Material de Lectura

Ángel González




Selección y nota introductoria de Susana Rivera



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Nota introductoria

No es fácil definir en pocas palabras, ni temática ni estilísticamente, la poesía de Ángel González:* una poesía que procede de estímulos muy diferentes y desarrolla obsesiones de muy distinto signo, expuestas en formas y tonos también muy diversos. El propio Ángel González reconoce la influencia de poetas difícilmente conciliables: Juan Ramón Jiménez, Gabriel Celaya y César Vallejo. Al primero le debe el gusto por la obra bien hecha, "amorosa, artesanalmente trabajada", y cierto impulso lírico e idealizador de estirpe romántico-modernista del que él trata de distanciarse con frecuencia por medio de la ironía y la parodia. De Gabriel Celaya, y muy especialmente de su heterónimo Juan de Leceta, aprendió una lección de signo opuesto: la validez, o la necesidad en el momento en que empezó a escribir, de lo cotidiano, tanto en el plano de la expresión como en el de los contenidos: la lengua coloquial, hablada por todos, utilizada como material de escritura, y la realidad circundante más próxima como tema o motivo del poema. El ejemplo de César Vallejo le ayudó en sus intentos de distorsionar o deconstruir tan prosaicos y heterogéneos materiales para hacerlos reaparecer en imprevistas proporciones y asociaciones, que, además de producir sorpresa y deslumbramiento, o tal vez por ello, traducen de modo muy inmediato las actitudes emotivas del poeta.

Pero esas premisas literarias no bastan para justificar lo que es la poesía de Ángel González, que cree que "poesía y vida no son entidades incomunicables", y que piensa que sus vivencias están siempre en la raíz y el origen de su escritura.

Por ese lado, por el lado de la vida y de las circunstancias históricas que la definieron (la guerra civil de modo muy especial, y el largo y difícil periodo de la posguerra y la dictadura franquista) le viene a Ángel González su veta de poeta social y comprometido. La entrega a una escritura que, dicho otra vez con sus palabras, obedece al intento de "clarificar el caos, de desvelar o denunciar las imperfecciones de la Historia, de testimoniar el horror en el que me sentía inmerso", más que una decisión dictada por la conciencia de un deber moral, fue consecuencia de "Los inevitables condicionamientos de mi biografía, tan desproporcionadamente nutrida de elementos que pertenecen a la Historia con mayúscula, a la Historia de todos" (Ángel González, Introducción
a Poemas, Editorial Cátedra).

Esa parte de su obra justifica que José Olivio Jiménez haya ejemplificado en Ángel González el paso de la poesía social, surgida tras los primeros años de la posguerra, a la poesía crítica, expresión que ha llegado a definir la peculiar aproximación a la temática civil de muchos de los integrantes de la llamada Generación del Medio Siglo (Gil de Biedma, Valente, J.A. Goytisolo, entre otros). Se trata de una poesía en la que lo épico deja espacio a lo reflexivo, y en la que la palabra poética delata la presencia de un personaje concreto, define una voz plenamente individualizada que expone las contradicciones y la interacción que se producen entre el "yo" y "lo otro", entre el deseo y una decepcionante realidad.

Nunca abstracta ni elaborada a partir de ideas generales, lo que puede haber, y hay, de componentes críticos o éticos en la mejor poesía de Ángel González no es algo añadido ni obvio, sino una cualidad desprendida naturalmente del poema, cuyas palabras implican, sin enunciarla de modo directo, la evaluación moral de una experiencia.

Y esta observación es válida no sólo para su poesía civil, sino también para la erótica-amorosa, o para la que plantea una de sus obsesiones más reiteradas: la comprobación de los devastadores efectos del paso del tiempo, que en el fondo supone una meditación sobre la muerte. El amor a la vida, la piedad por lo que ha sido y el tiempo desvanece, explican el tono que caracteriza a muchos de esos textos: "entre la nostalgia y la elegía", dijo de ellos Ángel González, "estos poemas dictados por el miedo".

