Material de Lectura

Juan Bañuelos



Selección de
Carmen Alardín
y Juan Bañuelos


Nota introductoria de Carmen Alardín



VERSIÓN PDF       

 

 


 

Nota introductoria


Nadie puede cortar la cabeza de un poeta. En las leyendas se nos habla con frecuencia de aquel héroe que vino a matar la serpiente de siete cabezas. Pero el poeta tiene siete y más cabezas, va más allá de todos los números cabalísticos imaginados, en su capacidad de pensar o de encabezar la actividad creativa del mundo. Y esto viene a cuento, no sólo por el afán de hacer leyendas, sino porque analizando nos damos cuenta de que el poeta Juan Bañuelos, tiene innumerables actitudes sobresalientes —léanse cabezas— dentro de su incesante trabajo poético.

Siempre ha sido diferente la actitud de cada poeta ante la vida y ante la poesía misma. Algunos recurren a la poesía simplemente para embellecer el lenguaje. Otros tratan de rescatar lo bello, del caos inexplicable de la existencia, o bien, tratan de establecer, a la manera de los poetas malditos, la estética de lo monstruoso. Unos cuantos elegidos, como Juan Bañuelos, van más allá de estas actitudes comunes y se enfrentan directamente ante los imponderables, es decir que toman el toro de la vida por los cuernos y hacen inolvidables figuras capoteando la muerte, el silencio inexplorado, la lucha del hombre con su entorno, la batalla diaria del hombre consigo mismo, la violencia del amor, y el estremecimiento ante la inmediatez del ser.

Encontramos más de siete actitudes en la poesía de Juan Bañuelos, sin que al decir el número siete, con eso demos a entender una falta de unidad, sino que, por el contrario, esta multiplicidad de actitudes lo lleva a la cifra del equilibrio, que es el ocho. Sobresale entre estas tendencias o maneras de enfocar la poesía, su actitud ante el paisaje, el que asimila y devuelve transformado en elemento metafísico. En segundo lugar, sobresale su afán por encontrar todos los visos y facetas del silencio. De esa búsqueda, obtiene como fruto una palabra dinámica, que es la palabra que de verdad contiene al silencio y sus consecuencias, en vez de negarlo irresponsablemente. Se advierte al mismo tiempo en la poesía de este autor, una capacidad para señalar la armonía o la relación del hombre con su entorno. Destaca también un anhelo por colorear la existencia con nuevos tonos, sin restarle mérito al color que por naturaleza ostenta la vida diaria. Resume Bañuelos, con gran acierto, el bien y el mal que tantas ocasiones se han enfrentado como enemigos, y los presenta como una imagen coherente, conciliadora, y que demuestra que sólo una institución poética puede proporcionarnos la paz futura, puesto que la paz sería, en esencia, esa boda presentida entre el bien y el mal. No es difícil que el lector encuentre en estos poemas la lucha eterna contra el tiempo; aunque ésta sería una actitud ya conocida, Bañuelos sin embargo la trata con un lenguaje muy suyo y peculiar. Sería una terrible omisión si no señaláramos a la vez en el poeta la capacidad de erotizar todo lo que toca y lo que ve, pues un poeta erótico no se concreta a la relación sexual, sino al hecho de que todos los seres vivientes participan de un interminable acto de amor. Así lo expresa en su poema “Fondo de Agua”: “—Vamos a florecer, a redondear la lluvia/ con tus pechos./ Apaga la ventana”. A pesar de la distancia en el tiempo y en sus ideas, Bañuelos asume en algunas ocasiones una actitud rilkeana ante la muerte, recuerda que todos llevamos esa propia muerte como una semilla alberga al fruto dentro de su seno.

“Mi corazón ya sabe su dirección de bala”, nos recuerda el poeta chiapaneco, que ha cantado incluso al suicidio por amor en una pareja de animales, para demostrar que el amor no siempre es un mito establecido por la literatura, sino a veces un sentimiento espontáneo que se manifiesta insospechadamente en las más simples y elementales criaturas.

Pero entre todas sus actitudes hacia el poema, sobresale su manera de transformar el paisaje en un elemento metafísico. Desde hace más de dos siglos, el paisaje ha sido un elemento importante en la poesía mexicana. La doctora María del Carmen Millán realizó un estudio sobre la forma en que se trata el paisaje entre los modernistas, y el poeta tabasqueño Carlos Pellicer, hizo del paisaje mexicano el personaje principal de casi todos sus poemas. Pero con Bañuelos por primera vez se trata el paisaje en su acepción metafísica.

Si bien es cierto que el poeta toma elementos que de por sí tienen una gran carga metafísica, como lo es por ejemplo, una estela maya, lo valioso es que con su magia poética nos hace vívida y presente esa estela, nos rescata ese ingrediente humano contemplativo para llevarnos luego, con todo y nuestro presente y lo que esto implica, a ese increíble pasado de nivel metafísico.

Bañuelos pertenece a esa casta de poetas notables que a pesar de trasladarnos a calidades insospechadas de lo abstracto, no descuida los pequeños detalles cotidianos tales como el vuelo de las palomas, el paso de los grillos o la madre inclinada amorosamente sobre el hijo. Hay tal intensidad en esos detalles, que cada línea podría ser un poema completo en su propio universo, y sin embargo participa de todos los demás versos, formando parte de una galaxia interminable.

El poeta nos demuestra que el hecho de detenernos en un árbol, no nos impide ver el bosque, sino que nos proporciona del bosque una dimensión enriquecida y nueva, nos lleva a conocer el bosque como la parte esencial de nosotros mismos. ¿Es que al fin se nos da la metafísica del árbol? Es que la poesía debe llevarnos a esa dimensión metafísica no sólo del paisaje, sino de todos los objetos en donde se pose.
Al darnos el poeta un paisaje con acción, nos proporciona una acción para vivir el paisaje, para aprender de nuestras piedras y nuestros insectos, un modo de renovarnos y revitalizarnos, un modo de recuperar, “esos cimientos de nuestra casa devastada...”.

