Un resguardo
Pasé entre muchas paredes horrendas, por portales donde las mujeres miraban con sus ojos profundos y hambrientos, entre sombras fantasmas de manos famélicas. Al salir de esas paredes horrendas, de pronto, yo estaba en las afueras de la ciudad: en la quebrada azul de un lago con grandes olas que se rompían bajo el sol. La ribera curvada me roció con el agua. Se formó una tormenta de gaviotas flotantes: multitudes de magnas alas grises y blancos pechos en vuelo, girando con toda la libertad en el espacio abierto.
|