracundo
de su cuerpo
este amanecer que es nuestro.
Él tose, tose
interminablemente sorprendido,
inacabable.
Abro los ojos
y tú sonríes, párpado contra párpado,
miel y ausencia poseída,
lengua que opta por exterminar al tiempo.


Anacusia


Escribía sobre el amor,
¡Como si no tuviera otras que decir,
más importantes!
Sobre cosas que pasan,
sobre miasmas de siempre,
acerca de pólipos y amibas, y eso
—sobre el amor—.
Caía sobre de ello,
sobre de ellas tres,
hembras de mi alquimia.
Escribía sobre ti, yo mismo y otra.
Escribía sobre de ésa,
permanente en la tierra,
y ésta, la acullá,
misántropa de seno en seno que me anida.
O sea que arrebujado, adjetival,
casi amante, increpaba contra todas las madres.
Y nadie, en realidad. Ni aquélla,
llena de bríos por la tarde.
Estoy de madrugada,
mar que abate huesos tibios
y arde la ciudad de antropofagia,
quema su habano de ira dominguera,
su mezcal de balaustradas, cuando
teñida y desbordada
silueta de mi hambre,
dobló la esquina ambigua de mi lecho.
Porque abrasaba y el sol gemía
con lentitud de un tampax atrapado
en el clamor del sueño.
Un cactus casi diurno henchía mi lecho
pero volví, perdóname
y hablé para quien se dirige a una nube
o a un perro, es decir,
triple de mí, amurallado
en momentos de intensa pesadumbre.
Mis uñas iban y venían
comidas por la lepra de las obligaciones
invocando a la madre de Stalin y a sus sucesoras,
gallinas de los huevos de oro,
ásperas hembras sordomudas,
solemnes y férreas, nunca acogedoras,
cuando ese hombre, lleno de pelos
y mirada sombría, se metió en mi casa.
No esperaba ser correspondido, y sin embargo,
colérico de toda su ternura,
arrastró un piano (no vamos a caber, pensé yo),
sacó un violín y un chelo,
oye, aguarda, Ludwig —le dije—, déjame despellejar 
                                                               [este instante.
Sus manos se impacientaban
esquirladas por algo de la rigidez de siempre,
pero quiso sonreír.
—Ibas a hablarme del amor— tornó,
cuando yo clamaba, figúrense nomás, por la madre de 
                                                                 [Gorki.
Él se movía por la casa, redentor de tránsitos,
espiando las primeras fotos de mi argucia,
erizado padre que quisiera debatir su sueño conmigo.
Libró un acorde o dos, apenas audible, sobre las teclas:
—son unas putas, todas —murmuró;
—cuánto debes amar —dije, para conciliar.
Y ya no respondió porque juntos escuchábamos
(esa dificultad para empezar)
el roce de la luz contra su cuerpo.
—No te conozco —pensé, tocándola.
Ella sonrió, bellísima, quitándose el suéter, agitando 
                                                                    [crines,
con un salto feliz hacia la cama.
Besé con impaciencia sus labios, la desnudé:
era, como todos los días, mi mujer.


Se te olvida


Se te olvida
que fuimos tristes.
Se te olvidan
las altas copas
de cipreses en la calle
de Tourville,
las comidas frías
en los cuartos de hotel
y la interjección del silencio
a mitad de los sueños.

Se te olvida
que mucho antes también quisimos
ser felices,
llenar de risa
habitaciones alquiladas con penuria
y caricias, frente a chimeneas prestadas,
de un placer tercamente inacabado.

Se te olvida
que el óxido se encargó,
a pesar de tanta resistencia,
del ruido del propósito.
El puño amenazante y el grito,
entremezclados,
mordieron el fino encaje de los cuerpos,
su calor y su armonía.

Se te olvida
que una vez,
muchas mañanas,
nos dijimos adiós,
hasta luego,
es una lástima,
piensa en mí, etcétera,
sin rencor, pero también sin prisas compartidas.