La poesía de Bañuelos no sólo proyecta una esencia maya, sino que hay presente y futuro en medio de este desconcierto por el que atravesamos. Existe una honda convicción tanto del poeta como del ser humano, de que aún podemos hacer algo con ese Destino arbitrario, que es el título de uno de sus libros.

Es toda una vivencia ir reconociendo a Juan Bañuelos en los distintos pasos que va dando en el camino de sus distintos libros. Es el mismo, es cierto, pero a la vez es un poeta diferente, como que va tomando como dije al principio, distintas actitudes ante el poema, como que va enfrentando al toro con distintas figuras de su capote imaginario. Pero el hecho es que nadie puede decapitarlo, porque son incontables esas cabezas con que puede pensar el poema y realizarlo.



Carmen Alardín

 


Poema Antiguo



Escolopendra



Niñez
De escolopendras y de iguanas
Cara de aljibe en los espasmos de la hoja frágil
Alameda estañosa de la infancia
Sin nube y sin dialecto

Niñez
De curaciones del espanto
Con la mano velluda de doña Salomé

Niñez
De mango ictérico y de trueno
Monocorde en la lluvia
Sol derretido
Y engrapado al agua
Mientras la blusa de la noche
Acordonada de luciérnagas
Luce en el cuerpo de la aurora

Niñez
De emociones sumarias
Y de anofeles fascinados con la sangre
Pantano tábido del dengue
Y más allá de la ribera
El juicio íntimo
De una vela emboscada por las sombras

Insurrección de la terciana
En las frentes de los pizcadores

Niñez
Donde hombres lástima
Empuñan su dolor con las flores que venden
Postración de los niños
En las acequias de las nanas

Niñez
Donde indios lástima
En marcha y ronda
Sitian el Palacio de Gobierno

Niñez que mira arder
Virutas de estupor en un tizón de ocote

Cuellos de flamboyanes temblorosos
En la tormenta

Sémola
Íntima
Natal

Niñez que ulula
Con aullidos más verdes
Que los helechos de la muerte

(Matumaczá, 1959) 

 


La prueba



Me rodeo,
                Me cerco.
                                Me consigno.
Quiero pasar la puerta
Y choco contra un vidrio.
Ya me cansé de escuchar siempre:
¡Bah, escribe versos!
Ya me cansé —¡qué bien!— de este fastidio.
Voy a agarrar a Juan de la camisa
Y a ponerlo de pie
En medio de la calle;
A ver si aprende, ¡a ver si tiene grito!
Que no me vengan a contar más cuentos,
Que no salgan con que me escondo mudo.
                  ¡De una vez!
Vamos a ver si vena a vena el sufrimiento
                        duele,
O voy a ver si araño mi corazón en vivo.

 

Las uvas, los soles



Para este amor no pongo límites ni tiempo.
Y en verdad, cuando el día pasa y pasa
y suenan las espuelas del viento,
Yo cubro mi desnudez de uva, mi soledad de liquen,
mi carbón hecho de ojos que han visto demasiado.
Cuatro cirios me esperan y bajo al sueño hierba
que vaga en pleno mediodía entre las plazas
y los caminos de viajantes lentos;
puño la arena como el moribundo que aprieta a la
      vida
y visito tenaz mi barrio detenido en la escama de
      un pez.
¡Qué de astros girando sangre adentro, amigos!
¡Qué desove de soles cayendo en la mejilla del
      verano!
Veo los días que vienen.
De noche planté muslos
para que germinaran durante la primavera.
¡Ah no estoy triste, de veras! ¡No!
¡No estoy solo! Me llamo Juan
y espiga lenta es mi boca.


 

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Celebración de la infancia



Yo celebro. Celebro y danzo
bajo la númida capa de lo eterno.
Escucho el silbo del verde olor
de mis días natales:
escucho cómo gira la rueda de la noria,
y cómo lo inasible crece en las espigas.
Y yo celebro. Celebro el diálogo del cordero
y las hojas del esparto.
Sobre el alcor de mieses cae lento
el ruido de los remos que golpean
las aguas de la noche.
Cantan las hojas, y el viajero
por vez última oye el canto de los gallos,
mientras la esposa borda su nombre
en las doradas árguenas.
Lejos, un perro aúlla y una ala del día roza
la ventana.
Mas yo celebro, celebro y danzo al son
de las flautas oscuras que apagan el oro del otoño.
Pues ¿qué es lo cierto, y qué es el júbilo del niño
       ciego?
¿Y de quién es la trampa y el juego del viento
      vagabundo?
La fuente de ayer mana cerca de una tumba
y un árbol crece en la mano abierta de la tierra.
Soñamos,
soñamos y las aguas de la infancia
se cierran por encima de nuestras cabezas
como una cúpula astral.

 

Instantáneas de una estela maya



I

podrías
          sumergido en la escena
                                         despegar
la línea de ese brazo
                          y ceñirla
                                     al silencio/
y sin el rostro desmoronado
                                     de la sombra
en la zona que arde
                          verde
ver desaparecer
                    el tiempo de afuera
que ha sol
tado su hi
lo en el o
tro extrem
o
                     del deslumbramiento

II

desaparecer                     ser                    desaparecer
                                  enyesado
al lenguaje               plantígrado                  del moho/
carbonizar
              el destino
                           con el relámpago
que da y quita
                    el sentimiento del día/
mientras los siglos
                        acceden
y el ritmo
              de las sombras
                                  se pliega
a la danza fósil
                    de la tribu


Frases



Aguas que van hacia la vida,
crisálidas de roca
la tentación y la promesa
¿quién las resiste?
En el telar de aquellas aguas
a contraluz resplandecían las horas
como espadas bruñidas por la sangre.
¿Tiene el pedrusco el corazón del fuego
que guarda el pedernal?
¿El respiro del clavo en la madera
no suscita la imagen del martillo?
Qué extraño fruto somos.
El miedo es la mitad de la muerte.
Contra la felicidad de los amos,
contra el linaje de la usura,
los que espiamos dentro de nosotros
cercenando nuestro nombre,
hemos aprendido a ver
la imagen de nuestro semejante.

