Material de Lectura

Carlos Illescas



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Nota introductoria


Corridos los años, no muchos, la poesía de Carlos Illescas ocupará el sitio de preeminencia que le corresponde. Estudiosos y lectores comunes hallarán en ella, lo anticipamos, un creador investido de muchas cualidades que lo hacen distinguirse sobre quienes favorecen el lugar común disfrazado de verismo lírico y de quienes propician, merced al estruendo de un aparato editorial bien aceitado, el best-seller.

Lector de los siglos de oro, de los medievalistas, los románticos y de los más avanzados en lo que toca a contemporaneidad en lengua española, impone el humor o el patetismo (que también es humor, según se le exprima) antes de penetrar la materia y la forma de temáticas ricas en asunto y temperamento, ya como paráfrasis, ya como desplazamiento hacia mutaciones que producen la multiplicación de las cosas con muchos rostros sin perder el propio.

Ejercicios (1960) se titula su primer libro. La motivación varia prescribe en su complejidad el tono de cuanto puede decirse de muchas maneras y propiciar caminos al ensayamiento de intenciones y diferencias entrelazadas y bien dispuestas a mostrar la posibilidad de hallar lo inesperado en lo común. Y al revés.

Esta conducta a través del tiempo (véase Fragmentos reunidos, 1981), lo ha llevado de un zumbón clasicismo a un temperado vanguardismo y a ver también lo futuro en lo remoto pasado como basamento de toda constante estilística.

Sus asuntos en general han preferido el erotismo. La carnalidad suscrita sí es de este mundo y por dicho motivo remonta lo cercano del placer hacia la indagación de la mística. Réquiem del obsceno (1963) surte ejemplificaciones a la carne castigada por la fatiga durante vigilias predecesoras al hecho de tornarse idea, mentalización, salvamento logrado en último instante.

Zozobra mi cajón, ¿Descubro un muerto
ya revelado el polvo de la vida,
o el pez inventa al mar en el naufragio?

Estos versos, definitorios del acaecer erótico, ponen punto final a Modesta contribución al arte de la fuga, en prensa, según nos informa el autor.

Con tales magnificaciones de la “pequeña lujuria”, la poesía de Carlos Illescas es posesión de Quevedo y coto del Arcipreste, en ambos memoria permanente e intemporalidad de la pasión amorosa: sentidos destruyéndose a sí propios y manumitiéndose a sí mismos. Usted es la culpable (1983) y Llama de mí (1985), recogen en sus “arenas tristes” cuando dicta la carne en su desvelo sin desasirse de la realidad, ovario de la muerte.

En sus concurridos talleres de creación literaria suele hablar de la deuda contraída con los clásicos españoles de hoy, ayer y el futuro, y de cómo pagarla a fin de evitarnos la persistencia en el yerro de seguir los pasos de los falsos clásicos, todos no mayores que la pizca de azafrán que, como escribió el Arcipreste de Hita, les sirve para colorar su mucha agua.

Con encarecimientos persuade a buscar la impronta de Garcilaso en Neruda, por ejemplo, en Carlos Martínez Rivas, Rubén Bonifaz Nuño, Jaime Sabines, y en otros clásicos que al perpetuar las corrientes secretas y manifiestas de la creación todo lo pueden al ser en sí y por sí, ellos mismos, otros tantos siglos de oro. Expresa Illescas a sus fanáticos que los citados son espíritu de una lengua cuya presencia formadora está en todas partes, sobre todo (claro) en la naturaleza y sus cosas, en la sociedad y sus contradicciones y en el sentimiento golpeado por la luz secreta de la secreta melancolía; ¿más bien dolor de mundo a la medida del amor por lo desconocido?

Y con Garcilaso, López Velarde, Góngora, Vallejo, Jorge Guillen, Sara de Ibáñez y muchos más también perpetuados por la luz de cuyas sombras se alimenta la creación poética.

Y si como esperamos habrá de valorarse la poesía de Carlos Illescas en cercano futuro, lo probable será entonces que las cosas habrán de ser diferentes para sus libros impresos en limitadísimos tirajes.

Todos merecen una mayor difusión, todos tienen los méritos suficientes para situar a su autor entre los poetas a quienes no resulta excesivo llamar imprescindibles.