En el tratamiento de temas tan variados, la voz de
Ángel González pasa de la decepción a la esperanza, de la afirmación al escepticismo sin encontrar definitivo asiento en ninguna de esas actitudes. La ironía, uno de los recursos definidores de su estilo, le permite conciliar ésas y otras contradicciones, introduciendo el principio de la negación en sus enunciados afirmativos, y viceversa: la esperanza es una araña negra a cuya mordedura entrega su corazón; el tiempo más irrelevante, al convertirse en "ayer", se transforma en "el día incomparable que ya nadie, nunca, volverá a ver jamás sobre la tierra". Cuando las contradicciones son irreconciliables o demasiado violentas, la ironía suele resolverse en sarcasmo o en chiste, a los que no escapa la materia misma de su trabajo, la palabra, el lenguaje, que para un poeta exigente puede resultar tan decepcionante y hostil como para el hombre la cruda realidad. De esa última decepción, y también, en un momento dado, de la "conciencia de la inutilidad de todas las palabras", brota la veta de antipoesía que ha llegado a configurar un constante contrapunto con los poemas más intensos o de tono más grave.

Para completar, aunque de modo muy insuficiente, la semblanza del poeta Ángel González, habría que hablar también de su ambición de claridad. La búsqueda de la palabra precisa para expresar con justeza o nitidez el alcance de sus intuiciones es en él otra obsesión. La escritura clara y precisa facilita la tarea al lector en la medida en que le ofrece, o más bien le impone, una manera de ver o de entender el poema. En cambio, en la otra vertiente del texto, en la que corresponde al escritor, el riguroso control de la lectura supone la máxima dificultad, sobre todo cuando el poeta conoce y quiere evitar los riesgos que tal empeño supone: la simplificación empobrecedora, la obviedad de los significados. Nada de eso se advierte en la poesía de Ángel González. Porque la lectura por él impuesta, que llega a ser inevitable, no explica todo el poema; tampoco es la única, no impide otras, incluso las propicia siempre que no destruyan el núcleo significativo que a él le interesa comunicar. El poema dice lo que el poeta quiso decir, pero también bastante más. Y esa amplia zona de signifi
cados posibles que las palabras desprenden por añadidura, efecto unas veces intencionado y otras imprevisto, es lo que enriquece al texto y le da ambigüedad. La claridad de Ángel González es, por lo tanto, engañosa, aunque el margen de ambigüedad, a veces muy grande, no sea en él consecuencia del hermetismo o de la imprecisión, sino resultado de la polivalencia de la palabra creada o recreada; ambigüedad por exceso, no por defecto de los significados.

La reflexión dentro del poema sobre el hecho de la creación poética es otro de los temas recurrentes en la obra de Ángel González. La antología de sus versos se abre con cuatro breves textos publicados en 1976 bajo el título de "Metapoesía"
(en Muestra de algunos procedimientos narrativos…), que vienen a prolongar y a confirmar en la voz del propio poeta algo de lo que se dice en esta "Nota introductoria".
 


Susana Rivera


* Oviedo, 6 de septiembre de 1925; Madrid, 12 de enero de 2008. (N. del E.)

 



Metapoesía
 


Poética
(A la que intento a veces aplicarme)
 
 

Escribir un poema: marcar la piel del agua.
Suavemente, los signos
se deforman, se agrandan,
expresan lo que quieren
la brisa, el sol, las nubes,
se distienden, se tensan, hasta
que el hombre que los mira
–adormecido el viento,
la luz alta–
o ve su propio rostro
o –transparencia pura, hondo
fracaso– no ve nada.




Orden
(Poética a la que otros se aplican)


Los poetas prudentes,
como las vírgenes –cuando las había–,
no deben separar los ojos
del firmamento.
¡Oh, tú, extranjero osado
que miras a los hombres:
contempla las estrellas!
(El Tiempo, no la Historia.)
Evita
la claridad obscena.
(Cave canem.)
Y edifica el misterio.
Sé puro:
no nombres; no ilumines.
Que tu palabra oscura se derrame en la noche
sombría y sin sentido
lo mismo que el momento de tu vida.




Contra-orden
(Poética por la que me pronuncio ciertos días)


Esto es un poema.

Aquí está permitido
fijar carteles,
tirar escombros, hacer aguas
y escribir frases como:

Marica el que lo lea.
Amo a Irma,

Muera el…
(silencio),
Arena gratis,
Asesinos,

etcétera.

Esto es un poema.
Mantén sucia la estrofa.
Escupe dentro.

Responsable la tarde que no acaba,
el tedio de este día,
la indeformable estolidez del tiempo.