 

Viento de diamantes
                                                  La Eternidad está enamorada
                                                  de las obras del tiempo.

                                                                                  W. Blake


Lo mismo que Adán sumergido hasta la alondra del
      silencio,
  sucio de humana noche en que he caído, rompo
      todos los pronombres
  para tenderme en el día óseo de la plenitud.
Acudo ebrio de musgo y tulipanes hasta las criptas
      de las piedras
  o de los ríos secos, donde muerden al silencio
      cárabos crepusculares
  y en donde un hombre solitario se hinca.

Pisando soledad entro en el día, porque es dable a
      las criaturas
  ver su hora crecer para hallar luego algo de los
      mortales
  en un grano de arena. Mas también bajo las gradas
      seculares y
diviso el humo de las chozas de los hombres,
  veo los caminos cotidianos, las nubes que anuncian
      el otoño
  y a la mujer grávida de su fruto sentada en su
      hamaca
  viendo pasar las horas.
                                    Y me muevo con las hierbas, y
      con el menor movimiento del caballo, y
      siento que dentro de mí corro
  como ese río que estoy viendo que avanza.
¡Y miro alejarse la carreta del último cosechador!

E igual que una palabra lanzada a la mitad del mar
  caigo en el seno del prodigio. Y como el minero
      que se cubre
  con las manos la faz cuando de pronto, ciego,
      reencuentra la luz,
  así la dulzura levanta su toga y me envuelve temerosa.
¡Ay, el hombre soy y no lo había advertido!
      el amparado por dioses tutelares de la iniquidad,
      el que frecuenta
  y ronda tanto rencor taimado del polvo con su
      cauda de crines blancas.
¡El hombre soy, mas no me basta!
  porque el sol tiene su trigo en llamas y el mar
      tiene los ojos tocados por la gracia.
El hombre soy
  pero toda cosa nacida con la aurora, con ella muere,
y toda criatura que engendra la noche
  con ella se aleja porque oscuro es su linaje.

Todo pasa.
Y como el agua y el sol, también todo queda. Un
      silencio
  que se sienta a esperar el primer ruido. Nuestra
      imagen
  que se pierde y se encuentra como el humo que
      no es más que el eco del fuego.
No otra cosa que la espuma negra
que va haciendo el arado sobre la tierra.
Y lejos de la memoria del viento que dejaron las
      épocas,
      un olor de centeno y anís hace volver los pájaros.

Y porque el horizonte no es más que una hoja larga
      de perfil,
  dejo que mudas tribus de peces muerdan los
      guijarros,
  dejo que brille el hocico del jabalí en la noche
  y que bajo el zumbido de las abejas
  los bueyes trillen la mies.
      ¡Ay, reivindicación bañada en el ojo inocente!
      ¡Oh, exultación del mar sostenida en el resplandor
¿De qué remoto sueño hemos caído? ¿Por qué somos
      una rueda que grita enloquecida? ¡Ah! triste es
      nuestro paso, en verdad.
¡No más que olas somos! Nos levantamos brevemente...
para seguir siendo mar.

 


 

Esto es la otra parte


Quiero escribir voces. Que estamos,
que hundimos la mano en un muro
áspero e idéntico a su sombra.
Vamos a alcanzar al primer
terror incendiado que calla
en el corazón de aquellos
que en los duros años han amado,
y que, ferozmente, beben
el tósigo torpe y el tedio.
He visto partir al combate
diario, inapreciables momentos
que guarda la vida
detrás de una puerta fatigada.
Y después, han sido los puentes
de sombra que unen (perseguidos),
lo que han separado los días.
Volvemos, sumisos, a entregarnos,
a meter la mano en el bolsillo,
a encoger los hombros,
a empezar a amar como si fuera
la primera vez, a darnos confianza,
a pesar los días como madera muerta.
Y entre puente y puente
avanza el olvido.
Lo profundo busca
su máscara altiva.

No importa la muerte. Vivimos.
 

Sátira con final de vals


Porque estamos aquí con el sueño del polo,
con el fuego que hizo el primer hombre en la tierra,
a la hora que marcan los relojes del banco,
en la silla cercana de la caja de bienes
del que roba y sonríe por la gracia del cielo.
Y cercanos al niño
que aún lleva el cordón umbilical de la anemia;
correctos, vestidos de frac
a la hora que vemos pasar triste un entierro.
Aquí, pues, nos quedamos
con las lindas queridas del señor General.

Por la gran avenida, la manzana del aire se pudre
y la panza del cielo es color de la iguana
y la tarde agoniza levantando la voz.
Porque estamos aquí en el bar donde cantan
solitarias de tedio las parejas que pronto
dormirán en hoteles,
y el ramito de dicha dejarán en un charco.
Ah la almohada del agua que reparte los sueños,
que circunda las ferias. Y la arpía hecha letra
desollando la fiebre en los juicios llevados
contra los inocentes.

Porque estamos aquí
para que se cumpla la voluntad del coral,
de la red y del hombre
que ahora vuelve con la presa ganada.
Carpinteros de nardos,
albañiles del día,
relojeros que saben cuándo el tiempo nos muerde,  
ved mis venas, parecen ríos hondos con labios
repartiendo ternura.

Yo ya no busco: heredo.

Sabed que las colmenas y la alondra del día
tañen una campana de futuros follajes.