 


CARLOS ILLESCAS (Guatemala 1918-México 1998), considerado como una de las voces más sobresalientes de la lírica guatemalteca contemporánea. Aunque, por razones políticas, Carlos Illescas desarrolló la mayor parte de su obra en suelo mexicano, perteneció por derecho propio a la denominada "Generación del 40" y, dentro de ella, al "Grupo Acento", un colectivo de escritores congregados en torno a la revista homónima, y caracterizados por su rebeldía política y su apertura a los postulados estéticos y los contenidos temáticos procedentes del exterior. Entre estos autores figuran, al lado de Carlos Illescas, otros escritores de la talla de Antonio Brañas, Otto Raúl González, Raúl Leiva y un joven e inquieto Augusto Monterroso.

 


Ejercicios (1960)


Heráclito
Todo vuelve
La rosa bien temperada


Heráclito

 

A María Elena



Bajo el sol arde el fruto deleitoso.
Es júbilo en la miel y en la corteza;
con mano delicada un voluptuoso
sabor a luz desnuda cuando empieza
a despreciar el sol la lejanía
o a la flor que, al arder, con su pavesa
incendia el móvil ámbito del día,
que clara trompa ensaya en incesante
repetir la flamante melodía.
El ágil paso corre por delante
del amigable trébol, del rocío,
del yámbico triscar en el piafante
invierno, que sepulta en el estío
el fruto ayer henchido, hoy en deceso…
mas siempre renovado por el río
que en inmortal afluencia vive preso
de un largo padecer heraclitano.
En lo hondo de su entraña cuaja el hueso:
exacta anunciación que da a su arcano
la dulce solidez de un mundo ido
y el goce deleznable del gusano,
que, al socavar del fruto lo vivido
entre la justa redondez dorada,
hace nacer la vida en lo podrido
mientras arde su flor transfigurada.




TODO VUELVE

Reposan ya los caballos veloces
y los jinetes taciturnos arden bajo los sauces.
El aguijón persiste como el ramo amoroso
bajo el río. Sonámbulos hipocampos
agitados como una larga cabellera
aquella suma de párpados que doman
a las mariposas del mármol sumergido.

Amo como el sol la yerba ama; locura
en el trazo olvidado bajo el muro
mientras arden las ovejas
auditivas tornadas al oído de mi mano.




LA ROSA BIEN TEMPERADA (fragmento)

De pechos al balcón de la quimera
el seno muestra, su hipocampo en bruto;
sedicioso escorpión imaginado
en el año que tensa su minuto;
ilusión de las horas, de la fiera
reducida de tiempo demorado
a tan precario estado
que es cuerda su locura
como ociosa premura
es la de Aquiles, fijo en los sentidos,
que pasa dando mundo repetidos
(sin otro afán que enajenar la fuga)
en sus pies detenidos,
tras la rauda quietud de la tortuga.


Réquiem del obsceno (1963)



Tan sólo bastaría que la noche
pisara los acérrimos jacintos,
las bestias del perfume
vaticinaran por tu boca
cómo la soledad es un espejo
de la podredumbre verbal.
Tan sólo bastarían tus palabras
para guardar el trono del obsceno.

        Vuelvo a morir después
        de tanto tiempo de andar vivo.
        ¡Resucítame, valerosa!
        Pasa tus dedos por mi frente y di:
         “¡Eyacula!”

Entonces empezó la tierra a sacudirse.
Mas nosotros seguimos caminando
el camino de la reconstrucción.
La minuciosa obra terminada,
aún la tierra se movía.
Entonces, encubiertas las vergüenzas,
huimos a no recuerdo dónde.

        Como el gato negro es la soledad
        que yo acaricio en las rodillas;
        se parece a ti, que también
        en mis rodillas, desperezas
        la pequeña lujuria.

Indescifrables eslabones
de diamantes arman los muros,
engarces de granito
entraban su porfiada resistencia
pero no más que la animosidad
con que tú, lujuriosa,
reclamas mis jugos secretos
traspuesta la pared de la fatiga.

        Si tú realmente me quisieras
        y no tan sólo pena produjeran
        a tus ojos mis llagas,
        nunca más volverías a vestirte.