Poética no. 4


Poesía eres tú,
dijo un poeta
–y esa vez era cierto–
mirando al Diccionario de la Lengua.


Áspero mundo
 
 

*


Aquí, Madrid, mil novecientos
cincuenta y cuatro: un hombre solo.

Un hombre lleno de febrero,
ávido de domingos luminosos,
caminando hacia marzo paso a paso,
hacia el marzo del viento y de los rojos
horizontes –y la reciente primavera
ya en la frontera del abril lluvioso…–

Aquí, Madrid, entre tranvías
y reflejos, un hombre: un hombre solo.

–Más tarde vendrá mayo y luego junio,
y después julio y, al final, agosto–.

Un hombre con un año para nada
delante de su hastío para todo.



Cumpleaños
 
 

Yo lo noto: cómo me voy volviendo
menos cierto, confuso,
disolviéndome en aire
cotidiano, burdo
jirón de mí, deshilachado
y roto por los puños.

Yo comprendo: he vivido
un año más, y eso es muy duro.
¡Mover el corazón todos los días
casi cien veces por minuto!

Para vivir un año es necesario
morirse muchas veces mucho.

 


Sin esperanza, con convencimiento
 
 




*


Otro tiempo vendrá distinto a éste.
Y alguien dirá:
"Hablaste mal. Debiste haber contado
otras historias:
violines estirándose indolentes
en una noche densa de perfumes,
bellas palabras calificativas
para expresar amor ilimitado,
amor al fin sobre las cosas
todas".

Pero hoy,
cuando es la luz del alba
como la espuma sucia
de un día anticipadamente inútil,
estoy aquí,
insomne, fatigado, velando
mis armas derrotadas,
y canto
todo lo que perdí: por lo que muero.


*


Esperanza,
araña negra del atardecer.
Te paras
no lejos de mi cuerpo
abandonado, andas
en torno a mí,
tejiendo, rápida,
inconsistentes hilos invisibles,
te acercas, obstinada,
y me acaricias casi con tu sombra
pesada
y leve a un tiempo.

Agazapada
bajo las piedras y las horas,
esperaste, paciente, la llegada
de esta tarde
en la que nada
es ya posible…
Mi corazón:
tu nido.
Muerde en él, esperanza.




Ayer

Ayer fue miércoles toda la mañana.
Por la tarde cambió:
se puso casi lunes,
la tristeza invadió los corazones
y hubo un claro
movimiento de pánico hacia los
tranvías
que llevan los bañistas hasta el río.

A eso de las siete cruzó el cielo
una lenta avioneta, y ni los niños
la miraron.
Se desató
el frío,
alguien salió a la calle con sombrero,
ayer, y todo el día
fue igual,
ya veis,
qué divertido.
ayer y siempre ayer y así hasta ahora,
continuamente andando por las calles
gente desconocida,
o bien dentro de casa merendando
pan y café con leche, ¡qué
alegría!

La noche vino pronto y se encendieron
amarillos y cálidos faroles,
y nadie pudo
impedir que al final amaneciese
el día de hoy,
tan parecido
pero
¡tan diferente en luces y en aroma!

Por eso mismo,
porque es como os digo,
dejadme que os hable
de ayer, una vez más
de ayer: el día
incomparable que ya nadie nunca
volverá a ver jamás sobre la tierra.




Porvenir

Te llaman porvenir
porque no vienes nunca.
Te llaman: porvenir,
y esperan que tú llegues
como un animal manso
a comer en su mano.
Pero tú permaneces
más allá de las horas,
agazapado no se sabe dónde.
…Mañana!
Y mañana será otro día tranquilo
un día como hoy, jueves o martes,
cualquier cosa y no eso
que esperamos aún, todavía, siempre.




Mensaje a las estatuas
 

Vosotras, piedras
violentamente deformadas,
rotas
por el golpe preciso del cincel,
exhibiréis aún durante siglos
el último perfil que os dejaron:
senos inconmovibles a un suspiro,
firmes
piernas que desconocen la fatiga,
músculos
tensos
en su esfuerzo inútil,
cabelleras que el viento
no despeina,
ojos abiertos que la luz rechazan.
Pero
vuestra arrogancia
inmóvil, vuestra fría
belleza,
la desdeñosa fe del inmutable
gesto, acabarán
un día.
El tiempo es más tenaz.
La tierra espera
por vosotras también.
En ella caeréis por vuestro peso,
seréis,
si no ceniza,
ruinas,
polvo, y vuestra
soñada eternidad será la nada.
Hacia la piedra regresaréis piedra,
indiferente mineral, hundido
escombro,
después de haber vivido el duro, ilustre,
solemne, victorioso, ecuestre sueño
de una gloria erigida a la memoria
de algo también disperso en el olvido.