 

Unánime

Esta garganta erguida como un árbol,
calcárea como el humo suspendido
en la memoria de los muertos,
canta las cosas por venir, esparce
la sedición de la esperanza,
y en el ariete de la imagen
la estación de la cólera es más seca
que un verano de sal.
Esta garganta erguida como un árbol
florece una canción de plaza pública,
una canción que vaga por las calles
y nos inunda y nos congrega y
                         es como el mar
hecho de tantas gotas,
y es como el eco en las montañas
que responde y responde a muchas voces,
y es como el sol
hecho de tantas manos que sostienen
el espejo de todos.

(1° de mayo en el mundo)

Huelga de hambre

2

Puede caer la noche cuando quiera.
Puede cerrar los ojos la ciudad.
Pero no duermo.
No vivo, estoy lleno de espanto.
Arriba hay un cielo ásperamente limpio
Y la luz de la luna —tierna loba— a través de la puerta
Lame los piececitos de mis dos pequeñas hijas.
Abajo hay un oscuro en pálido, hay
Una manotada en bestia acechante.
Y mientras duermen nada está en reposo;
Algo se mueve y se abre paso hasta mí
Y oigo que un perro camina por la calle.

        Un perro en la calle;
        Ese sonido de patas sobre el asfalto
        A las dos de la mañana, ese ruido babélico
        Que produce con el hocico
        Al remover la basura y la noche.


Un perro. La calle. La luna.
Mientras caigo en el sueño
El grito de un animal sin rostro inunda mi cuarto.
Se escuchan estallidos de casas y avenidas.
Una daga en el vientre,
Y el grito del hambriento, el grito
Que se apoya en las puertas,
Contra los monumentos
Y en las paredes de los ministerios.

Luego es un soplo.
Ese ruido de resaca que sale
De los perros sin lengua.
Luego es el miedo igual
A una delgada hiedra subiendo por la piel
Y girando en la lengua como el disco
De un teléfono loco.
Luego es el odio una callada puerta
(Y lo que queda del odio
Es un ácido beso
Y es una mala ropa).
Pasado el frío es el silencio,
Ese huraño silencio de la noche
Que levanta su cresta de iguana negra.

Pero no duermo. En la ciudad
Se oye un redoble de tímpanos. En la ciudad
Hay varios compañeros declarados
En huelga de hambre.

5

Aquí en México escribo estas palabras.
Juan me llamo:
                        No soy nadie
                                            Y soy el pueblo,
Fui gemelo y por dos me voy muriendo.
Aquí en México escribo estas palabras,
Les doy ocupación el día que cumplo años.
Les doy su justo nacimiento.
El día que cumplo engaños
Soy un propósito de tiempo.

Las palabras son hijas de la vida.
Sufren, paren; también tienen sus muertos.
Y en la honda capital de la miseria
Las armé de fusiles y de verbos
(En esta patria muda, perseguida,
Donde hasta el aire mismo va a dolernos).
Yo fui el autor;
Lo que suena a dolor me suena a pueblo.
Nací en el Sur. Mi nombre:
                                         Juan Bañuelos.

 

Es un buen día para morir

                                      “El Rutas”, conocido ladrón, fue
                                       cercado y muerto el 29 de julio de
                                       1974 en su vecindad, por agentes
                                       de la policía, al no querer compartir
                                       un botín.
                                                                         Últimas Noticias


Un ominoso escarnio de puñales
encapota los ojos del suburbio.
Tiembla el tiempo y el patio y en el turbio
lodazal suenan tiros policiales.
Sangre, polvo, terror, caries dentales
desafían la muerte. Y el disturbio
deslizándose en un cuchillo gurbio
en la esquina madrea sus vocales.
Sombras. Ráfagas. Rabia que se trunca.
Avanza por la calle la jauría
de rifles y patrullas. Como nunca
la madre ruega y grita entre la gente:
Hijo, entrégate, es tiempo todavía
Y “El Rutas” sólo empuña la ironía
(ojos duros de estatua impertinente)
atareado en romperle a la agonía
la usura magra de su único diente.

(Re)cámara de diputatos


“LA INES’ CLUB”
                             La cumbia de la madrugada
como un tábano
                             se prende
                                              sobre las crestas
últimas del ron.
Los gatos han bajado
                                  de las tejas
                                                   y la luz mercurial
se está desvaneciendo
                                  por las calles de Tuxtla:
“Ya se va su diputado
                                  putas
                                           hijas
de la gran Linda
                       a luego les paga con cuerpo /
ya se va ‘Panyú’
                        a ver a su mujercita Amelia.”
 

Viola da gamba

                                       Es ist der alte Bund: Mensch, du musst
                                       sterben
                                                             Cantata BWV 106. Bach



Ese que se levanta del asiento
y cierra lentamente el clavicordio,
camina grave ahora y distraído:
ha escrito en esta noche el Actus Tragicus.
(Detrás de Dios, del sueño y la penumbra
a indescifrable araña hila
memorias sobre unas amapolas).
Polvo disperso lo que fue una roca
mira nacer el hombre el alba
y se estremece. No de la luz anticipada
sino del último relámpago
que almoneda los sueños de las cosas.
Lo ha alcanzado la fuga de la muerte,
la multitud de hojas detenidas
en su sencilla eternidad de trémolo.
Brisa animal cuando el metal se anima
se oye crujir la nieve como el hierro
y Bach se inclina a su cantata breve
(un sedoso mastín gruñe en la puerta:
se ha extinguido el candil en la recámara
de Ana Magdalena).
                               Ensimismado
cruza la sala y de otra zarza ardiente
oye las notas siervas de su nombre,
bien sabe que el azar acecha oculto
en su naturaleza con abismos,
que de su mano comen las violas de la noche
y que ha devuelto sólo al tiempo un dios disperso
en sonidos armónicos o atroces.
Cerca del frío
recuerda que bebió —hasta las heces
la sumisión ante el margrave, y que no olvida
su cautiverio en la Corte de Weimar
(la mariposa rota que entró por la ventana
apenas entreabierta, cae).
Fugaz, intemporal a despecho del desastre,
ciego tantea con el pie la fosa
al tiempo que en los riscos del aire van tejiendo
redes de pesadillas las centurias.
Él, que templó la voz humana,
¿por qué no extrae de la sombra su palabra?
Sólo bebió el destino del espejo
que agazapa los rostros de un modo involuntario
Liberado del sueño tantas veces
¿cuántas otras fue presa del olvido?
Con el sol se oye un órgano de escarcha:
Señor, las ramas crujen al peso de la nieve.
Hombre, debes morir. Es la antigua alianza.
Y si tocó el molusco de la duda
fue para saborear ecos y pasos
de la muerte.