Ya no valdrá jamás ¡Dios mío!,
buscar la música en las piedras
expósitas: los ríos
roen el tiempo deslavándolo.
Sus palabras son cínicas y sordas.
Pero nunca más que la contrición
interminable del obsceno.

        ¿Has visto al marzo doblegar al hierro,
        rojo de orgullo aún, sobre los yunques?
        ¿Has visto cómo a golpes lo reduce
        a límites de forma,
        embriagado de líneas mientras hace
        la dócil rigidez
        su juego de ornamentaciones?
        Mis serafines y ángeles, dulcísima,
        sólo aspiran a ser el hierro
        que tu fragua enrojezca.

¿Que aprisionas a Diógenes
entre las piernas —dices?
Yo no lo creo; tú no buscas uno
sino una legión de hombres
que aviven la voracidad
de tu linterna.

        Es que no soy lo que soy,
        lo que aparento.
        Sólo un olor me identifica.
        Yo soy apenas la ficción
        nocturna de tu sexo que me piensa.

En ti miran al cómplice
de sus nocturnas fechorías:
el ladrón cifra en ti sus asechanzas,
también sugieres la emboscada al áptero
soplón y al asesino.
¿Algún día el amor que te profeso
podrá cambiar tus aficiones
de Santa Juana de las cloacas?

        Buenos días, señor.
        Amante trébol, apacible toro,
        buenos días. Decías
        “buenos días”, mas ya no te escuchaba.
        Andaba en el rebaño de las cosas
        alzándole las faldas a la muerte.



Los cuadernos de Marsias (1973)


Como el espejo loco
Por tu hermosura
Soplacañas
Muerta la sombra
Podría referir
Cuando tu Marsias
Lo único bueno
En la faz
Salve señor
Quién
Atento a tu consejo
Desde el brebaje
Os esté claro
Si quieres
Llamadme con razón


Como el espejo loco


Como el espejo loco sus imágenes
transforma en humo —esfera y eco. Canto
a la embriaguez tras el demonio azul—,
tu música implacable al entonarla
en flauta afónica tu Marsias,
más aún que a himno sonó a réquiem;
porque bañada en sangre por los puercos,
echada en el camastro referiste
quién fue de los devotos pretendientes
el más experto buscador de trufas,
antes de acuchillarlo por el hígado.

 


Por tu hermosura


Por tu hermosura, senos míos,
el ojo sano de su madre
tu viejo Marsias jugaría.
Hay más aún. Tomaría un baño.

 


Soplacañas


Soplacañas decían a tu perro
quizás por ofenderlo,
los estultos censores de su sueño.
¿Acaso no sabían que ladraba,
incandescente el humo de sus cirios,
padres nuestros cabrunos a sus tías,
jabones de alcanfor con yerba loca
a sus madres de lenguas coruscantes,
hermanas de armazón tamborilera,
cuñadas viperinas,
sobrinas desfondadas de pechos sobreactuados,
sin desdeñar de sus abuelas
helados, magros besos,
productos lácteos del gusano
perpetuado en el queso
amante de la muerte?


Muerta la sombra


Muerta la sombra del cautivo.
Su vieja flor de río. Incinerados
sus glissandi de gallo apenas cáncer,
vendrás con agorero cesto
a rescatar doliente, amor,
el corazón de Marsias
del muladar secreto
donde un aciago día lo olvidaste.
Estricta en los detalles,
lo cambiarás de cloaca.

 


Podría referir


Podría referir, si lo pidieras,
el cuento menos farragoso
de la lechuza herida bajo el ala,
o el cuento del sujeto que comía
hierbas humanas en un prado
más río que domingo siete;
acaso el memorioso apólogo
del nardo desterrado en una ingle
de madera, el robot del sueño,
el vino embrutecido,
la desazón del agua y sus moléculas.
Si lo exigieras amor mío,
tu Marsias obediente
vomitaría el cuervo que confiaste
anoche a su garganta,
como una negra nieve de los resentimientos.

 


Cuando tu Marsias


Cuando tu Marsias, deslumbrado,
miró en nevadas cumbres
los bellos, satinados senos
de nana poesía,
abandonó el triclinio del festín,
rompió sus rimas
y como antaño, infante,
volvió a gatear.