Discurso a los jóvenes

De vosotros,
los jóvenes,
espero
no menos cosas grandes que las que realizaron
vuestros antepasados.
Os entrego
una herencia grandiosa:
sostenedla.
Amparad ese río
de sangre,
sujetad con segura
mano
el tronco de caballos
viejísimos,
pero aún poderosos,
que arrastran con pujanza
el fardo de los siglos
pasados.

Nosotros somos estos
que aquí estamos reunidos,
y los demás no importan.

Tú, Piedra,
hijo de Pedro, nieto
de Piedra
y biznieto de Pedro,
esfuérzate
para ser siempre piedra mientras vivas,
para ser Pedro Petrificado Piedra Blanca,
para no tolerar el movimiento
para asfixiar en moldes apretados
todo lo que respira o que palpita.

A ti,
mi leal amigo,
compañero de armas,
escudero,
sostén de nuestra gloria,
joven alférez de mis escuadrones
de arcángeles vestidos de aceituna,
sé que no es necesario amonestarte:
con seguir siendo fuego y hierro,
basta.
Fuego para quemar lo que florece.
Hierro para aplastar lo que se alza.

Y finalmente,
tú, dueño
del oro y de la tierra
poderoso impulsor de nuestra vida,
no nos faltes jamás.
Sé generoso
con aquéllos a los que necesitas,
pero guarda,
expulsa de tu reino,
mantenlos más allá de tus fronteras,
déjalos que se mueran,
si es preciso,
a los que sueñan,
a los que no buscan
más que luz y verdad,
a los que deberían ser humildes
y a veces no lo son, así es la vida.

Si alguno de vosotros
pensase
yo le diría: no pienses.

Pero no es necesario.

Seguid así,
hijos míos,
y yo os prometo
paz y patria feliz,
orden,
silencio.




Entreacto


No acaba aquí la historia.
Esto es sólo
una pequeña pausa para que descansemos.
La tensión es tan grande,
la emoción que desprende la trama es tan
intensa,
que todos,
bailarines y actores, acróbatas
y distinguido público,
agradecemos
la convencional tregua del entreacto,
y comprobamos
alegremente que todo era mentira,
mientras los músicos afinan sus violines.
Hasta ahora hemos visto
varias escenas rápidas que preludiaban muerte.
conocemos el rostro de ciertos personajes
y sabemos
algo que incluso muchos de ellos ignoran:
el móvil
de la traición y el nombre
de quien la hizo.
Nada definitivo ocurrió todavía,
pero
la desesperación está nítidamente
dibujada, y los intérpretes
intentan evitar el rigor del destino
poniendo
demasiado calor en sus exuberantes
ademanes, demasiado carmín en sus sonrisas
falsas,
con lo que –es evidente– disimulan
su cobardía, el terror
que dirige
sus movimientos en el escenario.
Aquellos
ineficaces y tortuosos diálogos
refiriéndose a ayer, a un tiempo
ido,
completan, sin embargo,
el panorama roto que tenemos
ante nosotros, y acaso
expliquen luego muchas cosas, sean
la clave que al final lo justifique
todo.
No olvidemos tampoco
las palabras de amor junto al estanque,
el gesto demudado, la violencia
con que alguien dijo:
"no",
mirando al cielo,
y la sorpresa que produce
el torvo jardinero cuando anuncia:
"Llueve, señores,
llueve
todavía".
Pero tal vez sea pronto para hacer conjeturas:
dejemos
que la tramoya se prepare,
que los que han de morir recuperen su aliento,
y pensemos,
cuando el drama prosiga y el dolor
fingido
se vuelva verdadero en nuestros corazones,
que nada puede hacerse, que está próximo
el final que tememos de antemano,
que la aventura acabará, sin duda,
como debe acabar, como está escrito,
como es inevitable que suceda.