Hubo cárceles para ambos
y siempre la esperanza
—el error—
y otra vez, pesadillas abismales.
Y entretanto, se te olvida
que siguieron pasando los años.
Y eso sí, 
               qué lástima.


Mariposa azul emprende el vuelo


Esa mañana de luz encrucijada
lo vivido del polen,
el ansia en convulsión
y un abrazo que parece ser el último,
dejaban cristalinas
casi transparentes veladuras
en el desasosiego del lecho
tendido entre las flores.

No se mide un instante
ni dura en precisión
más o más.
No existe, tampoco, una boca
que aprehenda a otra boca
más allá de su anhelar;
un ala es un espacio
que deja 
                    de ser
para transformarse en grito, espasmo
o vuelta: sustancia del origen.

Yo no dije que te amaba
porque el tiempo habría triturado mis huesos
aun antes de que esta página cayera en abandono.
No te dije nada.
Juntos, la luz caía celular y desmedida
y tú emprendiste seriamente el vuelo,
sin llorar.


He allí la vida


No se ama mucho o poco.

Se entrega uno, decididamente, en un abrazo
que dura toda la vida
al ser que palpita en el encuentro:
puede cambiar la persona,
el ser sigue siendo el mismo.

No se ama a veces, o porque sí.
Se es siempre ese otro
hecho vida presente y temporal.

El amor no tiene futuros,
es eternidad de la saliva y arrobamiento de una piel
embebida en el instante:
sudor y orgasmo, renovación de la ternura.

El amor no viene ni va,
es eje aprehendido al calor de los años;
de musgo y de ceniza
brota incontenible
entre un ser y otro
como signo gozoso de igualdad,
matemática que es química;
biología de los pares y los nones,
carne del espíritu resuelta en plenitud:
precisión del tiempo que borra su paso.
No, no se ama mucho o poco.
Se ama, simplemente, en la inasible complejidad
de los espacios. Se ama. He allí la vida.


Por amor


He aprendido de ti
Que no basta el gesto ni la acción
Que el amor no basta
Ni la inteligencia
O el susurro exacto
Aun más
Que la ternura
En ciertos casos sale sobrando
He aprendido
Que el cuerpo
La carne
El sexo
No tiene mucho que ver
Con hacer el amor
Y seguir vibrante
He aprendido
Que unirse
Contigo
Es volver a ordenar una lucha
Conmigo
Que ha de llegar a ti
En la punta de los poros los labios y los dedos
Al beber y al cantar
Al ver un árbol que crece y una amapola que muere
En el ciclo normal
Ése que de alguna manera por humanos hemos perdido


Bovary somos todos


Antes, el amor era temporal
en universo escaso;
se trataba, cuando mucho, de un mal pasajero
Uno de dos sobrevivía
y entonces, permanencia del dolor.

Hoy, es la serena lucha, a veces brutal,
por encontrar la progresión.
Fundir el eslabón de la cadena,
accionar con mutua fuerza
el acontecer de la vida
y encontrar, por equilibrio, el justo medio.

La lucha en torno al amor
supone el fin del privilegio.

¿Es posible que al morir la bestia
se extinga la pasión?


Victoria, es tiempo de ladrones 

(Canto X)

Victoria, sí, sentido sobre la razón,
madre de instinto, ser de mis espacios,
fin de todos los tiempos y principio
de todo lo que crece, nada y vuela,
germen del fuego y de la música,
memoria inamovible de la luz.

Cuanto hay de cierto nace de tu risa;
la esperanza son tus ojos,
mientras el futuro duerme, tibiamente acariciado,
entre tus manos.

La otra vida eres tú,
la que se construye de sueños, la real desencadenada,
que viene del fondo de lo humano y a él retorna,
amorosa; raíz de la especie luchando contra la sangre 
                                                                          [inútil,
dulzura frágil del amor que se repliega
cuando la bestia anda cerca.

Habré de protegerte, amada,
ahora que es tiempo de ladrones.