 


Lo único bueno


Lo único bueno que hay en mí
es ser un mal poeta.
¿Qué insidioso forúnculo en mal sueño
turbó la mente de mi madre
en el instante que caí en su vientre?
¿Cuál sapo acariciaste tumba mía
antes de croar en un cerrojo lirio
mi corazón zapato?
Sin embargo, en las noches más secretas
pongo en orden mi flauta lamentable
esperando vencer al mismo Apolo.
Si no triunfara,
mi pelleja valdría por lo menos
un asado de liebre en tu cumpleaños.


En la faz


En la faz del cielo esplende,
sobre todas, tu estrella preferida.
¿Señor, esperas redimirme
con luces ilusorias, halagándome?
Más que necias antorchas necesito
el cielo alcohólico de un vaso,
donde brillen sapientes veronales,
ninfas exactas a mi flauta,
en cuyo son solar enhebren
las agrias lunas de su danza.
Dirásme, pues, si todavía aguardas
—amante ciego en tu locura—
tallar en mi persona como en mármol
melancólico, un ángel de boñiga.

 


Salve Señor


Salve Señor de la Armonía.
Si en efecto me llamas
a tu diestra en el cielo
que un día prometísteme,
iré con una condición tan sólo:
ceba a tus vírgenes.

 


Quién


¿Quién como yo ha cenado
sesos de lirio,
ancas de rosa?


Atento a tu consejo


Atento a tu consejo,
        Boca mía,
por la abertura del buzón que mira
a mitad de la calle de su casa,
tu Marsias, obediente, se orinó.
Después, del fondo de la tumba
humor a rosas muertas se escapaba,
a frases tristes que el amor vomita
en su agonía gástrica, premioso.

 


Desde el brebaje


Desde el brebaje del eclipse supe,
que al fabricante de embutidos
a precio razonable venderías
los despojos restantes de tu Marsias.
Qué interés se te sigue al destinarme,
sin freno de ganancia ni medida,
a la triste pavana
de recoletas damas onanistas?
¿O solamente son homófagas?
¿O ejercen ambos ministerios?

 


Os esté claro


Os esté claro falsos euménides,
coéforas llorones,
así acosara el hambre a Marsias
segundos, siglos y milenios,
él nunca comería carne humana,
mas sí la pulpa sonrosada
de truchas, liebres y venados,
mejor si olisca ya y con gusanos.
En su alto ministerio considera,
gorgonas pudibundos:
siempre será de mal agüero
embaularse uno a quien desprecia.
Qué falta de lealtad al odio.

 


Si quieres


Si quieres seducir la virgo:
mientras orinas forma sobre el piso
un corazón y una paloma.
Mas si en lugar de la paloma
hubiera de salir un estornino,
la madre de la virgen
será la seducida. O ambas.

 


Llamadme con razón


Llamadme con razón, ¡oh poetas!,
doctor angélico de ripios
si a corto plazo no viniere
a revelaros la palabra
que rima a perfección con sangre.
En caso no cumpliera,
os reto a desollarme el alma.



El mar es una llaga (1979)


Mil hombres de granito son las nubes.
Con fauces de explosión preguntan: “¿Dónde
está tu patria ayer colmena?”
Me contemplas mirarme en un espejo
cómo gimo el amor de los forzados
sin mostrarme los hornos amorosos
donde cociste mis primeros huesos.
Llueves a lágrimas.
    Del pecho sacan ellos otras lluvias
rayos de cobre, los harapos
de torturados indios: testamentos
dictados por la selva,
la jauría de sucios lagos rotos
en láminas temibles mientras cae la noche
en el jergón de antiguos vaticinios.
    —¿Quiénes serán? —Por ti preguntan
dulce amor mío, incontenibles.
¿Quién puede penetrar sus rostros
mediando el fuego líquido
o preguntar sus nombres tras los hierros
de la lluvia? ¿Nahuales son, queridos
muertos sobre panales desecados,
ellos, lluvia de sangre que te impide
reconocer tu propio rostro en sombras?

