Material de Lectura

Nota introductoria
 
 

Situada entre alas y raíces, centro sensual del árbol del conocimiento, relumbra la poesía de Ulalume.1 Criatura de palabras, cifra de un código perfecto, engendra una suerte de sucesión simultánea de cristales y de espejos sobrepuestos, donde el mundo transcurre y se multiplica sin tregua en un solo punto. Laberinto translúcido.

Y es también ella misma el hilo que regala el camino hacia su propio interior, hacia el descubrimiento de una realidad cuyo último centro es el amor. El amor que asoma su rostro único a los espejos de ventanas innumerables, y que enseña su gloriosa unidad en esa misma pluralidad infinita.

Análisis y síntesis, solución y coagulación. Allí la palabra, en traje de inefable, se convierte en instrumento de invención, tomado el término en su prístino sentido de encuentro. Y la palabra, ya poesía, descubre, inventa, encuentra.

Éste es el mundo, construido de respuestas que, a su vez, son interrogaciones previas e incesantes:

Por fuera, semejante a una corteza de oro, están la luz pensada, los purísimos acercamientos del día; por dentro late el sueño, la vaga plenitud de lo real. Y el dentro y el afuera, cristales y espejos en comunicación incesante, se condensan primero y luego se despliegan en una sola claridad que lo conoce todo, menos la limitación. En ese proceso, se ayuntan y procrean la reina de las lámparas y el opulento ámbito entenebrecido en donde el tacto da testimonio de la unión consumada aun antes del abrazo.

Ésta es la poesía del mundo de Ulalume:

Dentro de la envolvente construcción sin tacha, del insensible esfuerzo espiritual que culmina en aristas y facetas de grávida geometría, se oculta y palpita en lo oscuro la única realidad verdadera, alimentada por la respiración de la vida; el hambre, el frío, el placer inocente o perverso, la necesidad del amor, en perpetuos viajes de partida y de retorno cuyo destino y cuyo principio es el cogollo sensual del cuerpo de una mujer.

Así, las palabras se vuelven capaces de justificar el orden que las dispone en arquitecturas de luz y de gracia.

Allí está, dentro de ellas, la mujer que corre descalza sobre filos de espumas costeras, o que calienta su deseo en la pereza de las sábanas de la mañana, o disuelve en su lengua la roja dulcedumbre de sentirse alegre. Aquella que, dando el vuelo a sus miembros, se desnuda al vestirse de caricias; muerde la cáscara de ese instante, y encuentra, como en la solidez de una fruta, la pulpa suntuosa de edades interminables.

Nada puede dejarse para mañana, porque mañana es inseparable de ahora.

No se trata de recordar ni de formular presagios. La poesía de Ulalume ofrece el cristal encantado que hace posible adivinar el presente.

Blancura del cuerpo, piedra preciosa del corazón. La palabra pone en acción el amor, es el recipiente de la vida, la consumación ordenada. Y, al mismo tiempo, es el riesgo sin pausa, el torbellino de las pérdidas y las ganancias, el azar y el destino.

Ulalume escribe, y lo comprueba. Escribir, para ella, es plenitud de ser; es amar, comprender que nunca se termina de comentar el amor; que éste, como la poesía, se funda en el deseo de desear, siempre reciente y antiguo, sin tregua realizado en sí mismo: sola garantía de la libertad.

Arde la superficie multiplicada del diamante tallado; juego infatigable de transparencias y reflejos, en torno de la ardiente almendra que los origina y los orienta.

En la poesía de Ulalume, orientando y dando a la luz las radiaciones de la deslumbrante coraza de las palabras, queda protegido y abierto el lujo de la femenina sabiduría corporal: médula de miel dentro de la dura soledad de la espina.

Criatura de palabras, esa poesía jerarquiza el código del más profundo conocimiento, la simultánea sucesión condensada en los dos nombres que designan a cada cosa.

Uno de esos nombres se pronuncia, se calla el otro. Entre ambos construyen el signo de la eternidad, inventan la eternidad, la encuentran.

El alma es sólo una manera de ser del cuerpo, y éste forma la fuente sensual, el centro del conocimiento sustentador de alas, mantenido por siglos de raíces.

La más poderosa sensualidad, arraigada y aérea; la conciencia más severa del orden inteligible, combaten, se alían, tienen en la poesía de Ulalume su campo de batalla y la cama fecunda de sus bodas.

Desde allí convocan y deslumbran; enriquecidas ambas por el amor, prometedoras de la ilimitada libertad, consiguen que cada una de sus palabras se trasmute en un casi abusivo acto de seducción.

 

Rubén Bonifaz Nuño

1  Ulalume González de León (Montevideo, Uruguay,1932-Querétaro, México, 2009).