(Albuquerque, noviembre)
Súbita, inesperada, espesa nieve ciega el último oro de los bosques. Un orden nuevo y frío sucede a la opulencia del otoño. Troncos indiferentes. Silencio dilatado en muertos ecos. Sólo los cuervos protestan en voz alta, descienden a los valles y –airados e insolentes– ocupan los jardines con su negro equipaje de plumas y graznidos. Inquietantes, incómodos, severos, desde sus altos pulpitos marchitos increpan a la tarde de noviembre que exhibe todavía entre sus galas secas la belleza impasible de una rosa.
A Luis Ríus
Banderillero desganado. Las guedejas del sueño cubren tu ojo derecho. Te quedaste dormido con los brazos alzados, y un derrote de Dios te ha atravesado el pecho. Un piadoso pincel lavó con leves algodones de luz tu carne herida, y otra vez la apariencia de la vida a florecer sobre tu piel se atreve. No burlaste a la muerte. No pudiste. El cuerno y el pincel, confabulados, dejaron tu derrota confirmada. Fue una aventura absurda, bella y triste, que aún estremece a los aficionados: ¡qué cornada, Dios mío, qué cornada!
Yo soy la mentira y la muerte (es decir, la verdad última del hombre). Sé que no hay esperanza, pero te dije: espera, con el único fin de envenenar la vida con la letal ponzoña de los sueños. No hubo resurrección. Una gran piedra selló mi tumba, en la que sólo había silencio y sombra. Nada hallaron en ella, salvo sombra y silencio. Yo soy el que no fue ni será nunca: en la oquedad vacía, la turbia resonancia de tu miedo.
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Pétalo a pétalo, memorizó la rosa. Pensó tanto en la rosa, la aspiró tantas veces en su ensueño, que cuando vio una rosa verdadera le dijo desdeñoso, volviéndole la espalda: –mentirosa.
Dos homenajes a Blas de Otero
I Resuena en tus palabras un difuso clamor de verdades oscuras, cuando me las encuentro. Rompen en mi memoria, siempre sonoras, firmes, claras, como las olas de un mar poderoso que sumerge y levanta, sin devolver ni arrebatar nunca del todo, una realidad turbia y mutilada: el tiempo, el tiempo ido. A su conjuro, entre gotas de sal y luz de agua, con el tiempo yo mismo, restos recuperados de mí mismo vuelven y configuran un fantasma que dibuja en el aire el viejo gesto –casi olvidado ya– de la esperanza. No todo se ha perdido; vienen a mi memoria siempre tus palabras –claras, firmes, sonoras– trayéndola, llevándola. II Una voz era paz, o luz, o acaso era fuego esa voz; todavía llama. O era viento tal vez: ved la alta rama del olmo aún temblorosa tras su paso. Era roja esa voz en el ocaso; cuando la noche sus horrores trama, vuelve su resplandor: sangre que clama al cielo ese de los hombres, raso. Impaciente de paz, y luminosa, ardiente, airada, entera y verdadera, era dura esa voz: todavía dura airosa y alta, como si tal cosa –alzarse en estos tiempos– nada fuera. Admirad, ya hecha estatua, su estatura.
Acusado por los críticos literarios de realista, mis parientes en cambio me atribuyen el defecto contrario; afirman que no tengo sentido alguno de la realidad. Soy para ellos, sin duda, un funesto espectáculo: analistas de textos, parientes de provincias, he defraudado a todos, por lo visto; ¡qué le vamos a hacer! Citaré algunos casos: Ciertas tías devotas no pueden contenerse, y lloran al mirarme. Otras mucho más tímidas me hacen arroz con leche, como cuando era niño, y sonríen contritas, y me dicen: qué alto, si te viese tu padre…, y se quedan suspensas, sin saber qué añadir. Sin embargo, no ignoro que sus ambiguos gestos disimulan una sincera compasión irremediable que brilla húmedamente en sus miradas y en sus piadosos dientes postizos de conejo. Y no sólo son ellas. En las noches, mi anciana tía Clotilde regresa de la tumba para agitar ante mi rostro sus manos sarmentosas y repetir con tono admonitorio: ¡Con la belleza no se come! ¿Qué piensas que es la vida? Por su parte, mi madre ya difunta, con voz delgada y triste, augura un lamentable final de mi existencia: manicomios, asilos, calvicie, blenorragia. Yo no sé qué decirles, y ellas vuelven a su silencio. Lo mismo, igual que entonces. Como cuando era niño. Parece que no ha pasado la muerte por nosotros.
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