Material de Lectura


Las ocasiones


Lo sabes: debo perderte otra vez y no puedo
La casa de los aduaneros
Estancias
Noticias desde el Amiata


Lo sabes: debo perderte otra vez y no puedo

 

Lo sabes: debo perderte otra vez y no puedo.
Como un golpe preciso me amotina
cada obra, cada grito, cada soplo
salino que se desborda
de los muelles y oscurece la primavera
de Sottoripa.

Pueblo de herrajes y arboladuras
salvajes en el polvo del atardecer.
Un largo zumbido llega de alta mar,
rasca los vidrios como uña. Busco el signo
extraviado, la única prenda que tuve
de ti.
Y es verdad el infierno.

La casa de los aduaneros

 

Tú no recuerdas la casa de los aduaneros
sobre el cantil a pico en la escollera:
desolada te espera desde la noche
en que entró el enjambre de tus pensamientos
y allí se detuvo, inquieto.

El ábrego fustiga desde hace años los viejos muros
y el sonido de tu risa ya no es dichoso:
la brújula gira enloquecida a la ventura
y el cálculo de los dados ya no resulta.
Tú no recuerdas; otro tiempo trastorna
tu memoria; un hilo se devana.

Aún sostengo una punta, pero la casa
se aleja y sobre el techo la veleta
ahumada gira sin piedad.
Sostengo una punta, pero te quedas sola
y no respiras aquí en la oscuridad.

¡Oh el horizonte en fuga, donde se enciende,
extraña, la luz de la nave petrolera!
¿El paso es éste? (Aún resurge el oleaje
sobre el precipicio que se derrumba...).
Tú no recuerdas ya la casa de esta
noche mía. Y no sé quién se va y quién queda.

Estancias
 


En vano busco el punto en que se movió
la sangre que te nutre, inacabable
repelerse de círculos más allá del breve
espacio de los días humanos,
que te dio la presencia en un tormento
de agonías que ignoras, viva en un pútrido
pantano de astro abisal, y ahora
es linfa que dibuja tus manos,
en el pulso te late inadvertida, el rostro
te inflama o decolora.

También la red menuda de tus nervios
recuerda levemente el viaje suyo
y si observo tus ojos, los consume
un fervor recubierto de un pasaje
turbulento de espuma que se espesa
o se rompe, y en el estruendo de las sienes
lo percibes diluyéndose en tu vida
como a veces se quiebra en el silencio
de una plaza dormida
un vuelo estrepitoso de palomas.

En ti converge, ignara, una aureola
de hilos; y alguno de ellos apareció
en otros: y hubo quien estremeció la noche
golpeado por un ala cándida en fuga,
y hubo quien descubrió larvas vagabundas
donde otro vio enjambres de muchachas
o entrevió, como rayo que se bifurca,
una arruga en la calma, y el embate
de las levas del mundo surgidas de un jirón
del azul lo cubrió, quejumbroso.

En ti vislumbro la última corola
de ceniza liviana que no dura,
en copos desplomada. Querida,
desquerida, ésa es tu índole.
Das en el blanco, lo atraviesas. ¡Oh el zumbido
del arco al distenderse, surco que ara
el oleaje y se cierra! Y ahora sube
la última burbuja. La condenación
acaso es la delirante, la amarga
oscuridad que cae sobre quien se queda.


Noticias desde el Amiata
 

El fuego de artificio del mal tiempo
será rumor de colmenas en la noche.
El cuarto tiene vigas
carcomidas y un olor de melones
se cuela entre las tablas. Las humaredas
mórbidas que remontan un valle
de elfos y de hongos hasta el cono diáfano
de la cima me empañan los cristales
y desde aquí te escribo, desde la mesa
remota, desde la celda de miel
de una esfera lanzada en el espacio
–y las jaulas cubiertas, el hogar
donde estallan las castañas, las venas
de salitre y de moho son el cuadro
donde muy pronto irrumpirás. ¡La vida
que te fabula es aún demasiado breve
si puede contenerte! Tu ícono abre
el fondo luminoso. Afuera llueve.