 


 


Grado elemental


Introducción a unas fábulas para animales


Durante muchos siglos
la costumbre fue ésta:
aleccionar al hombre con historias
a cargo de animales de voz docta,
de solemne ademán o astutas tretas,
tercos en la maldad y en la codicia
o necios como el ser al que glosaban.
La humanidad les debe
parte de su virtud y su sapiencia
a asnos y leones, ratas, cuervos,
zorros, osos, cigarras y otros bichos
que sirvieron de ejemplo y moraleja,
de estímulo también y de escarmiento
en las ajenas testas animales,
al imaginativo y sutil griego,
al severo romano, al refinado
europeo,
al hombre occidental, sin ir más lejos.
Hoy quiero –y perdonad la petulancia–
compensar tantos bienes recibidos
del gremio irracional
describiendo algún hecho sintomático,
algún matiz de la conducta humana
que acaso pueda ser educativo
para las aves y para los peces,
para los celentéreos y mamíferos,
dirigido lo mismo a las amebas
más simples
como a cualquier especie vertebrada.
Ya nuestra sociedad está madura,
ya el hombre dejó atrás la adolescencia
y en su vejez occidental bien puede
servir de ejemplo al perro
para que el perro sea
más perro,
y el zorro más traidor,
y el león más feroz y sanguinario,
y el asno como dicen que es el asno,
y el buey más inhibido y menos toro.
A toda bestia que pretenda
perfeccionarse como tal
–ya sea
con fines belicistas o pacíficos,
con miras financieras o teológicas,
o por amor al arte simplemente–
no cesaré de darle este consejo:
que observe al homo sapiens, y que aprenda.

 


 


Tratado de urbanismo
 
 


Vals de atardecer

Los pianos golpean con sus colas
enjambres de violines y de violas.
Es el vals de las solas
y solteras,
el vals de las muchachas casaderas,
que arrebata por rachas
su corazón raído de muchachas.

A dónde llevará esa leve brisa,
a qué jardín con luna esa sumisa
corriente
que gira de repente
desatando en sus vueltas
doradas cabelleras, ahora sueltas,
borrosas, imprecisas
en el río de música y metralla
que es un vals cuando estalla
sus trompetas.

Todavía inquietas,
vuelan las flautas hacia el cordelaje
de las arpas ancladas en la orilla
donde los violoncelos se han dormido.
Los oboes apagan el paisaje.
Las muchachas se apean en sus sillas,
se arreglan el vestido
con manos presurosas y sencillas,
y van a los lavabos, como después de un viaje.




Inventario de lugares propicios al amor

Son pocos.
La primavera está muy prestigiada, pero
es mejor el verano.
Y también esas grietas que el otoño
forma al interceder con los domingos
en algunas ciudades
ya de por sí amarillas como plátanos.
El invierno elimina muchos sitios:
quicios de puertas orientadas al norte,
orillas de los ríos,
bancos públicos.
Los contrafuertes exteriores
de las viejas iglesias
dejan a veces huecos
utilizables aunque caiga nieve.
Pero desengañémonos: las bajas
temperaturas y los vientos húmedos
lo dificultan todo.
Las ordenanzas, además, proscriben
la caricia (con exenciones
para determinadas zonas epidérmicas
–sin interés alguno–
en niños, perros y otros animales)
y el "no tocar, peligro de ignominia"
puede leerse en miles de miradas.
¿A dónde huir, entonces?
Por todas partes ojos bizcos,
córneas torturadas,
implacables pupilas,
retinas reticentes,
vigilan, desconfían amenazan.
Queda quizá el recurso de andar solo,
de vaciar el alma de ternura
y llenarla de hastío e indiferencia,
en este tiempo hostil, propicio al odio.




7. Preámbulo a un silecio
 

Porque se tiene conciencia de la inutilidad de tantas
cosas
a veces uno se sienta tranquilamente a la sombra de
un árbol –en verano–
y se calla.

(¿Dije tranquilamente?: falso, falso:
uno se sienta inquieto haciendo extraños gestos,
pisoteando las hojas abatidas
por la furia de un otoño sombrío,
destrozando con los dedos el cartón inocente de una
caja de fósforos,
mordiendo injustamente las uñas de esos dedos,
escupiendo en los charcos invernales,
golpeando con el puño cerrado la piel rugosa de las
casas que permanecen indiferentes al paso de la
primavera,
una primavera urbana que asoma con timidez los flecos
de sus cabellos verdes allá arriba,
detrás del zinc oscuro de los canalones,
levemente arraigada a la materia efímera de las tejas a
punto de ser polvo.)

