Material de Lectura

 

Nota introductoria

La importancia de una obra poética no se mide por su extensión ni por su número de páginas sino por la intensidad con que logra hacer suyas las inquietudes, las aspiraciones de una época (cada una requiere una imagen, un emblema, diría Pound), para darles voz y nombre. A lo largo de tres décadas, Rodolfo Hinostroza ha creado una obra en la que vemos reflejarse, con gran nitidez, el espíritu de los tiempos. Desde luego, esto no significa que Hinostroza escriba con la intención de cronometrar el paso de los días y de los años, no; sus poemas poseen esa rara cualidad sin habérselo propuesto. Son, eso sí, poemas escritos por una persona que vive con los sentidos y la inteligencia permanentemente atentos al discurrir de la vida y a lo que ocurre en el mundo. Y le ha tocado en suerte ser testigo de algunos momentos cruciales: la amenaza de guerra entre Cuba y los Estados Unidos de Norteamérica en 1963 (experiencia que registra en "La noche", uno de los poemas de su primer libro, Consejero del lobo —por cierto, etimología de Rodolfo—), o el movimiento estudiantil francés de mayo de 1968, trasfondo de varios poemas de Contranatura.

Con los poemas de Hinostroza ocurre algo semejante a lo que Octavio Paz advierte en la poesía de Saint-John Perse: en ellos, los límites entre vida privada y acontecimiento público se disuelven. "Hoy ‒dice Paz‒ la historia no sólo ocupa todo el espacio terrestre... sino que invade nuestros pensamientos, deshabita nuestros sueños secretos, nos arranca de nuestras casas y nos arroja al vacío público. El hombre ha descubierto que la vida histórica es la vida errante." Hinostroza ha pasado temporadas más o menos largas en Chile, México, Jamaica, Cuba, España, Francia, porque no ha querido, según sus propias palabras, "perderse del mundo". Y esto le ha permitido ‒para citarlo una vez más‒ "vivir muchas vidas". Las vidas de toda la gente de su generación en diferentes partes del planeta.

Creo que esto es lo que confiere a sus poemas, y particularmente a Contranatura, un rigor tan extraordinario. En parte, este libro es el resumen o el compendio de lo que ha dado en llamarse "la década prodigiosa": la cultura contestataria de los sesenta, suma de las ideas de Marx, Freud, Nietszche, Jung, Norman O'Brown, el I Ching, la astrología, los Beatles y un largo et allium. En ese libro se captura un sentir que estaba en el aire, y lo vuelve concreto, palpable. De ahí que Contranatura señalara un hito en la poesía hispanoamericana, con hondas repercusiones que significaron una inmediata corriente de imitadores. Naturalmente, el libro era y es inimitable porque además de ese sentir colectivo, o en su base, estaba la experiencia personal del poeta; Contranatura es una aventura en pos del conocimiento, emprendida por un poeta dueño ya de su oficio, en pleno uso de sus poderes, con suficiente pericia verbal para crear artefactos perdurables. En este sentido, es una investigación sobre los límites de la poesía que pone en juego sólidos conocimientos de muchas materias, desde el ajedrez hasta las matemáticas pasando por la poesía clásica, la renacentista y la moderna (esta última sintetizada en la poética de Ezra Pound, figura tutelar del libro), y no teme combinarlos con los lenguajes de la hora: el cine, los comics, rock, etcétera.

Como la época que recrea y refleja, Contranatura es irrepetible. Pero a diferencia de la época, que ahora yace como las ruinas de una ciudad bajo las aguas del desencanto crítico, Contranatura pervive. ¿Por qué? Regreso a la luz de Paz: aun si la época se queda sepultada, "el lenguaje reabsorbe los hechos, los transmuta y, por decirlo así, los redime (...) el poeta nos da el sentimiento y el sentido de la vida histórica". La clave se encuentra, justamente, en la palabra canto. Esto es lo que distingue a un poema de una crónica, por más que ambos informen sobre el curso del tiempo y de los hechos. Canto es lo que sostiene y hace perdurable un poema como "Imitación de Propercio", incluso cuando, puesto a reflexionar sobre los años sesenta (de los cuales los setenta son una suerte de coda, sobre todo en América Latina), Hinostroza afirme que "nos faltó decisión para luchar por el Poder, porque por entonces pensábamos que éste era intrínsecamente malvado". Digamos que ésta es una caída del poeta, pero el poema no se ve afectado en lo más mínimo a causa de ella. Por mi parte, creo que no se puede hablar del Poder en términos de bondad o maldad, pero que debemos recordar que no existe Poder sin sometimiento (Huxley dixit: el privilegio de los cuantos se da sobre la carencia de los muchos).

Pero esto es sólo un comentario al paso y no quiere decir que Hinostroza padezca una disminución de facultades críticas ni mucho menos. Contra cualquier declaración circunstancial para una encuesta o una entrevista ‒declaraciones, por necesidad, siempre circunstanciales‒, los poemas de Hinostroza revelan una visión del mundo, de la vida y de la poesía, cada vez más compleja y amplia. Véase, por ejemplo, "Para llegar a Nazca", dedicado al pintor y escultor Emilio Rodríguez Larraín, su compatriota, quien en los últimos años se ha dedicado a la realización de esculturas deliberadamente efímeras (como el Templo cúbico al que el poema hace referencia, arrojado al mar por su autor) y perecederas, hechas con barro de la costa peruana.

La poesía de Rodolfo Hinostroza, en la que se alían con singular fortuna lo sensual ‒el oído para el habla de los barrios bajos de Lima, por ejemplo‒ y las referencias culturales, continúa en la línea de indagación que se trazó desde un principio y es, como él quiere, limpia y transparente. ("¿Encontráis mis palabras oscuras? La oscuridad está en vuestras almas".)

Para que Hinostroza ocupe un lugar eminente en la poesía escrita en nuestra lengua, basta el medio centenar de poemas que ha entregado a la imprenta en los últimos treinta años, pétalos arrojados al abismo en espera de escuchar su eco. Esta parquedad, valga decir por último, es un rasgo casi típico de la poesía peruana de este siglo; pensemos en Emilio Adolfo Westphalen, en Blanca Varela, Oquendo de Amat, José Watanabe (una de las excelentes voces nuevas del Perú) o en el mismo César Vallejo, cuyos cuatro libros de poesía lo hacen inagotable. Con todo, los lectores confiamos en que la obra poética de Hinostroza se prolongue a lo largo de muchas páginas más.


Rafael Vargas