Hoy sabe que su música ha creado
un planeta gemelo de la tierra.

 

Las tres chicas de JC

                                            Camino al puerto de Brindisi, murió
                                            accidentado José Carlos Becerra,
                                            poeta a quien tanto quería.

Noticias de tu muerte, José Carlos, a 10 000 metros de
    altura. En vuelo a Mazatlán. Abajo, el mar me hace
    presentir la dimensión de tus nuevos dominios. Todo el
    murmullo de esas aguas es tuyo.

Camino del Adriático, yo sé que ibas en busca de Virgilio (de
    eso hablamos en casa de Efraín, el otro Monstruo). Y a
    través de mi ventanilla se desenvuelve la tragedia:

en el espejo retrovisor del auto viste pasar las aves y los
    árboles y tres rostros de muchachas (las mismas del
    Viaducto) que cambiaban sus facciones cuando tú hundías
    el acelerador, convencido de que al girar el botón del radio
    la música de los Rolling Stones haría retroceder el paisaje
    ante tu paso. Te engañaste. Sólo acelerabas la claridad
    de tu destino.

Vuelvo el rostro y todas las demás caras a mi lado producen
    un ruido más ensordecedor que los motores. Bastaría con
    mirarme para saber que no Acepto; sin embargo, dentro
    de unos momentos, esa puerta que tras de ti se ha
    cerrado tan herméticamente como la del avión, será dócil
    también para darme paso.

La voz de la aeromoza es precisa: “Ladies and gentlemen,
    señoras y señores, abróchense los cinturones. No fumen,
    please, vamos a aterrizar”. Y yo, cerrando mis tartamudos
    ojos, traduzco lentamente: “Señoras y Señores,
    apriétense a la vida y apaguen su cigarro, que a la
    Memoria le hiere la más mínima luz”.

 


Lección del oscuro

Ils m’ont appelé l'Obscur
et j’habitais l’eclat
S.J. Perse

I

cuando cambian de rostro
            se desnudan
            los hombres
            y las cosas

II

es tiempo de decir pocas palabras:

1. no es humano el dolor ni es locura
de dioses otros males

2. somos aquellos que al despertar
se afeitan metódicamente
e inician la matanza

3. nada es sabiduría ni coraje
sólo ebriedad de piedras sordas

4. éste es el tiempo en que si un niño duerme
envejecen sus juguetes

5. el puro nacer es un enigma
nada saben los hombres cuando insisten pesar
en la misma balanza la desdicha
y la dicha inexperta

6. el fuego y el humo duermen juntos
entre los pliegues de la hierba seca

7. la paz de la vejez / el orden / toda
sabiduría nos son arrebatados de las manos
como en la monarquía solitaria
de la infancia los juegos denegados

8. (demórate en tu corazón
que no cabe en ninguna tumba)

9. aunque sólo donde hay peligro
nace también lo que nos salva
lo que ahora se mueva
                                                        sólo sean las hojas

III

los despiertos tienen
un mundo común:
vida angustia y muerte
viento fuego y agua
trabajo salario y amos
mas los dormidos guardan
—con avaricia— en sus pulmones
la respiración para el día
siguiente:
también son explotados

no son el día y la noche
alucinaciones de un transeúnte?

IV

la súbita equidad provocando un acuerdo

V

dejo caer una piedra
sobre el agua transparente
y profunda
se hunde sin remedio

y lo que perdura
es la transparencia el hundimiento
el agua ciega

qué sería esa música
muerta del espacio
si no la tañe el tiempo?
pero qué piedra?
pero qué agua?
pues bien
que alguien me diga
quién soy yo?

VI

la fermentada sombra de alguien
que vuelve para ver cierta casa
movida por los años.

 


Mientras la tierra gira


Nada. Sino esta mancha corrosiva.
Día sin sol. Apenas la pequeña
salud del que sin paz sin sueño sueña
qué lenta el hambre enyesa la saliva.

Ni el amor me detiene. Es sensitiva
la roca que del monte se hace dueña
y sentada en su sombra fiel, se empeña
en rodar hacia abajo a la deriva.

Lluvia. Polvo. La soledad. La escarcha.
El tiempo, reducido a pedacitos,
mi sangre está llevándolo en su marcha.

Debajo de los pies la tierra gira
(qué silencio cruzado de aerolitos).

No es sordo el mar: sólo es un pez que mira.
 

Redoble bajo una ceiba


1

Padre anciano,
Obrero y gran señor,
Sesenta y nueve ramas se han secado
En tu arbolado corazón.
Padre, es claro.
Yo acecho tu bastión:
Me abro paso entre cedros y álamos
Cuando, de pronto, soy
la multitud hambrienta de una calle
Aherrojada en cilicios de terror.

Padre obrero,
Obrero y gran señor.

2

Entre el moribundo y el muerto
Cómo zumba el asombro,
Cómo zumba el insecto burlón del silencio;
Cómo en esa mirada de pez sobre la arena
Sube la marea de la preñez amarilla
Del espectro;
Cómo su boca se abre
Sin estruendo;
Cómo su frente es un paisaje
Ya sin viento
Y un día breve es su mejilla.
En su mano derecha
Hizo su tálamo el tiempo.
El cuarto es un planeta a la deriva
Que encallará en su pecho.
El gruñido lejano de una puerta
Desova la noche entre sus huesos.