Eso es cierto, tan cierto
como que tengo un nombre con alas celestiales,
arcangélico nombre que a nada corresponde:
Ángel,
me dicen,
y yo me levanto
disciplinado y recto
con las alas mordidas
–quiero decir: las uñas–
y sonrío y me callo porque, en último extremo,
uno tiene conciencia
de la inutilidad de todas las palabras.

 


 


Breves acotaciones para una biografía


Meriendo algunas tardes


Meriendo algunas tardes:
no todas tienen pulpa comestible.

Si estoy junto a la mar
muerdo primero los acantilados.
Luego las nubes cárdenas y el cielo
–escupo las gaviotas–,
y para postre dejo las bañistas
jugando a la pelota y despeinadas.

Si estoy en la ciudad
meriendo tarde a secas:
mastico lentamente los minutos
–tras haberles quitado las espinas–
y cuando se me acaban
me voy rumiando sombras,
rememorando el tiempo devorado
con un acre sabor a nada en la garganta.

 


 


Muestra de algunos procedimientos
narrativos y de las actitudes
sentimentales que habitualmente comportan
 
 




Entonces


Entonces,
en los atardeceres de verano,
el viento
traía desde el campo hasta mi calle
un inestable olor a establo

y a hierba susurrante como un río

que entraba con su canto y con su aroma
en las riberas pálidas del sueño.

Ecos remotos,
sones desprendidos
de aquel rumor,
hilos de una esperanza
poco a poco deshecha,
se apagan dulcemente en la distancia:

ya ayer va susurrante como un río

llevando lo soñado aguas abajo,
hacia la blanca orilla del olvido.



Sonata para violín solo
(Juan Sebastián Bach)
 

Como la mano pura que graba en las paredes
mensajes obsesivos de amor,
sueños cifrados,
así
la trayectoria cruel de este cuchillo
me está marcando el alma.

Mas su caligrafía no es oscura
ni inocente:
bien claro deletrea
la obscenidad del tiempo, sus siniestros
designios.
¡Qué desgracia!
Ahora,
cuando salga a la calle,
cualquiera
podrá ver en mi rostro
–lo mismo que en las piedras profanadas
de un viejo templo en ruinas–
los nombres, los deseos, las fechas que componen
–abandonado todo a la intemperie–
el confuso perfil de un sueño roto,
el símbolo roído de una yerta esperanza.




A veces, en octubre, es lo que pasa...

Cuando nada sucede,
y el verano se ha ido,
y las hojas comienzan a caer de los árboles,
y el frío oxida el borde de los ríos
y hace más lento el curso de las aguas;
cuando el cielo parece un mar violento,
y los pájaros cambian de paisaje,
y las palabras se oyen cada vez más lejanas,
como susurros que dispersa el viento;

entonces,
ya se sabe,
es lo que pasa:

esas hojas, los pájaros, las nubes,
las palabras dispersas y los ríos,
nos llenan de inquietud súbitamente
y de desesperanza.

No busquéis el motivo en vuestros corazones.
Tan sólo es lo que dije:
lo que pasa.




A la poesía
 

Ya se dijeron las cosas más oscuras.
También las más brillantes.
Ya se enlazaron las palabras como
cabellos, seda y oro en una misma trenza
–adorno de tu espalda transparente–.
Ahora,
tan bella como estás,
recién peinada,
quiero tomar de ti lo que más amo.
Quiero tomarte
–aunque soy viejo y pobre–
no el oro ni la seda:
tan sólo el simple, el fresco, el puro
(apasionadamente), el perfumado,
el leve (airadamente), el suave pelo.
Y sacarte a las calles,
despeinada,
ondulando en el viento
–libre, suelto, a su aire–
tu cabello sombrío
como una larga y negra carcajada.



Glosas a Heráclito

1

Nadie se baña dos veces en el mismo río.
Excepto los muy pobres.

2

Los más dialécticos, los multimillonarios:
nunca se bañan dos veces en el mismo
traje de baño.

