Material de Lectura

Los días de tu vida


Tiempo de la siesta
En medio de la noche
Oda a la joven luz
Inscripción


 

Tiempo de la siesta

 

Asurbanipal en su palacio
está leyendo un libro de aventuras
mientras dibuja entre los aires
un halcón su círculo de gritos
y pasa el tiempo, con la guardia, afuera.

Siente Asurbanipal que alguien lo mira,
ya vuelve la cabeza, el sol le corta
en dos la barba, en dos también el manto
y en dos el libro de aventuras mientras
Nínive truena, con el tiempo, afuera.

Pero antes de mirar a quien lo mira
deben pasar los días de aquel año,
los años de su vida más las vidas
de Ciro y Alejandro y Empédocles y Cristo
y el tiempo con las nubes, a toda prisa, afuera.

Al fondo de la estancia los leones
en naranja perpetúan su bostezo:
las baldosas siguen tan desnudas,
tan regias, tan asirias como siempre,
anticipando el tiempo y el desierto afuera.

Asurbanipal no ha visto a quien lo mira
desde un enjambre de islas increadas
y en una identidad de sol y tedio.
Temblando vuelve a su libro de aventuras
mientras el tiempo, cauto, se ensombrece afuera.

 


En medio de la noche

  

…el fuego salvaje
que quema millones de niños

Che Lan Vien

 

De pronto, en medio de la noche, sientes
un terror que no entiendes. Y es
el hambre en vilo de los lobos
aullando silenciosamente
bajo una luna ya abolida
en lo profundo de tu sangre.
                         O bien

el estupor ante el murmullo ajeno
de un río indiferente: ¿no se acaba
el destierro jamás bajo los muros
de eternos azulejos? Babilonia
brama en lo oculto de tu corazón
como una res agónica. Y el ciento
de lo perdido se renueva

en medio de tu sangre, y crece
junto a las novedades del horror.


Oda a la joven luz

  

En mi país la luz
es mucho más que el tiempo, se demora
con extraña delicia en los contornos
militares de todo, en las reliquias
escuetas del diluvio.

                                 La luz
en mi país resiste a la memoria
como el oro al sudor de la codicia,
perdura entre sí misma, nos ignora
desde su ajeno ser, su transparencia.

Quien corteje a la luz con cintas y tambores
inclinándose aquí y allá según astucia
de una sensualidad arcaica, incalculable,
pierde su tiempo, arguye con las olas
mientras la luz, ensimismada, duerme.

Pues no mira la luz en mi país
las modestas victorias del sentido
ni los finos desastres de la suerte,
sino que se entretiene con hojas, pajarillos,
caracoles, relumbres, hondos verdes.

Y es que ciega la luz en mi país deslumbra
su propio corazón inviolable
sin saber de ganancias ni de pérdidas.
Pura como la sal, intacta, erguida,
la casta, demente luz deshoja el tiempo.

 


Inscripción

 

Virgilio, claro poeta romano,
      tú que no olvidaste nombrar a la humilde arveja
         junto a los vastos dioses impávidos,
enséñanos a mirar las cosas,
         la quebradiza corteza y la sombra
            que apenas roza el agua;

tú que descendiste al revés del silencio, dinos
        cómo conjurar a las vanas imágenes,
           para que siendo
           no se nos huyan como el humo,
        ni con el frío dañen a los nuestros;
            
              ayúdanos,
     condúcenos al arduo trabajo, enséñanos
el rumor que ahuyenta a los pájaros salvajes,
              y cómo desarraigar a la estéril avena,
              y los diversos sacramentales de las aguas;
y qué signos ocultan las veloces nubes,
     y las pacíficas noches qué repentinos presagios, y
                                                               cuáles
            la penumbra de la patria;
            de modo que sea nuestra
            tu lúcida vigilia, nuestros
            tu coraje y tu paciencia, y la obra
como un inmaculado sacrificio que se ofrece, así
                 como tú ofrendaste la Eneida a las llamas.