    Arrebato el corazón al cataclismo de un vaso de
                                                           [aguardiente
y profeso palabras amorosas y cometas de júbilo,
la cauda del cielo echado en el regazo del día
limpio de crímenes, soñador de caballos de dulce sombra.
Perla de fluidez increíble es el oído en el solar,
los niños son la arena, la devoción de los pasos hallados;
los girasoles modifican la ferocidad de las rejas
prendidos sobre cartones humillados por el polen
de un abrillantado verano. Chorrea el día. Cae
farfullando conmigo ininteligibles disculpas a las damas,
el agua corona de la fuente. Escalas invisibles, ¿yo?
¿Acaso tú, bella visión de rasgados ojos en estuario?
Siento bajo mis palmas el zigzaguear de la risa,
viajero extrovertido en un ferrocarril de pureza,
imitar la tierra del mundo, los dientes del jabato
aún sumido en su oscuridad de primera telaraña.
El fondo y la superficie. Lascas de colores en el vaso
de generoso efluvio mientras rompen los rayos de un
                                                                    [pañuelo.
He vuelto a sonreír junto a los molinos vigorosos,
las manos en alto, ruinoso de alegría. Los ojos vidriosos
en el fondo de otros ojos, cíclica, desmesuradamente.
Dime, ¿Soy yo, que he vuelto a beber como en los tiempos
heroicos? Dímelo, dando un puntapié en las puertas de la
                                                                             [muerte.

    ¿Será tu pie la huella
donde mi sombra yazga
y féretro con sangre
donde ella resucite?
    Países incansables
labraron huellas blancas
bajo mis plantas torpes
—ahí aprendía a morir
el pan de cada día.
    Coloquios para el vino
deciden el sendero
que pierdes en mi espíritu
y exhumas en mi carne.
    Tus pies son la ebriedad
soporte de mi exilio,
barquillas de esperanza
en mares trastornados.
    Negras gavillas urde
la espuma de tu noche;
¿de mí conoce el cese
que sumas a tu huella?

    ¿Habrá posado aprisa el hacha de la guerra
su lengua sobre el tajo tuerto de la luna
de un toro degollado al sol de medianoche?
    ¿Quién la reencarnación dilata de la ira,
al infortunio impone un astro o su diamante
—mientras habla— desnace en las rocas nocturnas,
a la vista del padre de los fusilados?
    Como gota de siglo impresa en una llama
de las mutilaciones radie su ceguera;
sin omitir dolencia atice las heridas
y recuerde mujeres con carbunclos rojos,
ardientes dinastías de cenizas, briosos
lagos sus pechos, mano cálida el cencerro
de la misericordia por el sol bruñido.
Roído de humildad en muerte cruda apenas
obtenida, al albear cerrada la descarga.
    ¿Con cuántos cristos acompañará sus gajos,
durante la consumación de helados pies,
sobre la yerba? En torno al agujero el hielo
jadeará; Hijo y cripta partirán la tierra
donde el futuro husmee su destino; porque
nada se pudre bajo el cielo enfermo —torna
combate el hacha hendida a muerte sobre el mundo.

    Inscribo esta pereza
con la intención de que un lagarto
invada el alma de las cosas,
espante a mis vecinos,
los escuadrones de suicidas
que se disponen
a recibir alborozados el incierto
año tres mil y tantos.

 


Manual de simios y otros poemas (1977)

No resulta fácil morirse
Polvo enamorado



No resulta fácil morirse


No resulta fácil morirse
en nuestros países sobrecargados de paisaje
el hambre suele aniquilar poco a poco
pero sus zarpazos se producen con mesura.
La enfermedad sólo en contados casos
es medio seguro pero no siempre sabes
pero no siempre porque suele prolongarse
a veces sabes y entonces gastas
más en médicos que en comida
El mejor medio para matar el hambre
de manera como ves morir no es fácil

 