2

¡Qué proa su nariz hendiendo el alba!

Un invisible animal se duerme en sus cabellos.

7

                                                 Esta vida que tú me dejaste,
                                                 padre...

                                                    Poema anónimo de Chiapas
 

    —La vida que tú
    Me dejaste, padre,
    Es la yegua gris
    Que monto. Me tira:
    La monto; la monto:
    Me tira. No importa.
    (No sirve la espuela
    Ni la brida. Dando
    Tropezones ando,
    Hasta que me duela.)
    Látigo silbante
    Que nos desfigura:
    Esta pena es dura
    Y el vivir constante.

—Y esta vida que tú me dejaste,
                Padre,
Es la yegua que también montaste.
 

El viaje del otoño


IX

sunt lacrimae rerum
Virgilio

De qué lucha y gemido
de qué áridos morbos
disolución y prados
de la desgracia
estamos hechos?

Los ojos y la boca
de qué ramas crueles
han caído
dándonos
un gusto miserable?

De qué sirvió vivir
si un cincel transparente
fue el dolor
y una estatua
de trapo es el destino /
si ocultó el movimiento
los mismos pasos
que esconde la quietud?

Te equivocas de puerta
de destino y también
de pasaporte
La existencia y la muerte
fermentan a su modo /

habla inmóvil
el pulso de la sangre
y se acompasa al pulso
de la piedra

y más allá del Tíber
grazna la hierba de la pesadumbre

Sólo nosotros somos
el vino turbio del paisaje
sólo bajo el otoño
la humedad
sabe a ceniza

Acoso     ocaso     eclipse
una ciudad sin nombre
es nuestro cuerpo:
buscas en Roma a Roma
y a Roma misma no la encuentras /
atada Roma va a tu cuello

Y bajo el puente hecho de sombras
los bronces rechinantes de los quicios
de esta vieja ciudad
algo te dicen:
también las cosas lloran

 


Leopardo insomne


Quema la tarde y desollando casas
Vienen las sombras, y en el plomo abierto
Nace el olvido y en los trajes nacen
            Tiempos perdidos.

Qué noche suena por tu ausencia toda.
Toda se queja y en la hierba suben
Bajo la gula de las nubes altas,
             Zarpas de miedo.

¡Nunca las horas en mi frente fueron
Bocas de sed y niebla gris que tiñe
Peñas de pena, ni el metal herido
             Niños vio ciegos!

Rasgo la noche. Serpenteo. Busco.
Venas y montes del leopardo insomne
Caen nevados bajo un corvo viento,
            Cuervo de sombras.

Vuelve, Pequeña de la voz de acanto,
Que entre las plumas del dolor ya siento
Fresco rocío, y esta mano tiendo
            Limpia de zarzas
 

Desierto de los Leones


Abadías de árboles, cencerros de la luz,
Esgrima de la tarde, armadura del sol.
Esperamos la llegada del silencio
Y suena una hojalata de llovizna.
Una ardilla mueve el peso de las ramas,
El canto de un ave canoniza los pinos vestidos de verano,
Las viñas de la niebla rozan faldas,
Un ruido de papel duerme en las veredas
Y el puente es un jinete sobre el agua.
No hay ciudad más poblada de violenta quietud
Tendida como un cable:
La carretera es una yugular golpeada por un tronco.
El bosque nos oye, nos invita, es un rey
Paseando en su bastión de soledad
(Oye sus paredes vivas cerrando nuestra sangre).
Mas en verdad,
Ni el tiempo con su cuerno de caza,
Ni el vino estioso, ni la paz,
Ni el fuego que ondula en tu cabello
Incendian estos árboles.
Sólo esa hiedra del sendero sube a mí.
 

Anacreóntica


Colgué en sus labios el asombro.
Como un tigre violeta le sangraban los ojos.
Ahorré la luz debajo de su pelo.
Sol. Tertulias de sombra en sus pestañas
rumoreaban como uvas de un lagar.
Reconstruí de súbito la fiebre,
y el acoso flameaba entre sus medias.
Pequeña de los años —diecisiete—
me despeñé desde su cuello
cuando debajo del corpiño
dos frágiles navíos
se le iban a pique.
 

Quedamos abrasados


Si por dentro de ti quedo abrasado
saqueando la ternura que te habita,
es porque el tiempo, Amor, nos necesita
a cada instante en que es dolor pagado.

Si el miedo es todo lo que yo he dejado
porque me has hecho polvo y piedra escrita,
detén mi voz que al mar se precipita
como metal de tigre degollado.

¿En qué momento y quién te ha visto mía,
si con mi propia mano yo he cerrado
la puerta con dos hojas de alegría?

No en vano muerdo el duelo de la arcilla,
no en vano lucho si por ti he ganado,
si miro al mundo en ti desde esta orilla.

(Kantate no. 51, J.S. Bach)

donde sólo se habla de amor


A los hombres, a las mujeres
que aguardan vivir sin soledad,
al espeso camaleón callado como el agua,
al aire arisco (es el aire un pájaro atrapado),
a los que duermen mientras sostengo mi vigilia,
a la mujer sentada en la plaza vendiendo su silencio.
En fin, diciendo ciertas cosas reales
en una lengua unánime, amorosa;
a los niños que sueñan en las frutas
y a los que cantan canciones sin palabras en las noches
compartiendo la muerte con la muerte,
los invito a la vida
                  como un muchacho que ofrece una manzana,
me doy fuego
                      para que pasen bien estos días de invierno.
Porque una mujer se acuesta a mi lado
                     y amo al mundo
 

Desde el pino más alto



Eres el más bello habitante de la tierra. 
No tengo para ti más que una cosa 
y es esta esperanza de vivir. 

Amor, amor, amor,
desafías al orbe y lo desgarras,
y yo estoy en acecho vigilando
que no se acabe tu belleza.
Tienes un nombre que todos ignoran,
mas cuando lo repito en la inocencia
me llenas de poder. 

