Material de Lectura

Nota introductoria
 
 

Nació Pablo Neruda en un lugar de Chile, “en la tierra central, donde las viñas encresparon sus cabelleras verdes y la uva se alimenta de la luz. Parral se llama el sitio. Y esto no tiene historia sino tierra”. Tierra y raíces. Raíces y raíces y raíces. De hierro y uvas se alimentó su voz. De cobre y uvas. De orfandad y uvas. De la tierra de Chile, de la nieve andina, de los aires de América, de los mares del mundo, de la luz planetaria.   

Raíz es la palabra que lo fija a la tierra. Su tallo poderoso alcanza pronto su estatura mayor y su ramaje denso cubre el mundo. Sus raíces tocan los socavones de las minas, su sombra es solidaria de los hombres, sus ramas altas hablan con los ángeles.   

Pablo Neruda le dio voz a todo: a la piedra, al serrucho, a la cebolla, a la silla, al caballo, a los tomates, al cóndor y al cordero, al abedul y al arce.   

Su voz lo incendió todo con el fuego sagrado: sus días en Temuco, su adolescencia y sus amigos, sus terribles amores, su asombro en el oriente en sus años más jóvenes, la lucha antifascista, su dolor desgarrado y la amargura. El amor cósmico. La fundación de la esperanza.   

En su afán solidario, en su deseo de un mundo más frutal para los hombres, llegó a prestar su voz al gran tirano. Con una fe total, con entrega absoluta, nunca prestó sus ojos a los desencantados, no quiso oír a los que sí veían. Sólo la poesía pudo abrirle los ojos muchos años más tarde:

  

Ah tiempo parecido al agua cruel   
de la ciénaga, al abierto pozo   
de noche que se traga un niño   
y no se sabe y no se escucha el grito.
Y siguen las estrellas en su sitio.   

 

Desencantado ya del “bigotudo dios con botas puestas y aquellos pantalones impecables que planchó el servilismo realista”; desengañado ya de“aquel inmóvil que gobernó la vida”, escribiría en China, muchos años después, cuando Mao Tse-tung fusilaba gorriones, que no le fue posible tragarse “por segunda vez esa píldora amarga”.   

Con todo, su alta poesía continuó en la altura. He aquí unas cuantas hojas de su fronda amorosa.

Efraín Bartolomé