Polvo enamorado


Llamó a la puerta un día, el mar. Sedujo,
entre las olas solo, la agonía.
Llamó a mi puerta solo el mar un día;
pero entendí la noche que produjo.
    Entre las altas ondas me condujo,
llamas de sombra, su melancolía;
y aquella blanca nave sólo mía,
a ser ajena noche se redujo.
    Hoy que lo entiendes, dime amor cuál río,
camino en movimiento, es quien me nombra
en olas tristes que tu arena apura.
    Responde con pasión al labio mío
antes que al río el mar un día, sombra
conceda. Y a tus ondas sepultura.
    Después del sueño, el sueño. Acrece un punto
el universo demencial. Urgencia
de un invisible dardo: su impaciencia,
su camino, su blanco, su conjunto.
    El juego de vivir es otro asunto,
más rata, más amor, más penitencia
sin universo y dardo, sin demencia,
más al fondo, ay, de un íntimo difunto.
    ¿Y antes del sueño cuál —decid— cauterio
de hielo prenatal escalda el día,
su espejo, su calvicie, sus desiertos?
    La respuesta descubre un cementerio
más hueso enamorado que agonía
de los sueños que sueñan a sus muertos.

    Razona el fuego. En rojo ramo ofrece,
huraño, flores a la sombra. Vela,
en barca trascendido, flota, vuela.
Pulsa el fulgor del mar donde se cuece.
    Luego es cenizas, llaga. Desmerece,
bocas sin fin, sus flores. Le desvela
un sueño en otra sombra; se congela,
luz sin llama en el labio que estremece.
    Es sin embargo, amor, más decidido
infierno, porque a un beso moribundo,
un cálido estertor al mar indaga;
    y en su fondo epitafia, trascendido,
otra llama, otra boca y otro mundo,
en sueño, en ascua, en mar, en beso, en llaga.
    Con golpes de ceniza me reprendo.
Yo soy la llaga. Azote mi letargo.
Vuelvo a la vida, creo; sin embargo,
el pan que como a mí me está comiendo.
    De un horno alucinado me trasciendo.
Las ascuas lamo. Soy su perro amargo.
Y mientras gruño, sobre el hombro cargo
la llaga del mendrugo en que me enciendo.
    Vuelvo a la vida, creo. Miro en torno
a Cristo calcinado. La locura
del pan sin lengua. El can en ascua y grito.
    Su hueso enfermo. La fealdad del horno.
El muslo de la virgen levadura.
La puta muerte, su hambre. Su infinito.



Fragmentos reunidos (1981)


Más allá el eco impertinente
Letra
Codicilo de Néstor
Pantomima de Orfeo
Cuestiones de esperanto
Vihuela de Unamuno
Laúd enfermo
Pregunto por Francesca
Sectaria
Aquí, su antiguo ministerio
Epitafio III

Más allá el eco impertinente


    La flor tomada al agostino prado,
poeta, sobre tu oído ponla.
La escucharás decirte:
        —Cantando por aquí pasó ligera,
        asida de la mano
        de un rudo ganapán.
Arrójala de ti si quieres
evitarte otras confidencias
entre jadeos emitidas.

 


Letra


    Leche de mármoles
reitera tu belleza.
Como ellos, dura, Galatea.

 


Codicilo de Néstor


    Evítate en prostíbulos
remanente ínfimo de vida.
La mercenaria no tendría empacho
en engañarte con ángeles custodios,
felices en su albura,
de tu misal de Edipo futbolista.

 


Pantomima de Orfeo


    Escuchen, yo también proclamo
        como otros muchos, ser el nuncio
de un lúcido profeta.
Su verbo incendiará el futuro
con su veloz cuadriga en llamas,
el alma de las torres,
las fieras y los hombres.
        Como él
        también desdeñaré mis versos,
        predicaré contra mi iglesia
        construida palmo a palmo
        con los ripios
                 de todos los días.

 


Cuestiones de esperanto


    Enfréntalo mínimo ateo.
¿Qué pasaría si el gran Tata
ofreciera a tus ojos
su forma de olmo vivo,
en cada rama hermoso hasta el delirio;
y así, teniéndolo a la vista,
contemplaras caérsele las hojas,
menos una. La más radiosa,
centro del fulgurante verbo,
y al dirigirse a ti dijera
(anonadado tú, se entiende)
—Ámate en ti y espera el fruto.
          Sin traducción posible?

 


Vihuela de Unamuno


    Los oficios de la niebla
igual a temblantes manos
empañan el rostro
fijo en el cristal.
Después da principio
la vagarosa batalla
al tratar de recordarse
el bello rostro perdido.

