Material de Lectura

Febrero 17

 

Un cordero no podía nacer. Viento de hielo
En el alba cochambrosa de aguacero. La madre
Yacía en la cuesta enlodada. Ante el acoso, se
levantó
Y el bulto negruzco oscilaba en su trasero
Bajo la cola. Tras algún arduo galopar,
Algunas maniobras, muchos tumbos de la inerte
Cabeza del cordero que asomaba hacia atrás,
La capturé con una cuerda. La tendí, pendiente
arriba,
Y examiné al cordero. Una bola de sangre hinchada
A reventar en su fieltro negro, la grieta bucal
Aplastada y chueca, la lengua salida, amoratada,
Estrangulado por su madre. Palpé por dentro,
Librando el lazo de carne materna, el resbaladizo
Túnel musculoso, buscando con los dedos una
pezuña,
Hasta retornar a la claraboya de la pelvis.
Pero no había pezuña. Sacó la cabeza demasiado
pronto
Y sus patas no pudieron salir. Habría debido
Tentalear, de puntillas, las pezuñas
Remetidas bajo la nariz
Para aterrizar seguro. Así que arrodillado forcejee
Con los gemidos de la madre. No había mano que
pudiese
Librar el pescuezo del cordero para entrar en ella
Y enganchar una rodilla. Amarré esa cabeza de niño
Y halé hasta que ella lanzó un grito y trató
De levantarse y vi que era inútil. Fui
A dos millas por la inyección y una navaja.
Corté los tendones de la garganta, hice palanca con
un cuchillo
Entre las vértebras y arranqué la cabeza del cordero
Para que mirara a su madre, sus tubos posados en el
lodo
Con toda la tierra por cuerpo. Luego empujé
Para remeter el muñón del pescuezo, y al empujar yo
Empujó ella. Empujó gritando y yo empujé
jadeando.
Y la fuerza
Del empuje natal y el empuje de mi pulgar
Contra las vértebras flojas sumaba un empate,
Futilidad a un lado y otro. Hasta que forcé
La entrada con la mano y cogí una rodilla. Luego,
como
Alzándome hasta el techo con un dedo
Enganchado en un lazo, ajustando mi esfuerzo
A sus gemidos de parturienta, jalé contra
El cadáver que no quería salir. Hasta que salió.
Y después el largo, súbito, amarillo yema
Paquete de vida
En un humeante resbalar de aceites y sopas y
jarabes –
Y el cuerpo yacía, nacido, junto a la cabeza
tronchada.