3
(Traducción al chino)

Nadie se mete dos veces en el mismo lío.
(Excepto los marxistas-leninistas.)

4
(Interpretación del pesimista)

Nada es lo mismo, nada
permanece.
Menos
la Historia y la morcilla de mi tierra:

se hacen las dos con sangre, se repiten.



Oda a la noche


Noche estrellada en aceptable uso,
con pálidos reflejos y opacidad lustrosa,
vieja chistera inútil en los tiempos que corren
como escuálidos galgos sobre el mundo,
definitivamente eres un lujo
que ha pasado de moda.

Tras la fría superficie de las calles de luna,
el alcanfor del sueño conserva en el almario
de la ciudad oscura a los que duermen
y no te verán nunca.

Yo, sin embargo, te llevo en la cabeza,
vieja noche de copa,
y cuando vuelvo a casa sorteando
imprevisibles gatos y farolas,
te levanto en un gesto final ceremonioso
dedicado a tus brillos y a mi sombra,
y te dejo colgada allá en lo alto
–¡hasta mañana, noche!–,
negra, deshabitada, misteriosa.




Dato biográfico
 

Cuando estoy en Madrid,
las cucarachas de mi casa protestan porque leo por las
noches.
La luz no las anima a salir de sus escondrijos,
y pierden de ese modo la oportunidad de pasearse por
mi dormitorio,
lugar hacia el que
–por oscuras razones–
se sienten irresistiblemente atraídas.
Ahora hablan de presentar un escrito de queja al
presidente de la república,
y yo me pregunto:
¿en qué país se creerán que viven?;
estas cucarachas no leen los periódicos.

Lo que a ellas les gusta es que yo me emborrache
y baile tangos hasta la madrugada,
para así practicar sin riesgo alguno
su merodeo incesante y sin sentido, a ciegas
por las anchas baldosas de mi alcoba.

A veces las complazco,
no porque tenga en cuenta sus deseos,
sino porque me siento irresistiblemente atraído,
por oscuras razones,
hacia ciertos lugares muy mal iluminados
en los que me demoro sin plan preconcebido
hasta que el sol naciente anuncia un nuevo día.

Ya de regreso en casa,
cuando me cruzo por el pasillo con sus pequeños cuerpos
que se evaden
con torpeza y con miedo
hacia las grietas sombrías donde moran,
les deseo buenas noches a destiempo
–pero de corazón, sinceramente–,
reconociendo en mí su incertidumbre,
su inoportunidad,
su fotofobia,
y otras muchas tendencias y actitudes
que –lamento decirlo–
hablan poco en favor de esos ortópteros.




CHILOÉ, SETIEMBRE, 1972
(Un año después, en el recuerdo)


Estuve en Chiloé junto a la primavera.
(Sería otoño en España.)

Humedad olorosa,
praderas solitarias.

Recuperé de pronto tiempo y tierra.
(Tiempo perdido, tierra derrotada.)

El mar mordía los acantilados
con sus dientes de espuma verde y blanca.

Veía el Norte en el Sur.

¡Espejismo de rostros y de muros
iluminados con palabras
puras: libertad, compañeros!

(Y en el fondo, con nieve, las montañas.)

¿De dónde regresaba todo aquello?

Surgidos de la bruma
–¿era ayer o mañana?–
albatros quietos, levitando arriba,
serenaban el aire con sus extensas alas.

Todo encalló en un tiempo amargo y sucio.
Ahora,
asomando sobre las aguas,
la arboladura rota de esos días
tan sólo exhibe buitres en sus jarcias

 


 


Prosemas o menos
 
 




Rosa de escándalo
(Albuquerque, noviembre)


Súbita, inesperada, espesa nieve
ciega el último oro
de los bosques.
Un orden nuevo y frío
sucede a la opulencia del otoño.
Troncos indiferentes.
Silencio dilatado en muertos ecos.
Sólo los cuervos
protestan en voz alta,
descienden a los valles
y –airados e insolentes–
ocupan los jardines
con su negro equipaje de plumas y graznidos.
Inquietantes, incómodos, severos,
desde sus altos pulpitos marchitos
increpan a la tarde de noviembre
que exhibe todavía
entre sus galas secas
la belleza impasible de una rosa.