 


Laúd enfermo


    Apártate de mí.
Si no lo hicieras Ifigenia,
empezará a llover
sobre tu cuerpo inmaculado
el detritus sin fin
de mi melancolía.

 


Pregunto por Francesca


    Te infiero en honda sombra;
el mar no borra aún
sobre la arena tu rescoldo.
        ¿Amor,
persisten nuestras huellas?
        ¿De ser así,
dónde estamos nosotros,
cenizas náufragas sin sueño?

 


Sectaria


    Este cartel muestra tu Iglesia
en desafiante pórtico:
        “Absténgase de entrar
        quien no conozca la lujuria”.

 


Aquí, su antiguo ministerio


    Aminta, acude si lo quieres
a mi esposa. Primero halágala
    y luego pídele mi mano.
Llegada la hora del banquete
        si eres cauta
        no beberás la copa
        tendida por sus manos oferentes.
Atiende mi consejo;
nunca falla Yocasta con sus pócimas.
Se excede en eficacia.
        Donde pone el brebaje
        pone el sepelio.

 


Epitafio III


    Detente caminante; en esta fosa
descansa un aprendiz de teólogo,
trucoso, contumaz y marrullero.
No discutió las glorias de Pisandro
pero fue alumno de sí propio.
        Tal exceso
              le mereció la horca.



Usted es la culpable (1983)


Usted es la culpable

I

Estos versos sus noches sin consuelo
llevan la vida de la muerte implícita
son movimiento hueso abstracto
    y tienen un origen
        Usted
por quien pregunto inútilmente
en la taberna del olvido


V

Amanecer sin mácula
obsérvese Usted misma en estas líneas
humildes, saturadas de cordura.
Cuente bajo sus aguas días,
lunas en el jarrón del año,
sublimación de los dibujos
que narran beso a beso la tortura
que Usted le infiere a un caballo ciego,
abandonados sus heniles
        a las llamas.


VI

Usted es la culpable.
Lo sabe el aire origen de mis versos.
Deudos son de las horas ateridas
las noches recontadas por los cristos
ululantes echados a su puerta
en espera, ya sarna sus desvelos,
        del pan inexorable
que nunca
        nunca
            cae de sus labios.


VII

La palabra amor, cuantas veces
apacentaba sus rebaños
en mis ríos,
Usted, pastora de sus transparencias,
alongaba las horas del paisaje.
Todo el crepúsculo era suyo.
Más de un agonizante
detuvo el curso de su fuga
al esperar la sombra generosa
de larga noche cómplice,
que Usted había demorado.


IX

Otros ríos vendrían a mi puerta
a llamar con nudillos apremiantes
        en busca apasionada
del joven Garcilaso petrarquista.
Vida es alma trascendiendo
el largo duelo de su noche.
Su imagen a mi imagen,
las aguas; lágrimas que llevan
en su curso palabras tan culpables
como el silencio en llamas
de los llorosos ríos delincuentes.


X

Obsérvese la piel, tatuajes
son rosas sublimadas,
veneno de palomas tristes
en sus poros con dulce vehemencia;
licores extraídos a la aurora,
bébalos. Son palabras con amor.
Usted amablemente las produjo.
        Usted
        y sólo Usted
        es la culpable

Salid sin duelo, lágrimas corriendo.
 


Modesta contribución al are de la fuga (1988)


    A mis soledades viene
revelando voces, Bach.
¿Tumba y eco su carcaj?
¿Flecha sin sendero obtiene
la agonía que conviene
al sueño?, pues hoy, en cuanto
lanza el dardo me levanto
a velar en las edades
Bach. Y así, a mis soledades
voy, herido por su canto.

    Cumplir los ochenta en primavera significa,
árbol, muchos bosques. En uno, la estación prolonga
tallados dáctilos, jubilares, del diamante a tiempo;
en dos, años amaestran semillas fidedignas —hieren
con sordas, advenedizas lluvias, ramas alevosas
porque cantan con fluctuante celo otras venturas;
si tres, espacios y laderas promueven surcos,
tantos como araños infiérase la tierra adormecida.
Son ochenta esqueletos, cien mujeres crucificadas,
tres mil sistemas de licor bajo locura; tú, hijo pródigo,
siempre a punto de volar la santabárbara.
Muchos números, excesiva humanidad; dolo
y fracaso, mas también el rojo pueblo ardido
sobre fiebre de los júbilos. Cumplirlos significa
sacar de su casa, a mediodía, la doncella, reconciliarla
con fojas numerarias en tanto los luceros fruncen
labio y rostro; labrar en su torre otras veletas,
asistir sus vueltas dilatadas sobre comas pálidas
si decimos cuántos asesinos esperan ver saltar sus manos
sobre tierra en busca del muñón por quien suspiran.