Porque vivo, de veras, bajo el aire 
de las llamas, subo a la tierra 
pequeño, desbocado, 
y me despeño en tu mirada. 
Amor, clamor,
eres la más alta hoja que sueña
y yo observo las sílabas que el tiempo
ha inscrito, engañado,
en tu corteza. 

Por estas manos familiares, 
por esa voz con que me niegas, 
porque te llamas Tristeza-en-bello-rostro, 
por el año que inventa juramentos, 
porque el alba no muere en el olvido, 
por la noche larguísima del polo, 
por el mundo que se parece a ti, 
muéstrate
y muéstrame que voy hacia la vida.

 

El incendio hospedado


Con este corazón casi vacío,
casi incendio de música en mi cuarto,
sigo, Silencio, tu quebrado olvido
de penetrante buque.

Una mano que no puede alcanzarte,
una espiga que no puede crecer
cuando ya es aplastada
por el granizo fugitivo de los días.
Óyeme hablar de las sombras que muerdo,
mírame como a un hombre que ha perdido
en una casa ardiendo
los párpados y el color de sus ojos.

No hagas la señal del silencio para que calle.

Puedo. Aún puedo un poco:
llorar, gemir, hablar en voz baja, decir
que yo te amo furiosamente
como un rayo que cae, de pronto, en el jardín
 

Digo


Donde mi sangre es piedra carcomida,
allí donde tú ignoras lo que pasa,
allí, mi voz doliendo se hace brasa
que el agua apaga en ácida mordida.

Golpeando muros voy tras la salida
de esta quemante y rumorosa casa,
que no hay dolor más duro —de argamasa—
que buscar el amor en quien olvida.

Un traje abandonado es lo que pesa
más que el silencio y más, y más que un muerto,
menos que un pan dejado en nuestra mesa.

Quita tu mano de mi carne viva.
Si al fin te vas yo quiero estar despierto,
Amor. Amor, destruye lo que escriba.
 

La pavana de los amantes


I

Para que vean los ciegos
tus ojos vuelan.

Por el niño sin brazos
tus manos sueñan.

Para acabar las sombras
tu boca quema.

Ojos, manos y boca
tú y yo en la tierra.

                   II

                   Para no olvidar tu rostro
                   ha nacido mi memoria.

                   Porque estés siempre conmigo
                   he de hacer de ti mi sombra.

                   Amor, transformar la vida
                   es sólo entrar en la historia.
 

Fondo de agua


Descendemos.
Debajo de mi piel tú cantas
y en la última curva de mis venas
con un tropel de polen te despides.
Un día estás en mis ojos
bajo un ruido de llamas,
otro día
duermes como la niebla
junto a mi sombra agazapada.
Si supieras que llegas y en tu mano
está a punto de abrirse
esa puerta del hombre y la mañana.
Que nadie nos despierte.
Tu cintura es la boca de un reloj
en el fondo del agua.
Vamos a florecer, a redondear la lluvia
con tus pechos.
                         Apaga la ventana.
 

Brasa desnuda


Es el momento del deseo.

Acostada, desnuda,
te extiendes como la piel de una colina mordida por el sol.
Empiezo a contemplarte desde tu pie dormido en el aire,
tus piernas puntuales, mientras subo mis ojos,
se dan cita en una dársena negra, sitiada
por húmedos carbones, carbones de labios,
labios de lianas.
En este instante cumplo la edad del deseo
en el rostro más tierno de la tarde.
La fruta resbala,
cada minuto crece, se hincha ardiendo.
A las seis del espejo entro en ti
como el huésped más esperado,
sencillo como el río del día
te cubro con mi piel de hombre,
soy la lengua que recorre tus venas para callarte,
te quito los ojos dolorosamente,
te doy otros dos brazos para pesar la vida,
mi boca llovizna en tus pechos,
rayo tu espalda para escribir tu nombre,
con mis huesos te hablo,
tu quejido es el más largo que escuchará la noche.
Qué animales humanos más hermosos.

Cuando quedamos solos, desnudos cuando termina todo,
graniza la sensación de que el aire
nos ha descubierto.
 

Casida de la entrega


Agonizo en tu vientre
cuando —árbol— desciendo a las raíces
y amanezco en todo lo que vives.

Agonizo en tu vientre
de ternuras que viajan con la hierba
cuando la uva es roja hasta la hoguera.

(La savia de tu vientre
suena a torre y a espuma derribadas,
a caracol de lengua rota y clara.)

Y agonizo en tus ojos
desde tus largos muslos que se mecen:
dos horizontes donde la noche llueve.
 

Coitus non interruptus

                            Al preguntarle Zeus y Hera a Tiresias
                            quién gozaba más en la cama si el hombre o
                            la mujer, el adivino respondió: “si las partes
                            del placer se cuentan como diez, corresponden
                            tres veces tres a ellas y una sola a los
                            hombres”. Hera, entonces, furiosa, lo cegó
                            convirtiéndolo en mitad hombre y mitad mujer.

                                                                                       Ovidio


no basta ser /
                                   la música ahora fluye
                                                                     de tu sexo
y sobre ti
                 ya no soy algo extraño
                                       sino tu propio pensamiento /
                                                               un abatido coñac
                                                             duerme en la mesa
tus pechos distanciados
por motivos mundiales
aplauden mi derrota inminente
                                                        tu virgo
                                                        lenidad
                                                        se emperra
                                                        me estran
                                                        gula
y en medio de las sábanas
tú pronuncias mi nombre
                         —arrojándolo lejos / como la última ropa
para sentirme más desnudo

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Fiesta


Venir de siempre
mientras sube ese olor de las acacias.
El mediodía con sosiego
lleva en los hombros un tigre quemado.
Amor,
la lluvia nos ha hecho
semejantes a dos gotas de agua
en una misma hoja.
 