El Cristo de Velázquez

A Luis Ríus

 

Banderillero desganado.
Las guedejas del sueño cubren tu ojo derecho.
Te quedaste dormido con los brazos alzados,
y un derrote de Dios te ha atravesado el pecho.
Un piadoso pincel lavó con leves
algodones de luz tu carne herida,
y otra vez la apariencia de la vida
a florecer sobre tu piel se atreve.

No burlaste a la muerte. No pudiste.
El cuerno y el pincel, confabulados,
dejaron tu derrota confirmada.

Fue una aventura absurda, bella y triste,
que aún estremece a los aficionados:
¡qué cornada, Dios mío, qué cornada!



Palabras del Anticristo

Yo soy
la mentira y la muerte
(es decir, la verdad última
del hombre).

Sé que no hay esperanza,
pero te dije:
espera,
con el único fin
de envenenar la vida
con la letal ponzoña de los sueños.

No hubo resurrección.

Una gran piedra
selló mi tumba,
en la que sólo había
silencio y sombra.
Nada hallaron en ella, salvo sombra y silencio.
Yo soy el que no fue
ni será nunca:

en la oquedad vacía,
la turbia resonancia de tu miedo.

 

*

 

Pétalo a pétalo, memorizó la rosa.

Pensó tanto en la rosa,
la aspiró tantas veces en su ensueño,
que cuando vio una rosa
verdadera
le dijo
desdeñoso,
volviéndole la espalda:

–mentirosa.



Dos homenajes a Blas de Otero
 

I

Resuena en tus palabras
un difuso clamor de verdades oscuras,
cuando me las encuentro.
Rompen
en mi memoria, siempre
sonoras, firmes, claras,
como las olas de un mar poderoso
que sumerge y levanta,
sin devolver ni arrebatar nunca del todo,
una realidad turbia y mutilada:
el tiempo, el tiempo ido.
A su conjuro,
entre gotas de sal y luz de agua,
con el tiempo
yo mismo,
restos recuperados de mí mismo
vuelven y configuran un fantasma
que dibuja en el aire el viejo gesto
–casi olvidado ya– de la esperanza.

No todo se ha perdido;
vienen
a mi memoria siempre tus palabras
–claras, firmes, sonoras–
trayéndola, llevándola.

II

Una voz era paz, o luz, o acaso
era fuego esa voz; todavía llama.
O era viento tal vez: ved la alta rama
del olmo aún temblorosa tras su paso.

Era roja esa voz en el ocaso;
cuando la noche sus horrores trama,
vuelve su resplandor: sangre que clama
al cielo ese de los hombres, raso.

Impaciente de paz, y luminosa,
ardiente, airada, entera y verdadera,
era dura esa voz: todavía dura

airosa y alta, como si tal cosa
–alzarse en estos tiempos– nada fuera.
Admirad, ya hecha estatua, su estatura.




Así parece

Acusado por los críticos literarios de realista,
mis parientes en cambio me atribuyen
el defecto contrario;
afirman que no tengo
sentido alguno de la realidad.
Soy para ellos, sin duda, un funesto espectáculo:
analistas de textos, parientes de provincias,
he defraudado a todos, por lo visto;
¡qué le vamos a hacer!

Citaré algunos casos:

Ciertas tías devotas no pueden contenerse,
y lloran al mirarme.
Otras mucho más tímidas me hacen arroz con leche,
como cuando era niño,
y sonríen contritas, y me dicen:
qué alto,
si te viese tu padre…,
y se quedan suspensas, sin saber qué añadir.

Sin embargo, no ignoro
que sus ambiguos gestos
disimulan
una sincera compasión irremediable
que brilla húmedamente en sus miradas
y en sus piadosos dientes postizos de conejo.

Y no sólo son ellas.

En las noches,
mi anciana tía Clotilde regresa de la tumba
para agitar ante mi rostro sus manos sarmentosas
y repetir con tono admonitorio:
¡Con la belleza no se come! ¿Qué piensas que es la vida?

Por su parte,
mi madre ya difunta, con voz delgada y triste,
augura un lamentable final de mi existencia:
manicomios, asilos, calvicie, blenorragia.

Yo no sé qué decirles, y ellas
vuelven a su silencio.
Lo mismo, igual que entonces.
Como cuando era niño.
Parece
que no ha pasado la muerte por nosotros.