Page 6 of 10
Satura
|
1. La muerte no te importaba. Ya habían muerto tus perros y el médico de los locos, llamado el tío demente; también tu madre y su "especialidad" de arroz con ranas, triunfo milanés; también tu padre que, en una miniatura, día y noche me vigila desde el muro. Sin embargo la muerte no te importaba. Yo tenía que ir a los funerales escondido en un taxi, manteniéndome lejos para evitar fastidios y lágrimas. Tampoco te importaba la vida y sus ferias de vanidades y avideces, y mucho menos la universal gangrena que transforma en lobos a los hombres. Una tabula rasa de no haber existido un punto incomprensible para mí y este punto te importaba. 2. A menudo te acordabas (yo poco) del señor Cap. "Lo vi en el autocar, en Ischia, sólo dos veces. Es un abogado de Klagenfurt, el que manda felicitaciones. Debía venir a visitarnos". Vino por fin, le digo todo, queda compungido; a él también le parece catastrófico. Guarda silencio, farfulla, se alza rígido y se inclina. Asegura que mandará felicitaciones. Es extraño que sólo te entendieran personas inverosímiles. ¡El abogado Cap! Qué nombrecito. ¿Y Celia?¿Qué pasa? 3. Hemos extrañado mucho el calzador, el cuernito de fierro enmohecido que siempre estaba con nosotros. Parecía una indecencia llevar tal horror entre los similores y chucherías. Debe de haber sido en el Danieli que olvidé guardarlo en la maleta o en la bolsa. Seguramente Hedia, la camarera, lo arrojó al Gran Canal. ¿Cómo habría podido escribir para que buscaran aquel pedazo de fierro? Había que salvar un prestigio (el nuestro) y Hedia, la fiel, tuvo que hacerlo. 4. Con astucia, saliendo de las fauces de Mongibello o de postizas dentaduras de nieve, revelabas increíbles parentescos. Mangano lo advirtió, el buen quirurgo, quien, descubierto, había sido macanero de las camisas negras. Y sonrió. Así eras: dulzura y horror en una misma música aun hallándote al borde del barranco. 5. De tu brazo bajé por lo menos un millón de escaleras y ahora que ya no estás hay un vacío en cada peldaño. Aun así fue breve nuestro largo viaje. El mío sigue todavía, pero ya no necesito trasbordos ni reservaciones, las trampas, los desaires de quien piensa que lo visible es la realidad. Dándote el brazo bajé un millón de escaleras no porque con cuatro ojos tal vez se viera mejor. Contigo las bajé porque sabía que, de ambos, las verdaderas y únicas pupilas, aunque empañada, eran las tuyas. |
Todas las religiones del Dios único son lo mismo: varían los cocineros y las cocciones. Así rumiaba, y me distraje cuando vertiginosamente resbalaste en la escalera de caracol de la Périgourdine y al llegar abajo reíste a carcajadas. Fue una buena velada con un solo instante de espanto. Incluso el papa, en Israel, dijo la misma cosa pero se arrepintió cuando le informaron que el sumo Marginado, si acaso existió, había caducado. |
A un jesuita moderno |
|
El Arno en Rovezzano |
Los grandes ríos son la imagen del tiempo impersonal y cruel. Observados desde un puente declaran su nulidad inexorable. Sólo el recodo titubeante de algún pantanoso carrizal, algún espejo que reluzca entre tupidos rastrojales y musgos puede revelar que el agua, como nosotros, piensa en sí misma antes de convertirse en remolino y rapiña. Tanto tiempo ha pasado, nada ha sucedido desde que te cantaba en el teléfono "tú, que te haces la dormida" con la triple carcajada. Era un relámpago tu casa vista desde el tren, asomándose al Arno como el árbol de Judas que deseaba protegerla. Quizá exista todavía o sólo sea una ruina. Toda llena, me decías, de insectos, inhabitable. Ahora tenemos otro comfort, otro desconsuelo. |
Vine al mundo |
Vine al mundo en una época tranquila. Muchas puertas se abrían, que hoy están cerradas. Dormía el Alma Mater. ¿A quién se le ocurrió despertarla? Sin embargo no fueron tan horrendos los huracanes del porvenir, si aún era posible caminar, cogerse de la mano, reconocerse. Y si no era fácil moverse entre los héroes de la guerra, del vicio, de la desdicha, ellos tenían un rostro; ahora ni siquiera existe el modo de evitar las trampas. Son demasiadas. Las infinitas cerrazones y aperturas pueden tener un sentido para quien está del único lado que de verdad cuenta, el del titiritero. Pero éste no demanda la colaboración de quien ignora sus fines y su oficio. ¿Y quién está de ese lado? Si existe, creo que se aburre más que nosotros. Con otros ojos veremos a más de uno paseándose entre nosotros con menos aburrimiento y más disgusto. |