Habitante amoroso


Apenas la noche ha cerrado su sombra completa.
Lo que suena después no es el río
Ni las hojas del aire ni el pez de la niebla.
Es la hambrienta distancia que llega rompiendo las aguas
y el monte que cede al recuerdo y te nombra
Lo que el tiempo nos niega,
lo que arranca el deseo,
lo que acecha a mis venas
es saber que te hallas tan sola
en el viento y el yeso callado que muere
en tu boca.

Ay no saber que esta historia
tiene sólo en el musgo las letras
con que escribo en la roca,
y sentir que en el puente que une tus cejas
mi destino crascita zozobra.

Habitante del frío,
tañedor de la ausencia,
lo que en llama es magnolia
te hace víscera el llanto escondido,
te hace espada la hoja del tiempo
que el dolor en amor nos ahonda.
Porque salgo a la noche y te llamo
y llorabas y el aire afligido
y el espanto tan tierno y mi cuarto
y tu boca qué enjambre
qué enjambre de húmedas sombras.
 

Para el fin del tiempo


Que ya es tarde. Y más bien estamos muertos.
¿Qué haces, entonces, dime, y a qué vienes?

(Ya habrás mordido el día, como el perro
muerde a oscuras el nombre de los meses.)

No vengas más. No necesito a nadie
que pisotee mi sombra y tenga al llanto
de pie en mi puerta, oyéndome la sangre.

¡Qué no bebí! Amor y muerte a tragos.

Tú lo sabes. Soy un ayer de astillas
clavado en este humo que levanta
mi raza de fantasmas y cenizas.

No preguntes por mí. Cercena para
siempre tu corazón y el mío. Déjalos
como el día y la noche del olvido.
 

El suicida


Como un río grande —de noche— que no se ve sino se
    escucha
    el torrente del destino colmado de puentes
    invisibles
pasa debajo de mis pies

Todo ha cesado de morir

De punta a punta la tela del sueño se ha rasgado
                  y el movimiento mismo (un ay intacto) circunda
el agua inmóvil
Se levanta el paisaje a través del vapor que empaña
    la fiebre vegetal
y al choque de la rama con su imagen responde la hoja
    movida por el miedo

La neblina descendió agazapándose en la orilla de los
    lagos
    y más allá de los troncos se trenzó con las lianas
    parásitas
veteadas de orquídeas
Los bosques de Montebello son de niebla y de tormenta
Sus lagos nómadas de distintos colores lanzan irisaciones
    que desvanecen la mirada arrastrándola
al fondo de las aguas

Aquí la sombra ha fatigado al moho y a la piedra volcánica
El ladrido de la hoja podrida se mezcla entre los pasos
    del día
    y los indígenas se aprestan para la caza del quetzal
la fugitiva estalagmita de coberturas verdes
    y crísum rojo intenso
El temporal de la madrugada fue un imperio de truenos
    y relámpagos
    Desfalleció el viento. En la juiciosa boca de la flor
crecieron los astros de frescura y el grito del alcaraván
    prolongó el solsticio de la noche
Amanece. La humedad es como el sueño: inmóvil. Sólo
    asciende
    un pueblo de raíces por las gargantas de las aves
que con su canto mueven la alfombra olorosa de la  juncia
El humo de las chozas se eleva imitando grecas mayas
    mientras se filtra el suero cíclico de la memoria

Dos hombres cubiertos con capas de hule para la lluvia
    se internan en el bosque seguidos por la niebla
Delante de ellos el sol empieza a escaldar los colores
    de árboles y pájaros
Una saeta cruza. Es el vencejo con su cola escotada
    Los hombres avanzan entre alardes del queisque
    escandaloso /
ante el reclamo del trogón violáceo o el grito
    del hojarasquero /
el pochocuate cruza los caminos todo caballeroso
    y en las flores el rocío refleja las joyas de colibríes
suspendidos en el aire
Cerca del lago de Tziscao en donde empieza el camino
    al Cerro del Plumaje
    la brasa ardiendo de un tunkil que vuela
les hace detener el paso: mezclados llegan el canto largo
    del guardabarranco y el sombrío silbido
del tinamú canelo
Un estremecimiento de hojas les recorre la espalda

Al volver la vista hacia el lago los hombres vieron dos
    cisnes
    sobre el agua. El macho de plumas eclipsadas nadaba
en torno de la hembra inánime dando gritos de bayas
    amargas:
    de tiempo en tiempo se elevaba en el aire como
queriendo animarla para seguirlo
    pero la hembra flotaba bajo el enjambre del silencio
seguramente muerta por un rayo durante la tempestad
    (ahora el rayo es un cisne que duerme y que no
        quema
y el sol hormiguea entre sus plumas)

Combustión de la altura
                             y constancia nupcial
                                      más que volar fosilizaba el vuelo

Después de inútiles esfuerzos, atravesado por las  treinta
    y dos
puntas de la rosa de los vientos / en una quietud sin peso
y la creación entera suspendida entre sus alas /
el cisne pareció comprender que su compañera se
    apartaba
    de él para siempre:
la ausencia transcurría en ese alargamiento sinuoso de
    su cuello
    y sus párpados borraron el espacio del alba

De pronto se elevó muy alto en el cielo, giró dos o tres
    veces
    y bajo la curva de su vuelo incubó la curvatura
de la tierra /
    más ligero que una brizna de paja
Como la gloria de la muerte que se consume a sí  misma /
    en el límite espectral de su impulso
dejó caer las alas:
    se precipitó con fulguraciones de aerolito
y fue a destrozarse contra un acantilado

Las hormigas precarias cerraron filas junto al lago
El cuello solar del tucán negro brilló entre los pinos
    derramando el follaje de otra edad
y los dos hombres perdieron ese día todo deseo de cazar
    quetzales



(Nota al poema: En los bosques de Chiapas, los habitantes llaman cisne equivocadamente al ánsar o al ánade salvajes que, en su paso para cambiar de clima, bajan en la región.)