    Durante cuántas horas perdidas hallarás
el círculo trazado sobre el polvo, su invención.
Silencio dirigido a nunca, sobre el vuelo; postulante
tregua amedrentada de paciencia. Sí, será hacia el fin
de tu partida balbuciente descanso.
                                                             Comparece
el alma de la cosa en toda cosa más bien imaginada
hacia los términos artificiales. Es el círculo.
Aquí, al medio, la mujer seguida de sus hijos;
allá, el copón en manos de bisoños sacerdotes.
A la distancia el disidente cabro grita manifiestos
contra el orden; más allá, lágrimas y huellas,
volantes y corpiño, suspiro y tolondrina. Todo
junto. Bordes de la línea ecuatorial: sitio
al hemisferio.
                       Hago soñar lo que me sueña; aire
el recuerdo aún transido de mis bestiales damas.
Tiempos musicados en las varillas de fresno.
Redondez despierta por el suelo. Alza
sus constantes, visión fugaz a lo existente
en cuanto quieres tú, amor, que yo tu agonizante,
                       exista.

    Podría escribirse, chopinianos,
la más pulida oda que durase
al ser leída el orbe de un minuto.
Nada más allá del pubis de Cibeles
ni tampoco más acá del puño de Rodin.
Minuto de hirvientes acueductos:
gota de tiempo sobre mar abierta
al canto trasegado donde el hombre
nace y muere en un instante, el mismo
en que muere y nace un Dios de tierra.
Como veis ejecutantes de oficleidos
genitales, el minuto amante de la oda
se ha cumplido. Nada, ni Cibeles
ni Rodanes faltan al rayo del espasmo.

    Contad uno a uno los inviernos y veréis
que el parto de la oda prometida
                       se ha cumplido.

    ¿Descubro o sólo invento? Nadie cabe
en su cajón, ni nadie al fin comprende
al revelarse en polvo, quién defiende
a quién. ¿La vela al mar? ¿Al mar la nave?

    Pez la vigilia, en agua turbia es clave
si a nado insomne da sentido. ¿Aprende
sabias lecciones de su asfixia? ¿Entiende
a recordar, al fin, cuanto no sabe?

    Nadie descubre lo que inventa, cierto;
pero alguien en su mar es red, suicida
en pensamiento. Vela de su plagio.

    Zozobra mi cajón. ¿Descubro un muerto
ya revelado el polvo de la vida,
o el pez inventa al mar en el naufragio?
 

 


Al gran poeta Luis Cernuda, en su tumba, en ocasión
del xv aniversario de su muerte*


Marsias, ya desollado, confió su canto al viento.
De las ramas de un abedul, dicen, cuelga su piel.
La flauta que sus labios oprimieron, madre de
    la música,
yace hoy en el barro; pero su voz se perpetúa
hasta imponer en la soberbia del día apolíneo
el melancólico acento de las noches serenas.

Marsias no cesa en su martirio. Él es la poesía
    en llamas,
en llanto, en vida. Tú lo supiste. Desde siempre
escuchaste el canto del desposeído aldeano.
El son de su instrumento acompañó tus pasos
y por ello, tú también como Marsias,
desafiaste las iras del soberbio dios a quien
    venciste.
Mas si acaso no acertara a decir toda la verdad,
exijo que las veces cuyo canto tú mismo has detenido,
canten entonces hasta sepultar al viento, al abedul:
flauta y piel sangrante para que tú, soñador perpetuo
de la muerte viva, animes tus huesos,
y vuelvas a nosotros a recordarnos que el hombre,
el pobre hombre, es festín favorito de los dioses.



* Poema no coleccionado, Los Universitarios, noviembre de 1983.